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martes, 19 de octubre de 2021

Justicia soñada (cuento) - Martín Rabezzana

   El tipo asistió a una reunión social a la que fue invitado por un conocido y a cuyos asistentes no conocía; durante la misma se mantuvo en silencio hasta casi el final, escuchando toda clase de descalificaciones cargadas de resentimiento por parte de todos los que hicieron uso de la palabra, alusivas a varias personas, pero sobretodo a una; se trataba de un antiguo amigo de muchos de los allí presentes que se había ido del país; de él hablaron pestes; lo basurearon, lo denostaron, lo expusieron en todas sus (supuestas) miserias, defectos y errores; no le justificaron siquiera una de sus faltas por más insignificante que fuera; cada uno de los que de él habló, tenía una anécdota en la que lo hacía quedar siempre como el peor; de uno sacar una conclusión de dicha persona en base al sentir común que por ella entre los asistentes a la reunión, había, habría sido que Santiaguito (así se llamaba) era el mismísimo satán, por más que en realidad, las cosas que de él se contaban, no fueran tan graves, e incluso algunas no fueran siquiera dignas en absoluto de ser consideradas faltas, por lo cual, era obvio que dicha persona constituía lo que suele denominarse “chivo expiatorio”, que es aquel individuo (o grupo de individuos) al que en una sociedad, la mayor parte de sus miembros inculpa con la intención de hacerlo pagar por las faltas de todos; haciendo cosa tal, las divisiones existentes entre todos los demás integrantes de ella, se ven temporalmente disueltas ya que los une el resentimiento común, además de que tal práctica los hace sentirse completamente libres de toda culpa y de todo cargo; la cuestión es que la reunión que duró casi tres horas, llegaba a su fin.
   Al invitado desconocido por casi todos, que se había mantenido en silencio, uno de los asistentes a la reunión, al ver que se disponía a irse, le dijo:
   -Che, ¡vos no dijiste nada en toda la noche!… te dedicaste a comer papas fritas y a tomar cerveza, nomás; decí algo antes de irte, que todavía hay tiempo.
   Entonces, tras pensarlo unos segundos, dijo:
   -Bueno,... eehhh… no; mejor no digo nada.
   Su interlocutor insistió:
   -¡Dale! No seas tímido.
   Entonces, venciendo a la reticencia que tenía a expresar lo que realmente tenía ganas de expresar, dijo:
   -Estaba pensando que si yo me enterara de que alguno de ustedes habla alguna vez de mí como hablaron esta noche del Santiaguito ese, lo mínimo que haría (lo mínimo, ¿eh?, y mirá que soy tranquilo, pero todo tiene un límite) sería comprarme una Ithaka y salir a buscarlo para… bueh; imagínensé lo demás.
   Todos permanecieron en silencio unos segundos, tras los cuales, su interlocutor se empezó a reír y casi todos los demás, también, por asumir que lo dicho había sido en broma; el único que no se rió, fue quien hizo la supuesta broma, que fue uno de los primeros en irse de la reunión.
   Tras el extraño invitado haberse ido, aquel que le había hablado, le dijo a las varias personas que todavía estaban presentes:
   -¿Quién habrá invitado a ese forro?... se quiso hacer el pulenta y seguro que es un terrible mantequita y un cagón que no mata ni a un mosquito;… a ese maricón, si lo llego a ver otra vez por acá, ¿saben la que le doy, no? Je je je;…¡qué gil de cuarta, por favor!
   Los demás asintieron en silencio.
   La reunión terminó y cada uno de sus asistentes se fue a su casa.
 
   Esa misma noche, el asistente a la reunión que le había pedido al extraño invitado que hablara, se encontraba durmiendo con su esposa, a la cual, horas antes le había hablado del hombre al que había definido como “mantequita”, “cagón” y de otras maneras más; en eso escuchó ruidos en la cocina y se levantó preocupado, pero tras mirar por la ventana que daba a un jardín y concluir que no había nadie, decidió volver a la cama; un rato después volvió a escuchar un ruido que lo hizo volver a la cocina, y al acercarse a la ventana, vio en el jardín al extraño asistente a la reunión, amartillar una Ithaka y posteriormente, apuntarlo, lo cual lo hizo sentirse terriblemente atemorizado;… Quiso irse pero las piernas no le respondían, entonces, suplicando y temblando, dijo:
   -No… por favor; yo no hablé mal de vos en serio, fue todo en chiste… no podés por un comentario al pasar, hacerme esto… …¡Dale che!… no seas malo; se nota que sos buen tipo. ¡No podés hacerme esto!.... ¡No podeeeeeeeéss!
   Pero el individuo armado hizo caso omiso a lo que escuchó y disparó; entonces el maldiciente se despertó gritando de lo que había sido simplemente una pesadilla.
   Su mujer, que acababa de despertarse, lo miró con un desagrado que él no comprendió, por lo que le preguntó:
   -¿Qué pasa?
   Ella nada le dijo, simplemente le señaló la parte inferior de su persona que se encontraba bajo el cubrecama y las sábanas, y al él levantarlos, tomó conciencia de que durante la pesadilla se había hecho encima tanto lo primero, como lo segundo.