jueves, 19 de septiembre de 2024

Mora (cuento) - Martín Rabezzana

(“Mora” -cuento publicado en mi libro número 17: "Llamamiento a la violencia"-, es la continuación de mi cuento: “Casa montonera”, publicado en mi libro número 12: “Material subversivo”).

-Palabras: 2.414-


   Recuerdo que cuando era chico, a veces dudaba de si lo que veía estando despierto, era realmente parte de la vigilia, y no porque viera cosas extrañas, ya que no era así, sino por saber que durante el sueño, generalmente consideramos que estamos despiertos, de ahí que sea lógico formularse la pregunta de si cuando creemos estar despiertos, lo estamos realmente, y dado que lo que acabo de decir, asumo que nos ha pasado a todos, asumo también que a (casi) todos nos pasa el dejar de hacernos esa pregunta al llegar a la adolescencia o a la adultez, y en mi caso, así había sido hasta que conocí a Mora, a quien, previo a encontrar en la vigilia una noche de cierto año de la década del 2000, había visto en un sueño.
   Inmediatamente después de ver a dicha chica en la vigilia por vez primera (Mora me había contactado en un bar), fui por ella conducido hasta cierta casa, situada en la ciudad de Magdalena del Buen Ayre, llamada: Quilmes, en donde, tras una breve conversación, me tomó de las manos y experimenté algo denominable: “desdoblamiento astral”; tal extraña y en extremo positiva, experiencia, me hizo dudar de si lo por mí, esa noche vivido, había sido un sueño o no; me costó definirlo, al punto que, tras varios días, consideré que sí lo había sido, pero después pensé que, del encuentro haber realmente ocurrido, en el bar en el que ella me había contactado, alguien debería haberla visto, por lo cual, al mismo me dirigí y una vez ahí, uno de los empleados, tras yo preguntarle si recordaba haberme visto el pasado viernes con una chica que me sacó del lugar casi arrastrándome, me respondió afirmativamente. Eso me llenó de alegría porque era la prueba de que Mora tenía existencia verdadera, si bien lo que siguió, fue decepción, ya que al preguntarle si tenía idea de en dónde podría encontrarla, me respondió que no, que ésa había sido la única vez que la había visto.
   El desdoblamiento astral al cual, Mora me había inducido, resultó en que, de un momento a otro, yo dejara de estar en la casa en la cual, con ella estaba, y apareciera solo en medio de la calle en un barrio que parecía ser el mío, pero en una frecuencia distinta, dado que parecía deshabitado y muchas casas estaban ausentes, además, a un costado tenía un bosque inexistente en la “realidad”, al cual atravesé, y tras salir del mismo me encontré con la casa a la que Mora me había llevado, envuelta en neblina; tras yo entrar a la misma, vi a un grupo de montoneros (hombres y mujeres) pasar un rato agradable previo a que irrumpieran represores de Grupos de Tareas y mataran a algunos y se llevaran por la fuerza a los demás; entre esos combatientes que terminarían desaparecidos, vi a un hombre y una mujer; al volver al estado de conciencia ordinario, Mora me dijo que ellos éramos nosotros.
   Tras decirme esto último, Mora (que recién al despedirse de mí, me había dicho su nombre) se fue; antes de irse, me prometió que volvería a buscarme, y durante mucho tiempo pensé que había mentido, ya que durante casi dos años, no la volví a ver en la vigilia ni tampoco, en sueños, hasta que finalmente, Mora volvió a buscarme una levemente fría, tarde-noche de sábado, en que en soledad me encontraba caminando por la ciudad de Quilmes en dirección a un bar; yo iba por la vereda de la Plaza del Bicentenario de la calle Colón y cuando me disponía a doblar a la derecha y agarrar por Moreno, Mora, desde atrás me chistó, yo detuve mi marcha, miré hacia atrás y la vi; se veía bastante distinta a la noche en que la conocí, ya que entonces, vestía ropa informal; esta vez estaba arreglada como para una salida nocturna; llevaba un vestido ajustado que hacía resaltar su atractiva figura, sin embargo, la reconocí inmediatamente por su pelo negro brillante, lacio y abundante, que enmarcaba su hermoso y americanísimo rostro de tonalidad oscura; al verla sentí un desconcierto y una emoción, enormes, propios de quien consigue algo que por mucho tiempo, anheló; “Mora...”, dije larga y pausadamente, entonces ella, dirigiéndome una amplia y hermosa sonrisa, dijo mi nombre con la misma entonación que yo había usado para nombrarla a ella; me dio un beso y, mientras lo señalaba, le dije que me dirigía a un bar (*), que está situado en la calle Moreno, casi esquina Conesa. “¿Querés venir?”, le pregunté: “¡Claro que quiero!”, me respondió.
   Tras haber entrado al bar, nos dirigimos a la planta superior en donde hay una vista muy linda a la Plaza del Bicentenario; nos sentamos a una mesa y cuando nos atendieron, le pregunté a Mora qué quería comer y tomar. “Tarta de manzana y café”, respondió. Yo dije que quería lo mismo.
   Tras hablar de cualquier cosa durante unos minutos, le pregunté algo que necesitaba saber:
   -¿Me encontraste por casualidad?
   Ella negó con la cabeza y sonriendo dijo:
   -No; te busqué… -y tras agarrarme una mano, agregó: -¡y te encontreeeé!
   Durante ese contacto físico que Mora hizo conmigo, además de sentirme aún más infundido de bienestar de lo que ya estaba, me sentí invadido por imágenes retrospectivas setentistas que claramente correspondían a nuestras vidas inmediatamente anteriores a las entonces en curso; nos vi conocernos en la escuela; nos vi besarnos, abrazarnos, entremezclarnos; nos vi participar en manifestaciones. Nos vi militar socialmente. Nos vi empuñar armas. Nos vi disparándolas... nos vi (y nos sentí) interdependientes; inseparables... indivisibles;... tras algunos segundos me soltó y volví al presente; nada le dije a este respecto ya que asumí que no hacía falta, por intuir que ella ya sabía lo que en mí, había causado.
   Si bien sabía que la siguiente pregunta podría parecer una recriminación (y no lo era), no pude evitar formulársela:
   -¿Por qué no viniste antes a buscarme?
   Entonces Mora, con un tono muy calmo, me dijo:
   -Vine por vos cuando tenía que venir; ni antes ni después.
   Tal misteriosa respuesta, aumentó sobremanera la atracción que por ella, yo ya sentía.

