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viernes, 28 de enero de 2022

SubversivaMENTE (cuento) - Martín Rabezzana


La subversión no resurgirá por obra ni por impulso de aquellos que la reivindican, sino por obra e impulso de aquellos que obsesiva y categóricamente, la condenan.
 
Martín Rabezzana
 

   Tras la última dictadura cívico-militar-eclesiástico-médico-farmacéutico-jurídico-policial, los medios, a través de sus comunicadores, empezaron a exponer el accionar represivo de las autoridades sostenido durante los últimos recientes años, pero con la orden dada a sus expositores por parte de sus superiores, de hacerlo medida y descontextualizadamente, de ahí que la exposición mediática de lo ocurrido durante el proceso militar, fuera relegada en la mayoría de los casos, a horarios marginales, y si bien ya para 1984 (año en que se desarrolla esta historia) se había hablado bastante de la represión de las autoridades, lo que no se había hecho hasta ese día en los medios, es contextualizar a la represión debidamente, porque cosa tal implicaba hablar necesariamente de los grupos armados civiles y sobretodo: de los motivos por los cuales se crearon; como todo intento de explicación de por qué aparecieron grupos de partisanos lleva (casi) inevitablemente a alguna gente a la justificación de la represión estatal y a mucha otra, a la justificación de la (para mí, sacra) subversión, dicha contextualización era evitada (y lo sería por décadas) por todos los difusores mediáticos por pretender evitar ser considerados “antialfonsinistas”, que en ese entonces era casi lo mismo que ser considerado “antidemocrático”, ya que el entonces presidente Alfonsín (tipo en extremo nefasto) (1), había ganado apoyo popular y las elecciones presidenciales por haber expresado durante su campaña que de él ganar, los militares serían juzgados, y a él no le convenía que en los medios se los reivindicara, ya que eso podría derivar en un apoyo a ellos, legitimador ante un eventual golpe, ni tampoco le convenía que se reivindicara a las milicias irregulares, ya que eso habría equivalido a un intento de volver a encender la mecha de la “subversión” que, de ser nuevamente encendida, resultaría en que el mismo gobierno alfonsinista cayera en su volteada. Por todo esto es que al locutor que pertenecía a cierta radio importante (radio “Alvalhaziv”, más precisamente), su director, tras él haberle presentado su proyecto de programa a emitirse en la trasnoche en el que, entre otras cosas, se hablaría del periodo de los setenta, tras aceptarlo, le dijo:
  -Hablá todo lo mal que quieras de los milicos, pero guarda con referirte siquiera a Montoneros, al ERP y a la izquierda revolucionaria en general, porque eso no va; si lo hacés, no vas a durar mucho en esta radio ni en ninguna otra.
   Tras lo cual, el locutor nada respondió, ya que no tuvo tiempo dado que tras decir lo que dijo, el director agarró el teléfono que sonaba y se puso a hablar con la persona del otro lado de la línea mientras saludaba al locutor con la mano, dándole así a entender que la “conversación” (que en realidad había sido un monólogo) había concluido.
   El locutor inició su programa que, tras algunos meses llegó a tener alta audiencia, y cumplió con las directivas recibidas, hasta que un día, tras mucho pensarlo y decir para sí mismo en voz alta: “¡Maah sí!”, desacató a su superior al invitar a una historiadora del periodo argentino de los años 1960 y 1970, a la que le preguntó:
   -¿Cuáles fueron, según su opinión, los motivos principales por los que se formaron las organizaciones armadas civiles?
   La historiadora respondió:
   -A la hora de analizarse los motivos por los cuales en los años 60 y 70 del siglo 20, tantos jóvenes argentinos tomaron las armas para combatir al sistema, se suele hablar de una desigualdad económica entre los diversos sectores de la sociedad, inaceptable; de los años de prohibición de Perón y del peronismo; del impedimento gubernamental a los ciudadanos de participar en política; de la influencia de la revolución cubana, que dio cuenta de que el que un ejército irregular voltee a un gobierno, no es en absoluto un imposible (como hasta entonces se pensaba), y esas cosas son ciertas, pero… ¡TODO ESO VINO DESPUÉS! El motivo primigenio por el cual se crearon los grupos político-militares, fue la represión continua, sistemática y de aplicación masiva emprendida por el estado a través de las fuerzas policiales y militares, a cualquier ciudadano, pero sobretodo, a aquellos pertenecientes al siguiente grupo: el joven (2), ya que durante décadas, las juventudes argentinas fueron reprimidas por el estado por ABSOLUTAMENTE NADA; es decir, durante todo el siglo veinte, las acciones de represión estatales (3) por motivos que nada tenían que ver con transgresiones a las leyes, han sido moneda corriente en el país (4); el objetivo de eso es claro: el control social, ya que lo que las autoridades esperan al reprimir continuamente a la juventud, es que las mismas aprendan a acatar a la autoridad y no piensen siquiera en actuar contra ella ni cambiar radicalmente nada de lo socialmente establecido, lo cual, desde la perspectiva estatista, tiene como resultado que las personas reprimidas lleguen a la adultez totalmente amansadas y no sean así, amenazas para lo continuidad del sistema de dominación de unos pocos sobre las masas, y la verdad es que eso resulta, pero sólo durante un tiempo, ya que cuando la represión se sostiene durante un periodo demasiado largo, los reprimidos empiezan a acumular un resentimiento y una indignación, que se transmiten transgeneracionalmente, que superan con creces al miedo que a las fuerzas represivas legales les puedan tener, es entonces que aparecen los planes de organizarse para devolver la agresión al sector del cual, la misma viene.
