
-Las tribus indias planean atacarnos.
Tenemos que actuar nosotros primero.
-¿Qué piensa hacer?
-Si fuera por mí, exterminaría a todos los
indios de este país, pero lamentablemente, por alguna razón, no nos está
permitido hacerlo, por lo que lo mejor por hacer es limitarles el alimento y
contaminarles el agua, así si no se mueren, por lo menos al hacerles la vida
difícil tal vez decidan irse de aquí; admito que esta idea no es mía, lo mismo
hicieron los gobiernos de otras provincias y por eso ahora muchos de esos
indios están en Buenos Aires.
-Pero ellos estaban primero, ¿por qué se
cree usted el único con derecho a habitar estas tierras?
-Aunque hayan estado primero, los indios son
absolutamente salvajes, no tienen dios ni ley.
-Eso es mentira, tienen sus propios dioses y
sus propias leyes, que a mi entender son más justas que las nuestras, ya que
hasta donde yo sé, en ninguna colonia americana ni los criollos ni los castellanos han sido atacados
injustamente por ellos.
San Lucas sonrió maliciosamente.
-Manuel, veo que estás mal informado. ¿Acaso
no sabes que los malones atacan a los criollos y castellanos regularmente sin ninguna razón?
-Es verdad que los malones cometen
atrocidades contra nosotros, pero los conquistadores castellanos atacaron, por lo que lo que
ellos realizan es un contraataque.
-Pero Solís, según me dijeron, tú y otros
soldados criollos y castellanos le dieron muerte a varios indios que asaltaron una posada en
la que tú te encontrabas.
-No lo niego, pero nos amenazaron y
quisieron llevarse por la fuerza a una mujer; yo usé la violencia contra ellos,
pero en defensa propia y de otros, y por cierto, la mujer a la que salvé también
era india.
-Eso demuestra lo que digo; ¡no respetan
siquiera a los de su propia raza! ¡Son los peores animales que he visto en mi
vida y no pueden coexistir con nosotros!
Solís sabía que la mente obtusa de San Lucas
difícilmente aceptaría la posibilidad de que las cosas no fueran como él las
quería ver, pero de todas formas intentaba hacer entrar en razón al opresor.
-Gente buena y mala hay en todas las razas; creer que hay más malicia entre ellos que entre nosotros, es ridículo; cuando los conquistadores castellanos llegaron a América, esclavizaron, saquearon, asesinaron y por
más que despreciaran a las mujeres, no tuvieron ningún problema en satisfacerse
sexualmente con ellas contra su voluntad. Muchas quedaron embarazadas y estos
miserables compatriotas suyos no sólo abandonaron a sus propios hijos, ¡sino
que hasta los asesinaron!
San Lucas no entendía por qué Solís tenía
tanto interés en defender a los indios. ¿Acaso tenía una relación sentimental
con una de sus mujeres? Rápidamente descartó la idea ya que recordó que los pueblos
indígenas argentinos no habían sido aún obligados a olvidar sus idiomas y
expresarse en "cristiano".
-Manuel, aunque tú hayas nacido aquí, tienes
sangre castellana; ¿por qué te pones del lado de los indios?
-Yo me pongo del lado de los inocentes, y si
veo que son los castellanos los que inician la agresión (como lo he visto muchas veces), no puedo
estar de vuestro lado, y respecto a aquello que corre por mis venas... corregiré
sus palabras: mi sangre es argentina.
Aunque Solís fuera contrario a sus
principios, San Lucas lo apreciaba; el hecho de que fuera una persona cuyo
vocabulario era impecable tenía mucho que ver con esto; hay belleza en un buen
empleo de las palabras y San Lucas, como toda persona superficial, le daba a la
misma demasiada importancia, ya que la gente como él aprecia sólo lo que se ve
y se escucha: las palabras, la ropa y la condición racial; la gente como él es
incapaz de apreciar en alguien la esencia.
-Te voy a encomendar la tarea de reunir a
maestros de castellano para que se lo enseñen a los salvajes; ¡no puede ser que
cada vez que necesitamos ordenarles algo haya que conseguir un intérprete! Hay
que imponer nuestro idioma en todo el territorio argentino.
