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lunes, 30 de julio de 2018

Convicción metafísica (cuento) - Martín Rabezzana

   El trabajo nocturno implica ciertos beneficios innegables siendo el más obvio y relevante, el menor nivel de tensión nerviosa que durante la noche hay, pero hay otros, poco (o nada) tenidos en cuenta por la mayoría, como la mayor posibilidad de ser testigo de hechos fantásticos, lo cual es común y mucho más de lo que se imaginan quienes nunca trabajaron más que de día; quienes sí hayan trabajado durante la noche en alguna fábrica, empresa o recinto público cualquiera, saben que en un período no muy largo de permanencia en los mismos, es INEVITABLE experimentar algo raro, extraño, inusual… SOBRENATURAL.
   
   Ya se había iniciado la medianoche de ese primer día en que empecé a trabajar en cierto teatro municipal en calidad de barrendero/limpiaventanas/lustraasientos, etcétera; mi compañero hablaba casi sin parar y tras casi una hora de trabajo me dijo que iba a poner agua para el mate, entonces le dije:
   -Dale, andá yendo que yo enseguida voy.
   Pero ni se movió, entonces le pregunté:
   -¿Qué pasa?
   Me dijo:
   -Acompañame porque… ir solo detrás del escenario es…
   Tras unos segundos, dije:
   -¿Es qué?
   -Es para gente más valiente que yo.
   Entonces paré de barrer y sin preguntarle nada, lo acompañé hasta detrás del escenario donde había una pava eléctrica que calentaría el agua para el mate; mientras tanto me contó de las visiones de espectros que experimentó en el lugar en que estábamos. También me dijo que no solo él los había visto, sino también los demás empleados; me dijo que había escuchado que a la medianoche se abre un portal dimensional que se cierra tras seis horas que le permite a los seres del mundo espiritual visitar el nuestro; yo le dije que todo eso podía explicarse por los efectos psicoactivos de la cafeína ya que aumenta el nivel de cortisol lo cual puede llegar a alterar la percepción, y dicha hormona también aumenta con la falta de sueño, por lo que es lógico que en los trabajos de horario nocturno sean comunes las alucinaciones ya que es también común que las personas tengan sueño a altas horas de la noche y que intenten combatirlo con un gran consumo de cafeína, de ahí que esté todo dado para que experimenten visiones extrañas que nada tienen de sobrenatural.
   Tras escuchar todo esto, mi compañero dijo:
   -¡Faaaaaa, cheee!... ¿cómo sabés todo eso?
   Yo le dije:
   -Son las ventajas de leer algo más que el boleto del bondi (o la tarjeta sube) -¡Pero qué hijo de puta que fui, carajo! ¡Incurrí en el vicio destacado por Bakunin que es el orgullo de inteligencia!... La discriminación por intelecto es la que más abunda entre quienes superaron (o al menos creen haberlo hecho) a las demás, y no hay mayor boludo que aquel que menosprecia a otro por ser falto de desarrollo intelectual, y por tomar conciencia de esto es que rápidamente me excusé diciendo: -¡No lo tomés en serio! No vayas a creer que soy un intelectualista ya que yo desprecio al ámbito intelectual.
   -¿Ah sí? ¿Por qué?
   -Porque el desarrollo intelectual se sucede paralelamente al subdesarrollo de la compasión, del respeto por la vida ajena, de la bondad… básicamente: de la calidad humana, por eso es que detrás de todo sometimiento a gran escala de toda forma de vida conocida y destrucción del medio ambiente, hay siempre intelectuales… El intelectualismo conlleva el germen de la destrucción propia y ajena… …El desarrollo intelectual te empeora a nivel personal y te disminuye la capacidad de apreciar lo más sencillo e importante de la existencia sin lo cual no hay bienestar alguno posible, de ahí que los intelectuales sean (salvo raras excepciones que confirman la regla) extremadamente resentidos y miserables, y de ahí lo absurdo de menospreciar a alguien por carecer de desarrollo intelectual como si con el mismo no se perdiera más de lo que se gana, por eso cuando alguien menosprecia a los demás por ser supuestamente faltos de intelecto, asumiendo así que el mismo es positivo, es oportuno recordarle que sin un Einstein no habría bomba atómica… …Bueh; sigamos laburando.
