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martes, 4 de abril de 2023

Dos mil (y una) veces '70s (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 3.675-
   
   A principios de los años 2000, para un 24 de marzo (aniversario del último golpe de estado), en el colegio secundario Normal de Quilmes, un sobreviviente de la represión estatal de la última dictadura, cuyo nombre era Juan Manuel, fue convocado para dar una charla sobre ese periodo; su presencia en el colegio ese día, había sido el resultado de protestas generalizadas realizadas por los alumnos ante el pedido negado por las autoridades escolares, de presencia de una sobreviviente de la represión ilegal en cuestión, cuyo nombre era Patricia; cuando a los reclamos de los jóvenes de que se le permitiera a Patricia acudir al colegio para hablar sobre la dictadura, el colegio accedió, los alumnos redoblaron el reclamo y pidieron también la presencia de otros sobrevivientes, así fue que en paralelo con la charla que Patricia daba en determinada aula, en otra, ante otros alumnos, estaba Juan Manuel, que en ese momento era militante de una organización de derechos humanos, transmitiendo su experiencia y vastos conocimientos sobre el terrorismo de estado.
   Juan Manuel contó que durante su adolescencia, por su participación en un centro de estudiantes, fue secuestrado por el estado y hecho pasar por lo peor en distintos centros clandestinos de detención; uno de los alumnos, tras el hombre referirse a los desaparecidos mediante la expresión: “los más de 30 mil”, le dijo:
   -Mi papá dice que no fueron 30 mil los desaparecidos (*), dice que fueron muchos menos y que las organizaciones de derechos humanos exageraron el número para así recibir más fondos y poder hacerle más demandas de indemnizaciones al estado.
   Entonces Juan Manuel tomó aire profundamente, y después dijo:
   -Respecto al número de desaparecidos, tengo lo siguiente para decir: como todos ustedes saben, en Argentina, cuando hablamos de “desaparecidos”, nos referimos mayormente a quienes durante el último gobierno de facto, fueron detenidos clandestinamente por las autoridades; cuando alguien era secuestrado por el estado y no figuraba en ningún registro, se lo denominaba: “desaparecido”, y “desaparecido” no significa “muerto”, ni “muerto” significa “desaparecido”, dado que hubo gente asesinada por las autoridades, cuyos cuerpos no fueron hechos desaparecer, cuyas muertes eran presentadas por los represores como ocurridas durante “enfrentamientos” (los cuales, eran casi siempre fraguados), y también hubo gente a la que el estado secuestró, que posteriormente fue “blanqueada” (o sea, fue puesta en condiciones de detención oficial) o liberada; también hubo personas que sí fueron asesinadas, cuyos cuerpos fueron hechos desaparecer, pero posteriormente fueron encontrados; en estos casos se habla de “ex desaparecidos”, no obstante, es correcto que todas estas personas (las sobrevivientes, incluidas) figuren en listas de desaparecidos, porque estuvieron desaparecidas, y cuando el estado detiene ilegalmente a alguien, o sea, cuando lo hace “desaparecer”, es porque piensa darle un trato ilegal, que, como es sabido, incluye golpes, torturas, en muchos casos, violaciones (que durante la última dictadura, no sólo fueron sufridas por mujeres, sino también por hombres) y vejaciones de toda clase, lo cual es gravísimo aunque a la persona no la maten, de ahí que sea absurdo mensurar la gravedad de la represión estatal de la última dictadura, únicamente en base al número de personas por la misma, muertas;… Hacer una estimación del número de víctimas de crímenes de lesa humanidad perpetrados a gran escala, es muy difícil, de ahí que haya consideraciones muy diferentes; por ejemplo, la conquista de América por parte de los sudopas y los nortopas, según algunos, dejó un saldo de cerca de 56 millones de americanos muertos, según otros, de unos 90 millones; en las estimaciones del holocausto perpetrado por los nazis, las más bajas dan cuenta de unos 6 millones de muertos. Otras hablan de muchos más millones, basados en el hecho de que cuando se habla de los crímenes nazis, por algún motivo, erróneamente muchos asumen que los nazis mataban solamente judíos, cuando en realidad, los nazis mataban a CUALQUIERA POR NADA;... entonces, si incluimos entre las víctimas del holocausto, además de a los judíos, a todos los no judíos muertos en campos de concentración (y no sólo a las llamadas “minorías”, o sea, a eslavos, gitanos, homosexuales, minusválidos y algunos