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sábado, 16 de marzo de 2024

María Clara y compañía: nueva hora de matar (capítulo 4) (cuento) - Martín Rabezzana

 -Palabras: 1.989-

Represores y contrarrepresores


   Mendoza, ciudad y provincia, tienen la bien ganada fama de ser las más limpias del país, de ahí lo chocante cuando esto, allá por el año ‘74, empezó a cambiar; al año siguiente, al asumir Santuccione como jefe de policía, la cosa se agravó, ya que las calles mendocinas amanecían cada vez más frecuentemente cubiertas de polvo, escombros y no pocas veces, también manchadas de sangre y hasta cubiertas con cuerpos humanos (y pedazos de cuerpos); y es que el Comando Anticomunista Mendoza (CAM), había empezado a operar, y tristemente los mendocinos debieron aceptar como parte de su cotidianeidad, a la audición de explosiones provocadas por las bombas que esa organización de corte fascista, hacía detonar con el objetivo de aterrorizar a la población; los blancos principales de los represores, eran militantes políticos de izquierda, sindicalistas, estudiantes, personas que ejercían la prostitución, y muy de vez en cuando, podían llegar a atacar y matar, a algún guerrillero, dado que el grueso de sus acciones era contra personas a las que sabían totalmente ajenas a la lucha armada y, por consiguiente, totalmente incapaces de defenderse; fue por este motivo que los guerrilleros rosarinos, María Clara, Elena y Ulises, fueron enviados a Mendoza con la misión encomendada a sus personas, de sumarse a un operativo planeado por tres montoneros mendocinos, cuyo objetivo era el de matar a varios miembros de la ya mencionada, temible organización.
   Los montoneros locales, tras un trabajo de inteligencia de varias semanas, habían averiguado que un grupo de represores del CAM, se reunía en un bar de Ciudad de Mendoza situado en la calle Rivadavia al 180, todos los miércoles a eso de las nueve de la noche y sus aproximadamente seis integrantes, llegaban en dos autos; uno era un Valiant y el otro, un Fiat 1500, y los estacionaban frente al bar; una vez en el negocio, tomaban bastante alcohol, ingerían alimentos insalubres y un rato después, cobardemente salían a cazar gente.
   Los montoneros mendocinos, al encontrarse con sus compañeros rosarinos, les hablaron de un proyecto armado bastante tradicional, que consistía básicamente en emboscar a los terroristas de estado y balearlos, pero María Clara, dijo:
   -Me parece que no va a hacer falta gastar balas… tengo una idea, pero no sé si les va a gustar.
   -¡Contá contá! -dijo uno de los montoneros.
   -Pensé lo siguiente: Elena, uno de ustedes y yo, entramos al bar una hora antes de que lleguen los del CAM, reducimos al personal, le sacamos la ropa de trabajo, nos la ponemos y esperamos a que lleguen los sicarios; cuando lleguen, yo les tomo el pedido y antes de llevarlo, pongo cianuro líquido en la bebida; mientras tanto, Elena puede atender las otras mesas, y alguno de ustedes -dijo señalando a los cuatro varones presentes -se quedará en la caja mientras otro estará fuera haciendo de “campana”; otros dos, esperarán en dos autos estacionados en los alrededores; una vez concluido el ajusticiamiento, salimos y le tiramos una granada a uno de los autos de los sicarios; la explosión será la señal para que los conductores de los autos que nos estarán esperando, sepan que deben pasarnos a buscar; los autos deberán llegar por las calles entre las que está el bar, es decir, por la avenida 9 de Julio, uno, y por España, otro;… Elena y yo, iríamos hacia la 9 de Julio y el compañero que vaya al bar con nosotras, junto al combatiente que estará haciendo de “campana”, irán en la dirección contraria y subirán al auto que pasará por la avenida España… ¿qué les parece el plan?
   Tras sonreír en silencio varios segundos, todos los montoneros aprobaron el plan y felicitaron a María Clara por tan gran idea.


