Ya se había iniciado la medianoche de ese primer día en que empecé a trabajar en cierto teatro municipal en calidad de barrendero/limpiaventanas/lustraasientos, etcétera; mi compañero hablaba casi sin parar y tras casi una hora de trabajo me dijo que iba a poner agua para el mate, entonces le dije:
-Dale, andá
yendo que yo enseguida voy.
Pero ni se
movió, entonces le pregunté:
-¿Qué pasa?
Me dijo:
-Acompañame
porque… ir solo detrás del escenario es…
Tras unos
segundos, dije:
-¿Es qué?
-Es para gente
más valiente que yo.
Entonces paré de
barrer y sin preguntarle nada, lo acompañé hasta detrás del escenario donde
había una pava eléctrica que calentaría el agua para el mate; mientras tanto me
contó de las visiones de espectros que experimentó en el lugar en que estábamos.
También me dijo que no solo él los había visto, sino también los demás
empleados; me dijo que había escuchado que a la medianoche se abre un portal
dimensional que se cierra tras seis horas que le permite a los seres del mundo
espiritual visitar el nuestro; yo le dije que todo eso podía explicarse por los
efectos psicoactivos de la cafeína ya que aumenta el nivel de cortisol lo cual
puede llegar a alterar la percepción, y dicha hormona también aumenta con la
falta de sueño, por lo que es lógico que en los trabajos de horario nocturno
sean comunes las alucinaciones ya que es también común que las personas tengan
sueño a altas horas de la noche y que intenten combatirlo con un gran consumo
de cafeína, de ahí que esté todo dado para que experimenten visiones extrañas
que nada tienen de sobrenatural.
Tras escuchar
todo esto, mi compañero dijo:
-¡Faaaaaa,
cheee!... ¿cómo sabés todo eso?
Yo le dije:
-Son las
ventajas de leer algo más que el boleto del bondi (o la tarjeta sube) -¡Pero qué hijo de puta que fui,
carajo! ¡Incurrí en el vicio destacado por Bakunin que es el orgullo de
inteligencia!... La discriminación por intelecto es la que más abunda entre
quienes superaron (o al menos creen haberlo hecho) a las demás, y no hay mayor
boludo que aquel que menosprecia a otro por ser falto de desarrollo
intelectual, y por tomar conciencia de esto es que rápidamente me excusé
diciendo: -¡No lo tomés en serio! No vayas a creer que soy un intelectualista
ya que yo desprecio al ámbito intelectual.
-¿Ah sí? ¿Por
qué?
-Porque el desarrollo
intelectual se sucede paralelamente al subdesarrollo de la compasión, del
respeto por la vida ajena, de la bondad… básicamente: de la calidad humana, por
eso es que detrás de todo sometimiento a gran escala de toda forma de vida
conocida y destrucción del medio ambiente, hay siempre intelectuales… El
intelectualismo conlleva el germen de la destrucción propia y ajena… …El
desarrollo intelectual te empeora a nivel personal y te disminuye la capacidad
de apreciar lo más sencillo e importante de la existencia sin lo cual no hay
bienestar alguno posible, de ahí que los intelectuales sean (salvo raras
excepciones que confirman la regla) extremadamente resentidos y miserables, y
de ahí lo absurdo de menospreciar a alguien por carecer de desarrollo intelectual
como si con el mismo no se perdiera más de lo que se gana, por eso cuando
alguien menosprecia a los demás por ser supuestamente faltos de intelecto,
asumiendo así que el mismo es positivo, es oportuno recordarle que sin un
Einstein no habría bomba atómica… …Bueh; sigamos laburando.
