Eran tipo las diez y el clima era el esperado para una noche de primavera, o sea, fresco pero no frío; un clima ideal (por lo menos para mi gusto).
Tras caminar un
largo rato sin rumbo por las calles de Magdalena del Buen Ayre, entré a uno de
esos restaurantes de comida saludable que por suerte están en expansión, no
obstante, compensé lo hipotóxico de la comida vegetal que consumí con el
alcohol de la bebida que tomé; tras terminar de comer volví a la calle en donde
seguí vagando con la esperanza de que algo (¡lo que fuera!) pasara, pero nada
ocurría. Mientras tanto pensaba en que mi habilidad para escribir me sirve
tanto en este mundo como a Diógenes "el cínico" le sirvió la que (irónicamente,
sin duda) manifestó tener al ser tomado como esclavo, ya que la leyenda cuenta
que en tal circunstancia, su esclavista le preguntó qué sabía hacer, a lo que
Diógenes le respondió: "mandar".
En fin… seguí
caminando y me llamó la atención un cine/teatro que con grandes letras luminosas
se presentaba como: Magda Buen Ayre;
no dudé un segundo en entrar, y no sólo por no tener nada que hacer, sino
además por las ganas que tenía de ver por dentro ese lugar cuya fachada era hermosa
y que yo nunca había visto antes, ya que a pesar de pasar por esa calle
seguido, no recordaba haberlo visto, por lo que asumí que era nuevo.

-Una para esa, por
favor –y le extendí la plata.
Tuve que
señalarle el afiche en vez de nombrarle la película ya que en el mismo no había
ningún título. Había solamente una imagen abstracta; la mujer, sonriendo me dio
la entrada y el acomodador me dijo que me apurara ya que la película estaba por
empezar, entonces entré rápidamente a la sala y me acomodé en una butaca; lo
primero que noté fue que en la sala estaba yo solo a pesar de haber estado muy
concurrida la cola para sacar entradas, por lo que habiendo varias salas,
supuse que las demás personas habían entrado a alguna de las otras.
La sala era de
tamaño medio y estaba impecable; evidentemente el cine/teatro en su totalidad
era una obra de arte arquitectónica extraordinaria; a los pocos segundos de
haberme sentado, se apagaron las luces y me dispuse a ver la película, pero en
la pantalla no apareció ningún filme, sino una serie de luces intermitentes a
las que (posteriormente) relacioné con el elemento diseñado para alterar la
percepción sin drogas llamado: "Dream machine"; pensé que se trataba de un
error técnico que sería pronto subsanado, pero los minutos pasaron y tal cosa
no ocurrió, por lo que me levanté de mi asiento y salí de la sala con la
intención de contarle la situación a algún empleado del lugar, pero una vez
fuera de la misma, me encontré con que el edificio parecía abandonado desde
décadas atrás, ya que las paredes estaban cubiertas de humedad. El piso de
madera, que hasta hacía apenas minutos estaba reluciente, lucía entonces opaco,
agrietado y cubierto de tierra, y el cielo raso estaba lleno de telarañas;…
Todo era muuuy raro, pero igual pude mantener la calma y empecé a llamar a
media voz a algún empleado; dije:
-Hooolaaaa… ¿Hay
algún empleado del lugar presente?
Nadie respondió,
por lo que decidí ingresar nuevamente a la sala pero no pude porque encontré a
su puerta cerrada con cadena y candados.
Salí del
cine/teatro y miré hacia arriba, entonces vi a las nubes desplazarse muy rápido
como si el tiempo estuviera pasando a gran velocidad, y seguramente así era ya
que tras menos de un minuto, el sol salió y me encontré repentinamente a plena
luz del día.
