jueves, 19 de septiembre de 2024

Revolucionarios americanos del futuro (cuento) - Martín Rabezzana

(La siguiente historia es una continuación de mi cuento: “Hermanos alados”, publicado en mi libro número 17: “Llamamiento a la violencia”. 
   "Revolucionarios americanos del futuro", es un cuento publicado en mi libro número 20: "Ni olvido ni perdón. REVANCHA").


-Palabras: 1.284-


El caso y la promesa

   El caso era desgarrador: los padres de Lucila, por el sólo hecho de que su hija no congeniara con ellos, lo cual, como pasa siempre en estos casos, había derivado en discusiones casi a diario, en las que todas las partes se dijeron cosas extremadamente hirientes, la habían mandado a ver a una psicóloga que, tras pocos interrogatorios, le dijo a sus progenitores que por su supuesto “bien”, su hija debía también ver a un psiquiatra, tras ella negarse a esto último, lo que siguió fue su manicomialización forzada y una posterior libertad vigilada, en paralelo con la imposición de tortura, constituida por un picaneamiento farmacológico que, como no puede ser de otro modo, hizo estragos en su salud física y anímica; Lucila se lo manifestó a sus padres, a su psiquiatra, a su psicóloga, a un asistente social, a una terapista ocupacional y a su vigilante personal, oficialmente denominado: “acompañante terapéutico”, y de nada sirvieron sus súplicas tendientes a que dejaran de drogarla, ya que todos ellos le dijeron que, por su supuesto bien, la tortura, a la que estos personajes denominan: “tratamiento médico”, debía continuar, fue así que se vio en la necesidad imperiosa de escapar de sus captores principales que, tristemente, en ese momento eran sus propios padres.
   Tras escapar de su casa, Lucila vivió un tiempo pasando grandes necesidades y terminó cayendo en las garras de una red de trata que la obligó a prostituirse; tras varios meses, fue rescatada por las autoridades y las mismas, como SIEMPRE hacen cuando consideran que alguien ha sido víctima de algo o de alguien, le impusieron un tratamiento psiquiátrico, que es lo que en primer lugar la había llevado a irse de su casa; tras más de un largo año en que volvió a implorarle a sus padres que la dejaran de drogar, ellos finalmente tuvieron la compasión que previamente, hacia su hija, no habían tenido, y fue así que la tortura psiquiátrica, fue suspendida, pero para entonces, el daño físico y anímico, producto del tratamiento antimédico, estaba hecho.
   Del caso en cuestión, allá por el año 2033, se enteraron integrantes del recientemente creado, en algún lugar de Magdalena del Buen Ayre (sur del Gran Buenos Aires), grupo armado: Defensores de América; la agrupación, poco tiempo atrás, había ganado notoriedad tras haber sido, muchos de sus integrantes, detenidos, por haber destruido maquinarias de aviones fumigadores y además, matado a empresarios y diputados, que detrás de los envenenamientos masivos que a través de dichos aviones, se perpetran, estaban; además de por lo ya mencionado, el grupo tenía mucha notoriedad, por haber, sus integrantes detenidos, logrado escapar de sus lugares de detención, de modo inexplicable para las autoridades.
   Varios de los defensores americanos contactaron a Lucila y ella les dio detalles de su caso; la joven, acostumbrada a la incomprensión de los demás, que cuando les manifestaba ser víctima del sistema de “salud”, por el mismo vulnerar sus derechos, entre los que está, el derecho a disponer del propio cuerpo, justificaban el accionar de las autoridades, con desconfianza, les preguntó:
   -¿Ustedes creen que estuvo mal lo que me hicieron?
   Entonces una de las mujeres, le dijo:
   -Por supuesto que sí.
   Los demás guerrilleros, que eran ocho, asintieron; otra de las mujeres, le dijo:
   -Tu cuerpo es tuyo. NADIE tiene derecho a drogarte contra tu voluntad.
   Esto reconfortó enormemente a la joven; seguidamente los guerrilleros le pidieron datos de los “profesionales” que habían participado de su sometimiento, y ella se los dio.
   Antes de irse, los combatientes prometieron vengarla.

