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lunes, 5 de septiembre de 2022

Lili Combatiente (cuento) - Martín Rabezzana

 -Palabras: 1.898-
   Año 1976; provincia de San Luis; el joven, en compañía de otros cuatro militantes, le dijo a la mujer:
   -Si decís que no, no hay ningún problema; no te sientas obligada a aceptar; sé perfectamente bien que siempre apoyaste a la causa popular desde la acción social y que nunca quisiste participar en acciones armadas, pero como a diferencia de lo que muchos compañeros ingenuamente creen, y esto es que, con el regreso de los milicos al poder, la represión más cruenta va a disminuir, ya que al ellos poseer de nuevo el control de las instituciones van a poder detener, enjuiciar y condenar a quienes quieran, con o sin pruebas, resultando esto en que les sea innecesario seguir reprimiendo clandestinamente, la realidad es que la mano viene cada vez más pesada, de ahí que el aprender a manejar armas ya no sea algo que los militantes de superficie deban hacer para sumarse a la lucha por el socialismo, sino para algo más necesario y elemental: sobrevivir, porque ellos, es decir, tanto la derecha peronista (ya sea la Triple A, el Comando de Organización, la CNU, la “JOTAPERRA” etc., que pese a su supuesto anticapitalismo que les impide considerarse de derecha por entender por “derecha”, la defensa del capitalismo, se han sumado a las fuerzas represivas de la derechista, capitalista y -económicamente- liberal, junta militar) como la milicada antiperonista, se han unido para combatir a la izquierda armada, desarmada e incluso a la izquierda pacifista que, por ser tal, es antiguerrillera, y ya han intensificado la represión; están viniendo por todos nosotros… es por eso que te digo lo siguiente: a 15 minutos de acá hay un descampado en el que practicamos tiro; ahora mismo estamos yendo para allá; ¿querés venir con nosotros para aprender a manejar armas?
   La mujer, con evidente nerviosismo, tras algunos segundos de vacilación que en su sentir equivalieron a largos minutos, respondió moviendo la cabeza de lado a lado, tras lo cual, el joven le dijo:
   -Está bien; estás en tu derecho; chau Lili.
   Le dio un beso y se dirigió a la puerta de salida seguido por los otros jóvenes que también la saludaron, pero en cuanto el partisano puso la mano sobre el picaporte, la mujer dijo:
   -¡Esperen!… Voy con ustedes.
   Entonces, casi de un salto se levantó de la silla en la que estaba sentada y fue con ellos hacia uno de los dos autos en que el grupo, dividido en dos partes, iría hasta el lugar en cuestión; una vez en el mismo, una de las dos integrantes femeninas del grupo de montoneros que la había ido a buscar, le enseñó a cargar un revólver y después se lo dio, mientras los otros combatientes disponían varios maniquíes en diversos lugares a los que habían vestido con uniformes militares y policiales; a dichos muñecos los habían sacado de un galpón en el que a su vez, guardaban armas; tras algunas instrucciones de la combatiente, Lili disparó contra uno de los maniquíes pero erró, por lo cual, todos la animaron diciéndole que no se preocupara, ya que la siguiente vez lo haría bien, y efectivamente, así fue; el siguiente disparo dio en el blanco así como muchos de los siguientes que efectuó con el revólver con que había empezado a hacer fuego, tanto como con otras armas como ser, las de tipo FAL (fusil automático liviano) y FAP (fusil automático pesado), que por ser armas básicas en el ámbito militar, debía necesariamente aprender a manejar ante la posibilidad de que capturaran y desarmaran a militares.
   Lo último que le enseñaron ese día, fue a sacarle el seguro a una granada para luego arrojarla hacia los represores, si bien esto no pasó del plano teórico, ya que no hicieron detonar ningún explosivo; la partisana que esto le enseñó, si bien no era rubia, por su tono amable y displicente aun al momento de manejar elementos peligrosos, evocaba inevitablemente a la figura de la ya legendaria María Antonia Berger; esa integrante de las FAR, sobreviviente de la “Masacre de Trelew” que, según la oficialidad, fue muerta en un enfrentamiento en 1979, y si bien los “enfrentamientos” que se difundían a través de comunicados militares y que la prensa reproducía eran casi siempre fraguados, lo cual se hacía evidente en el hecho de que las personas muertas a tiros por las autoridades, en la mayoría de los casos no fueran guerrilleras y sus cuerpos fueran encontrados con disparos en la espalda e incluso, con piyamas y camisones, dando cuenta esto de que habían sido sacadas de sus casas en momentos en que se encontraban durmiendo, o sea, en momentos de total indefensión, en el caso de María Antonia, había sido parcialmente cierto, dado que ella, al ser encontrada por militares, se atrincheró en su vivienda, disparó contra ellos y al concienciar que se encontraba en un callejón sin salida, tras una parodia de negociación que los milicos habían hecho en que seguramente le dijeron que si se entregaba quedaría a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (lo cual implicaba quedar detenido legalmente), simuló aceptar, dejó su arma de fuego y salió de su refugio pero escondiendo previamente bajo su ropa, una gran cantidad de explosivos que, tras ser capturada por las fuerzas represivas, detonaron, resultando esto en que el famoso “5 X 1” (*) peronista, se cumpliera sobradamente, ya que fueron más de cinco los militares que murieron con ella.
   La práctica duró varias horas y, a diferencia de lo que Lili pensaba que sentiría, lejos de serle desagradable el manejo de armas, rápidamente le empezó a gustar, por lo que se había divertido bastante.
