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martes, 31 de diciembre de 2019

Visiones infames en la “María Elena” o: Ella y él (cuento) - Martín Rabezzana



   Lo primero que vio fue un enorme fogonazo, después vio caer al piso a un tipo trajeado al estilo de los años 20 del siglo pasado. Después, como si fuera a través de sus propios ojos, vio al que había disparado el arma que causó el resplandor, despertarse en ese lugar no pudiendo sentir ni oír. Sólo podía ver, y después… ya no… Al rato se hizo la noche, el día, la luz, la oscuridad, el frío, el calor, el tiempo, el no tiempo, el todo y la nada; todo eso lo vio y lo sintió simultáneamente ya que estaba en el todo/nada que es ese lugar que desde este plano llamamos comúnmente "muerte", y ese estado de sentires simultáneos tuvo lugar en una habitación de la otrora casa quinta situada en Monte Grande de Alberto Barceló, quien fuera en varias oportunidades intendente de Avellaneda; a ese lugar había ido con sus amigos ya que en esos años 90 (a diferencia de lo que ocurre actualmente, ya que se hizo una restauración para que el lugar sea usado por el poder judicial) la quinta estaba abandonada y era sabido que se podía ingresar a la misma sin dificultad, y así fue, ya que esa medianoche los cuatro jóvenes franquearon un paredón e ingresaron a esa enorme casa llamada la "María Elena" y la recorrieron enteramente, y fue en un momento en que el joven protagonista de esta historia se apartó de los demás y entró a una habitación en la que había una celda, que tuvo las visiones que ya conté, y previamente a eso sintió un cambio abrupto de temperatura, pero no se trató de un descenso de la misma, a diferencia de lo que habitualmente se dice que ocurre cuando en un lugar hay actividad paranormal, ya que en este caso la temperatura se elevó considerablemente, lo cual fue muy notorio porque era pleno invierno; ese cambio drástico de temperatura es señal inequívoca de que algo raro está teniendo lugar, aunque las personas de mente cerrada (que en su común necedad eligen casi siempre para definirse el título de "escépticas") digan que tal cambio se debe a cualquier otra cosa y no a actividad paranormal, pero no lo dirían si estuvieran en donde el adolescente entonces estaba ni menos de experimentar (como le había ocurrido a él) visiones de hechos ocurridos en los años 20 en ese lugar que en esos años oficiaba de mazmorra destinada a aquellos considerados enemigos por ese ser despreciable que fue Alberto Barceló.
   Lo que el joven experimentó lo asustó sobremanera ya que nada parecido le había ocurrido antes, pero tras salir del cuarto y reencontrarse con sus amigos, nada les dijo de todo esto por temor a que lo consideraran loco (como tan tontamente hacen casi todas las personas ante alguien cuya forma de sentir, de pensar o de ser, no entienden).
   Tras varios minutos más de caminata por el lugar, volvieron a subirse al auto propiedad del padre del único de ellos que tenía edad para manejar en el que habían llegado, y salieron de Monte Grande con dirección a sus respectivas casas en la ciudad cervecera de Magda Buen Ayre.
   Mientras los demás hablaban, el joven que tuvo la experiencia paranormal se hizo el dormido durante casi todo el trayecto de vuelta a su hogar para no tener que entrar en conversación y recordó una y otra vez lo que en la alguna vez mazmorra de la "María Elena", vio, y tras algunos minutos volvió a tener una visión, pero no era una repetida, sino una nueva: vio al hombre de su primera visión que había matado a balazos a otro, acariciar con un sentir profundo de amor y compasión a una prostituta, entonces entendió que el individuo había abierto fuego contra quien era un polaco perteneciente a la Zwi Migdal y gerente de un prostíbulo propiedad de Barceló, con el objetivo de liberar a una mujer empleada ahí contra su voluntad; tal intento (infructuoso) de liberación, al hombre se lo habían hecho pagar en la celda clandestina de la "María Elena" en la que su vida concluyó.

   Muchos años después de la visita a la casa quinta en cuestión, mientras transitaba una vereda de una ciudad de Magdalena del Buen Ayre, el protagonista de esta historia se cruzó con una mujer de su misma edad que llevaba a dos chicos de la mano (evidentemente sus hijos); no recordaba haberla visto antes y ella tampoco a él, sin embargo ella le dirigió una mirada llena de positividad y tras algunos segundos, no pudiendo reprimir una expresión de afecto por ella misma no entendida racionalmente, le cerró el paso y le dijo:
   -¡Gracias!
   Tras lo cual lo besó en la mejilla y siguió su camino.
   Él no entendió inmediatamente quién era ella ni por qué le había agradecido, pero sí lo entendió tras un rato, entonces, mientras recordaba a la mujer del prostíbulo de su visión, a media voz, dijo:
   -¡Era ella!
   Y recordando al desafortunado hombre que murió en la mazmorra de la quinta de Barceló, dijo:
   -Y era yo…