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miércoles, 20 de noviembre de 2024

María Clara y compañía: para morir matando (cuento) (capítulo 17) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.012-
Mayo de 1975.

   Tras ambas hacer compras en un supermercado, María Clara se encontraba una tarde junto a Elena en una parada de colectivo en Matheu casi esquina Ballester, en la localidad bonaerense de San Martín; en determinado momento, tanto ella como su compañera montonera, vieron que en dirección contraria a la de ellas, casi a mitad de cuadra, caminaba por su misma vereda, un joven de 19 años, que pertenecía a la Juventud Universitaria Peronista; detrás de él, a baja velocidad, transitaba un Ford Falcon desde cuyo asiento trasero, una joven, ominosamente lo señalaba; seguidamente el Falcon frenó casi al lado del estudiante universitario y del vehículo bajaron dos represores; al ver la situación, ambas combatientes agarraron sus pistolas y, mientras las ocultaban tras las bolsas de supermercado que llevaban, les sacaron los seguros y les retrajeron las correderas, dejándolas así, listas para ser disparadas; el muchacho fue violentamente agarrado desde el cuello por detrás, por uno de los represores y por delante, otro lo agarró de sus piernas, mientras él, lastimosamente gritaba que lo ayudaran; antes de que llegara a ser introducido al baúl del auto, María Clara se acercó al represor que tenía al muchacho agarrado por las piernas, soltó la bolsa del supermercado detrás de la cual, escondía su arma, y con la velocidad de un rayo, casi a quemarropa, le disparó en la nuca, tras esto ocurrir, el represor que tenía sujetado al joven por el cuello, lo soltó, con la intención de llevar una mano a la pistola que en su cintura, portaba, entonces su víctima cayó al piso, jadeante por el estrangulamiento que acababan de efectuarle, y fue así que al tener a su blanco, libre, la combatiente le disparó en pleno rostro; ambos represores, que de inmediato cayeron al piso, fueron impactados nuevamente por un disparo que contra cada uno de ellos, la mujer realizó, mientras tanto, Elena se había ido hacia el lado del conductor del Falcon que, al igual que su correpresor, que había quedado en el asiento trasero, tras agarrar un arma larga, se dispuso a bajar del rodado para enfrentarse a las contrarrepresoras, pero ni llegó a salir del vehículo porque también en pleno rostro, Elena (cuya presencia no había sido advertida por ninguno de los dos represores del auto, por estar toda su atención dirigida a María Clara), le disparó dos veces (las ventanillas estaban bajas), así como también lo hizo contra el represor que se encontraba en el asiento trasero en línea con el asiento del conductor, custodiando a la chica secuestrada.
   Una vez muertos los cuatro elementos de la represión estatal, Elena abrió la puerta trasera del lado en el que estaba el represor por ella, recién muerto, y tiró de su cuerpo hasta que cayó al asfalto, después la cerró, y pasó a hacer lo mismo con el cuerpo que estaba en el asiento del conductor; una vez hecho esto, se subió al Falcon, se puso frente al volante y María Clara le dijo al muchacho que, lejos de haber salido corriendo, estaba en el piso, temblando, casi en estado de “shock”:
   -¡Vamos!
   Pero el joven no se levantó, entonces la guerrillera le dijo:
   -Somos de Montoneros; en cualquier momento caen más represores; ¡hay que irse ya mismo, dale!
   Y le extendió una mano que el muchacho tomó, y tras levantarse, subió al asiento delantero del coche mientras María Clara, tras agarrar la pistola de uno de los represores por ella, ajusticiados, subía al asiento posterior.
   Una vez con el auto en marcha por la calle Matheu, rumbo a cualquier parte lejana del lugar del hecho, María Clara le preguntó a la chica a su lado:
   -¿Cómo te llamás?
   Pero ella no respondió y la combatiente, no repreguntó, por entender que la joven necesitaba de un tiempo para recuperar algo de calma y poder hablar, pero el joven salvado por las guerrilleras, lejos de tenerle compasión, dirigiendo su mirada a ella, dijo:
   -Vos me marcaste, ¿o no?… ¡Sos una hija de puta!
