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viernes, 10 de junio de 2022

Contraofensiva intraterrestre (cuento) - Martín Rabezzana

(Todas las fotos que ilustran la siguiente publicación, las saqué yo mismo el 18 de abril del año 2012 en la ciudad de Quilmes este, y son del área en donde ocurrieron los hechos relatados en el texto).

("Contraofensiva intraterrestre" es una suerte de continuación de mi cuento: "Escribiendo en el no tiempo").

-Palabras: 3.423-

Silencio que concluye

   Es extraño que lo de los setenta del siglo veinte haya quedado silenciado casi por completo por más de dos décadas, y no me refiero a la represión estatal, ya que de eso se habló y mucho, sino al contexto en que ocurrió, al punto que los que nacieron al final de dicha década y en las siguientes, poco y nada saben al respecto, pero también es lógico por dos motivos: uno es que la represión estatal fue tan cruenta, que eclipsó a todo lo demás, de ahí que durante años fuera eso lo único claramente visible, y el otro es que las leyes de impunidad que se crearon, llevaron a que en los programas educativos oficiales impuestos por los gobiernos que a dichas leyes dictaron, tal periodo fuera por propia conveniencia, sistemática y deliberadamente omitido (extrañamente, tras haberse derogado tales leyes, la información sobre el periodo en cuestión, siguió estando ausente en el ámbito escolar), pero el tiempo pasó y ahora sí se puede hablar de todo aquello que fue silenciado, y en ese poderse hablar de todo lo silenciado, considero que me corresponde hacer mi parte.