   Tras lo cual, el locutor dijo:
   -O sea que, en su opinión, fue la misma represión gubernamental lo que engendró a las organizaciones armadas civiles.
   -Exactamente; si bien los militares y las personas de derecha que los apoyan justifican a la represión por ellos infligida (que no fue solamente contra las organizaciones armadas civiles, sino contra la sociedad TODA) por, según ellos, haber constituido una respuesta a la agresión contra el pueblo ejercida por los guerrilleros, la realidad es que los militares, la policía, la gendarmería y la prefectura, existen desde mucho antes de que se crearan estas milicias irregulares y vienen agrediendo sistemáticamente al pueblo desde su misma fundación, por lo cual, es evidente que los que reprimieron en respuesta a una agresión, fueron los partisanos, a los cuales no es lógico exculpar categóricamente, ya que muchos de ellos hicieron cosas consideradas por ellos mismos como injustificables, pero tampoco es conveniente condenarlos categóricamente dado que la contextualización es necesaria para el entendimiento de los motivos por los cuales hicieron lo que hicieron, y la condena categórica a ellos, evita que dicha contextualización se realice seriamente; tampoco es prudente hacerlo porque en la condena absoluta a la violencia venga de quien venga, se está cayendo en un simplismo absurdo, ya que la violencia es la vida misma porque no se puede vivir sin lastimar ni matar; no hay paz en la vida, hay diversos grados de violencia; no podemos caer en ese antropocentrismo ridículo de creer que la vida es solamente la humana; la vida es una y toma millones de formas; algunas son grandes, otras, chicas, y otras hasta invisibles para nuestros ojos por ser microscópicas, y a muchas de esas formas de vida nos es imposible no dañar y destruir. Por todo esto es que digo que la vida es la violencia, la paz en la vida es un imposible; partiendo de esta base, podemos empezar a debatir en qué grado la violencia debe ser usada y en qué circunstancias, pero si arrancamos diciendo: “hay que condenar a toda forma de violencia”, no estamos precisamente enfrentando al problema, sino evadiéndolo, y así lo único que ocurre, es que el mismo se agrava; aceptando que la vida es violencia y que, por consiguiente, en la misma es un mal inevitable, justamente por ser un mal, se debería considerar su utilización moderada en vez de su utilización desmedida, y si bien esto que digo no es acorde con una justificación del accionar guerrillero, ya que en muchos casos los guerrilleros hicieron abuso de la violencia, insisto en que hay que evitar condenarlos categóricamente porque, como ya expresé, cosa tal impide analizar los motivos que resultaron en la creación de sus agrupaciones; paradójicamente, como los motivos están en la represión estatal, la condena a las organizaciones armadas irregulares, sólo puede ser parcial, mientras que la condena a las organizaciones armadas estatales, sólo puede ser absoluta, y si la condena a estas últimas es absoluta, la condena parcial a las primeras, hace inevitable a su vez a su reivindicación, no total, pero sí, parcial.
   El locutor preguntó:
   -Según su criterio, ¿tiene sentido condenar a las fuerzas armadas civiles y paralelamente reivindicar a las legales?
   -Por supuesto que no; eso de condenar a la guerrilla y justificar paralelamente la existencia de la policía y las Fuerzas Armadas, es algo que comúnmente hacen quienes se dicen en contra de la violencia, pero eso, lejos de ser una condena a la violencia, no es sino una defensa de su monopolización, y esta reivindicación de la monopolización de la violencia por parte del estado, que no es otra cosa que agresión unilateral, es lo que los estatistas llaman “paz”; es decir, cuando un grupo de gente agrede a otro y el otro no le responde, los pretendidamente pacifistas hablan de “paz social”, pero cuando el grupo agredido empieza a devolverle a su agresor la agresión, hablan de “violencia social”, y si bien reconozco que cuando el grupo agredido de la sociedad le devuelve la violencia a su agresor, lo que ocurre a nivel social, es grave, mucho más grave me parece cuando un grupo agrede y nadie le responde, que es lo que pasa la mayor parte del tiempo, ya que la agresión del estado es permanente, mientras que la respuesta agresiva organizada por parte de los agredidos, se da sólo esporádicamente.
   El locutor, con gran tensión por el tema tratado, pero con tono firme, dijo:
   -Actualmente mucho se presenta a la “democracia” como solución a todos los males sociales, el de la violencia, incluido, por lo cual, cualquier grupo civil armado atentaría con su sola existencia contra la “paz social” que, según la visión estatista, provee la democracia representativa.