   Y Elena, mientras manejaba, con su mano derecha tocó al joven en un brazo y le dijo:
   -Noooo…. pará pará; seguramente la obligaron a marcarte, no es que lo haya hecho por maldad ni por tener algo en tu contra.
   Lo que siguió a lo expresado por el muchacho, fue una tensión mayor a la que ya venía teniendo lugar.
   Mientras los jóvenes iban a alta velocidad por la calle Matheu de la ya mencionada ciudad de San Martín, al llegar a la esquina con San Lorenzo, su conductora (Elena), bajó la velocidad, pero no lo suficiente como para evitar chocar contra un patrullero que por la última de las calles mencionadas, transitaba; el choque no fue importante, por lo que no hubo heridos, pero producto del mismo, ambos vehículos se detuvieron; del auto policial se bajaron dos represores uniformados que, al notar la ausencia de patente del Falcon, supieron de inmediato que era uno de los tantos vehículos utilizados en operativos de secuestro de personas a los que ellos, debían convalidar con su no intervención, por lo que lejos de demostrar su habitual prepotencia, al bajar del patrullero, demostraron terror, por suponer que quienes estaban en el auto verde, eran represores de la Triple A, pero al mirar hacia su interior, advirtieron que quien estaba al volante, era una mujer y que en el asiento trasero, también había mujeres; había solamente un varón, ocupando el asiento delantero del acompañante, y por su evidente juventud y mirada temerosa, claramente no era uno de los miembros de las Tres A, fue entonces que sacaron sus armas y exigieron a los ocupantes del Falcon, que del mismo descendieran y pusieran sus manos sobre el techo; así lo hizo Elena y el muchacho recientemente rescatado, cuyo nombre era Joaquín Molinero; uno de los policías palpó de armas a Elena, que tenía las manos sobre el techo del auto del lado del asiento del conductor; a ella le sacó la pistola que en la cintura, llevaba, y tras decir: “¡Es brava esta putita!”, le pateó una pierna, lo cual llevó a la mujer a poner una rodilla en el piso; el otro policía fue hacia el lado opuesto y antes de palpar de armas a Joaquín, al ver que María Clara (que estaba del lado más próximo a él) no había descendido del rodado (tampoco había descendido la chica que había sido secuestrada por la Triple A), gritando le ordenó:
   -¡Bajá ya mismo del auto, nena!
   Pero María Clara fingió estar petrificada por el miedo, fue entonces que el policía, mientras con su mano derecha sostenía una pistola, con la izquierda abrió la puerta del auto y fue recibido por un disparo de un arma larga muy poderosa que había pertenecido al represor que hasta hacía un rato, ocupaba el asiento trasero al que Elena, había ultimado; la misma era una Bataan 71 recortada que la guerrillera había mantenido fuera de la vista del efectivo policial, al tenerla apoyada contra la puerta; al verlo acercarse, ella había sacado una de las dos pistolas que portaba bajo su ropa, le había sacado el seguro y retraído la corredera, pero rápidamente había cambiado de opinión respecto a qué arma usar, y así fue que había ocultado el arma corta bajo su pierna izquierda y agarrado el arma larga que en el piso del coche, había quedado; al policía, María Clara le disparó dos veces, provocando en la parte media de su cuerpo, dos terribles heridas que casi de inmediato le provocaron la muerte; al concienciar esto, su compañero no atinó siquiera a disparar, sino a retroceder y refugiarse tras su vehículo, que rápidamente fue impactado por tres disparos de la Bataan 71, empuñada por María Clara, que no hirieron al uniformado; seguidamente la guerrillera se acercó al patrullero por el lado opuesto a aquel en el cual, el represor del estado se encontraba, pero tras ella gatillar y no haber detonación, el policía se dio cuenta de que su arma estaba vacía, ya que María había equivocadamente creído que el cargador era de siete cartuchos cuando en realidad, era de cinco, sin embargo, llevaba una pistola en su cintura con la que podría continuar tirando, que, tras soltar la escopeta, rápidamente agarró, pero fue que antes de que le sacara el seguro y le retrajera la corredera, el policía había salido de detrás del vehículo empuñando su pistola con la que se disponía a ultimar a la combatiente, y así habría ocurrido de no haber sido porque desde el lado opuesto a su persona, milésimas de segundo antes de que él abriera fuego, alguien le disparó dos veces, llevándolo a caer; una vez el represor del estado, en el suelo, su ultimadora lo remató con tres disparos más.