Solidaridad en aumento

   A fines de 1972 yo tenía 12 años; vivía con mis padres y hermanos a la vuelta de una casa abandonada en la que habitualmente entrábamos junto a otros chicos del barrio ya que tal ingreso constituía una modesta pero nada despreciable, aventura; dicha casa un día empezó a ser restaurada y ocupada, entonces, la aventura mencionada, para todos los pibes del barrio llegó a su fin y maldije a sus ocupantes; poco después, en el frente de la misma fueron pintadas proclamas a favor de Perón que dieron cuenta de que en ese lugar empezó a funcionar una unidad básica de la Juventud Peronista, lo cual resultó en que a diario mucha (muchísima) gente de una edad media de veinte años, entrara y saliera de ese lugar en el que se preparaban tareas que para mí, eran entonces desconocidas. Ahora sé que en tal lugar, los militantes se organizaban para prestar ayuda en los barrios carenciados consistente en reparar y/o construir viviendas, recibir donaciones de ropa y alimentos para repartirlas entre los pobres, brindar apoyo escolar, reparar y/o comprar e instalar luminarias públicas en caso de que la municipalidad no lo hiciera, proveerle asistencia médica a los vecinos que de ella carecían, lo cual no era difícil ya que la Tendencia Revolucionaria del Peronismo estaba constituida por gente de todos los niveles
socioeconómicos, no siendo la excepción el sector “profesional” de la población, por eso es que cuando en los barrios proletarios se necesitaba de ayuda profesional, tanto en lo sanitario (1) como en lo edilicio, no faltaran los médicos ni los arquitectos brindando sus servicios ad honórem, y muchas otras cosas así; esta gente que se unía con el objetivo de ayudar a la parte más desfavorecida de la sociedad, era en esos primeros años de los setenta, cada vez más, lo cual equivale a decir que la solidaridad era cada vez mayor, y no sólo en el Área Metropolitana de Buenos Aires, sino también, en todos los grandes centros urbanos de todas las provincias del país desde donde, como reguero de pólvora, la solidaridad se empezó a extender hacia las zonas rurales, y esto ocurría en todos los sectores de la sociedad, o sea: en las escuelas, las universidades, las fábricas, los talleres, los clubes de barrio, etc., etc., etc.; en todos esos lugares había un número cada vez mayor de gente que se sumaba a las organizaciones de izquierda revolucionaria (peronistas y no peronistas) con el objetivo de mejorar las condiciones de su propio ámbito y el ajeno, realizando así, la ayuda social que el estado no realizaba, y cuando cosas así ocurren, el estado ve dañada a su imagen y reprime a la solidaridad que lleva a los individuos a realizar actos de ayuda desinteresados, lo cual implica reprimir a la gente que con el “virus de la solidaridad” haya sido infectada o que las autoridades consideren que está en condiciones de serlo, y lamentablemente, así se terminó haciendo y a una escala sin precedentes en el país.
   Yo era parte de una familia de clase media, por lo cual, la ayuda ya referida nunca me hizo falta, pero sí conocí a mucha gente que pasaba necesidades que en gran medida disminuyeron gracias a la ayuda del colectivo de la izquierda revolucionaria, por eso es que a mí me consta que no había segundas intenciones en la gente perteneciente a los llamados frentes de masas; todo lo hacía desinteresadamente, es decir: por pura solidaridad, a diferencia de sus cúpulas cuyos integrantes fueron quienes crearon a dichas organizaciones de superficie que, en el caso de casi todas las de corte peronista, era la de Montoneros, que fue una organización armada que se inició con pocos miembros con el objetivo de reprimir a los represores del estado (así lo entendió la mayoría y por eso tuvieron en un comienzo, apoyo masivo de la sociedad) y presionar al gobierno para que dejara a Perón (que en ese entonces estaba proscrito) volver al país y postularse para la presidencia, pero que con la popularidad que rápidamente ganó, se convirtió en una mega organización cuyas autoridades fueron elevándose velozmente hasta quedar tras poco tiempo totalmente aisladas del sector medio y bajo (lo cual le pasa a la cúpula de TODA organización cuando se vuelve grande, sea de la índole que sea), de ahí que sus mismos ex integrantes suelan reivindicar a la generalidad de los montoneros y a su causa, pero no así, a sus dirigentes que, enceguecidos en sus intentos de detentar el poder estatal, dejaron de distinguir entre represores del estado y gente común, y perpetraron así, atentados con cada vez mayor frecuencia en los que no sólo murieron personas pertenecientes a la represión estatal, sino también, personas ajenas a ella; esto resultó en que la mayor parte de la sociedad dejara de apoyarlos, no obstante lo cual, seguían, al igual que los militares, autoproclamándose “defensores” de un pueblo que en su accionar, mayormente ya no los justificaba (como tampoco justificaba a los milicos), pero sí justificaba y apoyaba a los frentes de masas que habían creado, por entender que sus acciones (a diferencia de lo que dicen los derechistas que acusan a toda La Tendencia de haber sido guerrillera/terrorista) nada tenían que ver con la lucha armada de Montoneros, ya que las mismas estaban constituidas por acciones de ayuda social y eventualmente, políticopartidarias, de ahí que no haya incoherencia en el hecho de que en paralelo con la disminución del apoyo popular a Montoneros, haya aumentado la adhesión de la población a dichos frentes de los cuales, el más destacado era el constituido por la JOTAPÉ, que si bien no fue creado por Montoneros, terminó siendo por ellos, liderado.
 
(1) El autor (o sea, yo, Martín Rabezzana) no comparte la visión positiva que el personaje de este texto que cuenta la historia, parece tener sobre la medicina oficial.
 