Primera parte del "Operativo antiCAM"


   El siguiente miércoles, los montoneros María Clara, Elena y un mendocino apodado “Ernesto”, ingresaron a las ocho de la noche al bar en el que se realizaría el "Operativo antiCAM"; se sentaron a una mesa y pidieron café; antes de que el mismo les fuera llevado, al advertir que el único cliente que entonces había, se levantaba para retirarse, los combatientes se miraron y María Clara, dijo:
   -Ahora.
   Tras el cliente irse, los tres jóvenes sacaron armas cortas y, sin apuntar a las dos meseras ni al encargado, que detrás de la caja, estaba, Ernesto, tranquila pero firmemente, dijo:
   -Pongan las manos sobre el mostrador.
   Los tres lo hicieron, entonces el joven procedió a maniatar al encargado y a ponerle una cinta adhesiva sobre los labios; el material para esa tarea, lo llevaba en una bolsa en la que había artículos de librería; después, lo mismo hizo con las meseras, pero no sin que antes, María Clara y Elena, les sacaran los delantales que las identificaban como empleadas del lugar; después llevaron a los tres a un baño que estaba destinado a ser usado por el personal, ubicado detrás de la barra, mientras les pedían repetidamente perdón y les decían que el hecho concluiría pronto y que estaría todo bien.
   Ernesto se acomodó detrás de la barra; mientras tanto Elena se acercó para atender a dos clientes que pidieron cervezas y algo salado, tipo: palitos, maní, o papas fritas (que ahora, en pos de provocarte sed y que tomes más, te lo encajan sin necesidad de que lo pidas, pero en aquellos años ‘70, no era así, por eso, a dichas cosas, de uno quererlas, tenía que pedirlas); después ingresaron dos clientes más, que sólo pidieron cafés que casi no llegan a la mesa, porque por inexperiencia, ninguno de los combatientes sabía bien cómo hacer funcionar a la cafetera, lo cual llevó a Elena a dirigirse al baño en el que estaban los tres empleados maniatados y, tras sacarle la cinta adhesiva al varón, con las manos unidas en señal de pedido de perdón, con un tono de culpa y de extrema cordialidad, le dijo:
   -Disculpame que te moleste, pero necesitaría que me explicaras cómo se usa la cafetera.
   El encargado se lo explicó, y Elena le dijo:
   -¡Muchas gracias! -y lo besó en una mejilla y le acarició el rostro; después, dirigiéndose a los tres, dijo: -Y disculpen de nuevo por todo esto -mientras el hombre era mirado mal por las dos meseras por éste evidenciar en su expresión, gran atracción por la combatiente.
   Elena le volvió a poner al encargado la cinta adhesiva sobre los labios, y se fue a preparar el café que, al estar listo, llevó a la mesa de los clientes.


Segunda y última parte del "Operativo antiCAM"


   Al acercarse las nueve de la noche, siete represores del Comando Anticomunista Mendoza (dos de ellos también integraban el Comando Moralizador Pío 12), ingresaron al bar; se sentaron a las mesas más alejadas de la entrada y María Clara, vistiendo un delantal de mesera, tras acercárseles, mientras dulcemente les sonreía, les dijo:
   -Muy buenas noches. ¿Qué se van a servir?
   -Cerveza en chopp para todos, y una picadita -dijo uno de ellos.
   María Clara dijo:
   -Muy bien. Enseguida -y se retiró hacia el mostrador.
   Mientras tanto, uno de los represores dijo:
   -Está buena la piba, ¿no?
   -Sí -convino el que había hecho el pedido; después agregó: -Debe ser nueva; nunca la había visto.
   Otro dijo:
   -La otra también me parece que es nueva; también es linda la pendeja.
   Mientras tanto, Elena preparaba la picada, que dispuso en una bandeja, mientras en otra, desde detrás de la barra, fuera de la vista de los represores que a ambas mujeres, miraban libidinosamente, María Clara vaciaba varios frasquitos de cianuro dentro de los chopps para después, acercarse al barril de cerveza, y llenarlos; una vez todos los chopps, llenos, María Clara llevó la bandeja con las cervezas hacia una de las mesas de los sicarios, y mientras frente a cada uno de ellos, dejaba las bebidas, por lo bajo oía las cosas inapropiadas que sobre ella, decían, pero mantuvo su sonrisa como si nada hubieran dicho; después volvió a la barra para retirar la bandeja con los platitos con picada, y una vez frente a las mesas de los represores, sobre las mismas los depositó; cuando se dispuso a irse, el que había hecho los pedidos, la agarró de una mano y le dijo:
   -Pará pará… no te vayas todavía;… decime: ¿cómo te llamás?
   -María Clara -respondió; y demostrando tener cero temor a que supieran su verdadero nombre (total, a estos tipos, poco les quedaba), agregó: -María Clara Tauber.
   Y tras algunos segundos, el represor dijo:
   -María Clara: ¿qué te parece si un día de estos, salimos a alguna parte?
   -Señor… ahora estoy trabajando. No puedo hablar de estas cosas en este momento.
   Y sin disminuir su sonrisa, de un tirón liberó su mano del agarre del tipo, dio media vuelta y se fue, mientras entre dientes, con voz inaudible, decía:

