
Mientras
caminaba tranquilamente rumbo a la estación, divisó un puesto de venta de
flores ante el cual se detuvo para sentir mejor el aroma de las mismas; el
adolescente encargado del negocio le dijo:
-¿Quiere
llevarse algunas, señora?
Ella asintió en
silencio, después dijo:
-Necesito flores
para despedir a alguien.
El vendedor
dijo:
-Las rosas
blancas son muy usadas para las despedidas.
-Llevo una
docena de rosas blancas, entonces.
-Muy bien.
El muchacho le
envolvió las flores, se las entregó y al ella pagarle, rozó la mano del
vendedor, y como el billete con el que había pagado era superior en valor al
costo de la compra, la mujer dijo:
-Quedate con el
vuelto, y feliz primavera.
Y mientras
decía esto último ella le sonrió de un modo tan profundo, agradable y honesto,
que el joven no pudo sostenerle la mirada, por lo que la dirigió al piso
mientras le dijo:
-Muchas gracias señora, y feliz primavera para usted también. Buen día.
-¡Buen día! -respondió ella muy animadamente mientras reanudaba su marcha hacia la
estación.
El vendedor de
flores la miró mientras se alejaba y en voz baja dijo:
-¡Qué linda!
Tras una media
hora el empleado del puesto de flores vio a una ambulancia pasar camino a la
estación, después vio a varias personas hacia allí dirigirse apresuradamente
entre las que había algunos policías; era obvio que algo había pasado, pero,
¿qué?... En eso apareció un pibe lustrabotas que parecía volver de la estación,
entonces el vendedor de flores le preguntó:
-¿Venís de la
estación?
-Sí.
-¿Qué pasó?
-Una señora se mató tirándose bajo el tren.
El joven
vendedor se sintió conmocionado y con mucho temor preguntó:
-¿Cómo era esa
señora?
-No sé, no la
vi. El lugar estaba lleno de gente y no pude ver mucho, solamente llegué a ver
las flores blancas que dicen que llevaba, desparramadas por el suelo. ¡Ah! Y
parece que era actriz de cine porque eso comentaban algunas personas que la
habían visto.
El vendedor de
flores tenía los ojos vidriosos y con mucho esfuerzo logró contener las
lágrimas; el lustrabotas notó su malestar y se sintió incómodo, por lo
que decidió seguir su camino; se despidió:
-Chau.
Por el estado de
shock en que se encontraba, el vendedor de flores no pudo responder el saludo.
Se mantuvo un
largo rato en silencio y apesadumbrado rememorando una y otra vez el paso de la
mujer por su vida.
Tras algunos
minutos sacó de su bolsillo el billete con el que la actriz le había pagado las
flores y supo que nunca podría gastarlo; lo guardaría para siempre ya que el
mismo tenía para él un valor emocional infinitamente superior al material por implicar su simple
contemplación, una vuelta imaginaria al momento en que tuvo contacto con ella, un contacto que no por haber sido ínfimo y breve había dejado de quedar grabado de
forma indeleble en la memoria de su cuerpo físico y espiritual.
(Cuento inspirado por el caso de la actriz Norma Giménez
-1930/1957- y dedicado respetuosamente a ella).