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domingo, 27 de enero de 2019

Valentía, generosidad y redención (cuento) - Martín Rabezzana



   Era un pibe de ocho años que tenía la suerte de vivir en Bariloche, por lo que su vida transcurría en un ámbito compuesto por bosques, lagos, nieve en invierno y otros notables paisajes naturales diversos.
   Un día, como habitualmente lo hacía, fue solo a un bosque cercano a su casa a jugar. De pronto vio aparecer de la nada una especie de niebla que se arremolinaba suavemente a unos treinta metros delante de donde él estaba; tuvo miedo, por lo que inició el camino de vuelta a su casa, pero tras salir del bosque lo ganó la curiosidad de saber qué era lo que había visto, por lo que volvió a adentrarse al mismo; la niebla seguía ahí; se acercó a ella y cuando estuvo a menos de tres metros de distancia, divisó en su centro la sucesión de diversas imágenes; en las mismas se repetía la aparición de un hombre de buen aspecto y muy malvado, ya que tras la apariencia de persona de bien, se escondía alguien cruel; a esa persona el pibe vio realizar actos impiadosos que le provocaron un desagrado y un miedo enormes; tras un par de minutos de visualizar los actos de dicha persona que, con el correr de los segundos eran cada vez más cruentos, no sólo para con unos pocos seres, sino para con comunidades enteras ya que detentaba puestos de poder, el chico no aguantó más y se fue corriendo a su casa; a nadie le contó lo que había visto.
   Pasaron algunas semanas en las que a pesar de su curiosidad que lo llevaba a querer volver al bosque, por miedo no volvió, hasta que un día venció su temor y se decidió a volver; una vez ahí, de nuevo apareció el remolino neblinoso que ya había visto y al mismo se acercó; esta vez las imágenes del hombre cruel volvieron a aparecer pero en retroceso cronológico, es decir, se lo veía primero con más de cuarenta años y las imágenes que se sucedían lo mostraban cada vez más joven; el pibe no se sorprendió al ver al hombre terminar la carrera universitaria, tampoco al verlo terminar la secundaria, pero al verlo en los últimos años de la primaria, sí se sorprendió ya que reconoció en ese rostro algunos años mayor que el suyo, a su propia persona.
   Las imágenes retrocedieron hasta el punto de mostrarlo a él mismo frente a la niebla como si la misma fuera un espejo, y tras unos segundos, esa imagen desapareció y en su lugar apareció una cuerda que, como si estuviera viva, saltó ante él y cayó al suelo; tras superar el miedo que esto le provocó haciéndolo retroceder, se animó a levantarla, entonces en el remolino aparecieron imágenes de enorme bienestar de todos aquellos seres a los que el hombre cruel que había visto, había perjudicado y asesinado, entonces soltó la cuerda y las imágenes en el remolino fueron las de esos mismos seres sufriendo y muriendo; volvió a agarrar la cuerda y dichos seres volvieron a aparecer exponiendo un gran bienestar; tras un rato de hacer lo mismo varias veces, escondió la cuerda detrás de un árbol y volvió a su casa.
   Esa noche el pibe fue muy afectuoso con sus padres, su hermana, su hermano, su perro y su gato y al otro día volvió al bosque, agarró la cuerda y se dispuso a anudar uno de sus extremos en una rama, pero entonces, para su sorpresa, como si estuviera viva la cuerda se escapó de sus manos, se enrolló por sí sola en formato de cuerda de horca y después, también por sí sola, envolvió uno de sus extremos en una rama quedando así colgando de su extremo opuesto el nudo corredizo, entonces el pibe de ocho años, tras trepar al árbol, en un acto de enorme valentía y generosidad propia de un santo, se llevó la cuerda al cuello y se ahorcó.