   … … …

   Mora y yo estuvimos hablando en ese bar, casi dos horas; el encuentro era para mí, un sueño hecho realidad, o tal vez, una realidad hecha sueño, y en ese sueño/realidad, realidad/sueño, lo hablado, lejos estaba de ser lo que comúnmente la gente habla en la vida real, pero esto era la vida real (¿o no?); ella era real, yo también, pero me sentía como invadido por una positividad que me parecía más propia de la irrealidad que de la realidad, de ahí que yo me preguntara a mí mismo (otra vez) si me encontraba despierto o soñando, y como tras analizar mi anterior encuentro con ella, había resuelto que de uno cuestionarse cosa tal, es porque se encuentra en un nivel de conciencia superior tanto al del sueño como al de la vigilia, cuyo nombre para mí no puede ser otro que alguno que derive del nombre: “Mora”, la respuesta era la siguiente: no estaba despierto ni dormido.

… … …

   Tras Mora preguntarme sobre qué importaba más para mí, si el espíritu o la materia, le dije:
   -Yo soy bastante maniqueísta; me cuesta no sentir que la materia es negativa, y como todo tiene una contraparte, me cuesta no sentir que lo positivo, es el espíritu.
   Ella dijo:
   -Pero… ¿no considerás que lo material y lo espiritual, son opuestos complementarios e interdependientes y que, por lo tanto, para que exista uno, tiene que existir el otro?
   -Sí -le respondí.
   -Entonces, de ser así, los opuestos conforman una unidad cuyas partes hay que tratar de conciliar por ser igualmente importantes y necesarias. Es decir, conviene apreciar tanto a la materia como al espíritu.
   Yo le dije:
   -Puede ser, pero el desprecio por lo material, tiene su positividad.
   Visiblemente desconcertada, Mora me preguntó:
   -Y… ¿en qué consistiría?
   -En que el desprecio por la materia tiene como contraparte necesaria, el aprecio por el alma, de ahí que, por ejemplo, cosas problemáticas como el racismo, serían superadas si cultiváramos el desprecio por la materia, ya que eso llevaría a apreciar al alma de los seres, o sea, a su esencia, independientemente de la forma material que la contenga.
   Ella lo pensó unos segundos, y me dijo:
   -Puede ser que tengas razón, pero puede ser también que, aunque ése sea un camino conducente al desarrollo de la capacidad de apreciar al contenido de las cosas y los seres, independientemente de sus formas, no sea el único. Yo creo que hay otros.
   -¿Por ejemplo? -le pregunté, y ella respondió:
   -Yo creo que lo físico puede ser la puerta de entrada a lo álmico;… A mí me parece que en muchos casos, el aprecio por la forma es conducente a la búsqueda y aprecio de su contenido, de ahí que el aprecio por la materia sea muchas veces necesario para entrar en contacto con el espíritu, y de ahí a su vez, que la atracción física hacia los demás, lejos de merecer ser menospreciada por “superficial”, merezca ser valorada por ser potencialmente conducente a lo profundo de los seres.
   Yo le dije:
   -Puede ser, pero... ¿qué pasa cuándo no apreciamos a la forma del otro?... Cuando la forma de algo o alguien, nos disgusta, solemos ni querer conocer su contenido.
   Ella dijo:
   -En tal caso, sí conviene despreciar a la materia en pos de poder apreciar a la esencia, pero… ¿qué pasa cuando sí apreciamos del otro, a su forma material?… ahí no nos es necesario despreciar a la materia y hasta nos conviene apreciarla porque, como ya expresé: es justamente ese aprecio por la forma lo que nos va a llevar a buscar su contenido, de ahí que el aprecio por la forma, que entre las personas tiene por expresión máxima, la atracción físico-sexual, nos lleve a desear fundirnos con ellas, y esa unión material, es un medio para trascender la materia y alcanzar la plenitud espiritual.
   Tras algunos segundos, yo dije:
   -O sea: como según tu criterio, conviene no darle importancia a la materia pero solamente cuando la misma no nos gusta, vos proponés practicar un rechazo por la materia, pero no absoluto, sino selectivo.
   Ella asintió en silencio con la cabeza. Yo dije:
   -Por ahí tenés razón -e inmediatamente me dijo:
   -Claro que tengo razón, y te voy a probar que lo físico, lejos de alejarnos de lo álmico, puede llevar a dos seres, a unirse espiritualmente.
   Entonces Mora, que estaba sentada delante de mí, se levantó de su asiento, se sentó a mi lado y me besó en los labios; durante los primeros segundos, el beso fue “apto para todo público”, pero después me metió la lengua y ya no lo fue más, y menos aún lo fue, lo que hizo después, que fue agarrarme de las manos y ponerlas sobre sus pechos. Seguidamente se levantó el vestido y me hizo tocar su entrepierna mientras en voz baja y en extremo seductora, me decía que la tenía recontra peluda, “como a vos te gusta, ¿o no?”, yo le dije que sí; a los pocos segundos, muy amablemente un empleado del bar nos pidió que nos retiráramos (no nos importó porque igual, no teníamos pensado quedarnos mucho más tiempo en ese lugar), así que pagué, y salimos a la calle; una vez en la misma, Mora me abrazó fuertemente desde un costado y me dijo que fuéramos hasta cierto negocio de ropa femenina en el que estaba trabajando, del cual, ella tenía llave y a esa hora ya estaba cerrado. Llegamos al negocio, situado en la calle Alsina, tras caminar por Moreno las poco más de cuatro cuadras que del bar nos separaban, y una vez dentro del mismo, volvimos a besarnos apasionadamente; yo le dije:
   -Te pensé y te soñé durante años, Mora.
   Ella me dijo:
   -Yo también a vos.
   Seguidamente volvió agarrarme de una mano, a llevarla hacia su entrepierna y me pidió que por ahí le pasara la lengua, entonces la alcé en brazos y la conduje a un sillón de tres cuerpos que cerca de nosotros se encontraba, en el cual, suavemente la deposité, después le saqué los zapatos y la bombacha, le levanté el vestido, ella abrió las piernas y le pasé la lengua por la concha durante un buen rato. Después ella se levantó, me bajó el cierre del pantalón, yo me lo desabroché, y me practicó sexo oral. Posteriormente me pidió que la penetrara, lo cual, hice; tras amarnos en distintas posiciones, se dio vuelta y volvió a pedirme que la penetrara, pero esta vez, analmente, lo cual, también hice, y en esa unión material con Mora, sentí alcanzar la plenitud espiritual de la cual, minutos atrás, ella me había hablado, y ese hablarme a ese respecto, constituyó prácticamente una promesa suya de plenitud para mi persona, que cumplió en su totalidad, ya que la misma, no terminó para mí, nunca, dado que en mi interior, está, y emerge cada vez que recuerdo esos momentos (y otros por venir) en que dentro de ella, estuve, tanto en lo físico como en lo álmico.
   Tras hacer el amor, mientras estábamos abrazados en el sillón, Mora me dijo que en esta vida estábamos destinados a volver a encontrarnos para concluir lo que en la anterior, dejamos inconcluso; yo sonreí y pensé que se refería a nuestra relación, pero ella, además de a eso, se refería a algo que no me manifestó en ese momento con palabras, sino con una acción bastante elocuente que consistió en acercarse a un mueble, sacar del mismo un revólver y apuntarlo hacia un maniquí, mientras con su voz, recreaba el sonido de disparos.
   Yo, al verla haciendo eso, me levanté, caminé hacia ella, la abracé por detrás, y le dije:
   -Mora: yo te sigo en la vida y en la muerte.


(*) El resto-bar se llama: “La Chocolatta Green”; según algunos, dicho negocio, que es una sucursal de otra “Chocolatta”, situada en la calle Lavalle, no existía en los primeros años de la década del 2000 en que la historia transcurre, ya que habría sido inaugurado varios años después, lo cual, no me consta, pero admito que podría ser cierto, pero también es cierto que las leyes del tiempo y el espacio eran transgredidas a voluntad por Mora, haciendo esto posible que tanto ella como su acompañante, hayan estado en tal lugar en esos años.
                                            

Revolucionarios americanos del futuro (cuento) - Martín Rabezzana

(La siguiente historia es una continuación de mi cuento: “Hermanos alados”, publicado en mi libro número 17: “Llamamiento a la violencia”. 
   "Revolucionarios americanos del futuro", es un cuento publicado en mi libro número 20: "Ni olvido ni perdón. REVANCHA").