   Quien le dio muerte al policía que estaba por matar a María Clara, fue la chica rescatada por las combatientes; su nombre era Leila Conte Cassara; ella nunca antes había manejado un arma, de ahí que lo que hizo, haya podido hacerlo gracias a que María Clara había dejado bajo su pierna izquierda, a la pistola ya lista para disparar; la guerrillera, tras decidir usar el arma larga, de la pistola bajo su pierna, se había olvidado, y fue por eso que ahí había quedado, ya que no la había dejado con la intención de que Leila la agarrara, pero fue casi como si lo hubiera hecho, siguiendo un dictado que el universo había filtrado en su subconsciente.
   Tras el hecho de sangre, concluir, María tomó de la mano a Leila y gentilmente la arrastró hacia el auto al cual, tanto Elena como Joaquín, rápidamente volvieron a subir.
   Una vez con la marcha reanudada, la joven rescatada dijo:
   -Me llamo Leila.
   Las combatientes se presentaron:
   -Yo me llamo Elena.
   -Yo, María Clara.   
   Después, Leila le tomó una mano a Joaquín, que se encontraba en el asiento delantero del acompañante, y con ojos lagrimeantes, le dijo:
   -Perdoname…
   Entonces el joven, que en un principio sintió que su rencor hacia ella, no habría de extinguirse nunca, se sintió de pronto, totalmente conmovido; tras varios segundos de silencio, le dijo:
   -Está bien… no te preocupes Leila, y perdoname vos a mí por lo que te dije -y segundos después, dijo: -Yo me llamo Joaquín.

Después de la tormenta

   Un rato después del hecho de sangre, los cinco jóvenes llegaron a una casa que las combatientes tenían asignada para casos de emergencia, situada en Castelar, y ellas le dijeron a Joaquín y a Leila, que los pondrían en contacto con falsificadores de documentos que les darían los papeles necesarios para que pudieran irse del país; el joven aceptó, la chica, nada en ese momento dijo, pero un rato después, mientras Joaquín se encontraba en el baño, frente a las dos combatientes, rápidamente contó su historia reciente: días atrás, ella había sido llevada a la Comisaría Primera de San Martín, en donde había sido golpeada, violada, torturada con picana eléctrica y después, sacada para marcar a compañeros de militancia; ese día había sido la primera vez que, tras haber sido quebrada en su voluntad, lo había hecho, pero no habría una segunda, porque la siguiente vez que los represores del estado estuvieran cerca de ella (y cosa tal, sin dudas ocurriría, porque no pensaba irse del país), pretendía morir matando.
   No entendiendo exactamente de qué estaba hablando, Elena le preguntó:
   -¿A qué te referís con eso? 
   -A que quiero unirme a ustedes -respondió la joven sin dudarlo.
   María Clara pensó en decirle que no, porque la lucha armada es un camino sin retorno que es preferible evitar, pero habiendo escuchado su terrible historia y sabiendo que la única manera que posiblemente Leila tendría de no sentirse una victima de por vida, sería devolviéndole a los terroristas del estado, dolor por dolor, tras mirar a su compañera de armas con tristeza, y advertir que ella, lo mismo sentía, volvió a dirigir la mirada a Leila, y le dijo:
   -¡Bienvenida a Montoneros, compañera!
   Después la abrazó y al abrazo, se sumó Elena.