Zona semirural de la provincia de Buenos Aires

   El tipo, tras permanecer varios minutos en el silencio más absoluto producto del miedo que tenía, finalmente dijo:
   -Yo no merezco esto. ¡Ustedes no tienen derecho!
   -Aaahhh... ¿Así que no tenemos derecho a hacer esto? Entonces lo hacemos sin derecho, como vos hiciste todas las porquerías que hiciste durante tanto tiempo, ¡hijo de recontra mil puta!
   -¿Qué hice de malo? -preguntó el represor del estado.
   Otro de los individuos perteneciente a la agrupación armada revolucionaria, le dijo:
   -El dolor extremo, físico o psíquico, infligido a una persona, es oficialmente considerado: TORTURA, y dado que los psiquiatras están investidos de facultades parajudiciales que les permiten privar de la libertad a las personas sin necesidad de que hayan cometido delitos ni de que hayan sido siquiera acusadas de haberlos cometido, e imponerles tormentos, consistentes en drogadicción forzada y eventuales descargas eléctricas a la cabeza (y todo esto, sin debidos procesos previos), de ningún modo es faltar a la verdad, decir que los psiquiatras son TORTURADORES… ¡Usted es un TORTURADOR!
   -¡No! ¡Los psiquiatras no torturamos!
   Uno de sus compañeros, con semblante fastidiado, dijo:
  -¡No le expliques tanto! No se lo merece.
   Entonces el guerrillero que venía de dar la explicación recién expuesta, dijo:
  -Tenés razón -después, dirigiéndose nuevamente al represor, preguntó: -¿Sabés por qué no te matamos todavía?
   El torturador, dijo:
   -Sí, porque saben que todo esto es injusto y porque además…
   El joven lo interrumpió diciendo:
   -No no no… todavía no te matamos, porque falta que lleguen tus cómplices -y tras ver a lo lejos llegar a una camioneta, dijo: -Ahí llegan.
   De la camioneta, varios jóvenes que llevaban brazaletes con el logo de su organización (al igual que los otros guerrilleros ya referidos), bajaron e hicieron bajar a una psicóloga, a un asistente social, a un “acompañante terapéutico” y a una terapista ocupacional; tanto ellos como el psiquiatra, habían participado del sometimiento legal y totalmente arbitrario, que Lucila había sufrido; a esas cuatro porquerías las hicieron acomodarse en sillas junto a la otra porquería (o sea, el psiquiatra); todos estos victimarios autopercibidos “personas de bien”, habían sido maniatados; seguidamente los nueve guerrilleros (cuatro varones y cinco mujeres) sacaron armas cortas, las amartillaron y apuntaron a los cinco elementos represivos del poder económico concentrado de esta sociedad distópica, por cuya continuidad, siempre “trabajaron”, mientras ellos imploraban inútilmente la misma piedad que a sus víctimas, SIEMPRE les negaron.
   Rápidamente uno de los guerrilleros, dijo:
   -¡Por Lucila y por todas las demás víctimas de los represores legales!
   Una de las mujeres combatientes, gritó:
   -¡Fuego!
   Seguidamente los nueve guerrilleros dispararon repetidamente sus armas.
   Ninguno de los cinco personajes en cuestión, seguiría disponiendo ni participando del secuestro, de la tortura ni de la destrucción identitaria de NADIE, sin embargo… como esas acciones de lesa humanidad, seguirían siendo perpetradas por colegas de ellos, las acciones de los guerrilleros, debían continuar.
   Sobre los cuerpos de los cinco represores del estado, los combatientes dispusieron una gran bandera en que estaba impreso el logo de su organización y su nombre.
   Del cautiverio e imposición de tormentos a Lucila, además de las personas mencionadas, participaron otras (jueces, varios psicólogos, varios psiquiatras, varios “enfermeros”, y otra gente); en los meses siguientes, todas ellas sufrirían la misma suerte que los represores del estado ajusticiados de esta historia, sufrieron.

Ya era hora

   La burguesía creó a las Fuerzas Armadas y de “seguridad” (que a su vez, dieron lugar al estado), para proteger sus vidas y privilegios, y protegerlos… ¿de quiénes? De las mayorías, lo cual implica que deban atacarlas permanentemente mientras falazmente se presentan como sus defensoras; otros defensores de la vida y privilegios de la minoría burguesa, son los técnicos en “ciencias”, entre los que se destacan: los psicólogos y los psiquiatras; lo primero fue siempre bien entendido por los revolucionarios de todos los tiempos, lo segundo, recién en la década del 2030 lo habían empezado a entender, por eso es que recién en 2033, un grupo revolucionario realizó por vez primera, un ajusticiamiento de los represores mencionados y de algunos de sus cómplices.

   La tan necesaria contraofensiva psicológico-psiquiátrica, ya estaba en marcha.

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