otros -que son casi los únicos no judíos a quienes se suele incluir entre los reprimidos por el nazismo-, sino también, a gente de izquierda, a comunistas, a anarquistas, a gente de derecha no nacional-socialista y básicamente, a CUALQUIERA que pensara distinto a los nazis o que simplemente a los nazis se les cantara matar -y esto incluye a los propios nazis, ya que entre ellos mismos, por cualquier diferencia o sospecha de traición, se mataban-), el número estimado de víctimas del holocausto nazi, se triplica alcanzando el de 18 millones; en las estimaciones de víctimas fatales del comercio de personas secuestradas de las Áfricas realizado por países de las Europas con el fin de explotarlas en países americanos, entre los siglos quince y diecinueve, algunos hablan de 2 millones, otros estiman que fueron unas 60 millones; las atrocidades del gobierno belga en el Congo en el siglo diecinueve y veinte, dejaron, para algunos, un saldo de un millón y medio de muertos, para otros, el número podría llegar a ser de quince millones;… lo que con todo esto quiero exponer, es que cuando se realizan matanzas a gran escala, conocer el número exacto de víctimas, se hace absolutamente imposible, por lo que debemos conformarnos con las estimaciones que son siempre muy variadas, y siempre pasa en estos casos que aquellos que justifican a una determinada acción constitutiva de crimen de lesa humanidad realizada a gran escala, creen en las estimaciones de víctimas más bajas, y aquellos que la condenan, en las más altas; en el caso de los crímenes de lesa humanidad en el país perpetrados por los militares y las “Fuerzas de Seguridad” durante el último gobierno de facto, no se da la excepción, ya que entre las estimaciones más bajas hay un número aproximado de 9 mil víctimas, siendo generalmente el más alto, el de 30 mil; dado que en Argentina se han descubierto más de 750 centros clandestinos de detención correspondientes al periodo que va de 1974 a 1983 (si bien la dictadura empezó en el ‘76, el llamado “terrorismo de estado” perpetrado por los militares y las “Fuerzas de Seguridad”, empezó unos años antes), con que hubiera pasado un número mínimo de 40 detenidos por cada uno de ellos, el número total de desaparecidos llegaría a 30 mil, y si bien por muchos de ellos podrán haber pasado menos de 40 personas, por otros, pasaron cientos, y por otros, miles; por ejemplo, por el centro clandestino de detención: “La Perla”, de la provincia de Córdoba, pasaron unos 2 mil quinientos detenidos. Por el de la ESMA, situado en Capital Federal, unos 5 mil. Por Campo de Mayo, también unos 5 mil. Por “El Vesubio”, unos 1.500. Por “El Atlético”, también unos 1.500, por lo cual, contando únicamente a los detenidos de estos cinco centros clandestinos, el número de desaparecidos llega a ser: 15 mil quinientos; esta cifra supera a la presentada por la CONADEP, que fue de cerca de nueve mil, y como ya dije, en los ‘70, en el país hubo ¡más de 750 centros clandestinos de detención! Además, hubo mucha gente detenida clandestinamente (es decir: desaparecida) que lo estuvo en centros legales de detención, o sea, en comisarías, lo cual, muchas veces no es tenido en cuenta, por todo esto es que para mí, los desaparecidos durante el último periodo de terrorismo de estado, no fueron 30 mil; para mí fueron MUCHOS MÁS; el número de cerca de 9 mil desaparecidos presentado por la CONADEP, se basó en los casos de desapariciones denunciadas, ya sea ante ella misma u organismos de derechos humanos, y en los habeas corpus presentados en los juzgados de todo el país, y en este caso ocurre lo mismo que ante la comisión de otros delitos: por cada uno que se denuncia, hay varios que no se denuncian, y la mayoría de los casos de desapariciones no se denunció, por un miedo totalmente fundado, tanto por parte de familiares y amigos de las víctimas, como de ellas mismas (en los casos en que sobrevivieron) a las posibles represalias de las autoridades, ya que en la mayoría de los casos, cuando alguien sufría una desaparición forzosa, sus familiares, amigos y vecinos, sabían que la misma había sido perpetrada por las “fuerzas del orden”, entonces, sabiendo esto, ¿qué utilidad podrían creer que tendría, recurrir a ellas? No obstante saber esto, muchos familiares de desaparecidos, hicieron denuncias, pero es lógico que muchos otros, por lo ya mencionado, no las hayan hecho, y no sólo durante el periodo de facto, sino además, durante el posterior periodo democrático-representativo, ya que la mayoría de los represores, estaba suelta.