Añoranza
 
   Viendo las necesidades que tantas personas tienen en la actualidad, añoro el tiempo en que la solidaridad en la población era masiva… Insisto con que la ayuda que venía de La Tendencia era desinteresada, a diferencia de la estatal que se realiza en parte por intermedio
de asistentes sociales que las autoridades manda a las zonas carenciadas (así como también manda sociólogos y psicólogos); esa gente que se disfraza de “solidaria” y cree que los pobres desconocen cuál es su verdadero fin, en toda área necesitada es rápidamente reconocida como espía del estado cuyo fin oficial de ayudar a los pobres, es totalmente falso siendo el verdadero, el de realizar informes sobre las personas en pos de que las autoridades sepan quiénes, por organizarse con el objetivo de conseguir mejores condiciones de vida, constituyen una amenaza posible para los intereses de una minoría económicamente poderosa (que es el grupo de la sociedad que creó al estado para protegerse de las masas) y se los pueda reprimir adecuadamente, ya sea por intermedio de las mal llamadas “Fuerzas de seguridad”, la milicia o la psiquiatría (esta última fuerza estatal represora, increíblemente no es todavía reconocida como tal por la mayoría).
   Como es sabido, cuando empezó la represión a gran escala de los frentes de masas ya referidos, perpetrada por la Triple A (ya en 1973 durante la presidencia de Lastiri, que no era más que un títere de Perón, y no así tras la muerte del general, que es lo que quieren creer muchos de la izquierda peronista en pos de exculparlo a Perón, porque, de no hacerlo y
admitir así que el mismísimo Pocho los mandó masacrar, sería injustificable por absurdo, seguir llamándose “peronistas”, y lo es, ya que Perón, aun de no haberle ordenado en ese sentido nada al principal organizador de la Triple A -o sea, a López Rega-, lo dejó hacer lo que quiso, que es igual a que le hubiera ordenado reprimir), Montoneros pasó a la clandestinidad y tal agrupación no accedió al pedido de los militantes de La Tendencia de envío de combatientes para protegerlos, lo cual resultó en que los frentes de masas, cuyos lugares de reunión principales eran las por todos en aquel entonces conocidas, unidades básicas, quedaran totalmente desprotegidos y a merced de los sicarios de la derecha peronista. Cosas así, dan cuenta de por qué comúnmente los montoneros de los niveles medios y bajos, despreciaban (y los que siguen vivos, aún hoy desprecian) a su propia cúpula; desprecio que, como ya dije, allá por el ’73, en la población era general, aunque el mismo alternara habitualmente con la simpatía por todos saber que pese a lo injusto y arbitrario de muchas de sus acciones, Montoneros seguía siendo una organización que reprimía a esos represores de las masas que son los integrantes de las Fuerzas Armadas y de “seguridad”; esta incoherencia en lo que a sentir respecta, no debería sorprender a nadie ya que es un hecho innegable el que todo lo existente se conformó a partir de mezclas, por lo cual, lo único puro es la nulidad; cada cosa que existe, es necesariamente resultado de una mezcla, y en el ámbito de los sentimientos no se da la excepción, por lo cual, la simpatía hacia alguien o algo, puede perfectamente coexistir con el repudio, y esto mayormente era lo que se daba en el sentir de la población no politizada e incluso, entre los mismos integrantes de La Tendencia, hacia Montoneros; recuerdo haber llegado a escuchar una conversación que se dio entre militantes de la JP mientras yo pasaba junto a unos amigos frente a la unidad básica de mi barrio, en que uno le decía a otro:

   -Yo banco a los montos mientras estén fuera del gobierno, pero cuando lleguen al mismo, tendré que oponerme a ellos porque estoy seguro de que cuando ya no nos necesiten, no van a dudar en reprimirnos igual o más que el gobierno actual.
   Años después, con una comprensión mayor de la situación social de aquel entonces, consideré que fue justamente eso lo que a los mismos Montoneros les ocurrió con Perón, ya que él los bancó mientras estuvo fuera del poder y ellos presionaban al gobierno para que lo dejaran volver al país, pero cuando (gracias a ellos) lo consiguió, pasaron a ser considerados por el general, rivales peligrosos a los que había que exterminar.
 
