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sábado, 4 de enero de 2025

María Clara y compañía: ¡Qué fantástica fantástica esta fiesta! (cuento) (capítulo 19) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.364-
Sábado 6 de marzo de 1976.

   La argentina María Clara, la uruguaya Daniela y el chileno Salazar, en una casa operativa situada en la ciudad bonaerense de Banfield, compartían mate, en la previa a una nueva operación.
    Daniela le preguntó a Salazar:
   -¿Cómo llegaste a Montoneros, Sala’?
   -Uuuuhhh… es una larga historia; resumiendo: en los 60, milité en diversas organizaciones de izquierda, sin considerar siquiera, a la vía armada, pero ocurrió que un querido amigo y compañero de militancia, fue muerto por la represión de los carabineros, y muchos otros, aunque no fueran asesinados, eran habitualmente detenidos ilegalmente, golpeados y torturados; esto me llevó a ingresar al MIR, en pos de poder empoderarme y no sentirme indefenso ante los represores del estado… al MIR me sumé, sin estar en absoluto convencido de lo que políticamente, proponía;… nadie podía estarlo, porque había demasiados enfrentamientos internos; todo era muy confuso a nivel ideológico.
   María Clara dijo:
   -Es más o menos lo mismo que le pasó a muchos de nosotros… 
   Daniela asintió en silencio, después dijo:
   -Sin embargo… la historia nos va a pintar como idealistas políticos convencidos, que agarraron las armas para imponer un nuevo orden social.
   Salazar dijo:
   -Seguramente… y en realidad, de lo único que estamos convencidos, es de que nuestra derrota es inevitable e inminente, así como nuestras muertes… si no lo creyéramos así, no actuaríamos del modo temerario en que lo hacemos… ¿o sí?… En fin; la cuestión es que, tras llegar Allende al poder, dejé las armas, pero en el ‘73, fue derrocado, y pasamos así, los militantes de izquierda, a ser perseguidos;… en diciembre de ese año, varios compañeros empezaron a desaparecer, fue entonces que decidí cruzar la frontera, y lo hice con lo puesto; por suerte, una vez acá, me encontré con militantes argentinos de izquierda revolucionaria, que sabían que muchos chilenos llegábamos al país, buscando refugio, y nos prestaron ayuda; a mí me dieron alojamiento y me ayudaron a conseguir trabajo en una fábrica; en la misma, conocí a otros chilenos que estaban en mi misma situación; de uno de ellos, que se llamaba Jonás, me hice muy amigo, pero sucedió que, ya en el 74, otros compañeros chilenos, fueron detenidos ilegalmente por la policía, y uno de ellos, que había ingresado al país con documentos falsos, tras ser liberado, estando visiblemente muy malogrado, me dijo que había sido Jonás el que lo había entregado;… Jonás era un impostor.
   -¿No era chileno? -preguntó Daniela.
   -Sí, era chileno, eso era verdad, lo que no era cierto, es que fuera un socialista perseguido por los militares, y eso era lo que decía ser; el tipo era fascista y colaboraba con la policía informándole sobre chilenos de izquierda, residentes en Mendoza… era uno de los muchos derechistas que había llegado al país, tras Allende ganar las elecciones; cuando lo supe, conseguí un arma y lo fui a buscar.
   -¿Y lo mataste? -preguntó María Clara.
   -Sí… después, sabiendo que la persecución continuaría también de este lado de la cordillera, me puse en contacto con militantes revolucionarios, y así fue que ingresé a Montoneros.
   En ese momento, los otros seis montoneros que en la casa se alojaban, ingresaron a la habitación; uno de ellos, dijo:
   -Ya es la hora.
   María Clara terminó el mate que estaba tomando, y dijo:
   -Vamos.
   Seguidamente, divididos en dos vehículos, los combatientes fueron rumbo a la vecina ciudad de Lomas de Zamora, en donde tendría lugar la operación que esa noche, ejecutarían; en otros vehículos, partiendo desde otro punto de Buenos Aires, otros guerrilleros, a ellos se sumarían.

