Lo que el joven
experimentó lo asustó sobremanera ya que nada parecido le había ocurrido antes,
pero tras salir del cuarto y reencontrarse con sus amigos, nada les dijo de
todo esto por temor a que lo consideraran loco (como tan tontamente hacen casi
todas las personas ante alguien cuya forma de sentir, de pensar o de ser, no
entienden).
Tras varios
minutos más de caminata por el lugar, volvieron a subirse al auto propiedad del
padre del único de ellos que tenía edad para manejar en el que habían llegado,
y salieron de Monte Grande con dirección a sus respectivas casas en la ciudad
cervecera de Magda Buen Ayre.
Mientras los
demás hablaban, el joven que tuvo la experiencia paranormal se hizo el dormido
durante casi todo el trayecto de vuelta a su hogar para no tener que entrar en
conversación y recordó una y otra vez lo que en la alguna vez mazmorra de la "María Elena", vio, y tras algunos minutos volvió a tener una visión, pero no
era una repetida, sino una nueva: vio al hombre de su primera visión que había
matado a balazos a otro, acariciar con un sentir profundo de amor y compasión a
una prostituta, entonces entendió que el individuo había abierto fuego contra
quien era un polaco perteneciente a la Zwi Migdal y gerente de un prostíbulo propiedad de Barceló, con el objetivo de liberar a una mujer empleada ahí
contra su voluntad; tal intento (infructuoso) de liberación, al hombre se lo
habían hecho pagar en la celda clandestina de la "María Elena" en la que su
vida concluyó.
Muchos años
después de la visita a la casa quinta en cuestión, mientras transitaba una
vereda de una ciudad de Magdalena del Buen Ayre, el protagonista de esta
historia se cruzó con una mujer de su misma edad que llevaba a dos chicos de la
mano (evidentemente sus hijos); no recordaba haberla visto antes y ella tampoco
a él, sin embargo ella le dirigió una mirada llena de positividad y tras algunos
segundos, no pudiendo reprimir una expresión de afecto por ella misma no
entendida racionalmente, le cerró el paso y le dijo:
-¡Gracias!
Tras lo cual lo
besó en la mejilla y siguió su camino.
Él no entendió
inmediatamente quién era ella ni por qué le había agradecido, pero sí lo
entendió tras un rato, entonces, mientras recordaba a la mujer del prostíbulo
de su visión, a media voz, dijo:
-¡Era ella!
Y recordando al
desafortunado hombre que murió en la mazmorra de la quinta de Barceló, dijo:
-Y era yo…