-Palabras: 1.284-


El caso y la promesa

   El caso era desgarrador: los padres de Lucila, por el sólo hecho de que su hija no congeniara con ellos, lo cual, como pasa siempre en estos casos, había derivado en discusiones casi a diario, en las que todas las partes se dijeron cosas extremadamente hirientes, la habían mandado a ver a una psicóloga que, tras pocos interrogatorios, le dijo a sus progenitores que por su supuesto “bien”, su hija debía también ver a un psiquiatra, tras ella negarse a esto último, lo que siguió fue su manicomialización forzada y una posterior libertad vigilada, en paralelo con la imposición de tortura, constituida por un picaneamiento farmacológico que, como no puede ser de otro modo, hizo estragos en su salud física y anímica; Lucila se lo manifestó a sus padres, a su psiquiatra, a su psicóloga, a un asistente social, a una terapista ocupacional y a su vigilante personal, oficialmente denominado: “acompañante terapéutico”, y de nada sirvieron sus súplicas tendientes a que dejaran de drogarla, ya que todos ellos le dijeron que, por su supuesto bien, la tortura, a la que estos personajes denominan: “tratamiento médico”, debía continuar, fue así que se vio en la necesidad imperiosa de escapar de sus captores principales que, tristemente, en ese momento eran sus propios padres.
   Tras escapar de su casa, Lucila vivió un tiempo pasando grandes necesidades y terminó cayendo en las garras de una red de trata que la obligó a prostituirse; tras varios meses, fue rescatada por las autoridades y las mismas, como SIEMPRE hacen cuando consideran que alguien ha sido víctima de algo o de alguien, le impusieron un tratamiento psiquiátrico, que es lo que en primer lugar la había llevado a irse de su casa; tras más de un largo año en que volvió a implorarle a sus padres que la dejaran de drogar, ellos finalmente tuvieron la compasión que previamente, hacia su hija, no habían tenido, y fue así que la tortura psiquiátrica, fue suspendida, pero para entonces, el daño físico y anímico, producto del tratamiento antimédico, estaba hecho.
   Del caso en cuestión, allá por el año 2033, se enteraron integrantes del recientemente creado, en algún lugar de Magdalena del Buen Ayre (sur del Gran Buenos Aires), grupo armado: Defensores de América; la agrupación, poco tiempo atrás, había ganado notoriedad tras haber sido, muchos de sus integrantes, detenidos, por haber destruido maquinarias de aviones fumigadores y además, matado a empresarios y diputados, que detrás de los envenenamientos masivos que a través de dichos aviones, se perpetran, estaban; además de por lo ya mencionado, el grupo tenía mucha notoriedad, por haber, sus integrantes detenidos, logrado escapar de sus lugares de detención, de modo inexplicable para las autoridades.
   Varios de los defensores americanos contactaron a Lucila y ella les dio detalles de su caso; la joven, acostumbrada a la incomprensión de los demás, que cuando les manifestaba ser víctima del sistema de “salud”, por el mismo vulnerar sus derechos, entre los que está, el derecho a disponer del propio cuerpo, justificaban el accionar de las autoridades, con desconfianza, les preguntó:
   -¿Ustedes creen que estuvo mal lo que me hicieron?
   Entonces una de las mujeres, le dijo:
   -Por supuesto que sí.
   Los demás guerrilleros, que eran ocho, asintieron; otra de las mujeres, le dijo:
   -Tu cuerpo es tuyo. NADIE tiene derecho a drogarte contra tu voluntad.
   Esto reconfortó enormemente a la joven; seguidamente los guerrilleros le pidieron datos de los “profesionales” que habían participado de su sometimiento, y ella se los dio.
   Antes de irse, los combatientes prometieron vengarla.