El por qué de la operación guerrillera

   Si bien los militantes de la izquierda revolucionaria, en aquellos años ‘70, poco sabían de antipsiquiatría, algunas sospechas tenían respecto al verdadero fin de la disciplina psiquiátrica; la misma había empezado a ser expuesta en su verdadera finalidad, en publicaciones de Montoneros como la revista: “El Descamisado”, en la que se hacía el paralelismo entre los manicomios y los campos de concentración; esta comparación, que llena de indignación a los “profesionales de la salud mental”, es en realidad, totalmente lógica, ya que en los manicomios, se priva de la libertad a las personas, sin necesidad de que hayan cometido delitos ni de que haya sospecha fundada de que los hayan cometido, dando cuenta esto, de que la psiquiatría es un biopoder cuyo objetivo es castigar a quienes se apartan de la normativa moral, estando constituido dicho apartamiento, por una forma de pensar, de sentir o de ser, que en el ámbito en el que una persona, se desenvuelva (familiar, laboral, u otro), no sea considerada aceptable, es entonces que se llama a los “profesionales” para que intervengan; en una primera instancia, el “profesional” suele ser un psicólogo, que responde a un poder superior, que es el psiquiátrico, y al mismo, le entrega víctimas; una vez que se da la intervención psiquiátrica, los derechos de la persona intervenida, pueden ser totalmente suspendidos, contraviniéndose así, a las disposiciones legales que dictan que sólo tras la comisión de un delito, o habiendo sospecha fundada de comisión de delito, una persona puede ser legítimamente privada de su libertad; para contravenir a tal postulado básico de los falazmente llamados: “estados de derecho”, hace falta una justificación, y en tiempos cientificistas, la misma no podía no proceder de técnicos en “ciencias”.
   El mayor genocida de la historia argentina, Jorge Rafael Videla, mucho antes de la dictadura que lo tuvo por presidente de facto, se sirvió de la psiquiatría para deshacerse de su hijo con retraso intelectual, ya que por su condición, lo metió en un neuropsiquiátrico, y esto, tan terrible, INJUSTIFICABLE y HABITUAL (ya que el mencionado, muy lejos está de haber sido un caso de excepción), aún hoy (año 2025), es legal en todo el mundo. 
   Tras ser metido al manicomio, del hijo del nefasto Jorge Rafael, nunca volvió a saberse nada. DESAPARECIÓ, y de estos desaparecidos, casi nadie habla, y no sólo eso, sino que incluso, de modo absolutamente repudiable, los mismos militantes de derechos humanos, que condenan a la represión de las instituciones armadas del estado, perpetrada durante gobiernos de facto y también de iure, reivindican a la violación masiva de derechos a las personas que, a través de la psiquiatría, se realiza, ya que no sólo, sus integrantes (con honrosas excepciones) no se oponen a la coerción psiquiátrica, sino que incluso, a la misma contribuyen al prestarle “ayuda” a las víctimas que a sus sedes, se acercan, consistente en la provisión sin cargo, de tratamiento psicológico, y los psicólogos… ¿qué es lo que hacen? Entregan gente a la picana farmacológica psiquiátrica… Es terrible decirlo, pero es la realidad: los organismos de derechos humanos, en su inmensa mayoría, colaboran con la violación de los mismos derechos que supuestamente, están para defender.
   A los represores del estado que se disfrazan de “profesionales de la salud” (y con la impunidad que dichos disfraces les confieren, sin ninguna piedad, picanean farmacológica y eléctricamente a sus víctimas, y en aquel tiempo, además de hacer eso, aplicaban shocks insulínicos, que inducían a las personas al coma, con el supuesto objetivo de calmarlas), hasta el momento, nadie los había castigado; dicha impunidad (que jamás debería haber existido), en algún momento, debía concluir; así lo consideraron varios montoneros que organizaron la operación que será a continuación, contada.

Noche de fiesta

   En la calle Mariano Boedo al 565 (aproximadamente), de la ciudad bonaerense de Lomas de Zamora, en donde actualmente hay un edificio de departamentos, en el año '76, había un restaurante; en el mismo, un grupo de psiquiatras y psicólogos, realizaba esa noche, una fiesta de despedida a uno de sus colegas de terrorismo de estado, que, por los “excelentes servicios realizados en el área de la salud”, había sido becado para especializarse aún más, en la imposición de torturas físicas y psíquicas, en alguno de esos países extremadamente destructivos, comúnmente llamados: “desarrollados”, en los que el biopoder hecho pasar por ciencia médica (y adoctrinado como tal a la población, por el grueso de esa porquería humana llamada: “periodistas”), tiene sedes.
   Del restaurante (que era bastante importante) eran dueños dos psiquiatras y un psicólogo, en la fiesta, presentes; estos tres personajes, con mucho “sacrificio” en el “trabajo” durante largos años en la violación de derechos humanos en el ámbito manicomial, habían podido unir el capital suficiente como para poder comprar el año anterior, dicho negocio.
   El área de inteligencia de Montoneros, estaba al tanto de que la mencionada fiesta, se realizaría, y fue así que se dispuso que a la misma, fuera enviada una veintena de combatientes.