   Y tras una pausa de algunos segundos, el hombre continuó hablando.
   -Como ya dije: quienes justifican un genocidio, tienden a creer en las estimaciones de víctimas más bajas, y quienes lo condenan, en las más altas; será que yo lo condeno categóricamente que creo que el número estimado más alto de desaparecidos durante la última dictadura militar, se queda corto.
   Nada le fue al hombre cuestionado de su sólida exposición de conceptos sobre el número de desaparecidos.
   Una alumna le preguntó:
   -¿Qué hacían en la UES?
   Juan Manuel, de inmediato respondió:
   -Además de que el centro de estudiantes tenía por fin, mejorar las condiciones generales del ámbito escolar, y acciones relacionadas con eso, realizábamos, muchos de los militantes hacíamos trabajo solidario fuera de la escuela; por ejemplo, entre varios alumnos, íbamos a las zonas más carenciadas y brindábamos apoyo escolar a chicos de primaria; esto era considerado fundamental para nosotros, ya que no se trataba de hacer “asistencialismo”, que es como dar limosna; una cosa es darle una limosna a alguien, y otra, darle un trabajo; una persona que vive en la indigencia, con una limosna puede llegar a sobrevivir un rato o incluso, un día, pero para que resuelva su situación de fondo, deberá conseguir un trabajo bien remunerado; los que conformábamos la izquierda revolucionaria, considerábamos que había que contribuir a realizar un cambio de fondo en las vidas de aquellos que pasan necesidades, y para eso es fundamental la educación, de ahí que el ayudar a los chicos con la tarea de la escuela en pos de que progresaran en serio en lo educativo y pudieran en el futuro conseguir trabajos bien remunerados, era importantísimo; en los años en que los militantes revolucionarios hicimos ese trabajo, fueron muchos los chicos que mejoraron en la escuela, y esto nos lo decían sus propias maestras que veían un cambio importante en sus alumnos; entre esa gente a la que ayudábamos en lo educativo, había incluso adultos no alfabetizados a quienes les enseñábamos a leer y escribir, y no sólo eso, sino que además, se les daba una merienda que en algunos casos, era lo único que algunos comían en todo el día; para conformarla, los alumnos del centro de estudiantes, recaudábamos donaciones en almacenes y fábricas de alimentos, y en esto participaban no sólo militantes de la UES, sino también de otros centros de estudiantes como el de la Juventud Guevarista e incluso, alumnos de escuelas privadas en las que no había ningún centro de estudiantes “revolucionario”, como por ejemplo, del High School, de la Ausonia, del Eduardo Holmberg y, lo crean o no, hasta algunos alumnos pupilos del ST. George’s College, durante los días en que tenían permitido salir, se sumaban al trabajo social del que nosotros participábamos en el sur del Gran Buenos Aires y de Capital Federal, ya que solía haber rotación de militantes sociales que resultaba en que los fines de semana, militantes de la UES de Capital, vinieran a ciudades del sur como Quilmes, Avellaneda, y otras, y los que eran de por acá, fueran para allá.
   Muy sorprendida, una alumna le preguntó:
   -¿Se juntaban con alumnos de colegios privados e iban a las villas con ellos a dar apoyo escolar y llevar comida?
   -Sí; aunque parezca increíble, así fue; en aquel tiempo había una ola de solidaridad tan fuerte, que arrastraba incluso a muchos que se supone, por su situación acomodada, serían indiferentes a estas cuestiones; con chicos de esos colegios nos encontrábamos en la plaza San Martín, allá por los años ‘73, ‘74 y ‘75, y juntos salíamos a recorrer negocios en busca de donaciones que después llevábamos a las unidades básicas en las que se daba el apoyo escolar y la merienda, de ahí lo indignante de que desde la reivindicación a la represión de la militancia social, se nos tenga a quienes fuimos militantes revolucionarios de izquierda, por “terroristas”, ya que en la mayoría de los casos, nada está más lejos de la realidad; nuestra tarea nunca implicó agarrar armas, y en muchísimos de los casos en que militantes sociales se hicieron guerrilleros, no lo hicieron por querer imponer sus ideas por la fuerza (sin negar que algunos, sí pretendían eso), sino por sobrevivir, ya que a quienes éramos militantes desarmados, el estado nos persiguió igual que a aquellos que eran parte de organizaciones guerrilleras, y si bien lo que hicieron grupos como Montoneros y el ERP, en muchos casos fue indefendible, hay que contextualizar, ya que en esa contextualización está la explicación a por qué tantos jóvenes de izquierda de los años ‘70, agarraron armas; muchos de ellos no lo habrían hecho de no haber habido una represión estatal, terrible, y no me refiero solamente a la que se dio a gran escala a partir de 1974, sino también a la que tuvo lugar en las décadas del ‘50 y del ‘60; sin esa represión permanente a las personas por motivos arbitrarios realizada por las Fuerzas Armadas y de “seguridad”, que les hizo sentir con todo fundamento, que las mismas eran enemigas, los grupos guerrilleros no se habrían creado nunca.
