En Buenos Aires,
en los años sesenta del siglo veinte eran pocos quienes tenían acceso a piletas
de natación ya que si bien los clubes las tenían y estaban bien difundidos,
admitían sólo a socios y casi nadie quería pagar una cuota que en ese entonces
solía ser trimestral o semestral, sólo para usar la pileta durante el período
de verano; no estaban como ahora difundidos los centros recreativos cuya
atracción principal son las piletas y para cuyo ingreso no hace falta ser
socio, y en algunos casos, ni siquiera pagar ya que en algunos lugares la
entrada es gratuita, por lo que durante el verano la gente solía recrearse en las
costas del Río de la Plata (que no estaba contaminado como ahora) y en zonas
céntricas de Capital Federal, los jóvenes conchetos en cuyas terrazas habían
piletas (no era tan común en ese tiempo siquiera en la clase alta) organizaban
fiestas en las que solían cobrar entrada y en las mismas, entre otras cosas, se
solía consumir… MARIHUANA; lo escribí en mayúscula porque en ese tiempo tal
palabra evocaba imágenes de perdición absoluta ya que era considerada una droga
pesada aunque, paradójicamente, el consumo de anfetaminas (que sí son drogas
pesadas y eran generalmente minimizadas en su nocividad) fuera corriente entre los estudiantes, entre quienes querían bajar de
peso, entre quienes trabajaban de noche y entre quienes simplemente querían
alterar sus sentidos sin necesidad de una excusa, la cuestión es que el
protagonista de esta historia había sido invitado a una de esas fiestas
conchetas (no siendo él un concheto, que quede claro) (ah, y que quede claro
también que la aclaración de no pertenencia al conchetaje no implica una
reivindicación del racismo anticoncheto) pero con la particularidad de que la
misma tenía lugar en la actualidad, pero no pagó entrada ya que era conocido de
un conocido y eso bastaba para que le fueran abiertas las puertas de ese ámbito que por ser tan distinto al de la generalidad del resto del país, hace lógico concluir
que dentro de cada país hay varios países ya que las diferencias existentes
entre los diversos sectores de cada sociedad, son enormes.
Conversación sobre
el feminismo y sobre la unidad detrás de la aparente dualidad
Él se acercó a
un grupo de individuos en que se hablaba de una temática de actualidad muy encendida;
uno de ellos, refiriéndose a una mujer presente en otra parte del lugar, dijo:
-Como la mina se
presentó como feminista, me causó rechazo aunque aclarara que era igualitarista.
Otro dijo:
-Te entiendo; a
mí me pasa lo mismo… es una clara incoherencia que una mina se diga feminista y a favor de la igualdad ya que es como que un tipo se autodenomine machista y diga ser igualitarista, pero si lo es, ¿por qué se llama machista? Si
realmente sos igualitarista no podés considerar válido al machismo ni al
feminismo, y cuando esas minas tratan de aclarar que en realidad su feminismo
es igualitarista, me hacen acordar a los tanos que reivindican a Mussolini y
al alguien hablar mal del fascismo quieren convencerlo de que en realidad el mismo no es la ideología intolerante que popularmente se dice que es, y aducen cosas
como: "Evidentemente no conocés la diferencia entre fascismo y nazismo";
básicamente reprueban a Hitler pero te pintan a Mussolini como si hubiera sido
un santo, y eso es una boludez.
El protagonista
de esta historia dijo:

Todos
permanecieron en silencio y en eso pasó la mujer autodenominada feminista a la
que se había hecho alusión, pero el individuo que planteó el tema ya no la miró
con resentimiento sino con compasión por empezar a entender que lo que ella
decía en contra del género al que él pertenecía, era una expresión de un
conflicto consigo misma que le generaba un dolor que intentaba superar con la
fortaleza que parece conferir la aceptación de una ideología, aunque en realidad
la aceptación de la ideología en cuestión (así como de cualquier otra), lleve a
reforzar el sentimiento de no identificación con los demás, y eso, como ya
trató largamente Jung, crea una sombra que SIEMPRE genera un gran malestar, y
la misma se crea y fortalece con cada crítica y juicio moral que uno realiza, y
cuando la sombra se vuelve demasiado fuerte, puede llegar a apoderarse de uno
y es entonces que uno termina haciendo lo mismo que condena en los otros, y de esto
se sale disminuyendo la crítica, los juicios morales, y dado que al verla ya no
expresó ni sintió rencor, evidentemente pudo, en alguna medida y por primera
vez, sentir que esa persona que a él lo despreciaba sin siquiera conocerlo, era
parte de sí mismo y que lo que le hiciera, pensara o hacia ella sintiera, lo
estaría haciendo, pensando o sintiendo hacia sí mismo;… …Había logrado algo extremadamente
difícil: aceptar que la negatividad que veía en otra persona estaba también en
él.
