
Lo primero que
vio fue un enorme fogonazo, después vio caer al piso a un tipo trajeado al
estilo de los años 20 del siglo pasado. Después, como si fuera a través de sus
propios ojos, vio al que había disparado el arma que causó el resplandor, despertarse
en ese lugar no pudiendo sentir ni oír. Sólo podía ver, y después… ya no… Al
rato se hizo la noche, el día, la luz, la oscuridad, el frío, el calor, el
tiempo, el no tiempo, el todo y la nada; todo eso lo vio y lo sintió
simultáneamente ya que estaba en el todo/nada que es ese lugar que desde este
plano llamamos comúnmente "muerte", y ese estado de sentires simultáneos tuvo
lugar en una habitación de la otrora casa quinta situada en Monte Grande de
Alberto Barceló, quien fuera en varias oportunidades intendente de Avellaneda;
a ese lugar había ido con sus amigos ya que en esos años 90 (a diferencia de lo
que ocurre actualmente, ya que se hizo una restauración para que el lugar sea
usado por el poder judicial) la quinta estaba abandonada y era sabido que se
podía ingresar a la misma sin dificultad, y así fue, ya que esa medianoche los
cuatro jóvenes franquearon un paredón e ingresaron a esa enorme casa llamada la "María Elena" y la recorrieron enteramente, y fue en un momento en que el joven
protagonista de esta historia se apartó de los demás y entró a una habitación
en la que había una celda, que tuvo las visiones que ya conté, y previamente a
eso sintió un cambio abrupto de temperatura, pero no se trató de un descenso de
la misma, a diferencia de lo que habitualmente se dice que ocurre cuando en un
lugar hay actividad paranormal, ya que en este caso la temperatura se elevó
considerablemente, lo cual fue muy notorio porque era pleno invierno; ese
cambio drástico de temperatura es señal inequívoca de que algo raro está
teniendo lugar, aunque las personas de mente cerrada (que en su común necedad
eligen casi siempre para definirse el título de "escépticas") digan que tal
cambio se debe a cualquier otra cosa y no a actividad paranormal, pero no lo
dirían si estuvieran en donde el adolescente entonces estaba ni menos de
experimentar (como le había ocurrido a él) visiones de hechos ocurridos en los
años 20 en ese lugar que en esos años oficiaba de mazmorra destinada a aquellos
considerados enemigos por ese ser despreciable que fue Alberto Barceló.
Lo que el joven
experimentó lo asustó sobremanera ya que nada parecido le había ocurrido antes,
pero tras salir del cuarto y reencontrarse con sus amigos, nada les dijo de
todo esto por temor a que lo consideraran loco (como tan tontamente hacen casi
todas las personas ante alguien cuya forma de sentir, de pensar o de ser, no
entienden).
Tras varios
minutos más de caminata por el lugar, volvieron a subirse al auto propiedad del
padre del único de ellos que tenía edad para manejar en el que habían llegado,
y salieron de Monte Grande con dirección a sus respectivas casas en la ciudad
cervecera de Magda Buen Ayre.
Mientras los
demás hablaban, el joven que tuvo la experiencia paranormal se hizo el dormido
durante casi todo el trayecto de vuelta a su hogar para no tener que entrar en
conversación y recordó una y otra vez lo que en la alguna vez mazmorra de la "María Elena", vio, y tras algunos minutos volvió a tener una visión, pero no
era una repetida, sino una nueva: vio al hombre de su primera visión que había
matado a balazos a otro, acariciar con un sentir profundo de amor y compasión a
una prostituta, entonces entendió que el individuo había abierto fuego contra
quien era un polaco perteneciente a la Zwi Migdal y gerente de un prostíbulo propiedad de Barceló, con el objetivo de liberar a una mujer empleada ahí
contra su voluntad; tal intento (infructuoso) de liberación, al hombre se lo
habían hecho pagar en la celda clandestina de la "María Elena" en la que su
vida concluyó.
Muchos años
después de la visita a la casa quinta en cuestión, mientras transitaba una
vereda de una ciudad de Magdalena del Buen Ayre, el protagonista de esta
historia se cruzó con una mujer de su misma edad que llevaba a dos chicos de la
mano (evidentemente sus hijos); no recordaba haberla visto antes y ella tampoco
a él, sin embargo ella le dirigió una mirada llena de positividad y tras algunos
segundos, no pudiendo reprimir una expresión de afecto por ella misma no
entendida racionalmente, le cerró el paso y le dijo:
-¡Gracias!
Tras lo cual lo
besó en la mejilla y siguió su camino.
Él no entendió
inmediatamente quién era ella ni por qué le había agradecido, pero sí lo
entendió tras un rato, entonces, mientras recordaba a la mujer del prostíbulo
de su visión, a media voz, dijo:
-¡Era ella!
Y recordando al
desafortunado hombre que murió en la mazmorra de la quinta de Barceló, dijo:
-Y era yo…