22:45 horas; llegada de los combatientes

   María Clara, muy bien vestida, al igual que Salazar, que junto a ella, estaba, se acercó hasta la puerta del restaurante; una vez ahí, uno de los mozos, que creyó ver en los jóvenes a un matrimonio que llegaba buscando un lugar donde cenar, abrió la puerta y les dijo:
   -Nos van a tener que disculpar, pero hoy no abrimos al público; hay una fiesta privada.
   Entonces María Clara dijo:
   -Es usted el que nos va a tener que disculpar a nosotros, caballero.
   Entonces, tanto ella como Salazar, sacaron pistolas que, tras ser por el mozo, vistas, lo hicieron asustarse sobremanera; seguidamente, el combatiente chileno tomó al mozo de un brazo y junto a él, los guerrilleros se adentraron en el lugar en el que había unos 30 elementos (hombres y mujeres) del terrorismo estatal, médico y psicológico.
   Por la cocina del restaurante, ingresaron nueve montoneros, dos integrantes del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) y un militante del OCPO (Organización Comunista Poder Obrero) (estos últimos tres guerrilleros, se habían sumado a último momento, en reemplazo de tres montoneros que de la operación de esa noche, estaba previsto que participaran, pero que por haber recientemente “caído”, no podrían hacerlo). 
   Los combatientes portaban armas cortas y largas; al notar su presencia, los terroristas de estado, que, por ellos se vieron rodeados, se sobresaltaron.
   El grupo armado que acababa de ingresar, procedió a atarle las manos por detrás de la espalda a los empleados (que eran 7) y a taparles la boca con cintas adhesivas; una vez hecho esto, hasta un patio del mismo, se los condujo. En el salón principal, los guerrilleros le ordenaron a los psicólogos y psiquiatras, que se pusieran contra una pared (cuando supusieron lo que sobrevendría, muchos de ellos, llorando, imploraron piedad; esa misma piedad que ellos nunca le tuvieron a sus víctimas); mientras tanto, por un vecino de un negocio cercano, haber llamado a la policía tras ver que dos individuos armados, habían ingresado al restaurante en cuestión, un patrullero se acercó al lugar; sus dos ocupantes, rápidamente bajaron del vehículo y empuñaron sus armas reglamentarias, pero no llegaron a acercarse al frente del negocio porque ni bien descendieron, Daniela, que caminaba por la vereda de enfrente empujando un cochecito de bebé, del mismo sacó un fusil, y a cada uno de ellos le dio un buen balazo en el pecho, que de inmediato, a ambos hizo caer; seguidamente se les acercó y los remató con un disparo en la cabeza; tras esto ocurrir, el montonero que custodiaba la puerta de entrada, la abrió y cautelosamente se asomó, en un intento de saber qué había pasado, entonces la vio a Daniela que, con un puño en alto, le indicaba que la amenaza policial, había sido suprimida, entonces también él, levantó su puño mientras a sus compañeros les decía que la operación podía proseguir, y la misma prosiguió de la siguiente forma: Salazar, que empuñaba una pistola, se situó al lado de Leila, que empuñaba un revólver; Leila estaba al lado de Roberto, que empuñaba un fusil, Roberto estaba al lado de María Clara, que empuñaba una pistola, María Clara estaba al lado de Aldo, que empuñaba una escopeta, Aldo estaba al lado de Meche, que empuñaba un revólver, y a la derecha de Meche, había cinco guerrilleros (dos de Montoneros, dos del ERP y otro del OCPO, cuyos nombres, el autor de este texto, desconoce), empuñando armas cortas, unos, y largas, otros, y más a la derecha, se encontraba un montonero apodado Enrique, que dijo:
   -Preparen, apunten… ¡FUEGO!
   Entonces, tras haber dejado a sus armas en condiciones de disparar, los once guerrilleros que componían el pelotón de fusilamiento revolucionario, desataron una lluvia de balas sobre los psiquiatras y psicólogos, que, por supuesto, no dejó vivo a ninguno de ellos.  
   Seguidamente, quienes dispararon (junto a Enrique, que había dado la indicación de disparar), salieron del lugar, seguidos por el montonero que se había quedado custodiando a los empleados y al otro, que se había quedado frente a la puerta de entrada, vigilando que nadie se acercara.
   En la esquina de Boedo y Félix de Azara, una camioneta IKA Baqueano, manejada por un montonero, frenó, y a su caja subieron María Clara, Daniela, Aldo, Salazar y Leila; detrás de la misma, un Renault 12 (también conducido por un montonero), frenó, y al mismo subieron tres guerrilleros; los otros seis combatientes que habían participado de la operación en el restaurante, subieron a los techos (los mismos que habían usado para llegar hasta el restaurante) y los transitaron hasta llegar a la calle Laprida; en esa calle, bajaron; tres de ellos, abordaron un Torino (al cual, también subió, otro montonero, que en los alrededores se había quedado, haciendo de “campana”, así como lo había hecho Daniela), y los tres restantes, un Falcon. 
   Los cuatro vehículos en que los guerrilleros llegaron y se fueron, tenían conductores provistos de “walkie-talkies” a los que Daniela debía informar cuándo la operación hubiera concluido, y así lo hizo, como también les había avisado que no se preocuparan por los disparos que ella había efectuado, ya que la amenaza policial que la había llevado a abrir fuego, había sido neutralizada; todo esto, por supuesto, lo expresó en clave.
   La (gloriosa) operación, que dejó un saldo de unos treinta represores médico-psicológicos y dos policías, muertos, fue todo un éxito.

   Aun quienes no sean muy aficionados a los festejos (me incluyo), deberán admitir que, la de la noche en cuestión, ¡fue una fiesta de aquellas!… Ojalá hubiera muchas más así.