   A lo que la historiadora dijo:
   -Todo sistema estatista, independientemente de la forma particular que tome el gobierno en el cual se desarrolle (democracia representativa, monarquía, dictadura, etc.) se basa en leyes que se hacen cumplir con policía, Fuerzas Armadas, privaciones de la libertad… en una palabra: con violencia, por lo cual, no es cierto que la democracia representativa evite la violencia, ya que todo sistema estatista la utiliza como base de todas sus acciones, lo que se pretende evitar desde el estado, es que la violencia se desmonopolice o, dicho de otra forma: el estado y los ciudadanos que al mismo no pertenecen pero defienden a las leyes, lo que pretenden evitar es que la violencia se democratice, y esto lo hacen muchas personas que piensan que la centralización del poder es lo que genera las mayores injusticias sociales; si esto es así (y yo así lo creo), ¿por qué habría de darse la excepción cuando ese poder es el armado?... El que está a favor de la democracia representativa, está a favor de un sistema que se sostiene con violencia armada, y no es en absoluto coherente condenar a los grupos armados civiles y reivindicar paralelamente a los grupos armados estatales, ya que lo coherente, de uno condenar a la violencia armada, sería condenarlos a ambos por igual, dado que son esencialmente iguales por tratarse de personas que toman las armas para imponer su voluntad con la justificación en una pretendida defensa del “pueblo”, ya que tal palabra (es decir, “pueblo”) parece ser insustituible a la hora de legitimar la imposición de la propia voluntad sobre las masas… Como ya expuse: el que está en contra de las organizaciones armadas civiles por estar supuestamente en contra de la violencia, pero reivindica la existencia de las legales (milicia y policía), no está realmente en contra de la violencia, sino a favor del monopolio estatal de la misma, lo cual constituye una incoherencia total y absoluta, y la coherencia en este caso es posible; hay gente que es antimilitar y antipolicía, por considerar que nadie debería estar armado, pero si uno considera que las Fuerzas Armadas y la policía son necesarias y, por consiguiente, justificables en su existencia, debería aceptar que también son necesarios y justificables en su existencia, los grupos armados civiles que respondan a su agresión.   
   El locutor, tras tomar aire durante algunos segundos, dijo:
   -Parece tener sentido lo que usted ha expuesto, no obstante, es un poco confuso… difícil de entender.
   A lo que la historiadora respondió:
   -Por supuesto, por eso hay que debatir mucho sobre esto, y ojalá que este programa constituya un aporte importante a dicho debate.
   La historiadora continuó exponiendo sus ideas durante más de una hora; mientras tanto, los teléfonos de la radio sonaban sin parar; los oyentes que fueron puestos al aire se expresaron casi por igual a favor y en contra de lo que la mujer había expuesto; ni los elogios ni los insultos seguidos de amenazas de muerte, escasearon para la historiadora ni para el locutor que no sólo le había dado espacio en su programa, sino también, la razón en muchas de las cosas que había dicho; incluso ocurrió que tras terminar el programa, a pesar de ser ya de madrugada, tanto el locutor como la historiadora, fueron recibidos por una multitud que se había acercado hasta la emisora, constituida por gente que en su mayoría, los alabó; un grupo minoritario, los repudió; entre los pertenecientes al grupo minoritario, hubo uno que pasaba en un Ford Falcon verde y los señalaba con un dedo con el que hacía ademán de dispararles, entonces los partidarios de la visión revolucionaria, tanto como los que simplemente defendían a la libertad de expresión, lo putearon de arriba abajo; este personaje era el más ominoso de todos los repudiadores que esa noche se habían expresado, ya que se intuía que probablemente no sería un “gracioso” ni solamente un facho de la boca para fuera, sino alguien perteneciente a la represión estatal; este personaje, que ocultaba su fisonomía con un sombrero negro y anteojos oscuros, pasó varias veces y en todas ellas hizo ademán de disparar, mientras el locutor y la historiadora seguían en la puerta de la radio conversando con los muchos oyentes que a ellos se habían acercado, y en la última de las veces que pasaría, por concentrarse demasiado en la señalización con el dedo del locutor y la historiadora, el conductor del Falcon desatendió la conducción de su vehículo y fue así que no advirtió a tiempo que un camión que transportaba enormes contenedores de materiales de construcción, pasaba en dirección contraria a la suya, entonces volanteó desesperadamente resultando esto en que chocara con el mismo con la parte posterior de su auto, por lo que el choque fue menor, pero por el volantazo que también el camionero había hecho, varios contenedores cayeron sobre el vehículo y su conductor murió aplastado; al ver la escena, tanto el locutor como la historiadora y los oyentes del programa de radio, se acercaron al lugar del trágico suceso para prestar ayuda, pero claro estaba que nada había por hacer por el conductor del Falcon.
   Tras llegar la policía y la ambulancia, tanto la historiadora como el locutor y sus oyentes, se dispersaron en dirección a sus respectivas casas.