Tras mirar con
gran sorpresa en todas las direcciones, resolví caminar hasta la plaza más
cercana con la esperanza de encontrar a alguien a quien preguntarle dónde me
encontraba, y creí que en una plaza podría llegar a encontrar a alguien, lo
cual no parecía factible en la calle, ya que parecía ser yo el único
transeúnte, y mientras más caminaba, más confirmaba que la ciudad de Magdalena
del Buen Ayre en que me encontraba, se había vuelto una "ciudad fantasma", pero
lejos de sentir miedo, lo que sentí fue una inmensa paz como si la quietud del
exterior se hubiera infiltrado en mi interior; llegué a una esquina y vi a lo
lejos a la morocha empleada del cine/teatro; con una seña de la mano me pidió
que me le acercara, entonces empecé a caminar hacia ella pero ella se alejó,
entonces detuve mi marcha y ella al notarlo volvió a indicarme que la siguiera,
entonces volví a caminar hacia ella; tras transitar menos de una cuadra las
construcciones de la ciudad empezaron a mutar hacia un estilo arquitectónico
medievalesco, y como poco tiempo atrás había visto en la televisión un informe
sobre "Campanópolis", pensé: "Esto se parece a Campanópolis", y tras algunos
segundos, con convicción agregué: "No se parece: es".
Caminé por el
lugar y advertí que el mismo estaba habitado por muchas personas, ya que algún
ser bondadoso parecía haberlo expropiado para ponerlo a disposición de todos
los ciudadanos que, con la debida organización previa, podían postularse para
pasar ahí unos días de esparcimiento con comida y alojamiento gratuitos (todo
esto lo asimilé en ese momento de modo emocional sin necesidad de que me fuera
explicado).
La gente del
lugar era de lo más variada, ya que no sólo había de todos los diferentes
grupos estéticos por mí ya conocidos (es decir, los denominados común e incorrectamente: "razas"), sino también de otros que jamás había visto, entonces comprendí que
los filósofos pitagóricos tenían razón al considerar que el interior de la
tierra está habitado por seres inteligentes, ya que varios de ellos estaban
entonces viviendo en la superficie y pasaban a mi lado. La cuestión es que más
allá del asombro positivo que me causaba estar donde estaba y experimentar lo
que experimentaba, no olvidaba que la empleada del cine me había pedido que la
siguiera, pero la había perdido de vista, por lo que caminé durante casi una
hora por Campanópolis (que en realidad en ese espacio temporal no se llamaba
así, dado que tras su expropiación pasó a carecer de todo nombre) tratando de
encontrarla, pero no lo logré, por lo que me resigné a no volver a verla y sentí
malestar por primera vez en muchas horas ya que desde que había entrado al
cine/teatro, mi sentir era de gran positividad; me senté a descansar en un
banco público y tras un rato, me puse de nuevo en marcha; tras doblar una
esquina el lugar volvió a convertirse en las inmediaciones del cine/teatro de
Magdalena del Buen Ayre en el cual estaba horas antes, y si bien la
urbanización correspondía a la de la realidad ordinaria y esta vez sí había
gente en la calle, a lo lejos vi un mar cuyas aguas cambiaban regularmente de
color, que antes no estaba; caminé hacia su playa y permanecí de pie mirando la
puesta del sol (que seguramente era una de las tantas del día porque en ese
lugar, así como repentinamente el sol salía, se iba) y entonces, cuando ya no
lo esperaba, apareció la empleada del cine/teatro y me tomó de las manos, las llevó
a sus hermosos labios, y las besó; quise decirle algo pero no pude. Ella
tampoco me dijo nada y no parecía siquiera pretender hablarme, entonces entendí
que es correcta la idea filosófica según la cual toda denominación que hagamos
de un objeto o de un ser, constituye un reduccionismo limitante que nos impide
entenderlo no sólo en su totalidad, sino también parcialmente, ya que a partir
de las palabras aplicadas a ellos, vemos a las características estáticas que
creímos percibir al darles nombres y dejamos así de advertir que están en
permanente cambio, por lo cual el vocabulario es un impedimento para la
comprensión de la esencia de todo lo existente, pero para mí había dejado de
serlo ya que desde el primer contacto que las manos de la mujer hicieron con
las mías, sin necesidad de palabras, entendí TODO.