-¿Por qué el castellano? ¿Por qué no
promover entre nosotros un idioma de ellos?
-Manuel, ¡no me hagas reír! ¿Castellanos y
criollos hablando un idioma indio? ¡Sería un sacrilegio! Además dices
interesarte tanto en ellos pero aparentemente no te importan sus almas; para
obtener salvación tienen que leer la biblia, y la misma está en castellano.
-¿Para qué leerían la biblia? ¿Para
enterarse de que son malos y perversos?
-¿Por qué dices eso?
-Usted bien sabe que la biblia dice que la
marca de Caín es la piel negra, y los indios tienen la piel aun más oscura que
la raza a la que llamamos negra.
San Lucas se quedó pensando en eso con
semblante serio un momento, luego sonrió y dijo:
-Pero Manuel… lejos de debilitar mi opinión
respecto a lo negativo de los indios, ¡la estás reforzando! Y aun conociendo lo
que dios piensa de ellos, ¿tú los defiendes?
-Si dios existe y piensa así, yo no estoy de
acuerdo con él.
La expresión de San Lucas ante su
declaración agnóstica fue de sorpresa.
-"Si existe", has dicho. ¿Quiere esto decir
que lo dudas?
-A veces lo dudo y a veces no; a veces estoy
seguro de que no existe.
-¡Pero Manuel! ¡Todo castellano tiene fe
cristiana!
Solís sonrió ampliamente antes de declarar
una vez más su pertenencia nacional.
-Tal vez (cosa que también dudo), pero se lo
digo una vez más: yo soy argentino.
San Lucas miró a Solís detenidamente un
momento y después se sentó tras su escritorio; se sirvió un poco de agua, la
tomó y dijo:
-¿Sabes Manuel? Tal vez la idea de
enseñarles castellano no sea tan buena. El idioma nos separa, y es mejor que
así sea; si hablan como nosotros tal vez también quieran vivir entre nosotros,
y algunos indiófilos como tú podrían hasta querer desposar indias, ¡y el
mestizaje es una abominación!
-¿Y qué me dice de nosotros?
-¿Nosotros? Nosotros somos de raza blanca pura.
Solís sonrió ante tal alarde de ignorancia.
-¿Acaso no sabe usted que aquello a lo que
llama raza blanca es una mezcla de razas?
-¿Mezcla de razas? Pero, ¿de qué estás
hablando?
-Para no dar más que un ejemplo: los pueblos de lenguas germánicas y los ibéricos eran de razas diferentes; los primeros eran de piel y
pelo claros y los últimos, de piel y pelo oscuros; el color de pelo castaño que tenemos
la mayoría en esta raza es el resultado del mestizaje entre ellos, por lo que
toda la gente de su continente a la que usted considera racialmente "pura", es
en realidad mestiza; ¿qué tendría de malo que en América pasara lo mismo que
pasó en las Europas siglos atrás?
-Está bien, tienes razón, pero la diferencia
es que en mi continente la gente de las diferentes razas era buena, noble e
inteligente, mientras que aquí es todo lo contrario; los indios no tienen
intelecto y son en extremo violentos.
-¿Por qué dice que no tienen intelecto?
-¿No sabes que no han desarrollado siquiera
un sistema de escritura?
-¿Y no sabe usted que tampoco lo hemos hecho
nosotros? El sistema de escritura actual proviene de una etnia de las Asias llamada
fenicia y aparentemente los fenicios lo aprendieron de los egipcios, y respecto
a su condición violenta, le informo que las etnias que invadieron diferentes
países de su continente eran muy violentas; las tribus bárbaras cometían todo
tipo de atrocidades, razón por la cual se llama bárbaro a quien se conduce violentamente; los vikingos se hacían a
la mar y al desembarcar en un lugar, asesinaban, saqueaban y secuestraban a las
mujeres; en Francia, por ejemplo, fue tal el destrozo que hicieron los
normandos que el rey les entregó la provincia que hoy se llama Normandía para calmarlos,
por lo tanto, las actitudes violentas que usted ve sólo en los indios, existen
también en los demás.