   Tras varios segundos de silencio, un alumno le preguntó:
   -De su grupo, ¿hubo militantes desaparecidos que, a diferencia de usted, no volvieron a aparecer?
   Entonces Juan Manuel, con resignación y tristeza, dijo:
   -Sí; de entre aquellos con quienes yo tuve trato, hubo una decena, aproximadamente, de militantes estudiantiles de distintos municipios, que desaparecieron y no volvieron a aparecer -y tras mirar al piso con expresión apesadumbrada, dijo: -...Entre ellos estuvo la que era mi novia; se llamaba Alma.
   Entonces una chica, con cierto temor por el daño que podría ocasionarle su pregunta, le dijo:
   -¿Cómo era Alma?… Si no quiere hablar de eso, lo entiendo.
   Entonces el hombre, rápidamente dijo:
   -No no. Está bien -y tras tomarse algunos segundos, dijo: -...Alma era una chica esbelta, de pelo enrulado, oscuro y muy abundante; era hermosa; en cuanto a personalidad, era muy alegre, siempre estaba haciendo chistes; así era cuando la conocí; me había dicho que antes de empezar a realizar trabajo social, era muy triste, insegura e introvertida; la militancia la cambió totalmente para bien; el estar en contacto con los más necesitados, la llevó a valorar más lo que tenía y a sentirse afortunada, y el sentirse útil para otros, le dio una confianza en sí misma de la cual, de otro modo no habría tenido nunca; todo esto me lo dijo ella;… era del barrio de Boedo; la conocí en la plaza San Martín, acá en Quilmes, a mediados de 1974, cuando se empezó a hacer la rotación de militantes de la UES de Capital y Gran Buenos Aires para la realización de trabajo social; a ella la mandaron para acá varias veces; en esa plaza nos encontrábamos los militantes estudiantiles con militantes de la Juventud Peronista, que eran nuestros “responsables”, lo cual significaba que ellos nos indicaban qué tareas debíamos realizar y con ellos íbamos a las zonas más carenciadas… al poco tiempo de habernos conocido, nos enamoramos;… a fines del ‘75, irrumpió en su casa una patota de la Triple A, que la secuestró, y nunca más supimos de ella.
   Entonces Juan Manuel se quedó en silencio y con la mirada en dirección al piso durante un buen rato; cuando levantó la vista dispuesto a continuar hablando, notó que todos los alumnos se habían quedado completamente inmóviles, lo cual, lo llenó de sorpresa; se acercó a ellos y les habló, pero ninguno reaccionó; también lo sorprendió el hecho de que todo lo viera en blanco y negro, salvo a su propia persona, a la que sí veía en colores; tras algunos segundos, salió al pasillo, en donde también vio a gente que parecía ser parte de una escena en pausa de una película, y de ahí fue hasta la calle; ya fuera del colegio, en la calle Mitre, miró a su alrededor durante algunos segundos y caminó en dirección al centro de la ciudad; en las calles la gente también estaba como en pausa y también lo estaban, los vehículos; al pasar cerca de un auto estacionado, en una de sus ventanillas vio su reflejo, que era el del adolescente que en los años ‘70, había sido, y entonces su desconcierto fue total; tras caminar casi cuatro cuadras, se detuvo justo enfrente de la plaza San Martín, en la calle Alsina; no tenía pensado cruzar a la misma, hasta que en ella vio a una figura en movimiento y en colores que parecía ser femenina, sentada en un banco; hacia ella fue, y a medida que hacia ella avanzaba, decía repetidamente para sí mismo: “No puede ser”; eso que no podía ser y que estaba siendo, era la visión de una adolescente de pelo enrulado que, sin advertir la llegada del (otra vez) joven Juan Manuel, de una mochila sacaba un termo y un paquete de yerba con el que se disponía a preparar mate; cuando el joven estuvo frente a ella, dudando de la veracidad de lo que estaba viendo, le dijo:
   -¿Alma?