Algunos años atrás/Una
que volvió del pasado
Terminada la
cuestión feminista, le pidieron al protagonista de esta historia que contara
algo, él dijo:
-La otra vez, por
trabajo me tocó llevar a cierto edificio una serie de muebles, terminada la
tarea, yo esperaba en la puerta del edificio a que un compañero volviera con el
pago por el trabajo (se quedaría esperando un largo rato por motivos que ya sabrán cuáles fueron); en el hall de entrada se estaban despidiendo las
personas asistentes a una reunión que había tenido lugar en un departamento y
entre ellas había una mina que me recordaba a una chica que fue a la escuela
conmigo, pero como parecía muy joven, asumí que no era ella, pero cuando
escuché a alguien llamarla por su nombre, sentí que sí lo era ya que sería
mucha casualidad que se llamara igual a aquella chica que conocí, y la estética
juvenil (aun estando ya, al igual que yo, en su segunda juventud) era propia de
estos tiempos ya que en la actualidad la estética joven dura mucho más que antes,
de ahí que con sensatez se suela decir que los 30 de ahora son los 20 de antes,
los 40 de ahora, los 30 de antes, y así sucesivamente, y de ahí que sea cada
vez más difícil estimar la edad de las personas, la cuestión es que no sólo sus
rasgos estaban como cuando era chica, sino también su estética gótica; ese pelo
largo, oscuro y lacio, sumado a su palidez, estaban intactos;… Algunas mujeres
le dijeron que iban hasta no sé qué negocio y volverían en unos minutos para
terminar de ultimar detalles de una futura reunión y ella dijo que las
esperaría en la puerta; ella me había visto llevando los muebles a un
departamento y sentí que tenía que explicarle por qué estaba en la puerta del
edificio, entonces le dije: "Estoy esperando a un compañero que fue a cobrar
por el trabajo." Ella asintió en silencio y sonrió, y no es que pensara que
tenía onda conmigo pero al menos sentí que no había desprecio hacia mí de su
parte, lo cual me hizo decidirme a hablarle; yo tenía muchas ganas de entablar una conversación con la chica porque ella me gustaba, pero entonces dijo: "Voy al baño." Yo me desilusioné inmediatamente ya que pensé que era una excusa para irse y
evitar quedarse sola conmigo; pensé que me tenía miedo y eso es algo que me
pasa demasiado ya que me suelen ver como a alguien marginal y no me acostumbro
para nada a eso, y si me acostumbrara a ser temido, dudo que pudiera dejar de
dolerme, sin embargo parece que me equivoqué en este caso porque ella, mientras
estaba por entrar a su edificio, me dijo: "¿Querés venir al baño conmigo?."
Los
interlocutores, que hasta entonces habían permanecido en silencio, dijeron:
-¡Jaajaja! ¿Eso
te dijo? ¡Que sarpada la mina!
-¡Sí! ¡Estaba
RRREE con vos!
Él siguió
contando:
-Yo no lo dudé
un segundo y sonriendo, entré con ella al edificio y subimos por el ascensor
hasta el décimo piso, que es donde vivía; no nos dijimos nada; mientras tanto
yo pensaba en si ella me habría reconocido, pero suponía que no porque yo sí
cambié mucho estéticamente en todo este tiempo (aunque también parezca de menor
edad), y después pensé que como se iba a dar lo obvio por darse, no teniendo
profiláctico (aunque me cuente entre los negacionistas del virus del sida, el
evitar un embarazo es motivo suficiente para decidir usarlo) tendría que
proponerle tener sólo sexo oral, y de sólo pensarlo me re emocioné (por no decir
que se me hacía agua la lengua) ya que siendo una mina de pelo oscuro, me
imaginé automáticamente cómo debía ser lo que tenía ahí abajo dado que las
morochas, abajo le ganan por afano a las rubias y a las castañas.