San Lucas no tenía más argumentos; se
levantó de la silla y dijo:
-Muy bien Solís… al parecer no podremos
ponernos nunca de acuerdo. Pero… en fin. Ya debo irme a casa, mis hijos me
esperan; nos veremos mañana.
San Lucas se fue.
Días después, un malón de las afueras atacó
a una población del centro de Buenos Aires; varios comercios fueron asaltados e
incendiados; horas después una tropa de soldados criollos y castellanos fue hasta un
asentamiento indígena y en venganza cobrose la vida de decenas de sus miembros;
algunos se defendieron, pero al ver que los soldados estaban mejor armados, la
mayoría se rindió; el líder castellano de la tropa le dijo a uno de sus soldados:
-No basta con esto, tenemos que meterlos en prisión
varios días.
Los soldados condujeron hasta la prisión a
los indígenas, hombres y mujeres; en varias celdas estuvieron hacinados durante
tres días sin comida ni agua; llegada la hora de la liberación, un soldado
abrió la puerta de una celda y dijo:
-Podéis iros.
Ninguno de los prisioneros salió, entonces
el soldado tomó a uno del brazo y violentamente lo arrastró fuera de la celda.
-¿Me entendéis ahora? ¡Indios de porquería!
-Uno a uno fueron saliendo, pero el soldado
tomó a una mujer del cabello y le dijo:
-No, tú no te vas, tú te quedas.
Cuando ya no hubo nadie más que ellos dos en
la celda, el soldado empezó a manosearla. La mujer gritó, entonces él le dio un
golpe de puño en el rostro que la derribó y la dejó sangrando, luego se puso
sobre ella y Manuel Solís, que se encontraba vigilando que dentro de lo posible
los soldados no abusaran de los indígenas, se apersonó tras escuchar los gritos
y al ver la situación, tomó al soldado de sus ropas y se lo sacó a la mujer de
encima. El soldado se levantó rápidamente y Solís lo empujó contra la pared,
sacó un cuchillo y se lo puso en la garganta. El soldado dijo:
-¿Qué haces Solís? ¡Es sólo una salvaje!
-¿Quién es el salvaje aquí?
-Vamos Manuel. No iba a matarla, solo a
divertirme un poco con ella; deja el cuchillo, déjame hacer lo que iba a hacer
y me olvido de este incidente.
-¡Si abusás de ella no sólo perderás lo poco
de decencia que te queda, sino que además perderás tu vida!
-¿Acaso no sabes que si me matas los demás
soldados te matarán a ti?
-Sí, lo sé, pero vos vas a morir primero.
El soldado se sintió más asustado que nunca
en su vida. Sabía que Solís hablaba en serio, entonces dijo:
-Está bien. No la tocaré.
Manuel Solís sostuvo varios segundos más el
cuchillo sobre su cuello y finalmente lo bajó; el agresor se fue y Solís se acercó a la mujer que se encontraba en el suelo; extendió su mano hacia su
rostro ensangrentado y ella se echó atrás.
-No
tengas miedo; no voy a lastimarte.
Solís miró la sangre de la mujer en su
propia mano y dijo:
-¡Por dios! ¿Qué te han hecho?
De rodillas frente a ella, derramó una
lágrima; la expresión de la mujer ya no era de miedo, sino de compasión hacia el
soldado; ella lo tomó de la mano y así permanecieron varios segundos; Solís se
levantó y le dijo:
-Vamos. Acompañame.
Salieron a la calle y entraron en una
posada; las personas ahí presentes los miraron sorprendidas; Manuel se dirigió
al encargado y dijo:
-¡Posadero! Esta mujer necesita un médico.
El hombre tardó en hablar.
-No puedo ayudarlo.
-¿Por qué?
-Porque esa mujer es india. Si la ayudo voy
a tener problemas con la ley.
Solís se acercó al posadero y le dijo:
-¡Escúcheme bien! ¡Si no trae a un médico
ahora mismo, el mayor problema lo va a tener conmigo!
El hombre tras varios segundos de silencio,
dijo dirigiéndose a uno de sus empleados:
-David, llamá al médico.
La mujer abrazaba a Solís por la cintura y
el posadero dijo:
-Vengan conmigo.