   Si bien mi sentir respecto de lo recién dicho es actualmente el mismo, en lo que respecta a mi pensamiento cambié bastante ya que me di cuenta de que en esos años había caído en el otro extremo de la discriminación tradicional que es el de discriminar al discriminador, no advirtiendo que el antirracismo es racismo ya que tiene las mismas bases, es decir, el racista (en el sentido amplio de la palabra racismo) se siente superior a aquel a quien menosprecia por su condición, y el antirracista también; éste último, que suele autodenominarse igualitarista, se siente superior a quien tiene valores jerárquicos y por eso es que a fin de cuentas es igual a su opuesto que lejos de estar realmente en conflicto con él, lo complementa, por lo cual se dan vida mutuamente, es por eso que sin el racista no existiría el igualitarista, sin el fascista no existiría el liberal, sin el estado no existiría el anarquista y sin el malo no existiría el bueno, de lo cual se puede concluir que si destruimos a los otros (física o ideológicamente) nos destruimos a nosotros mismos porque NECESITAMOS DE LOS OTROS PARA SER NOSOTROS, de ahí lo absurdo del querer destruir al otro por tener valores opuestos a los de uno o de creerse por encima de él ya que en realidad todos los valores son iguales dado que unos permiten la existencia de los otros, por eso para mí quien realmente está por encima de la generalidad, quien en serio es superior, no es el que acepta unos u otros valores, sino aquel que los trasciende a todos ya que sólo al trascenderlos se logra no juzgar, lo cual a uno le posibilita alcanzar la armonía consigo mismo sin la cual no es posible la armonía con los demás, pero todo esto lo resolví mucho después del tiempo en que se desarrolla la historia en cuestión que ya mismo retomo.
   Nada raro ocurrió esa noche ni la del día posterior, pero a la semana siguiente sí ocurrieron cosas extrañas como que se escucharan golpes en el techo (que atribuí al aterrizaje de palomas aunque al salir a ver no divisara a ninguna) y que el telón se corriera solo, y tras constatar que no había nadie que lo hubiera corrido y como estaba solo, me lo expliqué a mí mismo con lo ya dicho sobre los efectos psicoactivos de la cafeína y la falta de sueño, pero la verdad es que no me lo creía y me quise convencer a mí mismo de que estaba tranquilo cuando en realidad estaba asustado.
   Al día siguiente, mientras con mi compañero barríamos un pasillo junto a las butacas, en el escenario aparecieron dos figuras humanas; mi compañero al percibirlo, mientras señalaba al escenario, dijo:
   -¡Mirá!
   -Miré al escenario y le dije:
   -Describime lo que ves.
   -Veo a un hombre y a una mujer que parecen estar cantando, pero no se escucha nada; la mujer tiene un vestido rojo y…
   -¡El hombre está de traje y tiene un sombrero como de los años 30! -dije yo interrumpiéndolo.
   -¡Sí! -dijo mi compañero.
   Evidentemente veíamos lo mismo.
   Tras más o menos un minuto de mirar a las figuras en el escenario sintiendo una mezcla de escalofríos, miedo y asombro, las mismas se desvanecieron.
   Quedaba todavía una hora de trabajo y la pasamos casi sin hablar debido a la conmoción que lo experimentado nos causó.
   La noche siguiente mi compañero me dijo:
   -Mirá lo que encontré en el depósito.
   Y desplegó un póster viejo en el que se publicitaba la obra musical cuyos protagonistas habíamos visto la noche anterior sobre el escenario, pero… el teatro era nuevo. No podía ser entonces que fueran los espectros de actores que habían actuado en ese lugar una obra en alguna de las primeras décadas del siglo veinte ya que en ese entonces el teatro no existía, sin embargo, la dirección presentada en el póster daba cuenta de que había habido en ese mismo lugar un recinto público en el que se habían realizado obras teatrales, por lo que en realidad sí podía ser; en la imagen se veía a un guapo del 900 junto a una mujer de vestido claramente rojo ya que si bien la fotografía en ese tiempo era en blanco y negro, para los afiches publicitarios las mismas solían ser coloreadas; me dijo:
   -Si lo interpretamos desde la óptica que me presentaste, lo que vimos no eran fantasmas ya que fue el producto de una alucinación, pero… -señalando el póster -¿cómo se explica esto?
   Y tras unos segundos de intentar racionalizar lo ocurrido, depuse las armas intelectuales de las que se agarra todo cobarde racional en pos de no admitir la existencia de lo metafísico y dije:
   -Lo que vimos no se explica con lo que te dije; esa explicación para este caso es una mierda. Olvidala.
   -¿Entonces qué fue lo que vimos?
    Yo, con convicción metafísica, le respondí:
    -Fantasmas.