viernes, 23 de octubre de 2020

Lazo de separación (cuento) - Martín Rabezzana



Cuando lo que separa es también lo que une, la separación es ilusoria, tan ilusoria como verdadera, la unión.

Martín Rabezzana


   Era mil nueve setenta y algo; el adolescente estaba escuchando música procedente de un tocadiscos que, por tercera vez en la semana, había dejado de funcionar, por lo que hizo lo que (casi) todos hacen en tal caso en un intento de restaurar el funcionamiento del aparato: le dio un golpe de puño. Eso suele funcionar, pero generalmente una o dos veces, ya que a la tercera, es muy probable que el desperfecto no sólo no se revierta sino que hasta se agrave irreversiblemente; esto último le acababa de ocurrir, por lo cual se puso a putear en voz alta; podía darse ese lujo incluso a altas horas de la noche aunque sus padres y hermanos estuvieran entonces durmiendo, porque se encontraba en el galpón de su casa que sus padres le habían permitido meses antes, acondicionar para que oficiara de dormitorio; el cuarto se encontraba bastante lejos del resto de la casa; estaba cruzando un amplio patio y tenía salida a la calle, por lo que haberse mudado ahí era casi como haberse independizado; la cuestión es que interrumpió las puteadas que estaba pronunciando al escuchar ruidos en el patio; tuvo cierta reticencia en salir a ver pero sólo por algunos escasos segundos, tras los cuales decidió investigar qué (o quién) había producido los ruidos; una vez fuera, miró en derredor pero no vio a nadie, por lo cual se dispuso a volver a su cuarto, pero en ese momento escuchó a una voz femenina decir:
   -Ayudame por favor.
   Entonces se dio vuelta y vio a una mujer de unos 25 años muy malograda; tenía ropa en pésimas condiciones y moretones en los antebrazos propios de quien ha caído desde una altura considerable; se la veía totalmente agotada.
   El joven se le acercó y, viendo que caminaba hacia él con dificultad, la ayudó a llegar hasta su pieza. Una vez ahí la condujo a un sillón en el cual ella se desplomó y suspiró aliviada; tras un rato de silencio, él le preguntó:
   -¿Tenés hambre?
   Ella asintió, entonces él le dijo que iría a buscar algo de comer, pero ella se sobresaltó y con tono suplicante, dijo:
   -¡No no! ¡Esperá!
   -¿Qué pasa?
   -No le digas a nadie que estoy acá.
   -No te preocupes. No voy a decir nada; enseguida vuelvo.
   Y fue hasta la cocina de su casa de cuya alacena y heladera sacó varias cosas que rápidamente llevó hasta su pieza; cuando ingresó a la misma, encontró a la mujer dormida en su cama, por lo cual dejó sigilosamente la comida sobre la mesa, se sentó en una silla y la miró dormir.
   Él no sabía quién era ella ni de qué escapaba, pero lo podía imaginar. No sabía qué consecuencias tendría el hecho de darle refugio en su cuarto, pero en ese momento eso lo tenía totalmente sin cuidado, ya que el tenerla ahí, en su cuarto, durmiendo en su cama, era un sueño hecho realidad.
   Tras poco menos de una hora ella se despertó, lo vio y le sonrió; él le pidió que se acercara a la mesa y ella lo hizo; se sentó y él le dijo:
   -Te traje esto.
   Ella, muy contenta le agradeció y se puso a comer pan, queso, y otras cosas que él le había llevado.
   El joven le preguntó si quería tomar mate, y ella le dijo que sí; entonces puso la pava en el calentador y preparó el mate.
   La mujer, a pesar del mal momento del cual venía, estaba muy animada; hablaba tan alegre y despreocupadamente, que nadie habría pensado que acababa de pasar por cosas terribles.
   Al ella ver una máquina de escribir, le preguntó si era escritor, a lo que él respondió:
   -Pretendo serlo.
   La mujer en ningún momento le dijo qué le había pasado, de dónde venía ni de quienes escapaba; tampoco le dijo cómo se llamaba ni le preguntó a él su nombre; él tampoco le preguntó ninguna de estas cosas; había entre ellos un acuerdo tácito de no hablar de nada de eso por motivos de seguridad; hablaron de cosas sencillas propias de la cotidianeidad de las vidas ordinarias.
   Tras varias horas de conversación, ella volvió a mostrarse cansada, entonces él le dijo que se acostara de nuevo en su cama y que él dormiría en el sillón; ella le sonrió muy dulcemente, se acostó, y rápidamente se durmió.
   Él la miró dormir por segunda vez en la noche sabiendo que ya la había empezado a querer, entonces, con tristeza pensó que ella nunca lo sabría; nunca sabría que se había iniciado en él un sentir profundo de deseo, amor y necesidad por ella de carácter inextinguible. También sabía que la presencia de la mujer en su vida, no podía durar; presentía a la inminencia de la separación y ya se sentía por eso, apesadumbrado.
   Ella estaba tan frágil, débil e indefensa… ¡y había encontrado en él a un protector!... él tuvo entonces plena conciencia de lo privilegiado que era por eso y en voz muy baja, para no despertarla, viéndola desde la distancia, le diría repetidamente: "gracias".
   El joven se durmió recostado en el sillón y cuando la luz de la madrugada lo despertó, ella ya no estaba.
   Había dejado una nota sobre la mesa en que le agradecía, le deseaba lo mejor y le pedía que tras leer el papel, lo quemara (lo cual él nunca hizo).

   Pasaron algunos meses en los que fue disminuyendo en el joven la esperanza que tenía de volver a ver a la mujer, y una noche, cuando dicha esperanza era ya casi nula, volvió a escuchar ruidos en el patio, entonces salió y se encontró con ella que muy efusivamente lo besó y abrazó; después lo llamó por su nombre y él, sorprendido, le preguntó cómo lo sabía, pero ella le dijo que eso no importaba; entonces él le preguntó a ella el suyo y ella le dijo su nombre y apellido; después volvió a abrazarlo y le pidió que no se preocupara por ella, ya que donde entonces estaba se encontraba bien; le dijo que tenía que irse y pese a las súplicas de él porque se quedara, ella se fue. Entonces el joven se despertó y no pudo contener el llanto al concluir que el reencuentro con la mujer, había sido solamente un sueño.

   Muchos años después (en la década posterior) el joven vio en una revista una foto de la mujer y su nombre junto a una lista macabra (1); … Era ella, no había ninguna duda; su nombre y apellido eran los que en el sueño mencionado había pronunciado, entonces se dio cuenta de que el sueño no había sido solamente un sueño.


(1) Lista de desaparecidos.