   Entonces la chica se levantó, muy dulcemente le dijo: "¡Hola!", y le dio un fuerte abrazo que a Juan Manuel lo hizo sentirse más conmovido que nunca; tras varios segundos de abrazarlo, la joven lo besó en la mejilla y entonces notó los ojos vidriosos de su novio; muy preocupada, le preguntó:
   -¿Qué pasa, Juanma?
   Entonces el joven, ahora sonriendo, le dijo:
   -Pasa que… ¡estoy recontra feliz de verte!
   -¡Yo también! -dijo ella.
   Y volvieron a abrazarse fuertemente.
   Seguidamente se sentaron en el banco y, mientras tomaban mate, hablaban, se acariciaban y se reían... y cada vez que Juan Manuel se disponía a advertirle a Alma lo trágico que estaba por pasarle, algo en su interior, se lo impedía; las palabras no le salían; tras un rato comprendió que no estaba en ese lugar para eso, y dejó de intentarlo.
   Tanto la situación como el lugar en que el joven estaba, parecían irreales, sin embargo, esa "irrealidad" se había creado en base a personas, lugares, anhelos y vivencias, reales, de ahí que, lejos de ser una mera copia de lo fáctico, lo vivido por él en ese momento, fuera parte de una realidad superior que, como tal, pueda sensatamente ser considerada más real que aquello que comúnmente denominamos: "realidad".
   No hubo en la vida de Juan Manuel, momentos mejores que aquellos vividos con Alma en ese espacio que bien podría denominarse: "astral"; la felicidad que entonces experimentó, fue absoluta.
   El encuentro en que los adolescentes hablaron casi sin parar, ya se había extendido por espacio de una hora y media; en ese momento ambos permanecieron en silencio tomados de las manos durante algunos minutos; la ausencia de palabras concluyó cuando Juan Manuel, mirando a Alma profundamente a los ojos, le dijo:
   -Te amo.
   -Yo también te amo -le fue respondido.
   Y ambos se unieron en un largo beso que culminó cuando el joven vio a Alma deshacerse ante él, en el aire; entonces Juan Manuel se vio de nuevo solo en medio de un paisaje cuya forma ya no era la de una plaza, sino la de un lugar desértico, y se sintió invadido por un dolor emocional, extremo; en cuanto a lo físico, se sintió más débil que nunca y con un frío tremendo que lo llevó a temblar convulsivamente; por ese lugar desolado vagó durante algunos minutos hasta que del mismo de pronto salió, tras escuchar a un alumno preguntarle:
   -¿Se siente bien?
   Entonces Juan Manuel advirtió que estaba de nuevo en el aula del colegio Normal, frente a los alumnos que, muy preocupados por el semblante de angustia que el hombre tenía, lo miraban con mucha atención y piedad.
   Pensando que podría contenerse, les dijo que estaba bien, que no se preocuparan, pero bastó con que una estudiante, percibiendo el estado de malestar en que Juan Manuel se encontraba, se le acercara y en un intento de reconfortarlo, lo palmeara en un brazo, para que el hombre rompiera en llanto; al esto ocurrir, varios alumnos más se le acercaron y tras rodearlo, lo abrazaron.



(*) A mediados de la década del 2000, salieron a la luz, documentos en que el agente de inteligencia chileno, Enrique Arancibia Clavel, informaba en el año 1978 al servicio de inteligencia de Chile, que en Argentina, entre 1975 (y al terrorismo de estado se lo suele dar por iniciado en 1974) y ése año (o sea, 1978), había unas 22.000 personas entre muertas y desaparecidas; tal información, procedente del batallón de inteligencia 601 del ejército, demuestra que los casi nueve mil casos de desapariciones perpetradas por el estado entre 1974 y 1983, presentados por la CONADEP, como expone el protagonista de la historia, dan cuenta únicamente de los hechos que fueron denunciados, ya sea ante organismos de derechos humanos o la ya mencionada comisión, y aquellos por los que fueron presentados habeas corpus; claramente, por cada desaparición denunciada, hubo varias que no lo fueron; y cabe señalar que la dictadura genocida, no concluyó en 1978, ya que se extendería hasta 1983, de ahí que la estimación de desapariciones de personas ocurridas en el periodo histórico en cuestión, aceptada generalmente por las organizaciones de derechos humanos, que es la de 30 mil, lejos esté de ser exagerada.