Ofensiva y contraofensiva
 
   Un día, allá por 1974, a la unidad básica empezó a ir varias veces por semana una mujer que, por supuesto, vista desde mi perspectiva de chico (yo ya tenía 14 años), era grande, si bien probablemente tuviera tan solo poco más de veinte años; a mí me encantaba; tras verla repetidas veces llegar a determinada hora, empecé a salir “casualmente” con la intención de cruzarme con ella; así ocurrió y tras varios días de verme, me empezó a saludar; tal intercambio de saludos era generador en mí, de una emoción imposible de transmitir con palabras.
   Una tarde del año recién referido, mientras me encontraba junto a otros pibes del barrio sentado en la vereda de mi casa situada a unas cuadras de la Plaza de la Cruz de la ciudad de
Quilmes, todos escuchamos una explosión; ninguno de nosotros se puso demasiado nervioso porque era algo habitual por esos tiempos; nunca se sabía quién había sido el perpetrador del hecho, ya que tanto Montoneros como así también, el ERP y la Triple A, fueron grandes cultores de los explosivos. La cuestión es que aun sin tener gran apuro, uno de los chicos, con gran displicencia, dijo:
   -Bueno… por las dudas va a ser mejor que cada uno se vaya a su casa.
   Todos asintieron y los ocho jóvenes rumbiaron para sus respectivas viviendas menos yo, que permanecí sentado en el cordón de la vereda un rato en soledad; como al minuto, tras mis amigos haberse ya ido, vi correr en dirección a donde yo estaba a la chica militante de la unidad básica ya mencionada, que me dijo:
   -¡Andate de acá, que es peligroso!
   Entonces, al ser obvio que estaba escapando, me levanté apuradamente y señalándole la dirección en la que quedaba mi casa e inmediatamente, hacer un gesto de pedido de que hasta la misma conmigo fuera, le dije:
   -¡Vivo allá!
   Entonces ella se detuvo y por saber que pondría en peligro a mi familia si a la casa en cuestión, ingresaba, dijo:
   -¡No no! ¡Andá vos solo a tu casa ya mismo, y quedate ahí!
   Y volvió a correr, pero yo empecé a correr tras ella y tras alcanzarla, le dije:
   -¡Seguime!
   Ella me decía que no pero como yo insistí en correr junto a ella, finalmente me hizo caso y me siguió unas cuadras hasta que llegamos a la calle Olavarría casi esquina Libertad; en ese lugar había una casa que había sido refaccionada para oficiar de sala de ensayo; yo tenía llave para ingresar a la misma por estar trabajando en ese lugar en calidad de limpiador, y
sabía que a esa hora estaba desocupada; entramos al lugar y miramos subrepticiamente por la ventana; no pasaron muchos segundos hasta que vimos pasar corriendo a varios integrantes de la siniestra patota de Pocho, entonces la chica se aferró a mí y temblorosamente, dijo:
   -Ahí están.
  Yo tenía plena conciencia de la peligrosidad de la situación, sin embargo, en ese momento no tuve miedo porque el mismo había sido completamente anulado por la presencia de la chica cuya cercanía me había emocionado sobremanera, así como me había conmovido en lo más profundo, el contacto que conmigo hizo.
   Tras varios segundos de mirar en derredor, uno de los integrantes de la patota, dijo:
   -Busquemos en la otra cuadra.
   Y se fueron.
   Tras los sicarios irse, la militante revolucionaria respiró aliviada.
   Tras varios segundos de silencio, dirigiéndome una hermosa sonrisa, me dijo:
   -Gracias.
   Yo, totalmente inhibido por su para mí, deseada, anhelada y reverenciada presencia, muy tímidamente le dije:
   -No, de nada.
   Después me preguntó mi nombre y tras yo responderle, le pregunté a ella el suyo. Ella respondió:
   -Eugenia.
   Pero poco nos duró la tranquilidad porque los integrantes de la patota volvieron a pasar por el frente de la sala de ensayo y esta vez, con toda la intención de a la misma ingresar, entonces Eugenia me dijo:
   -¿Hay otra salida?
   -Sí, cruzando el patio.
   Y hasta la puerta que daba al mismo fuimos, pero estaba cerrada y yo no tenía la llave, y tras decírselo, aun sabiéndolo inútil, nos escondimos los dos tras un sillón, y entonces sí tuve miedo, porque los sicarios rompieron la puerta de entrada e ingresaron; eran cinco y blandían armas largas; uno de ellos agarró a Eugenia de los pelos y le dijo:
   -¡Cómo me voy a divertir con vos, pendeja!
   Entonces yo le grité que la soltara y otro integrante de la patota me dio un golpe en el rostro que me hizo caer; Eugenia los insultó y también ella fue golpeada por el que la tenía sujeta y los demás, pero fue que, a los pocos segundos se empezaron a escuchar ruidos que venían de abajo, entonces el sicario que tenía agarrada a Eugenia, la soltó y dijo:
   -¿Qué es ese ruido?
   Y se acercó hasta el lugar del cual provenían los extraños sonidos; le dijo a sus colegas de represión que sacaran la alfombra que parecía cubrir un sótano, y cuando lo hicieron y el sicario levantó la puerta que, efectivamente, a un sótano daba, del mismo emergió una mano que no era humana ni animal no humana, que arrastró al represor hacia su interior y después, cerró la puerta; el tipo gritó desesperadamente pidiendo ayuda ante la mirada azorada de todos los que en el lugar, estábamos, pero ninguno de sus compañeros hizo nada, y tras unos treinta segundos, sus gritos cesaron; los represores evidenciaron miedo, por lo cual, tardaron en reaccionar; tras algunos segundos finalmente uno de ellos le dijo al que parecía tener dentro del grupo, menor jerarquía:
   -Abrí la puerta del sótano, así cuando esa cosa salga, le disparamos.
   -No. Abrila vos –le respondió.
   Entonces el primer represor lo apuntó con su arma y le dijo:
   -¡Abrí ya, la puta que te parió! ¡Que si no, te cago a tiros ya mismo!
   Entonces el tipo abrió la puerta horizontal que daba acceso al sótano y cuando del mismo lentamente la criatura empezó a egresar, los tres sicarios restantes, dispararon cualquier cantidad de veces contra ella que, como si nada hubiera pasado, permaneció firme e impertérrita; cuando se quedaron sin balas, la criatura, con la velocidad de un rayo, arrastró uno por uno a los cuatro represores hacia el sótano que, al igual que su primer compañero, gritaron durante unos treinta segundos tras los cuales, lo que siguió fue un silencio absoluto; entonces, producto de la balacera que se escuchó desde el exterior, cuatro represores que se encontraban esperando en dos autos en la calle, ingresaron a la sala de ensayo blandiendo sus armas; inmediatamente la criatura volvió a salir del sótano e hizo con ellos lo mismo que con los anteriores había hecho, mientras Eugenia y yo, nos abrazábamos mutuamente creyendo presentir que nosotros seríamos las siguientes víctimas de ese extraño ser, al que no tengo palabras para describir, pero la historia no habría de continuar así, ya que tras llevarse hacia el sótano a los últimos represores que al lugar habían ingresado, no volvió a salir; cuando tras más o menos un minuto logramos reaccionar, fuimos rápidamente hacia la puerta de salida y ganamos la calle.
   Ya lejos de la sala de ensayo, Eugenia me abrazó y me dijo:
   -Ahora sí; andá a tu casa.
   Me dio un beso y se fue.

