(Séptimo cuento de
la serie de “María Clara”, cuyas primeras seis partes se
encuentran en mi libro: “MATAR MORIR VIVIR”).
Julio de 1977. Tarde soleada. Quilmes Oeste.
María Clara Tauber (anarquista rosarina que, por voluntad de sobrevivir, se integró a Montoneros), baja de un Fiat 1600 manejado por un compañero guerrillero que la deja en la calle Triunvirato casi frente a una de las entradas pertenecientes al microbarrio conocido por los nombres de “Villa Argentina” y “Barrio Cervecero”; éste último título es tal, por ser un área comprada por la cervecería Quilmes en los años 1920 para alojar a los empleados de la misma; ella sabe esto y mira sorprendida a su alrededor, ya que el lugar (constituido por varias manzanas separadas del resto de la ciudad por un cerco de arbustos) es abundante en árboles y sus viviendas, si bien son sencillas y tienen ya varias décadas, están muy bien mantenidas y son poseedoras de gran belleza, dando cuenta esto de que un área urbana no necesita ser lujosa para ser hermosa, y el área en la que está, por supuesto que lo es; al concienciar esto, mientras camina por la calle Otto Bemberg a la altura aproximada de 2400, piensa: “Todos los barrios obreros deberían ser así”; segundos después, se corrige al decir en voz baja: “Todos los barrios del mundo, obreros o no, deberían ser así”. También piensa que le gustaría vivir ahí, pero inmediatamente considera que, a causa de la misión autoimpuesta que en ese lugar, está para cumplir, probablemente nunca pueda al mismo, volver.
Tras caminar unas cuadras, llega al centro del microbarrio e ingresa a la capilla San José Obrero, que, a esa hora (eran las 15:50), como ella ya sabe (por haberle sido informado por un compañero de inteligencia de la organización a la que pertenece), está en total soledad, ya que el cura Osvaldo Biella, que está a cargo de la misma, en ese horario realiza diariamente una caminata de la cual, regresa poco después de las 16:00 horas.
Preferencias y obstáculo
La iglesia católica, como muchos habrán notado, tiene preferencia por los apellidos italianos, de ahí que casi todos los curas del país americano llamado: Argentina, tengan apellidos procedentes del país sudopa llamado: Italias, y siendo dicha mega organización criminal, altamente jerarquizada y, por consiguiente, contraria al reconocimiento de la igualdad de importancia y derechos entre las personas, realiza actos de discriminación a gran escala por (casi) todos los motivos conocidos, incluyendo a los más comunes, como ser: los de “raza”, nacionalidad, sexo, clase social, intelecto, y también por otros menos comunes como ser: el de procedencia de los apellidos, de ahí que sea casi imposible que en un ámbito de formación católica en el que haya varios estudiantes cuyos apellidos son de diversas procedencias y entre los mismos, estén los italianos, no sean, los poseedores de estos últimos, los preferidos por la cúpula eclesiástica para que ocupen cargos altos dentro de los diversos espacios que conforman la iglesia, sobretodo si son del norte de las Italias, ya que si son del centro, los jerarcas católicos los consideran como de menor valor respecto a los del norte, y si son del sur… cuando los apellidos de los eclesiásticos que hayan hecho méritos como para acceder a lugares de gran importancia dentro de la iglesia, son del sur, desde el Vaticano mismo le llega a la curia argentina la “sugerencia” de preferir a clérigos cuyos apellidos sean de cualquier otro origen antes que a esos; este tipo de conducta discriminatoria y absurda, es bien conocida en los países en los que hay movimientos independentistas, ya que los líderes políticos que reclaman la independencia de ciertas regiones, prefieren a quienes tienen apellidos procedentes de las mismas y de aceptar el ingreso a sus organizaciones de quienes tienen apellidos procedentes de otras partes, difícilmente los dejen ocupar cargos de gran importancia.
El sacerdote Biella, debido al trabajo nefasto que en esos tiempos de dictadura cívico-militar-eclesiástico-médico-farmacéutico-jurídico-policial, está haciendo, sumado al hecho de que su apellido es italiano y además, septentrional, parece tener todas las posibilidades de ascender vertiginosamente en el sistema de castas, clerical, pero hay un obstáculo que debe sortear para poder continuar en su carrera ascendente; el mismo está constituido por cierta mujer; más adelante se revela si a dicho obstáculo, lo puede o no, sortear.
Llegada de la combatiente
La joven, que viste ropa elegante que la hace parecer una dama distinguida de la alta sociedad, se sienta en uno de los bancos que están frente a la estatua de una virgen o de una santa o de lo que sea (ni ella ni el autor de este texto, sabemos mucho de lo referido a las figuras cristianas, católicas ni nada de eso, al punto que no podemos distinguir a una imagen de Judas, de otra de San Francisco de Asís o de Robledo Puch).
Minutos después, el cura Osvaldo Biella, ingresa a la capilla, saluda a la joven, y tras ella presentarse y decirle que necesita confesarse, el eclesiástico la invita a acercarse al confesionario; al mismo, el hombre, que tenía 45 años, ingresa, y le pregunta a la mujer:
-¿Qué quieres confesar, hija?
-Quiero confesar algo muy grave… pero tengo miedo de hacerlo.
-No tengas miedo; sea lo que sea, si te arrepientes y le pides perdón a dios, él te lo concederá.
