jueves, 31 de octubre de 2019

Los de allá y los de acá (cuento) - Martín Rabezzana

   El tipo pensaba que, por ser provinciano, en la capital sería basureado, insultado y hasta agredido físicamente por su sola procedencia ya que creía un hecho incuestionable a la soberbia de los capitalinos que, por su lugar de nacimiento, sin duda se sentían en un nivel de superioridad respecto a él, pero en realidad jamás había conocido a nadie de la capital, no obstante, no se sentía prejuicioso ya que lo que pensaba de aquellos a quienes desconocía, según su criterio, se ajustaba a la realidad, por lo que no creía que sus prejuicios fueran tales; tampoco consideraba tener el llamado "síndrome de inferioridad", lo cual explicaría su atribución de sentimiento de superioridad a otros, cuando el mismo no necesariamente existía. 
   Él, como toda persona prejuiciosa, solamente veía en aquellos por quienes tenía prejuicios, a las características que se los confirmaban y negaba a las que no lo hicieran, y de reconocer que éstas últimas existían, pensaba que eran "excepciones que confirman la regla", y a esa regla la conformaba esa "soberbia" que a él lo hacía sentirse "modesto", y como pensaba que el modesto es mejor que el soberbio, paradójicamente se sentía superior por su supuesta modestia a quienes llamaba "soberbios";… tenía lo que Sábato en "El túnel" llamó: "la vanidad de la modestia" que lo llevaba a tener la misma característica que reprobaba en los demás.

   El prejuicio según el cual los capitalinos (provinciales y más aún si se trata de capitalinos nacionales) son "soberbios", así como el de que los nacidos en los lugares alejados de la capital son "lentos", se da dentro de todo país y también de un país a otro cuando uno tiene más atención que otro, y todo esto fue racionalizado por el tipo en cuestión tras finalmente pasar un tiempo en la capital de su provincia y después, en la capital nacional y reconocer que el trato que en esos lugares recibió, fue igual de bueno y de malo que el que había recibido en su lugar de nacimiento.
   También advirtió que en la capital, así como había quienes tenían los prejuicios negativos que él se esperaba que sobre los provincianos tuvieran, había quienes tenían de ellos, prejuicios positivos y que a su vez los prejuicios negativos de estos últimos eran contra los propios capitalinos, lo cual también pasaba en su provincia, ya que sabía de personas de la misma que reivindicaban a los capitalinos y denostaban a los comprovincianos acusando a estos últimos de ser más prejuiciosos y discriminadores que los primeros.
   Tras conocer a extranjeros, para su sorpresa también notó que se aplicaba exactamente lo mismo cuando los prejuicios no eran por provincialidad sino por nacionalidad; empezó además a advertir que había un grueso de la población que no discriminaba por lugar de procedencia y no por ser "igualitarista", sino sencillamente porque estas cuestiones no le interesaban en absoluto, por lo que aceptó que las personas en su mayoría (personas que él no había considerado que pudieran existir siquiera minoritariamente) carecen de cualquier posición favorable o contraria a los foráneos de otras provincias y de otros países, ya que nunca hacen de estos temas algo importante en sus vidas, lo cual le costó entender ya que a él los mismos lo habían llegado a obsesionar, entonces tomó conciencia de que esa gente que discrimina, que no discrimina y que a veces lo hace y a veces no, SOMOS TODOS en algún momento.
   Entonces el tipo, en un arranque de igualitarismo extremo que lejos estaba de ser positivo, ya que el sentir que expresaría procedía de un desengaño profundo que lo llevaría a su vez a sentir que en el engaño había una negatividad menor, sentenció:
   -Capitalinos y provincianos, locales y extranjeros:… al final son todos la misma mierda.
   Al decir esto último el tipo creyó expresar una verdad absoluta (y yo no soy quien para decir que no lo es).