Si bien mi
sentir respecto de lo recién dicho es actualmente el mismo, en lo que respecta
a mi pensamiento cambié bastante ya que me di cuenta de que en esos años había
caído en el otro extremo de la discriminación tradicional que es el de
discriminar al discriminador, no advirtiendo que el antirracismo es racismo ya
que tiene las mismas bases, es decir, el racista (en el sentido amplio de la
palabra racismo) se siente superior a
aquel a quien menosprecia por su condición, y el antirracista también; éste
último, que suele autodenominarse
igualitarista, se siente superior a quien tiene valores jerárquicos y por
eso es que a fin de cuentas es igual a su opuesto que lejos de estar realmente
en conflicto con él, lo complementa, por lo cual se dan vida mutuamente, es por
eso que sin el racista no existiría el igualitarista, sin el fascista no
existiría el liberal, sin el estado no existiría el anarquista y sin el malo no existiría el bueno, de lo cual se puede concluir que si
destruimos a los otros (física o ideológicamente) nos destruimos a nosotros
mismos porque NECESITAMOS DE LOS OTROS PARA SER NOSOTROS, de ahí lo absurdo del
querer destruir al otro por tener valores opuestos a los de uno o de creerse
por encima de él ya que en realidad todos los valores son iguales dado que unos
permiten la existencia de los otros, por eso para mí quien realmente está por
encima de la generalidad, quien en serio es superior, no es el que acepta unos
u otros valores, sino aquel que los trasciende a todos ya que sólo al
trascenderlos se logra no juzgar, lo cual a uno le posibilita alcanzar la
armonía consigo mismo sin la cual no es posible la armonía con los demás, pero
todo esto lo resolví mucho después del tiempo en que se desarrolla la historia
en cuestión que ya mismo retomo.
Nada raro
ocurrió esa noche ni la del día posterior, pero a la semana siguiente sí
ocurrieron cosas extrañas como que se escucharan golpes en el techo (que atribuí
al aterrizaje de palomas aunque al salir a ver no divisara a ninguna) y que el
telón se corriera solo, y tras constatar que no había nadie que lo hubiera
corrido y como estaba solo, me lo expliqué a mí mismo con lo ya dicho sobre los
efectos psicoactivos de la cafeína y la falta de sueño, pero la verdad es que
no me lo creía y me quise convencer a mí mismo de que estaba tranquilo cuando
en realidad estaba asustado.
Al día
siguiente, mientras con mi compañero barríamos un pasillo junto a las butacas,
en el escenario aparecieron dos figuras humanas; mi compañero al percibirlo,
mientras señalaba al escenario, dijo:
-¡Mirá!
-Miré al
escenario y le dije:
-Describime lo
que ves.
-Veo a un hombre
y a una mujer que parecen estar cantando, pero no se escucha nada; la mujer
tiene un vestido rojo y…
-¡El hombre está
de traje y tiene un sombrero como de los años 30! -dije yo interrumpiéndolo.
-¡Sí! -dijo mi
compañero.
Evidentemente
veíamos lo mismo.
Tras más o menos
un minuto de mirar a las figuras en el escenario sintiendo una mezcla de
escalofríos, miedo y asombro, las mismas se desvanecieron.
Quedaba todavía
una hora de trabajo y la pasamos casi sin hablar debido a la conmoción que lo
experimentado nos causó.
La noche
siguiente mi compañero me dijo:
-Mirá lo que
encontré en el depósito.
Y desplegó un
póster viejo en el que se publicitaba la obra musical cuyos protagonistas
habíamos visto la noche anterior sobre el escenario, pero… el teatro era nuevo.
No podía ser entonces que fueran los espectros de actores que habían actuado en
ese lugar una obra en alguna de las primeras décadas del siglo veinte ya que en
ese entonces el teatro no existía, sin embargo, la dirección presentada en el
póster daba cuenta de que había habido en ese mismo lugar un recinto público en
el que se habían realizado obras teatrales, por lo que en realidad sí podía ser;
en la imagen se veía a un guapo del 900
junto a una mujer de vestido claramente rojo ya que si bien la fotografía en
ese tiempo era en blanco y negro, para los afiches publicitarios las mismas
solían ser coloreadas; me dijo:
-Si lo
interpretamos desde la óptica que me presentaste, lo que vimos no eran
fantasmas ya que fue el producto de una alucinación, pero… -señalando el póster
-¿cómo se explica esto?
Y tras unos
segundos de intentar racionalizar lo ocurrido, depuse las armas intelectuales
de las que se agarra todo cobarde racional en pos de no admitir la existencia
de lo metafísico y dije:
-Lo que vimos no
se explica con lo que te dije; esa explicación para este caso es una mierda.
Olvidala.
-¿Entonces qué
fue lo que vimos?
Yo, con convicción
metafísica, le respondí:
-Fantasmas.