   -¡Manga de hijos de puta!
   Entonces sus compañeros se rieron.
   El represor que había sido desairado, dijo:
   -¡Es brava la putita! Pero está bien; me gusta eso.
   Seguidamente tomaron la cerveza mezclada con cianuro que, en cuestión de apenas un par de minutos, hizo efecto, de ahí que los represores se empezaran a sentir mareados y arrastraran sus palabras; uno de ellos, que todavía no había tocado su chopp, empezó a sospechar que algo tóxico había en la bebida además de alcohol, y dijo:
   -Muchachos… ¿qué pasa?
   Entonces uno de los terroristas de estado se levantó de su silla e inmediatamente cayó al piso agonizante; otro también se levantó y también cayó; los otros cuatro cayeron al piso sin siquiera haber intentado levantarse, y el que nada había tomado, visiblemente asustado, se levantó de su asiento, intentó sacar su pistola, pero para ese momento, María Clara, con arma en mano bajo su delantal, se le iba acercando ominosamente; cuando estuvo a menos de 5 metros de él, lo apuntó con su revólver y le dio tres tiros en el pecho.
   A todo esto, los cuatro clientes restantes que había en el bar, salieron corriendo.
   Inmediatamente después, Elena tiró los chopps al suelo, para que nadie más tomara de ellos, dejó sobre el muerto por herida de bala, un papel con un breve texto escrito a máquina y tanto ella como Ernesto y María Clara, salieron rápidamente del bar; una vez fuera del mismo, se encontraron con el montonero que hacía de “campana”; éste, tras señalar un auto, miró a Ernesto y ambos asintieron con la cabeza, entonces el primero sacó una maza que tenía agarrada a su cintura y se la dio a Ernesto; éste último rompió la ventanilla de uno de los autos de los represores del CAM, que era un Valiant; su compañero sacó una granada, le retiró el seguro y la arrojó dentro del vehículo; seguidamente se fueron en dirección a la avenida España; mientras tanto, Elena y María Clara, iban en dirección a la avenida 9 de Julio; tras quince segundos, la granada explotó y ésa fue la señal convenida que le hizo saber a los montoneros que en los alrededores, en dos autos, esperaban, que debían pasar a buscar a sus compañeros.
   María Clara y Elena, subieron al Peugeot 504 que manejaba Ulises, y Ernesto, junto al montonero que había hecho de "campana", subieron al Fiat 1600 que otro compañero combatiente, manejaba.
   La detonación de la granada era imprescindible, porque con la misma, además de hacerle saber a sus compañeros que era momento de pasarlos a buscar, se haría presente rápidamente la policía y podrían así, ser también rápidamente liberados, los empleados del bar, y así ocurrió.


   La hoja escrita a máquina y manchada de sangre, que tras llegar a la escena, un policía levantó del represor muerto a balazos y que de inmediato entregó a su superior, decía: “Que tengan ustedes muy buenas noches, les desea: Montoneros.”


  María Clara se equivocó al creer que en el operativo no haría falta gastar balas; al final, se gastaron (pero poquitas).