Zona semirural de la provincia de Buenos Aires

   El tipo, tras permanecer varios minutos en el silencio más absoluto producto del miedo que tenía, finalmente dijo:
   -Yo no merezco esto. ¡Ustedes no tienen derecho!
   -Aaahhh... ¿Así que no tenemos derecho a hacer esto? Entonces lo hacemos sin derecho, como vos hiciste todas las porquerías que hiciste durante tanto tiempo, ¡hijo de recontra mil puta!
   -¿Qué hice de malo? -preguntó el represor del estado.
   Otro de los individuos perteneciente a la agrupación armada revolucionaria, le dijo:
   -El dolor extremo, físico o psíquico, infligido a una persona, es oficialmente considerado: TORTURA, y dado que los psiquiatras están investidos de facultades parajudiciales que les permiten privar de la libertad a las personas sin necesidad de que hayan cometido delitos ni de que hayan sido siquiera acusadas de haberlos cometido, e imponerles tormentos, consistentes en drogadicción forzada y eventuales descargas eléctricas a la cabeza (y todo esto, sin debidos procesos previos), de ningún modo es faltar a la verdad, decir que los psiquiatras son TORTURADORES… ¡Usted es un TORTURADOR!
   -¡No! ¡Los psiquiatras no torturamos!
   Uno de sus compañeros, con semblante fastidiado, dijo:
  -¡No le expliques tanto! No se lo merece.
   Entonces el guerrillero que venía de dar la explicación recién expuesta, dijo:
  -Tenés razón -después, dirigiéndose nuevamente al represor, preguntó: -¿Sabés por qué no te matamos todavía?
   El torturador, dijo:
   -Sí, porque saben que todo esto es injusto y porque además…
   El joven lo interrumpió diciendo:
   -No no no… todavía no te matamos, porque falta que lleguen tus cómplices -y tras ver a lo lejos llegar a una camioneta, dijo: -Ahí llegan.
   De la camioneta, varios jóvenes que llevaban brazaletes con el logo de su organización (al igual que los otros guerrilleros ya referidos), bajaron e hicieron bajar a una psicóloga, a un asistente social, a un “acompañante terapéutico” y a una terapista ocupacional; tanto ellos como el psiquiatra, habían participado del sometimiento legal y totalmente arbitrario, que Lucila había sufrido; a esas cuatro porquerías las hicieron acomodarse en sillas junto a la otra porquería (o sea, el psiquiatra); todos estos victimarios autopercibidos “personas de bien”, habían sido maniatados; seguidamente los nueve guerrilleros (cuatro varones y cinco mujeres) sacaron armas cortas, las amartillaron y apuntaron a los cinco elementos represivos del poder económico concentrado de esta sociedad distópica, por cuya continuidad, siempre “trabajaron”, mientras ellos imploraban inútilmente la misma piedad que a sus víctimas, SIEMPRE les negaron.
   Rápidamente uno de los guerrilleros, dijo:
   -¡Por Lucila y por todas las demás víctimas de los represores legales!
   Una de las mujeres combatientes, gritó:
   -¡Fuego!
   Seguidamente los nueve guerrilleros dispararon repetidamente sus armas.
   Ninguno de los cinco personajes en cuestión, seguiría disponiendo ni participando del secuestro, de la tortura ni de la destrucción identitaria de NADIE, sin embargo… como esas acciones de lesa humanidad, seguirían siendo perpetradas por colegas de ellos, las acciones de los guerrilleros, debían continuar.
   Sobre los cuerpos de los cinco represores del estado, los combatientes dispusieron una gran bandera en que estaba impreso el logo de su organización y su nombre.
   Del cautiverio e imposición de tormentos a Lucila, además de las personas mencionadas, participaron otras (jueces, varios psicólogos, varios psiquiatras, varios “enfermeros”, y otra gente); en los meses siguientes, todas ellas sufrirían la misma suerte que los represores del estado ajusticiados de esta historia, sufrieron.

Ya era hora

   La burguesía creó a las Fuerzas Armadas y de “seguridad” (que a su vez, dieron lugar al estado), para proteger sus vidas y privilegios, y protegerlos… ¿de quiénes? De las mayorías, lo cual implica que deban atacarlas permanentemente mientras falazmente se presentan como sus defensoras; otros defensores de la vida y privilegios de la minoría burguesa, son los técnicos en “ciencias”, entre los que se destacan: los psicólogos y los psiquiatras; lo primero fue siempre bien entendido por los revolucionarios de todos los tiempos, lo segundo, recién en la década del 2030 lo habían empezado a entender, por eso es que recién en 2033, un grupo revolucionario realizó por vez primera, un ajusticiamiento de los represores mencionados y de algunos de sus cómplices.

   La tan necesaria contraofensiva psicológico-psiquiátrica, ya estaba en marcha.

El peligro de la lucidez total (cuento) - Martín Rabezzana

(Cuento publicado en mi libro número 20: "Ni olvido ni perdón. REVANCHA" https://drive.google.com/file/d/1yNcUvPLK6bBS7vgpLw8VxcHdXOtiuml8/view?usp=drive_link).