Fueron hasta un cuarto apartado en el que la
mujer recibió atención médica, tras lo cual Manuel ordenó que le llevaran
comida; cuando la comida hubo llegado, la joven la devoró con la avidez propia
de quien ayunó por varios días; una empleada de la posada estaba a su lado.
Manuel le dijo:
-¡Pobre! ¡Estos soldados son unos hijos de
puta! Son genocidas, torturadores, ¡y llaman criminales a los indios!
Él empezó a llorar. La mujer le dijo:
-Si usted no está de acuerdo con lo que
hacen, ¿por qué está con ellos?
Solís se tomó un par de segundos para
responder.
-Si todos los soldados que tienen compasión
se van del ejército, quedan solo los criminales; yo tengo que permanecer en mi
puesto para tratar de evitar los abusos que ellos quieren cometer.
La mujer lo tomó de la mano y le dijo:
-Hace falta más gente como usted.
La joven terminó de comer y Solís la acompañó
hasta el lugar en donde ella vivía; llegaron tras varias horas de caminar hasta
la frontera que separaba a la población blanca de la indígena y la cruzaron. Al
ver al soldado, varios indígenas corrieron hacia él con cuchillos en mano. La
mujer lo abrazó y en su idioma le dijo a los de su tribu que no lo lastimaran;
tras varios segundos, Manuel le dijo a la mujer:
-Tengo que irme; no me olvides.
La besó en la mejilla, la acarició y se fue.
Varios días después, Solís estaba en la
oficina de San Lucas que dijo:
-Manuel, te confesaré algo; a veces me
arrepiento de haber venido a Argentina; yo creía que las cosas serían más
fáciles, creí que encontraría a indios dóciles, pero siempre se rebelan.
¡Prefieren morir a vivir esclavos!
A lo que Solís dijo:
-Lejos de ser criticable, esa es una actitud
muy digna.
-Tal vez tengas razón, pero a mí eso me trae
sólo problemas; como no podemos esclavizar a los indios, tenemos que mandar traer negros de las Áfricas.
Solís tardó varios segundos en articular el
concepto de su siguiente pregunta.
-Siempre he querido saber algo; la razón
oficial por la que no podemos esclavizar a los indios es que la iglesia
reconoció en ellos una humanidad tan válida como la nuestra, sin embargo, ¡la
misma permite que esclavicemos a los negros!... ¿Por qué?
San Lucas se rió suavemente antes de hablar.
-Te lo explicaré; cuando la iglesia supo que
los indios en Argentina eran indomables, decidió "proteger" sus derechos nacionales;
según la misma son argentinos como tú, y como tales, no pueden ser
esclavizados, pero nada nos ha dicho sobre no esclavizar a gente nacida en otros
países.
Permanecieron en silencio varios segundos,
después San Lucas dijo:
-Tenemos que comerciar con los neerlandeses ya
que los portugueses tratan muy mal a los negros.
Solís creyó entrever un atisbo de compasión
en esa declaración.
-Es la
primera vez que lo escucho decir algo negativo del abuso de los inocentes.
San Lucas sonrió.
-Manuel, el problema para mí en que los
maltraten es que no llegan en condiciones óptimas; hace unos años le compramos
a los portugueses cientos de esclavos y estaban tan mal alimentados, que muchos
de ellos murieron poco después de llegar al país; los neerlandeses son más
piadosos; cada dos días más o menos, les dan de comer.
Solís escuchaba horrorizado lo que San Lucas
decía; a pesar de que supiera ya de dichos abusos, no dejaban los mismos de
indignarlo.
Dos semanas después llegaron a Buenos Aires
barcos neerlandeses con cientos de esclavos; muchos de ellos fueron puestos a
trabajar en la construcción de iglesias y edificios públicos.
Una vez mientras decenas de ellos trabajaban
en una construcción, ocho soldados borrachos salieron de un bar; se dirigieron
a varias esclavas y empezaron a gritarles.
-¡Negras! ¿Quieren saber lo que es bueno? ¡Abran
sus piernas ante nosotros!
Todos rieron perversamente; después se
acercaron a varias de ellas y todas corrieron, pero agarraron a una.
-¡Espera negra! Nos das el gusto a todos
nosotros y te vas de aquí.
