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sábado, 30 de septiembre de 2023

El fuego y el frío (cuento) - Martín Rabezzana

 

-Palabras: 2.332-

Quien va de fuego en fuego, muere de frío.

 
Antonio Porchia


   Julieta, estudiante de quinto año del colegio Normal de Quilmes, era la “responsable” de Gabriel, alumno recientemente afiliado a la Unión de Estudiantes Secundarios en la cual, Julieta ya tenía relativamente bastante antigüedad, lo cual significaba que debía instruir a los nuevos militantes en tareas que les encomendaría “la orga” que solían ser: pegar afiches de diversa índole, escribir proclamas con aerosol en determinadas paredes... cosas de ese tipo. Esto sería así en la primera etapa. Posteriormente Gabriel podría ser instruido en la organización de protestas conformadoras de reclamos en el ámbito escolar de mejores condiciones edilicias, reclamos de reducción, ampliación o eliminación de diversas materias de estudio, reclamos de expulsión o de reincorporación de profesores, lo cual, en algunos casos (que lejos estaban de ser inusitados), llegaban hasta la toma de los colegios cuando sus autoridades se negaban a acceder a lo reclamado por el alumnado, en fin… todo esto era moneda corriente en la Argentina de aquellos primeros años setenta del siglo veinte, dado que gran parte de la juventud de entonces, consideraba que debía ser ella misma la que decidiera cómo se hacían las cosas en los ámbitos que ocupaba, y así lo pensaba también de todas las personas de todos los demás ámbitos de la sociedad; es decir, los jóvenes de izquierda de aquella época, consideraban que cada decisión que tuviera injerencia en la vida de un grupo humano, debía ser tomada siempre por el conjunto de individuos que fuera a ser por la misma, directamente afectado, lo cual implicaba buscar que no sólo el alumnado dejara de ser sumiso frente a las disposiciones de los adultos conformadores de las autoridades escolares, y pasara al frente, en lo que a propuestas y toma de decisiones en el ámbito educativo, se refiere, sino también, que dejaran de serlo los trabajadores y se volvieran sindicalmente combativos en pos de lograr autonomía y dejaran así, de ser esclavos al servicio del empresariado nacional y foráneo, y estas pretensiones que tenían su forma organizativa concreta en el ámbito escolar secundario, universitario y laboral, se habían rápidamente expandido a los demás sectores sociales; al irse ampliando esta organización de resistencia frente a las autoridades en todo ámbito social, como es sabido, estas últimas empezaron a reprimir cada vez a mayor escala; la gran paradoja que en esto se dio, es que las agrupaciones revolucionarias de izquierda como Montoneros y el PRT-ERP, que con sus elocuentes prédicas y actos temerarios, convencieron a muchísimas personas de que debían liberarse de las cadenas de las autoridades en pos de ser ellas mismas las que decidieran sus propios destinos, pretendieron encadenar a quienes a ellas adhirieron, por lo cual, sus conductores eran nuevos encadenadores a los que, sin duda, había que agradecerles su ayuda en el desencadenamiento masivo en curso al que habían contribuido, pero una vez el mismo iniciado, habría correspondido negarles el rol de “conductores”, lo cual, parte de los miembros del peronismo de izquierda, hizo, al desafiliarse de Montoneros y, por consiguiente, también de sus frentes de masas, y constituir las agrupaciones “Lealtad”, que, lamentablemente, no tuvieron la adhesión que deberían haber tenido; fue también paradójico el que ellos (o sea, los de “Lealtad”), con su negativa a aceptar el encadenamiento realizado por la organización ya mencionada, hayan aceptado el encadenamiento realizado por Perón; encadenamiento que errónea e ingenuamente, consideraron entonces, “liberador”, cuando en realidad constituyó una puesta en manos de un líder que, en pos de escarmentar a los desobedientes de su propio movimiento, le abrió la puerta a una represión feroz que se cerraría recién una década más tarde; represión que no distinguió entre desobedientes y “leales”, ni tampoco entre guerrilleros y militantes políticos, sindicales y sociales, no armados, ni tampoco siquiera entre ellos y sus familiares, amigos y conocidos, y en esa ausencia de distinción, el “enemigo subversivo” era potencialmente cualquiera, así fue que, lejos de lo que los derechistas sostienen, la represión estatal alcanzó a personas de todos los sectores socioeconómicos, estuvieran ellas ideologizadas o no.