-Palabras: 803-


   En el año 1995, en el Paseo Peatonal Sarmiento (provincia de Mendoza), dirigiéndose a los transeúntes, un hombre se había puesto a hablar en voz alta; ante la falta general de atención, llegó hasta a tomar del brazo a algunos caminantes en pos de lograr que lo escucharan, lo cual, los molestó sobremanera, resultando en que alguno de ellos diera aviso a dos policías presentes a algunos cientos de metros del lugar, no obstante, poco después fue innecesario que el individuo siguiera haciendo eso, ya que un público atento a sus palabras, se había empezado a formar a su alrededor; el individuo dijo:
   -Vivimos inculpando a otros para poder sentirnos inocentes. Vivimos señalando defectos ajenos para poder sentirnos virtuosos. Vivimos ensuciando a otros, en la creencia de que con eso, nos limpiamos, pero nada de esto ocurre, porque con esta conducta, lo que ocurre es que nos volvemos cada vez más culpables, ¡más defectuosos y más sucios!… ...El que se conduce moralmente bien, no va por la vida criticando ni dando lecciones de moral, de ahí que sea clarísimo para mí, que el que anda reprobando a todos, es un INMORAL;... el moralista SIEMPRE es un inmoral; el individuo moral, es aquel que se exige a sí mismo una conducta justa y respetuosa, y NUNCA aquel que se la exige a los demás, ya que exigirle mucho a otros, a uno necesariamente lo lleva a exigirse poco (o nada) a sí mismo… Aquel que, como nosotros, vive señalando con el dedo a los demás, es una porquería y un PARÁSITO con cuya destrucción, el mundo mejoraría, y entre la gente que hace eso, están ustedes y estoy yo, por eso es que estoy convencido de que lo mejor por hacer por el mundo con la gente como nosotros, es exterminarla.
   Y tras mirar a su público con expresión esperanzada, dijo:
   -¿Tengo razón?
   Pero no obtuvo respuesta, por eso insistió:
   -¿Tengo razón o no?… Vamos. ¡Díganmeló! No tengan miedo.
   Entonces, alguien que lo escuchaba, de modo condescendiente, le respondió:
   -Sí, flaco; ¡tenés razón!
   Otro le dijo:
   -Tenés razón.
   Todas las personas a su alrededor, terminaron dándole la razón.
   Entonces el individuo, mientras giraba y señalaba a la gente, dijo:
   -Tengo razón, y ustedes acaban de confirmármelo. TODOS estuvieron de acuerdo con lo que dije, de ahí que lo siguiente, yo lo vaya a hacer con la aprobación total de todos los aquí presentes.
   Y se puso a sacar cosas de la mochila que llevaba.
   La gente a su alrededor empezó a hablar entre ella en voz baja; alguien dijo:
   -Es un loco.
   Otro dijo:
   -No; está más lúcido que todos nosotros juntos.
   Otro dijo:
   -Es un boludo que quiere llamar la atención.
   Una joven dijo:
   -Sí; algunos hacen lo que sea para que alguien los tenga en cuenta.
   Otro dijo:
   -No… para mí que sí es un loco; fíjense cómo manipula esos tubos de plástico; seguro que cree que son cartuchos de dinamita.
   Otro dijo:
   -Es verdad; está chapita ese tipo.
   Una mujer dijo:
   -Es un imbécil que no tiene nada qué hacer; igual, me da un poco de lástima.
   -¿Por qué? -una persona le preguntó.
   -Porque aunque sólo quiera llamar la atención, esta boludez le va a costar cara; miren -y señaló a dos uniformados que se aproximaban -; ahí viene la policía, y seguro que después de meterlo preso, lo van a derivar a un manicomio.
   En ese momento, la policía llegó y se dispuso a detener al hombre que había dado el discurso (cuya veracidad, para mí, fue TOTAL), pero ocurrió que los efectivos policiales no llegaron siquiera a terminar su (nefasta) frase de rigor previo a realizar una detención (o sea: “Nos va a tener que acompañar”), porque tras acercarse a él, ya había encendido la mecha de la dinamita ante cuya visión, tanto los transeúntes como los policías, mantuviéronse tranquilos por considerar al explosivo ya mencionado, de utilería, pero como no lo era, tanto él como las más o menos 40 personas que a su alrededor, estaban, volaron por el aire.
   Algunos siglos después, por intermedio de una tecnología muy avanzada, se logró ver y oír al individuo lúcido, exponiendo sus conceptos frente a los transeúntes como si hubiera sido filmado, y se pudo reconstruir totalmente el hecho que, hasta ese momento, había quedado sin esclarecer debido a la falta de testigos; tras esto ocurrir, el municipio de esa ciudad futura en que todo lo recién contado, tuvo lugar (mil veces más lúcida, comprensiva y justa que las de la actualidad), mandó hacerle una estatua al individuo lúcido y justiciero, y fue dispuesta en el lugar del hecho, en cuya placa, lo siguiente puede leerse: “Queridísimo antepasado: no sabemos tu nombre pero sí sabemos de vos, lo siguiente: fuiste la lucidez personificada. ¡Gracias!”

domingo, 8 de septiembre de 2024

María Clara y compañía: REVANCHISTAS (¿Y qué?) (cuento) - Martín Rabezzana


-Palabras: 1.651-
Capítulo 13 (si bien, al disponerlo en mi próximo libro, tal vez no aparezca en ese lugar) de mi serie: "María Clara", cuyos primeros seis capítulos, se encuentran en mi libro: "MATAR MORIR VIVIR".

1977.

