miércoles, 19 de noviembre de 2014

Conversaciones imaginarias (cuento) - Martín Rabezzana

   Se encontraba un joven en la barra de un bar tomando algo sin que nada digno de mencionar sucediera, cuando un individuo mayor le tocó el hombro y le dijo:
   -Disculpe; ¿me daría una moneda?
   El joven lo miró con compasión y dándole un billete, le dijo:
   -Tome.
   El señor le dijo:
   -Gracias.
   Entonces se dispuso a irse pero tras unos pasos en dirección a la salida, dio media vuelta y se volvió a dirigir al joven.
   -Todos tenemos conversaciones imaginarias más seguido de lo que generalmente las percibimos... A veces nos urge tanto el expresarle algo a alguien que no podemos esperar hasta encontrarlo personalmente y es por eso que se lo expresamos en una conversación imaginada; a veces la misma es un ensayo de la conversación que con la persona planeamos tener, a veces la conversación imaginaria se da a modo de corrección de una que ya tuvo lugar y nos quedaron cosas que decir; ejemplo: discuto con un familiar y me voy enojado a un lugar apartado, entonces rememoro la discusión y pienso: "le tendría que haber dicho"... y a veces las conversaciones imaginarias con ciertas personas las tenemos por la imposibilidad de tenerlas en la realidad, ya sea por estar la persona con la que queremos hablar, ausente, o por uno ni siquiera conocerla.
   El joven miró un poco extrañado al individuo mayor de barba cuya vestimenta negra incluía una capa, y le preguntó:
   -¿A qué viene todo esto?
   El señor dijo:
   -Usted quiere escribir pero ante la falta de ideas se siente incapaz de hacerlo y se suele preguntar cuál es la fórmula para crear un cuento; yo le acabo de revelar una, la más simple de todas: la de recordar las conversaciones imaginarias que a diario tienen lugar en su mente y pasarlas a papel; podrá, por supuesto, añadirles un contexto y su correspondiente descripción usando las palabras que encuentre más apropiadas y sonoramente más agradables, pero la parte esencial que usted tanto se esfuerza por crear, ya está creada y guardada en su memoria.
   Tras unos segundos de silencio en que el joven lo contempló con sorpresa, el señor dijo:
   -De nada.
   -¡Gracias! -Le respondió el joven.
   Tras lo cual, el señor se fue.
   El joven se levantó y dijo mientras trataba de alcanzarlo:
   -¡Espere! Quiero saber cómo supo que yo quiero ser escritor y de dónde me conoce...
   Pero el señor de la capa no se detuvo y salió del bar; el joven llegó afuera y miró en todas las direcciones tratando de divisarlo, pero ya no estaba.
   Dos individuos de una mesa cercana vieron la escena en que el joven hablaba pero no vieron a su interlocutor; uno de ellos dijo:
   -¿Viste a ese loco hablando solo?
   El otro asintió, entonces el señor de la capa al que no habían visto se hizo visible para ellos y les dijo:
   -No está loco, es que es escritor, y los escritores escriben en voz alta lo que después ponen en papel.
   Tras decir esto último, se dirigió a la salida ante la sorpresa de los dos individuos que vieron a su imagen atenuarse hasta desaparecer antes de llegar a la puerta.