   Ese mismo día, el locutor estuvo continuamente esperando que el director de la radio lo llamara para comunicarle su despido por haber desacatado sus directivas en lo que hace al contenido de su programa, ya que estaba más que seguro de que eso ocurriría, pero no fue ni sería así. Lo que ocurrió fue que al prender la televisión, se encontró con la siguiente noticia difundida por un cronista: “El director de la radio “Alvalhaziv”, perdió la vida al ser aplastado por pesadísimos contenedores de materiales que cayeron sobre su vehículo tras éste chocar contra el camión que los transportaba.”


(1) Los militares fueron juzgados y condenados durante el gobierno de Alfonsín y después, el mismo Alfonsín impulsaría la impunidad de la mayoría de ellos con las leyes de “Punto final” y Obediencia debida”, que implicaban que la mayoría de ellos no fuera juzgada por lo hecho durante el proceso.
   Si bien muchos le atribuyen tal concesión de impunidad al miedo a un nuevo golpe militar (totalmente entendible por los levantamientos militares que durante su gobierno se sucedieron), para mí estaba todo orquestado desde mucho antes de que ganara las elecciones; es decir: estaba planeado que se juzgara a los militares en un primer momento y que después se le concediera a la mayoría de ellos, impunidad, ya que a Alfonsín nunca le interesó por motivos relacionados con la justicia, que los militares fueran enjuiciados, sino por ganar las elecciones, ya que él mismo se había manifestado a favor del proceso militar como tantos otros de su partido Radical, que fueron funcionarios durante el mismo. Una vez en el poder, debió, sí, en alguna medida cumplir con lo prometido para no perder apoyo popular; así lo hizo y así fue que se enjuició a los militares más prominentes del proceso, pero después dio marcha atrás al impulsar leyes de impunidad que dieron lugar a manifestaciones populares en su contra (a mí me llevaron familiares a la Plaza de Mayo en 1986 teniendo yo 6 años, para repudiar a la “Ley de punto final”; me acuerdo del cantito: “Paredón, paredón, a todos los milicos que vendieron la nación”), que serían el antecedente directo de la impunidad total concedida a los militares por Menem materializada en sus indultos, y cuando él (o sea: Alfonsín) debió decidir a fines de los ’80 durante el copamiento de Tablada, qué hacer con el último grupo guerrillero que quedaba en el país, lo que decidió fue reprimirlo del modo más brutal, que fue similar a aquel con que se reprimió durante el gobierno de facto anterior, de ahí que con su visto bueno a los militares y a la policía en lo que hace a la represión de los insurrectos, se haya asesinado a partisanos que se habían rendido e incluso, se los haya torturado y hecho desaparecer. Por todo esto es que me referí a Alfonsín con el adjetivo de “nefasto” (y me quedé corto).