   Junto a un policía, el suboficial del ejército se dispuso a subir hasta el noveno piso del edificio de la calle Estomba al 143, de Bahía Blanca, que es en donde se encontraba el juez Madueño; decidieron no usar los ascensores porque, de haber alguna acción armada a la que enfrentarse, serían blancos fáciles al bajar de los mismos, mucho más probablemente que si utilizaban las escaleras (al menos, eso fue lo que pensaron).
   Dos custodios del magistrado estaban frente a su edificio en un Falcon estacionado; tanto el suboficial como el policía, eran también parte de la custodia del juez y minutos atrás, se habían brevemente ausentado de sus puestos para ir a manguear facturas a una panadería cercana; al volver, se encontraron con que en el interior del Falcon, muertos con armas disparadas con silenciadores, estaban sus dos represores; al ver esto, el policía fue corriendo hasta una esquina a informárselo a otro policía que estaba en el área, y de inmediato volvió corriendo hacia el edificio, con la intención de, al mismo, ingresar junto al militar.
   El policía al que el hecho le fue informado, fue coercitivamente subido a un Peugeot 404, lo cual le impidió darle aviso del asesinato de los custodios, a la comisaría correspondiente del área.
   Frente a la puerta del departamento de Madueño, había un quinto custodio; junto a él y al policía, el suboficial pensaba enfrentarse a los combatientes que, sin duda, habían subido a buscar al juez.
   El suboficial del ejército, mientras subía por las escaleras y se encontraba ya casi en el sexto piso, le dijo al policía:
   -No saben con quiénes se metieron. ¡Los vamos a reventar, a estos montos hijos de puta!
   Tras decir esto, el milico, que empuñaba un fusil, detuvo su marcha al ver caer a un hombre por el hueco de la escalera; la visión de aquel a quien ambos terroristas de estado, correctamente creían el quinto custodio ya referido, les congeló la sangre; segundos después, el policía, producto del pánico, disimuladamente empezó a descender; al advertirlo, el suboficial le dijo:
   -¡Volvé, cagón, porque sino!…
   Entonces el uniformado volvió, y tras la seña que el suboficial le hizo para que reanudara su ascenso por las escaleras, así lo hizo mientras el milico, subía tras él, y si bien, en el momento no lo racionalizó, el suboficial inconscientemente sintió que había sido mejor que el policía vacilara en subir, ya que eso le daba una excusa para mandarlo al frente y hacerle creer a él (y también a sí mismo), que no lo hacía en un intento de que fuera “carne de cañón”, sino en pos de controlar que no diera marcha atrás, y en realidad, por el miedo que el militar, sintió, de los dos motivos para cosa tal, el verdadero era el primero. 
   Minutos atrás, el custodio frente a la puerta del juez, había visto humo ascender hasta su piso, fue entonces que hasta las escaleras, se acercó, en un intento de mirar si abajo había fuego; en ese momento, desde el piso inmediatamente superior, sigilosamente bajaron María Clara y un tal “Roberto”, ambos pertenecientes a Montoneros; Roberto agarró al custodio (que no había llegado a divisar a los jóvenes) por detrás, inmovilizándolo con una toma de estrangulación, y María Clara sacó un cuchillo “Yarará” y se lo clavó en el abdomen; con el represor agonizante, Roberto aflojó el agarre y le descubrió al custodio, el cuello, para que la combatiente concluyera su tarea, lo cual, hizo, al cortarle la garganta; en ese momento, el “walkie-talkie” de Roberto, sonó, y a través del mismo le fue comunicado que dos represores habían ingresado al edificio (lo mismo le fue comunicado a la guerrillera que, desde el octavo piso, había iniciado el fuego que había provocado el humo, respondiendo la joven, que ella se encargaría); después, ambos guerrilleros se acercaron hasta el hueco de la escalera y por la misma, arrojaron al cuerpo del custodio que tanto el policía como el militar, vieron caer.
   El policía también tenía un “walkie-talkie”, pero de nada le servía porque el mismo sólo lo comunicaba con los represores del Falcon frente al edificio a los que ya sabía, muertos.
   Al encontrarse ellos a mitad de camino entre el octavo y el noveno piso, por detrás de los represores, la guerrillera que había encendido el fuego cuyo humo había hecho distraer al custodio de la puerta del departamento de Madueño (Daniela; la uruguaya de la OPR-33 (*); ¿quién más podía ser?), con una ametralladora Uzi, desató una ráfaga que de inmediato mató a ambos terroristas de estado; mientras tanto, Roberto, con una barreta abría la puerta del departamento del juez al cual, agazapada, María Clara ingresó.
   En ese momento de la tarde-noche, los combatientes sabían que el juez estaría acompañado solamente por una empleada doméstica; ella, escondida en una habitación, intentaba llamar a la policía (y le daba ocupado) mientras en el living de la vivienda, se encontraba Madueño, intentando hacer funcionar una pistola que se le había trabado; al notarlo, María Clara le dijo:
   -Se le quedó trabada una munición; tiene que retraer la corredera para que sea expulsada del arma y poder disparar.
   Entonces el juez, así lo hizo y cuando se dispuso a apuntar a María Clara, que en ese momento blandía el cuchillo ensangrentado con el que había matado al custodio, la joven le arrojó el arma blanca al abdomen antes de que éste llegara a disparar, seguidamente se tiró al piso (su compañero sabía qué debía hacer ante eso, ya que ambos lo tenían acordado) y Roberto, que se encontraba detrás de María Clara, con una pistola de alto calibre, efectuó tres disparos contra el juez, que aceleraron una muerte que, producto del cuchillo que tenía clavado en el abdomen, era cuestión de un rato para que se sucediera. 
   Una vez concluido el ajusticiamiento, María Clara sacó de un bolsillo, una tela que desdobló y dispuso sobre el cuerpo del juez; era una bandera de Montoneros; seguidamente, ambos jóvenes procedieron a retirarse mientras en el camino, el guerrillero le avisó a sus compañeros por su “walkie-talkie”, que la operación había concluido, y le fue respondido que de inmediato pasarían a buscarlos; así fue que María Clara y Roberto, subieron a la caja de un Rastrojero y Daniela, a un Peugeot 404, vehículos con los cuales, emprendieron un exitoso escape.
   