   Lo que los izquierdistas deberían haber hecho tras ser sacados de su letargo por Montoneros, las FAR, las FAP, el ERP, y demás organizaciones guerrilleras de izquierda, es negarle también a ellas atribuciones en lo referente a la conducción de sus propias vidas; deberían haberles dicho: “Gracias por habernos ayudado a levantarnos, pero ahora déjennos seguir solos.”, y esto habría correspondido decírselo también a Perón; en fin… volviendo a la historia de los jóvenes: ocurrió que un día, la chica le encargó a Gabriel organizar una reunión de estudiantes en que se debatiría el “amor libre”, tema no poco controvertido porque si bien la mayoría de los militantes revolucionarios estaba a favor del mismo, incluyendo al que se da entre personas del mismo sexo, la conducción de Montoneros (conducción que estaba al frente de organizaciones no armadas como la UES) solía reprobarlo no sólo moralmente, sino que hasta imponía sanciones a sus militantes que incurrieran en actos contrarios a los valores del “hombre nuevo” que, según ellos, sobrevendría con la revolución social, los cuales implicaban un respeto por la familia, contrario a la infidelidad, común entre quienes son promiscuos, y un rechazo a la homosexualidad.
   Tras unos cinco minutos de debate no muy encendido, ya que estaban casi todos de acuerdo en que lo relacionado con la sexualidad es totalmente personal, por lo cual, a cada persona le debería ser respetado el derecho a hacer lo que quiera siempre que no lastime a otros, la chica que al joven le había encargado organizar el debate que estaba teniendo lugar en la plaza San Martín (o sea, Julieta), dijo:
   -El amor libre es lo que corresponde; si alguien se quiere entregar sexualmente a muchas personas, no tiene por qué ser reprobado, dado que eso no tiene nada de malo, es más: una vida sexual intensa (y eso implica la promiscuidad), es parte importantísima del bienestar emocional que nos lleva a evolucionar espiritualmente, de ahí que lejos de ser reprobada, la promiscuidad, por ser la persona promiscua, alguien que busca sentirse bien y hacer sentir bien a otros, deba ser tenida por un ideal, ya que de expandirse, la sociedad toda mejoraría. ¿O no?
   Entonces Gabriel, el joven del cual, Julieta era responsable, tras negar en silencio con la cabeza, con voz suave pero firme, dijo:
   -Yo no estoy de acuerdo.
   Julieta lo miró con cierto desdén por (mal)interpretar que el joven no estaba de acuerdo con ella por poseer una moral conservadora, no obstante, antes de pasar al plano de la discusión hiriente que ella estaba segura que sobrevendría, le dio la posibilidad de explayarse al respecto, entonces, tras ella preguntarle por qué no estaba de acuerdo con lo que manifestó, él dijo:
   -Yo creo que, si bien muchas veces la reprobación a la promiscuidad procede de la envidia de los sexualmente insatisfechos, que mucho contribuyen a crear una cultura represora en cuanto a lo sexual, que a su vez da lugar a inhibiciones y culpas innecesarias e irracionales, en cierta medida, esa reprobación es válida, y la considero válida porque la promiscuidad lleva a no valorar en su justa medida al encuentro íntimo entre los seres;... Para mí, una relación sexual, lejos de ser algo puramente corporal, constituye un medio que los seres materiales tenemos, para lograr comunión espiritual con otro, de ahí que el sexo justamente valorado, pueda llevar a las personas a trascender la materia, y como la promiscuidad implica una rutina constituida por cambiar a un compañero sexual por otro, como si de un mero cambio de ropa se tratara, la misma, lejos de constituir una ampliación de la unión álmica entre las personas, nos aleja totalmente de ella, de ahí que quienes son promiscuos no puedan crear lazos sentimentales fuertes con nadie, y tal incapacidad, lejos de llevarlos a evolucionar en lo espiritual, los lleva a involucionar;... ...Los promiscuos, lejos de, con su promiscuidad, estarse llenando de positividad, de la misma se están vaciando aunque en un primer momento no lo adviertan, pero es cuestión de tiempo para que de esto sean conscientes, y cuando logran concienciar algo de esto, suele ser tarde, porque esa capacidad de crear lazos sentimentales con otros, que, con la promiscuidad han perdido, es casi imposible de recuperar; por todo esto es que yo considero que el sexo es un medio no sólo para la reproducción y para el bienestar físico, sino también para la elevación espiritual de los seres materiales, de ahí que yo lo considere divino y que a su vez considere que quienes son promiscuos, están incurriendo, con su irrespetuosidad hacia el sexo, manifiesta en la promiscuidad, en una profanación del lugar sagrado que alrededor de dos cuerpos se construye cuando los mismos se acercan con la intención de entremezclarse.
   Julieta, totalmente sorprendida por lo que acababa de escuchar, tras unos segundos en silencio, le dijo:
   -Entonces, al igual que los conservadores, considerás que los promiscuos deben ser de alguna manera, reprobados.
   El joven rápidamente respondió:
   -No; yo considero que la promiscuidad debe ser reprobada, pero no así, quienes incurran en ella, que no es lo mismo.
   Y tras decir esto último y no encontrar respuesta por parte de Julieta, que se sintió emocional e intelectualmente desarmada, ni de ninguno de los demás compañeros, el joven le sonrió y no volvió a hacer uso de la palabra en los 20 minutos siguientes por los que el debate se extendió.
   Si bien a Gabriel, Julieta lo conocía desde hacía un largo tiempo y lo trataba desde hacía semanas, nunca había sentido atracción de ninguna clase por él; tras el debate en cuestión, la cosa cambió totalmente, dado que ella empezó a sentir una atracción hacia él, que implicaba una necesidad imperiosa de tocarlo, besarlo, abrazarlo y chuparlo, y ser por él, tocada, besada, abrazada, chupada y penetrada, no obstante lo cual, durante los días posteriores, nada de esto le manifestó, ya que justamente lo que él había expresado, la inhibía en lo que hace al acercamiento físico a su persona, fue entonces que se sintió totalmente desconcertada; no sabía qué hacer; quería acostarse con Gabriel cuanto antes, pero él había expresado que para él, el sexo era divino, entonces, si ella se le acercaba buscando cojer, él seguramente sentiría por ella, rechazo, además, ella había indirectamente confesado ser promiscua con lo que había dicho, o al menos pensaba que Gabriel así lo habría interpretado, y por consiguiente, había indirectamente confesado haber incurrido en el acto hereje de profanar lo que él había llamado: “Lugar sagrado que alrededor de dos cuerpos se construye cuando los mismos se acercan con la intención de entremezclarse.”
   Julieta tenía una mentalidad constituida por ideas claras y sólidas, como ocurre siempre cuando uno es joven y fanático, y lo por el joven expresado, le había hecho perder claridad y solidez a mucho de lo por ella tenido por absolutamente verdadero.
   Día y noche, Julieta pensó en cómo acercarse a Gabriel para expresarle su necesidad de entablar con él una relación que ella asumía que no sería rápidamente sexual, e incluso hasta dudaba de si lo sería alguna vez, pero a esa altura sentía que eso no era lo más importante, ya que a la atracción sexual que por él entonces experimentaba, la intuía como de base sentimental y, por lo tanto, infinitamente más profunda que la que seria de ser la misma, únicamente física, si bien su inexperiencia la llevaba a desconocer que la lujuria SIEMPRE se presenta disfrazada de amor, y sólo tras haber transcurrido el tiempo podemos determinar si lo que por alguien que nos atrae sexualmente, en un primer momento sentimos, es amor verdadero o ilusorio.
   La cuestión es que los días terribles que Julieta vivió por la conmoción en su sentir, que se magnificaba cuando con Gabriel tenía que hablar, la llevaron a determinar tras una semana, que tenía que arriesgarse y expresarle al joven lo que por él sentía, pero cada vez que los otros compañeros se alejaban y se quedaba sola con él, no se animaba siquiera a mirarlo a los ojos, lo cual la llevaba a posponer el momento de declarársele, cosa que jamás le había ocurrido previamente, ya que hasta hacía poco tiempo atrás, ella tenía una conducta bastante acorde con lo que, respecto a la promiscuidad, había expresado, por eso sentía que esta vez, la cosa era distinta; esta vez sentía que el sexo era secundario, ya que en este caso, lo primero era el amor, de ahí que se obligara a sí misma a decirle al joven lo que su persona le provocaba, pero como de frente estaba segura de que nunca lo podría hacer, una tarde-noche decidió escribirle una carta que, tras largas horas de escritura y correcciones, estuvo finalmente lista; a la misma decidió entregársela el día siguiente tras salir de la escuela.
   Al siguiente día, tras concluir la jornada escolar, los estudiantes salieron del recinto y Julieta fue en dirección a donde sabía que Gabriel tomaba el colectivo que lo acercaba hasta su casa en Bernal, y fue que tras menos de tres cuadras de caminar, detuvo su marcha al ver al joven desde la distancia, parado en la esquina de Mitre y 9 de Julio, entonces Julieta tomó aire profundamente, sacó la carta de amor de un bolsillo y reanudó la caminata hacia el joven dispuesta a entregarle su declaración escrita y después, alejarse rápidamente de él, pero ocurrió que, tras apenas unos pasos por ella dados, vio a una chica acercarse a Gabriel, que lo besó en los labios. Tras concluir el beso, ambos se abrazaron. Entonces, tras quedarse inmóvil durante algunos segundos ante esa visión que en su interior, la desgarraba, Julieta dio media vuelta y se fue rápidamente en dirección a su casa.
   Como a los cien metros encontró un tacho de basura en el cual, tiró la carta que ni Gabriel ni nadie, jamás leería.