El soldado la tiró al piso, entonces los
esclavos varones al ver la escena, golpearon a sus guardias y se lanzaron sobre los
soldados; unos veinte negros los golpearon, desarmaron y asesinaron; los
guardias inmediatamente llamaron al ejército y cuando el mismo llegó, reprimió
a los negros y los encarceló; Manuel Solís al saber de este caso se dirigió a
hablar con San Lucas.
-He escuchado del suceso que tuvo lugar y
teniendo en cuenta que los esclavos mataron justificadamente, le pido que
interceda en su favor ante el virrey.
San Lucas se levantó de su silla y dijo:
-Los negros merecen ser castigados, y aun sí
no lo creyera así, el virrey ya tomó su decisión; serán ejecutados
este fin de semana.
Solís tardó varios segundos en asimilar la
información, después dijo:
-¿Ejecutados? Pero... si una mujer estuviera
siendo atacada por alguien, ¿no le daría usted muerte a su agresor? Eso haría
yo. Eso es lo que ellos hicieron; no merecen morir por eso.
-No es mi decisión.
Pasaron varios segundos antes de que Manuel
dijera:
-No lo permitiré.
-No hay nada que puedas hacer.
Solís no dijo nada más; tras varios segundos,
salió de la habitación.
Esa misma noche Solís juntó todos los cuchillos
que tenía en su casa y los puso en una bolsa, luego se dirigió a la comisaría
en que los veintitrés esclavos estaban encarcelados y le dijo al guardia de la
misma:
-Solís, del ejército porteño. Quiero ver a
los prisioneros.
-Ya es tarde, hoy no es posible, vuelva
mañana.
Solís mostró la mayor de las iras en su
expresión y dijo:
-¡¿Acaso no me ha escuchado, imbécil?!
¡Quiero verlos ahora!
El hombre, que estaba sentado, tras varios
segundos se levantó y dijo:
-Está bien; acompáñeme.
Llegaron hasta los calabozos y Solís dijo:
-Abra las celdas.
-No puedo hacer eso.
-¿Acaso no tiene llaves?
-Sí, pero no...
Entonces Solís sacó un cuchillo de su bolsa,
se lo puso al guardia en el cuello y dijo:
-¡Abra las celdas!
El hombre abrió las dos celdas en que los
esclavos estaban y los mismos salieron; Manuel les dio cuchillos y caminaron
hacia la salida; cuando estaban por salir, cuatro soldados entraron al lugar y
al ver la situación sacaron sus armas, entonces los esclavos los apuñalaron y
escaparon; caminaron toda la noche y se detuvieron en una zona rural de las
afueras; uno de los esclavos liberados se dirigió a Solís.
-Mi esposa e hija están en una casa criolla.
No puedo dejarlas.
Solís pensó un par de segundos y luego dijo:
-Por la mañana iremos a buscarlas.
Llegó la mañana y Solís y el ex esclavo se
separaron de los demás y llegaron hasta donde estaba su familia; el soldado golpeó a la
puerta y un hombre fumando una pipa la abrió.
-¿Sí?
-Venimos a buscar a los esclavos que están a
su cargo.
El hombre no entendía la situación.
-¿A buscarlos? Pero, ¡son míos! ¡Yo pagué
por ellos!
En ese momento aparecieron la hija y la
mujer del negro. La nena de unos seis años corrió a abrazarlo; Solís dijo:
-Vamos.
Entonces el dueño de la casa trató de
agarrar una escopeta que tenía y Manuel le dio un derechazo que lo derribó;
tomó la escopeta y se fueron.
El lugar en donde se encontraban los demás
esclavos liberados estaba a varias horas de distancia, y mientras caminaban, la
mujer tosía.
-Está enferma. Necesita descansar -dijo el ex esclavo.
-Está bien -dijo Solís.
Se dirigieron hacia una casa opulenta
aislada de las demás y golpearon a la puerta. Una pareja anciana abrió.
-Señor y señora, esta mujer está enferma,
necesita descanso. Permítannos por favor quedarnos en su casa esta noche -dijo
Solís.
Tras varios segundos la mujer dijo:
-¿Es este un pedido oficial o una orden?
-No. Apelo a toda su piedad y les ruego que
nos ayuden.
La pareja de ancianos se miró y la mujer
dijo:
-Son bienvenidos.
Una vez dentro de la casa la mujer enferma
fue acostada y la anciana le llevó paños de agua fría para bajarle la fiebre;
un rato después Manuel le contó a la pareja lo sucedido y el hombre dijo:
-Es usted muy valiente. Si hubiera más
soldados como usted, las cosas serían mejores.
Llegó la noche; Solís se sentó en un rincón
apartado de la casa a tomar mate; el esclavo liberado estaba sentado a la mesa con su hija
a su lado en la misma habitación; la nena se acercó tímidamente a Manuel y éste,
al verla le extendió una mano y sonriendo dijo:
-Vení. Sentate.
La nena se sentó frente a él; Manuel cebó otro mate
y se lo ofreció.
-Tomá.
La nena lo tomó y luego lo puso sobre la
mesita que tenían enfrente; Solís dijo:
-Dentro de siglos, tal vez, los americanos
irán a las Europas como los sud, centro y nordeuropeos vinieron a América y…
¿qué ocurrirá?... no lo sé, pero si la memoria tiene algo de genético y la
justicia existe, tendrá lugar la venganza de los tehuelches, charrúas,
guaraníes y demás pueblos americanos, y los negros harán lo propio, y recordá
que si bien muchos blancos te odian por ser negra, no debés generalizar. Yo soy
blanco y estoy de tu lado... Escuchá: sos alguien que aún no se corrompió con
la crueldad de la vida. Seguí así;... te daré algunos consejos, escuchá bien:
no aceptes la opresión. Si respetás a los demás merecés ser respetada... no
dejes que nadie te obligue a nada... no dejes que nadie abuse nunca de vos.
Manuel acarició el rostro de la nena y al él
derramar una lágrima, ella lo abrazó; su padre desde la distancia los miraba conmovido.
Al día siguiente Solís le dijo al ex esclavo:
-Tengo que irme. Ustedes tienen que seguir
solos.
El hombre lo miró en silencio varios
segundos y después dijo:
-No sé cómo agradecerte.
-Nadie me tiene que agradecer por haber
hecho lo correcto; despedime de tu esposa e hija.
Le dio la mano, después se dirigió al
matrimonio dueño de casa y con una reverencia dijo:
-Señor, señora.
La pareja devolvió la reverencia y Solís se
fue.
Mientras tanto un soldado entró en la
oficina de San Lucas y le dijo:
-Señor, Manuel Solís ayudó a los esclavos a
escapar. ¿Cómo debemos actuar? Espero órdenes suyas.
Tras varios segundos de silencio, San Lucas
dijo:
-Atrapadlo y traedlo; lo fusilaremos.
Varias horas después se encontraba Manuel
Solís caminando en las afueras de Buenos Aires con la intención de dejar la
provincia para siempre cuando una decena de soldados apareció a caballo y lo
detuvo; fue conducido a una celda; Gregorio San Lucas lo fue a visitar; se le
acercó y le dijo:
-Manuel, no sabes cuánto lamento que esto
tenga que terminar así; aunque no lo creas, yo aún te aprecio, pero no se puede
permitir que actitudes como la tuya tengan lugar.
Manuel dijo:
-Habrán cada vez más como yo en el futuro y
menos como usted.
San Lucas con mirada triste, tras un momento
dijo:
-Adiós Manuel -y se fue.
Al día siguiente Solís fue llevado hasta el
patio de la comisaría en donde estaba el pelotón de fusilamiento; estaba tranquilo;
un soldado trató de vendarle los ojos.
-No -dijo.
El soldado desistió de vendarlo y le dijo:
-¿Últimas palabras?
Solís lo pensó un poco y dijo gritando:
-¡Que mi causa no muera conmigo!... ¡Actúen
contra el culpable, dejen al inocente en paz! ¡Si escuchan a su propio instinto
sabrán que lo que hacen es incorrecto! ¡Evolucionen hacia una actitud de piedad
y justicia!
Pasaron varios segundos y el soldado con
mirada compasiva le dijo:
-¿Es todo?
Manuel asintió. El soldado dijo:
-¡Preparen! ¡Apunten! ¡Fuego!