Semanas antes del ajusticiamiento/Una muestra de quién era el juez federal, Guillermo Federico Madueño

   El juez Guillermo Madueño, se encontraba en la cárcel de Villa Floresta, Bahía Blanca, ante un detenido-desaparecido que acababa de ser llevado desde un centro clandestino de detención, hasta la ya mencionada cárcel, cuyo “blanqueo” se había dispuesto, lo cual, significaba que dejaría de estar detenido clandestinamente y empezaría a estarlo, “legalmente” (si es que se puede hablar de legalidad al aludir a las acciones de las instituciones estatales que tuvieron lugar, durante el periodo de un gobierno ilegal).
   El detenido, que estaba visiblemente malogrado por los tratos impiadosos que le habían sido infligidos en las semanas previas, manifestó haber sido golpeado y torturado; mientras estas cosas aberrantes por él, sufridas, le contaba al magistrado, el mismo sonreía y claramente hacía un esfuerzo por no reírse; tras escuchar el relato del joven, le dijo:
   -Usted no fue torturado.
   Entonces, tras algunos segundos, el detenido, levantando levemente la voz, dijo:
   -Sí que lo fui, y no sólo una vez, sino en repetidas oportunidades, y no sólo yo, sino también todos los otros detenidos que conmigo, estaban; hubo también violaciones, y no sólo contra mujeres… Usted, como juez, no puede cruzarse de brazos ante todo esto.
   Al escuchar esas palabras cargadas de dolor e indignación, habiendo ya suprimido toda la alegría y despreocupación de su semblante, con total crueldad, el juez dijo:
   -Señor, escúcheme bien: usted no fue torturado ni tampoco nadie con quien usted, estuvo; quienes lo han detenido, le han dado un trato correcto, y mejor va a ser que así lo entienda, porque sino, la condición legal de su detención actual, dejará de ser tal; ¿me entendió?
   El joven frente a él, nada respondió; segundos después, el magistrado agregó:
   -Bastante tolerantes estamos siendo con gente como usted, permitiéndole vivir, así que, en vez de quejarse tanto, trate de ser un poquito agradecido -y por lo bajo, mientras se retiraba, agregó: -Subversivo de mierda.

   Uno de los tantos jueces alineados con el terrorismo de estado perpetrado por los militares; ése fue Guillermo Federico Madueño.

Posdata

   Cuando Daniela subió al asiento trasero del Peugeot 404 que la había pasado a buscar, se encontró con la sorpresa de que además de los tres compañeros que sabía que en el mismo, estaban (dos, adelante, y uno, en el asiento trasero), había un policía maniatado y con los labios cubiertos con cinta de embalar; al verlo, preguntó:
   -¿Y éste?
    Entonces el compañero que tenía en el otro extremo del asiento, dijo:
   -A éste lo levantamos porque iba a avisar a la comisaría sobre la operación, y no sabemos qué hacer con él.
   Entonces Daniela le retiró la cinta de los labios y le dijo:
   -Hagamos lo siguiente: nosotros te dejamos ir, y vos renunciás a la policía para convertirte en una persona de bien; ¿qué te parece?
    Entonces el policía, con la cabeza, nerviosamente asintió; Daniela le dijo:
    -Che… ¡ya te saqué la cinta! Podés hablar.
    El uniformado dijo:
   -Voy a renunciar a la policía si me liberan; ¡lo prometo, lo recontra juro por dios y por….!
   -¡Suficiente! -dijo Daniela -y dirigiéndose al montonero que manejaba, dijo: -Frená acá.
   El auto frenó y el policía (cuyas manos atadas tras su espalda baja, no fueron por los guerrilleros, desatadas), del mismo, bajó.

   Habiendo el Peugeot 404, vuelto a arrancar, Daniela, con el índice en alto, dijo:
   -Para que después no digan que somos mala gente.

   

(*) Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales