-Ayudame por
favor. Entonces se dio
vuelta y vio a una mujer de unos 25 años muy malograda; tenía ropa en pésimas
condiciones y moretones en los antebrazos propios de quien ha caído desde una
altura considerable; se la veía totalmente agotada.
El joven se le
acercó y, viendo que caminaba hacia él con dificultad, la ayudó a llegar hasta
su pieza. Una vez ahí la condujo a un sillón en el cual ella se desplomó y
suspiró aliviada; tras un rato de silencio, él le preguntó:
-¿Tenés hambre?
Ella asintió,
entonces él le dijo que iría a buscar algo de comer, pero ella se sobresaltó y
con tono suplicante, dijo:
-¡No no!
¡Esperá!
-¿Qué pasa?
-No le digas a
nadie que estoy acá.
-No te
preocupes. No voy a decir nada; enseguida vuelvo.
Y fue hasta la
cocina de su casa de cuya alacena y heladera sacó varias cosas que rápidamente
llevó hasta su pieza; cuando ingresó a la misma, encontró a la mujer dormida en
su cama, por lo cual dejó sigilosamente la comida sobre la mesa, se sentó en
una silla y la miró dormir.
Él no sabía
quién era ella ni de qué escapaba, pero lo podía imaginar. No sabía qué
consecuencias tendría el hecho de darle refugio en su cuarto, pero en ese
momento eso lo tenía totalmente sin cuidado, ya que el tenerla ahí, en su
cuarto, durmiendo en su cama, era un sueño hecho realidad.
Tras poco menos
de una hora ella se despertó, lo vio y le sonrió; él le pidió que se acercara a
la mesa y ella lo hizo; se sentó y él le dijo:
-Te traje esto.
Ella, muy
contenta le agradeció y se puso a comer pan, queso, y otras cosas que él le
había llevado.
El joven le
preguntó si quería tomar mate, y ella le dijo que sí; entonces puso la pava en el
calentador y preparó el mate.
La mujer, a
pesar del mal momento del cual venía, estaba muy animada; hablaba tan alegre y
despreocupadamente, que nadie habría pensado que acababa de pasar por cosas
terribles.
Al ella ver una
máquina de escribir, le preguntó si era escritor, a lo que él respondió:
-Pretendo serlo.
La mujer en
ningún momento le dijo qué le había pasado, de dónde venía ni de quienes
escapaba; tampoco le dijo cómo se llamaba ni le preguntó a él su nombre; él
tampoco le preguntó ninguna de estas cosas; había entre ellos un acuerdo tácito
de no hablar de nada de eso por motivos de seguridad; hablaron de cosas
sencillas propias de la cotidianeidad de las vidas ordinarias.
Tras varias
horas de conversación, ella volvió a mostrarse cansada, entonces él le dijo que
se acostara de nuevo en su cama y que él dormiría en el sillón; ella le sonrió
muy dulcemente, se acostó, y rápidamente se durmió.
Él la miró
dormir por segunda vez en la noche sabiendo que ya la había empezado a querer,
entonces, con tristeza pensó que ella nunca lo sabría; nunca sabría que se
había iniciado en él un sentir profundo de deseo, amor y necesidad por ella de
carácter inextinguible. También sabía que la presencia de la mujer en su vida,
no podía durar; presentía a la inminencia de la separación y ya se sentía por
eso, apesadumbrado.
Ella estaba tan
frágil, débil e indefensa… ¡y había encontrado en él a un protector!... él tuvo
entonces plena conciencia de lo privilegiado que era por eso y en voz muy baja,
para no despertarla, viéndola desde la distancia, le diría repetidamente: "gracias".
El joven se
durmió recostado en el sillón y cuando la luz de la madrugada lo despertó, ella
ya no estaba.
Había dejado una
nota sobre la mesa en que le agradecía, le deseaba lo mejor y le pedía que tras
leer el papel, lo quemara (lo cual él nunca hizo).
Pasaron algunos
meses en los que fue disminuyendo en el joven la esperanza que tenía de volver
a ver a la mujer, y una noche, cuando dicha esperanza era ya casi nula, volvió
a escuchar ruidos en el patio, entonces salió y se encontró con ella que muy
efusivamente lo besó y abrazó; después lo llamó por su nombre y él,
sorprendido, le preguntó cómo lo sabía, pero ella le dijo que eso no importaba;
entonces él le preguntó a ella el suyo y ella le dijo su nombre y apellido;
después volvió a abrazarlo y le pidió que no se preocupara por ella, ya que
donde entonces estaba se encontraba bien; le dijo que tenía que irse y pese a
las súplicas de él porque se quedara, ella se fue. Entonces el joven se
despertó y no pudo contener el llanto al concluir que el reencuentro con la
mujer, había sido solamente un sueño.
Muchos años
después (en la década posterior) el joven vio en una revista una foto de la
mujer y su nombre junto a una lista macabra (1); … Era ella, no había
ninguna duda; su nombre y apellido eran los que en el sueño mencionado había
pronunciado, entonces se dio cuenta de que el sueño no había sido solamente un
sueño.
(1) Lista de desaparecidos.