-Nunca habla mal
de nadie -me dijo refiriéndose a cierta persona que en las reuniones sociales a
las que asistíamos permanecía en silencio cuando los demás nos entregábamos a la
crítica; yo asentí, y comprendiendo que la ausencia de maledicencia es una virtud
que sólo los grandes poseen, y tras tomar conciencia de que lo maledicente estaba muy presente en nuestras personas, nos reconocimos a nosotros mismos como parásitos
insignificantes.