Después de la
risa general inevitable tras lo que había dicho, continuó:
-Entramos a su
departamento y una señora mayor se puso a discutir con ella; se dijeron cosas
muuuy fuertes; yo asumí que era la madre y que al verme me echaría, pero
cambiando totalmente el tono de gran nerviosismo que había tenido en su
conversación con la hija, cuando me vio, tranquilamente me dijo: "Hola, ¿qué
tal?". Yo le respondí: "Hola. ¿Cómo le va?" Tras lo cual siguieron discutiendo
y la madre mencionó a cierto médico (bah, medico; un psiquiatra) que quería
que su hija viera y le recriminaba que se rehusara, entonces me rescaté de
que ella sabía quién era yo y caí en la cuenta de que no me había llevado a su
departamento para cojer, sino para que oficiara de árbitro entre ella y su
madre o de abogado defensor de sus intereses contrarios al tratamiento médico
alopático por saber cuál era mi posición al respecto, entonces me sentí usado y
decepcionado, pero automáticamente pensé que si me había llevado por eso, es
porque estaba muy mal y me necesitaba, y eso es bueno ya que pocas cosas hay en
la vida peores que no sentirse necesitado por nadie, por lo que el hecho de que
me necesitara debería ser considerado por mí algo bueno aunque no fuera a mí
realmente a quien necesitara, sino al rol que podría interpretar como expositor
de fundamentos contrarios al intervencionismo médico que le querían imponer; no
era la primera vez que me buscaban para eso y probablemente no sería la última,
el problema es que quienes lo hacen no parecen advertir que yo tengo menos
poder de convencimiento que el que se presentó como manager de Nahir Galarza,
por lo que pedirme que interceda por ellos ante un familiar, suele ser inútil,
y mi pinta no me ayuda ya que tengo una onda marginal que contrasta con la
imagen de intelectualismo que en el ámbito de la salud, para muchos es la de
viejos de anteojos y guardapolvo cuyo estado es evidentemente contrario a la
salud de la que dicen ser profesionales, además hace rato entendí que uno no
convence a nadie de nada ya que uno tiende a ir emocionalmente en una dirección
determinada y cuando escucha conceptos que racionalizan su modo de sentir, los
acepta, por lo que sólo se convence a quien ya está convencido y no lo sabe,
pero lo que yo no sabía es que la madre ya dudaba sobre la eficacia del
intervencionismo médico, fue por eso que tras una larga conversación en que expuse mis conceptos al respecto, lejos de rehusarse a aceptar lo que le
dije, me hizo caso y desestimó a la intervención médica que hasta hacía poco había
considerado como válida porque lo que yo expresé, ella ya lo
intuía y lo vio racionalizado en mis palabras.
Uno de sus
interlocutores le preguntó:
-¿De verdad te
hizo caso?
-Sí.
-¿Y no dudaste
de si te convenía meterte en un tema tan jodido?
-Sí, pero no por
el tema en sí (ya que yo estoy jugado, igual que TODOS, pero no todos se dan
cuenta), sino porque, como ya dije, sentí que la mina me estaba usando y además
porque durante la discusión con la madre, ella la había insultado y mi sentir
se fue hacia el modo de juez moral (papel triste por interpretar en la vida,
el de juez; tal vez el más triste de todos), por lo que juzgué a la chica mala por sus expresiones y no me dieron ganas de defenderla, pero después pensé que
no sabía lo que había pasado antes y también pensé que quien nunca se cagó a
puteadas con los padres, es porque no los tuvo o porque es un extraterrestre,
entonces decidí no juzgar y limitarme a tratar de conciliar las partes en
conflicto, y cuando uno hace eso, las cosas tienen más posibilidades de salir
bien, y en este caso así fue ya que tras una larga exposición de conceptos, logré
que se sentaran a hablar y se pusieran en alguna medida de acuerdo, y eso es
algo que jamás creí que podría lograr ya que ni siquiera lo busqué, la
situación me buscó a mí.
Uno de sus
interlocutores le dijo:
-Entonces… no te
la…
-No, pero antes
de irme me sonrió, me agradeció y me dio un abrazo fuerte que me llenó de un bienestar que
todavía me dura, y fue… …¿cómo decirlo?
-¿Mejor que un
garch en gou.
Todos se rieron
y el protagonista de la historia le respondió:
-Sí; muuucho
mejor.