   Una vez concluido el primer entrenamiento con armas de Lili, ella, junto a dos de los cinco combatientes (los tres restantes estaban haciendo guardia por si alguien se acercaba), las volvieron a llevar al galpón ya mencionado junto con los maniquíes (si bien, por supuesto, conservaron con ellos las armas más chicas). Acto seguido subieron nuevamente a los dos autos y se fueron del lugar.
   Estaba anocheciendo.
   Las estrellas y la luna parecían alumbrar más fuerte que nunca.
   La temperatura ambiental era moderada y, por consiguiente, de lo más agradable.
   Los sonidos externos al auto que desde el mismo se oían, eran los de las hojas y ramas de los árboles agitadas por el viento.
   Debido a la calma circundante, más que en autos por una ruta, los combatientes sentían estar viajando en embarcaciones a vela en medio de un mar apacible.
   Los jóvenes experimentaban la famosa calma previa a la tormenta, y esto debe tomarse literalmente, ya que a los pocos minutos de viaje, se desató una lluvia torrencial que a todos ellos sorprendió, dado que segundos antes el cielo se encontraba totalmente despejado.
   La lluvia caía con una intensidad tal, que hacía imposible no sólo una visibilidad buena, sino incluso una visibilidad regular, por lo que el auto en el que Lili junto a dos montoneros (un varón y una mujer) viajaban, debió bajar drásticamente la velocidad; en tales circunstancias ocurrió que un auto que pasaba en dirección contraria, los chocó de costado; tras el choque, ambos autos se detuvieron; nadie resultó herido ni hubo tampoco daños materiales graves en ninguna de las partes debido a la baja velocidad a la que ambos vehículos transitaban; en ese momento dejó de llover; tanto el combatiente varón que manejaba como la mujer que iba en el asiento delantero del acompañante, bajaron del auto para ver en qué estado se encontraban quienes viajaban en el otro vehículo, que era un Ford Falcon, y ocurrió que al ellos acercarse al baúl, escucharon golpes que de su interior procedían, entonces entendieron inmediatamente que el Falcon era parte de un operativo estatal de secuestro e intentaron sacar sus armas, pero no llegaron a hacerlo porque dos de los tres represores que viajaban en el ya mencionado auto, habían velozmente bajado del mismo y los apuntaban con fusiles; uno de ellos les dijo:
   -¡Dejen los fierros en el piso, rápido!
   Los montoneros dudaron unos instantes y finalmente hicieron lo que se les pidió; mientras tanto Lili, que iba con los combatientes en el asiento trasero del auto y no había bajado junto a ellos, al ver bajar a los dos represores blandiendo armas, descendió del vehículo y se escondió detrás del mismo; desde allí pudo ver que además de esos dos represores, había otro en el asiento trasero que ahí se había quedado vigilando a otro secuestrado que iba acostado en el piso; él también, tras haber bajado la ventanilla, apuntaba un arma hacia los guerrilleros, entonces, aprovechando el hecho de no haber sido aún vista por los represores, la joven empuñó el revólver de grueso calibre que bajo su ropa llevaba, lo amartillo, se acercó rápida y sigilosamente al Ford Falcon y disparó contra el represor que en el asiento trasero se encontraba, en ese momento los otros dos que apuntaban a los montoneros, se dieron vuelta pero no llegaron a disparar porque Lili abrió inmediatamente fuego contra ellos, y no lo hizo sólo una vez, sino dos, ya que tras la primera serie de disparos, volvió a apuntar su arma hacia el represor situado dentro del auto y le infligió un segundo disparo, lo cual también hizo con los otros dos, vaciando así el cargador de su arma, lo cual llevó a los represores a caer heridos de muerte.
   Momentos previos a disparar, Lili no había visto en los represores sus verdaderas formas, ya que en su percepción habían adquirido el aspecto de los maniquíes con uniformes policiales y militares que horas atrás le habían servido de blancos en su práctica de tiro; una vez los tres abatidos, pudo ver de nuevo en ellos, figuras humanas.
   Tras los seis disparos certeros efectuados por Lili, los combatientes la felicitaron e inmediatamente procedieron a liberar a las dos personas que estaban en el baúl y a aquella que se encontraba en el asiento trasero; todas estaban encapuchadas y con las manos atadas; en ese momento llegó el otro auto en que viajaban los demás montoneros que, de los dos vehículos en que los partisanos viajaban, era el que iba adelante; por sus ocupantes haber perdido de vista al auto de sus compañeros durante la tormenta, habían resuelto pegar la vuelta, y tras serle a ellos rápidamente informado lo recién ocurrido, felicitaron a la nueva combatiente, hicieron subir a dos de los tres liberados a su vehículo (el restante se iría con el otro) y, tras los montoneros del primer auto haber agarrado las armas de los represores que, tiradas en la ruta habían quedado, se fueron a gran velocidad, fue entonces que Lili despertó abruptamente del trance en el que vio todos estos sucesos no ocurridos y posibles por ocurrir, y se encontró de nuevo frente a los combatientes tras haber respondido negativamente a la pregunta de si quería ir con ellos para aprender a manejar armas; fue por estas visiones que experimentó en esos escasos segundos que pasaron entre que el montonero se despidió y se acercó a la puerta de salida, que Lili cambió de opinión y les dijo: “¡Esperen!… Voy con ustedes.”


(*) “...¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!”, expresó Perón públicamente tras los bombardeos genocidas de 1955 a la Plaza de Mayo que constituyeron el principio del fin del segundo gobierno peronista.