jueves, 19 de septiembre de 2024

El peligro de la lucidez total (cuento) - Martín Rabezzana

(Cuento publicado en mi libro número 20: "Ni olvido ni perdón. REVANCHA" https://drive.google.com/file/d/1yNcUvPLK6bBS7vgpLw8VxcHdXOtiuml8/view?usp=drive_link).

-Palabras: 803-


   En el año 1995, en el Paseo Peatonal Sarmiento (provincia de Mendoza), dirigiéndose a los transeúntes, un hombre se había puesto a hablar en voz alta; ante la falta general de atención, llegó hasta a tomar del brazo a algunos caminantes en pos de lograr que lo escucharan, lo cual, los molestó sobremanera, resultando en que alguno de ellos diera aviso a dos policías presentes a algunos cientos de metros del lugar, no obstante, poco después fue innecesario que el individuo siguiera haciendo eso, ya que un público atento a sus palabras, se había empezado a formar a su alrededor; el individuo dijo:
   -Vivimos inculpando a otros para poder sentirnos inocentes. Vivimos señalando defectos ajenos para poder sentirnos virtuosos. Vivimos ensuciando a otros, en la creencia de que con eso, nos limpiamos, pero nada de esto ocurre, porque con esta conducta, lo que ocurre es que nos volvemos cada vez más culpables, ¡más defectuosos y más sucios!… ...El que se conduce moralmente bien, no va por la vida criticando ni dando lecciones de moral, de ahí que sea clarísimo para mí, que el que anda reprobando a todos, es un INMORAL;... el moralista SIEMPRE es un inmoral; el individuo moral, es aquel que se exige a sí mismo una conducta justa y respetuosa, y NUNCA aquel que se la exige a los demás, ya que exigirle mucho a otros, a uno necesariamente lo lleva a exigirse poco (o nada) a sí mismo… Aquel que, como nosotros, vive señalando con el dedo a los demás, es una porquería y un PARÁSITO con cuya destrucción, el mundo mejoraría, y entre la gente que hace eso, están ustedes y estoy yo, por eso es que estoy convencido de que lo mejor por hacer por el mundo con la gente como nosotros, es exterminarla.
   Y tras mirar a su público con expresión esperanzada, dijo:
   -¿Tengo razón?
   Pero no obtuvo respuesta, por eso insistió:
   -¿Tengo razón o no?… Vamos. ¡Díganmeló! No tengan miedo.
   Entonces, alguien que lo escuchaba, de modo condescendiente, le respondió:
   -Sí, flaco; ¡tenés razón!
   Otro le dijo:
   -Tenés razón.
   Todas las personas a su alrededor, terminaron dándole la razón.
   Entonces el individuo, mientras giraba y señalaba a la gente, dijo:
   -Tengo razón, y ustedes acaban de confirmármelo. TODOS estuvieron de acuerdo con lo que dije, de ahí que lo siguiente, yo lo vaya a hacer con la aprobación total de todos los aquí presentes.
   Y se puso a sacar cosas de la mochila que llevaba.
   La gente a su alrededor empezó a hablar entre ella en voz baja; alguien dijo:
   -Es un loco.
   Otro dijo:
   -No; está más lúcido que todos nosotros juntos.
   Otro dijo:
   -Es un boludo que quiere llamar la atención.
   Una joven dijo:
   -Sí; algunos hacen lo que sea para que alguien los tenga en cuenta.
   Otro dijo:
   -No… para mí que sí es un loco; fíjense cómo manipula esos tubos de plástico; seguro que cree que son cartuchos de dinamita.
   Otro dijo:
   -Es verdad; está chapita ese tipo.
   Una mujer dijo:
   -Es un imbécil que no tiene nada qué hacer; igual, me da un poco de lástima.
   -¿Por qué? -una persona le preguntó.
   -Porque aunque sólo quiera llamar la atención, esta boludez le va a costar cara; miren -y señaló a dos uniformados que se aproximaban -; ahí viene la policía, y seguro que después de meterlo preso, lo van a derivar a un manicomio.
   En ese momento, la policía llegó y se dispuso a detener al hombre que había dado el discurso (cuya veracidad, para mí, fue TOTAL), pero ocurrió que los efectivos policiales no llegaron siquiera a terminar su (nefasta) frase de rigor previo a realizar una detención (o sea: “Nos va a tener que acompañar”), porque tras acercarse a él, ya había encendido la mecha de la dinamita ante cuya visión, tanto los transeúntes como los policías, mantuviéronse tranquilos por considerar al explosivo ya mencionado, de utilería, pero como no lo era, tanto él como las más o menos 40 personas que a su alrededor, estaban, volaron por el aire.
   Algunos siglos después, por intermedio de una tecnología muy avanzada, se logró ver y oír al individuo lúcido, exponiendo sus conceptos frente a los transeúntes como si hubiera sido filmado, y se pudo reconstruir totalmente el hecho que, hasta ese momento, había quedado sin esclarecer debido a la falta de testigos; tras esto ocurrir, el municipio de esa ciudad futura en que todo lo recién contado, tuvo lugar (mil veces más lúcida, comprensiva y justa que las de la actualidad), mandó hacerle una estatua al individuo lúcido y justiciero, y fue dispuesta en el lugar del hecho, en cuya placa, lo siguiente puede leerse: “Queridísimo antepasado: no sabemos tu nombre pero sí sabemos de vos, lo siguiente: fuiste la lucidez personificada. ¡Gracias!”

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