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domingo, 12 de diciembre de 2021

Noche/Día/Día/Noche (cuento) - Martín Rabezzana


   Tanto cuando ingreso como cuando salgo de mi trabajo en el sector de limpieza del subterráneo, es por supuesto, de noche, ya que el horario laboral en el mismo, empieza a las cero horas y concluye a las seis, dado que a esas horas el subte no circula, pero me ocurrió una vez, cuando estaba por terminar de trabajar (cosa de las cuatro de la mañana) y me disponía a irme, el ver que las personas empezaban a ingresar al lugar en gran cantidad, lo cual me sorprendió, y más aún cuando el subte llegó y la gente empezó a abordarlo como si fueran las 11 de la mañana; asumí que habría alguna disposición especial de la que yo no estaba enterado para que el transporte funcionara ese día desde más temprano, por lo que no le di al hecho mayor importancia, pero fue que al yo salir a la superficie, el sol brillaba; era de día, y yo, como ya dije, empiezo y concluyo mi trabajo, de noche, por lo que miré el reloj que en una muñeca llevaba y decía que eran las once de la mañana.
   Una vez fuera del subterráneo, me quedé parado mirando a mi alrededor, totalmente extrañado; al rato me dio por volver al subterráneo y todo seguía igual, es decir, el lugar estaba concurrido por mucha gente ya que eran evidentemente, las once de la mañana; volví a salir del subterráneo y mientras subía las escaleras, vi de nuevo frente a mí, al brillo del astro más cercano a la tierra, pero esta vez, sólo a través de su reflejo en la luna, ya que era de noche, entonces miré mi reloj y decía que eran las cuatro de la mañana; no entendiendo qué era lo que estaba pasando, decidí volver a ingresar al subterráneo por el lugar reservado al personal de limpieza (que no es el mismo habilitado para los demás, ya que a esa hora, la entrada pública está cerrada) y me encontré con que seguía siendo de noche, por lo que nadie más que el personal de limpieza en el lugar, había; decidí preguntarle a otros empleados, compañeros míos, qué hora era, y todos me dijeron que eran las cuatro de la mañana, pero en ningún momento les pregunté si algo como lo que acababa de ocurrirme le había también ocurrido a ellos, ya que es obvio qué es lo que habrían pensado de mí, por lo que sin decirles nada a este respecto, los saludé, volví a salir del subterráneo y me encontré otra vez con el sol brillando fuertemente, entonces decidí irme a mi casa, pero al llegar a la esquina, entre las muchas personas que pasaron a mi lado, distinguí a una que se me parecía demasiado, tanto así que no pude evitar dar media vuelta y seguirla; esa persona ingresó en el subterráneo por la entrada reservada al personal del lugar y yo hice lo mismo, entonces me encontré con que era otra vez de noche; me quedé mirando a ese tipo desde cierta distancia, tratando de que no me viera, y escuché que le preguntaba a sus compañeros, empleados del lugar (o sea, a mis compañeros), qué hora era, y le respondieron que eran las cuatro de la mañana, entonces esa persona (que a esa altura ya no pensaba que fuera parecida a mí, sino que era yo mismo), saludó y se fue; volví a seguirla y una vez fuera del subterráneo, advertí que seguía siendo de noche y miré mi reloj, que decía que eran las cuatro de la mañana, que es la hora que correspondía que fuera, entonces, habiendo ya perdido de vista a la otra versión de mí mismo, pensé en volver a mi casa, pero la sorpresa que todo esto me generó, me hizo imposible hacer más de dos cuadras, por lo que rápidamente pegué la vuelta; volví al subterráneo y ahí me quedé un buen rato pensando y repensando en todo lo recientemente vivido sin encontrarle a nada, ningún sentido, y pensando de mí mismo lo que otros pensarían si lo contaba, o sea, que debía estar perdiendo la razón, y cuando casi me convenzo a mí mismo de que así era, otro empleado de limpieza se me acerca y me pregunta la hora; yo le digo casi resignadamente (por asumir que pensaría que de él me estaba burlando):   
   -Son las cuatro de la mañana, pero tal vez sean también las once, ya que en el día de hoy, estas horas parecen darse simultáneamente.
   Nada me respondió e inmediatamente llegó otro empleado que también había salido del subterráneo y rápidamente, al mismo había vuelto a ingresar, y nos preguntó la hora; mi compañero le dijo:
   -Son las cuatro de la mañana y también las once.
   Entonces, tras asentir silenciosamente con un gesto, mientras señalaba al reloj pulsera que llevaba, dijo:
   Aaaahh! ¡Ya me parecía!... Pensé que andaba mal este reloj; menos mal que no es así.
   Tras lo cual, saludó y se fue. 
   Mi compañero, con la naturalidad propia de quien se refiere a un cambio abrupto de temperatura o a una tormenta repentina, me dijo:
   -¡Qué tiempo loco! ¿No?
   Y mientras asentía con la cabeza, yo dije:
   -Sí sí.