
La comida a la
joven monja le gustaba, pero tras meses de comer siempre lo mismo, se empezó a
cansar, por lo que un día le dijo a la madre superiora:
-¿No habría un
poco de verdura para comer antes de la pizza?
-No.
-¿Sopa?
-Tampoco.
-¿Fideos?
-Tampoco.
-¿Pan?
-Tampoco hay.
La joven monja,
decepcionada dijo:
-Pero yo vi en
la tele que las monjas en los conventos toman sopa y comen fruta y fideos y…
-Sí sí sí;
justamente: eso pasa en la televisión, en la vida real las cosas son muy
distintas; la realidad en los conventos a nivel nacional en materia de comida,
implica un menú diario de pizza y facturas. Así ahorramos mucha plata ya que
las pizzerías nos dan pizza y las panaderías nos dan factura (y también
prepizzas) gratuitamente;…. Lo que por algún motivo las panaderías no nos dan
gratis, es pan. Por eso no comemos pan. Pero… ¿cuál es el problema? ¿No te
gusta esa comida?
-Sí, pero, ¡ya
es demasiado!... ¡A mí me gustaría comer otra cosa alguna vez!
-Esperá a
diciembre ya que por la navidad, las panaderías nos dan pan dulce; ese pan sí
que nos lo regalan.
Y se fue.
La mina, con
resignación se mandó un cacho de factura mientras pensaba en los nombres
ridículos de las mismas: "bolas de fraile", "suspiros de monja", "vigilantes",
entre otros. Y es que quienes en Argentina le dieron nombre a muchas facturas
(allá por el siglo 19, cuando el anarquismo estaba en auge), fueron panaderos
de ideología anarquista que decidieron burlarse con los nombres que a las
mismas les pusieron, de las autoridades y de la iglesia.
La joven estaba
aburridísima de su vida en el convento y de comer siempre lo mismo, por lo que
buscando romper con la rutina, salió a la calle en busca de emoción; vio un
colegio secundario y decidió esperar a que los alumnos salieran ya que sabiéndose
joven y todavía atractiva (aún conservaba la línea aunque la dieta de pizza y
facturas lleve indefectiblemente a perderla porque no hacía tanto que la había
empezado), se esperaba oír toda clase de exclamaciones sarpadas de pendejos
calientes como las que tantas veces había oído dirigidas a ella antes de ser
monja; eso mismo que antes le había causado desagrado, en ese momento lo
buscaba por serle útil a su fin de disminuir un poco el hastío constante que le
causaba su vida; esperó casi una hora a que los alumnos salieran y cuando
finalmente salieron, para su sorpresa, apenas repararon en ella; ninguno se
sarpó con expresiones desagradables ni la miró indecorosamente ni… nada… pero
no se rindió, por lo que se dirigió a una sede del partido socialista que se
encontraba a unas cuadras de ahí ya que sabía que las personas de esa ideología
desprecian a todo lo religioso dado que con su desprecio por las creencias místicas
y por aquellos que las profesan, creen que muestran lo "inteligentes" que son,
lo "progresistas" que son, lo "realistas" que son... en fin;… todo eso creen
que muestran, pero si bien el lugar estaba muy concurrido, pasó por enfrente de
la sede y nadie le prestó atención;... Y ella que se esperaba ser insultada,
acusada de ser culpable del exterminio de pueblos americanos, de ser cómplice
de Hitler, de Franco, de Videla, de cosas así, al final… ¡no era acusada de
nada!;… ¡Qué decepción!... Incluso había chocado a propósito con un tipo que estaba
saliendo de la sede para recriminarle "su" imprudencia y así entrar en
discusión con él, pero el tipo, tras ser embestido por ella, simplemente dijo:
-Disculpe,
hermana. No la vi; buen día. –y siguió su camino.
Hasta la había
llamado "hermana" el muy depravado, y no se suponía que alguien de la ideología
mencionada la llamara así…
Las semanas
siguieron pasando y la religiosa ya había aceptado que la vida de novela
televisiva no iba a encontrarla jamás en un convento, por lo que decidió dejar
los hábitos.
Una mañana,
antes de que las demás monjas que preparaban el desayuno se levantaran, se
encaminó a la salida dispuesta a no volver, pero cuando estuvo por salir, dio
marcha atrás y fue hasta la cocina ya que sentía que algo le quedaba por hacer
antes de irse para siempre; se subió a una mesa en que estaban dispuestas las
prepizzas y las facturas del día anterior (estas últimas debían ser
recalentadas esa mañana), les retiró el plástico que las cubría, se levantó el
hábito, se hizo a un lado la bombacha, y las empapó con su primera orina del
día mientras decía:
-Nunca en mi
reputísima vida vuelvo a comer pizza ni facturas.
Tras el acto
vándalofisiológico, se fue.
Horas después,
la ex monja (que aún llevaba los hábitos) estaba comprando un pasaje de micro para
otra provincia con la intención de empezar una vida nueva en otra parte, pero
entonces dos policías (un hombre y una mujer) se le acercaron; la mujer policía
le preguntó su nombre y tras la ex monja responder, confirmó que era la persona
que estaban buscando, por lo que le dijo:
-Recibimos una
llamada del convento en la que se nos informó que en el mismo hubo un acto de
vandalismo, y como no la encontró a usted, la madre superiora cree que puede
haber sido llevada por la fuerza por el, o los vándalos.
La ex monja dijo:
-¡No no no! Yo
me fui voluntariamente porque tengo que ir al cumpleaños de un familiar en otra
provincia.
El policía dijo:
-Bueno, entonces
permítanos llevarla hasta el convento, aclara todo, y la volvemos a traer para
que tome su micro.
-No, le
agradezco pero…
La mujer policía
la interrumpió al decirle:
-¡Vamos,
hermana! No se haga rogar; tenga en cuenta que en el convento están muy
preocupados por usted, así que, la llevamos, les dice que está bien, y asunto
terminado.
La ex monja
tristemente accedió a subir a la camioneta policial sin poner más pretextos ya
que sentía que serían inútiles; una vez en la misma, la joven se encontraba
totalmente apesadumbrada; la mujer policía notó el estado de tensión de la
religiosa sentada a su lado, por lo que para que se distendiera, abrió una
bolsa grasosa de papel (infaltable entre los policías), se la extendió, y
amablemente le dijo:
-¿Quiere una
facturita, hermana?