(2) El ser un concheto blanquito cara-de-nena de pelo claro, a NADIE salvaba de ser detenido y maltratado por la policía en los años ’60 y ’70, lo cual da cuenta de que para la represión gubernamental, el factor “racial”, que actualmente es el principal, si bien siempre existió, en esos años importaba menos que el etario (constátenlo preguntándole al respecto a cualquiera que haya sido joven en los años ’60 o ‘70), ya que, como ya expuse: el grupo humano principal por reprimir con el objetivo de disciplinar, era el joven.

(3) Las detenciones arbitrarias se sucedieron a gran escala en Argentina hasta fines del siglo 20, tiempo en que se empezaron a derogar los edictos policiales que permitían que cualquier persona fuera detenida a criterio de los prejuicios de cualquier policía (por supuesto que todavía existen detenciones arbitrarias, pero a mucha menor escala respecto a cuando estaban vigentes dichos edictos).
   Durante la detención en dependencias policiales, las palizas fueron comunes durante todo el siglo 20, y no eran raras las violaciones, las torturas ni los asesinatos, y todo esto incluso, durante gobiernos democrático-representativos, por lo cual, el mensaje según el cual, sólo la “democracia” puede evitar el terrorismo de estado y garantizar respeto por los derechos humanos (mensaje tan repetido por Sábato y presente en el increíble y vergonzante prólogo del libro “Nunca más”, que fue escrito mayormente por él, por más que digan que “fue un trabajo de equipo”), me resulta indignante, ya que las políticas represivas se sostienen independientemente del gobierno de turno que haya por no ser las mismas, gubernamentales, sino estatales, y la represión estatal más cruenta, que cuando se da a gran escala es denominada: “terrorismo de estado”, se inició en aquellos tiempos durante el gobierno de Lastiri, continuó con Perón y siguió con Isabel Martínez de Perón, cuyos gobiernos fueron democrático-representativos y durante ellos, se reprimió mucho más intensamente que durante el gobierno de facto autodenominado “Revolución argentina” (1966-1973), lo cual demuestra que la democracia representativa no garantiza en absoluto el respeto por los derechos humanos.

(4) El plan represivo estatal que en los años 1960 constituyó la gota que rebalsó el vaso, para mí fue el plan CONINTES, inaugurado en 1958.