Poscontraofensiva

   Al día siguiente de los hechos ya referidos, me encontré con el dueño de la sala de ensayo y me dijo que alguien en la misma había irrumpido el día anterior y que por eso había tenido que poner otra puerta, tras lo cual, me dio una copia de su llave; me dijo también que el caso era raro porque no le habían robado nada; ante esto, yo nada dije, ya que sabía que no me creería si le decía lo que había pasado (lo de la patota sí me lo habría creído, pero lo de la criatura, seguramente no), y me llamó la atención que no mencionara a las vainas servidas (que eran muchas) que habían quedado desparramadas por el piso tras los disparos efectuados por los represores que integraban la patota de la derecha peronista;... por ahí no mencionó nada al respecto por no preocuparme, o por ahí la criatura se llevó a su hábitat subterráneo dichos elementos tras Eugenia y yo, habernos ido, pero sí mencionó que en la sala había un aroma extraño (y claro...: la pólvora).
   Esa misma semana volví a trabajar en la sala de ensayo y les puedo jurar sin faltar a la verdad, que no tuve ningún temor, ya que sentía que en ese lugar estaba mejor protegido de la represión estatal que en ninguna otra parte del mundo.
   A Eugenia nunca más la volví a ver, sin embargo, en estos cuarenta y ocho años que pasaron, no hubo siquiera un día en que no haya pensado en ella.
   Nunca se volvió a saber de ninguno de los nueve represores de la patota de la Triple A que esa tarde nos persiguieron; hasta la actualidad (año 2022) permanecen en calidad de desaparecidos.