Los personajes del clero, que en esa época, al igual que los milicos, vivían acusando a todos los que a diferencia de ellos, no fueran fachos, de ser “apátridas” y “antiargentinos”, por algún extraño motivo, durante el ejercicio de su infame oficio de espías del estado, usan un vocabulario ajeno al ámbito nacional; María Clara, mientras sonriendo piensa en lo ridículo y contradictorio de esto, le dice:
-No he tenido fe en dios nunca en mi vida.
-Eso es grave, hija; MUY GRAVE, pero al venir aquí, has empezado a corregir tu error.
-Pero no es solamente eso… he pecado, y mucho.
-¿Puedes ser más específica?
-He herido…
-¿A quiénes has herido?
-He herido a gente malvada.
El cura dice:
-Bueno… es normal querer lastimar a quienes nos han hecho daño; cuando eso ocurre, es difícil no decirles cosas lastimantes de las que después, nos arrepentimos, pero siempre está la posibilidad de pedir perdón y de reparar el daño hecho.
-Pero es que… yo no me refiero a heridas abiertas con palabras.
-¿Ah, no?… ¿y… de qué modo has hecho daño, entonces?
-He lastimado con golpes de puño, con patadas, con cuchillos y con armas de fuego.
Entonces el clérigo empieza a ponerse nervioso, por lo cual, guarda silencio durante algunos segundos, después pregunta:
-¿Ha sido en defensa propia o de alguien querido?
María Clara dice:
-Bueno… podemos decir que sí.
-Es realmente grave tu caso, pero insisto: si te arrepientes, recibirás el perdón de dios.
-Pero yo no me arrepiento.
-¿No te arrepientes?
-No; lo volvería a hacer, y de hecho, lo volveré a hacer, y cometí un pecado aun mayor al de herir y matar.
Entonces el cura, con miedo a la respuesta que podría sobrevenir, pregunta:
-¿Cuál es?
-Me he vuelto subversiva… es más: creo que nací subversiva, pero subversiva en serio, ¿eh?, en el sentido que usted lo entiende, es decir: he ingresado a una organización guerrillera, a diferencia de la mayoría de los jóvenes feligreses suyos, que generosa y desinteresadamente realizaban tareas de ayuda social en los barrios más carenciados, a los que usted anotó en listas que posteriormente le entregó a miembros de la SIDE (*) para que los secuestraran, torturaran e hicieran desaparecer.
Entonces al cura lo embarga la necesidad de irse del lugar, pero no puede hacerlo por sentirse petrificado; en ese momento escucha un sonido que cree correspondiente al de la retracción de la corredera de una pistola, y no se equivoca, ya que la joven guerrillera ha sacado de su cartera dicha arma corta a la que le ha incorporado un silenciador; con sorpresa el hombre percibe que algo está mojando el piso; al mirar hacia abajo se da cuenta de que ese algo es su propia orina, es entonces que sale de su inmovilidad, egresa apresuradamente del confesionario y corre en dirección a la salida; la guerrillera lo apunta con su arma con la intención de dispararle pero no lo hace porque justo cuando está por hacerlo, el sacerdote tropieza y al caer, golpea su rostro contra uno de los bancos, entonces María Clara se le acerca, lo patea dos veces en las piernas, después, dos veces en las costillas, y el represor eclesiástico grita ahogadamente y suplica piedad (esa misma que él siempre le negó a quienes consideró “subversivos”); la joven guarda su pistola en la cartera, por considerar que no le hará falta, y de la misma saca un cuchillo; seguidamente se pone sobre el cura, le realiza tres cortes transversales en la garganta, después le clava el cuchillo en el abdomen y ahí se lo deja; en el mango del arma blanca puede verse el logo de Montoneros.
Así como en otras oportunidades, ninguna huella queda de la combatiente en el arma ajusticiadora por llevar pegamento en las yemas de sus dedos.
Tras el ajusticiamiento del clérigo, María Clara sale tranquilamente de la capilla, agarra por la calle Ayolas, en la cual, se cruza con un anciano al que le dice:
-Hermosa tarde, ¿no?
-Sí; INMEJORABLE.
Seguidamente la partisana dice:
-¡Me encanta este barrio! No lo conocía. Es la primera vez que vengo.
-¿Vio? Sí, es muy lindo; los explotadores de la cervecería, algo bueno alguna vez hicieron por los empleados;... Ojalá se hubieran hecho más barrios como éste en todo el país.
La joven, sonriendo asiente con la cabeza y dice:
-Ojalá; ¡buenas tardes!
-¡Buenas tardes! -le es respondido.
Y sigue su camino rumbo a la salida del microbarrio; una vez fuera del mismo, ya en la calle Vicente López, en dirección contraria a sus pasos, ve llegar al Fiat 1600 de su compañero que, al verla, frena para que ella suba, y tras ella subir, arranca a velocidad media en dirección a otra ciudad.
Villa Argentina/Barrio Cervecero, horas más tarde
Horas después, el cura Biella es encontrado asesinado en la iglesia; al rato la policía llega al lugar y empieza a preguntar, casa por casa, a sus habitantes, si vieron u oyeron algo relacionado con el hecho en cuestión; entre los vecinos preguntados, está el anciano que brevemente conversó con María Clara; se trata de un ex empleado anarcosindicalista de la cervecería Quilmes que allá por los años ‘20, participó de huelgas y actos de sabotaje contra la fábrica, en reclamo de mejores salarios y condiciones dignas de trabajo; por eso sufrió encarcelamiento en repetidas oportunidades y tratos crueles de los uniformados; no obstante todo esto, mantuvo firme su posición, así como lo hicieron muchos otros de sus compañeros, y fue así que lograron aumentos de sueldos y viviendas dignas cercanas a sus lugares de trabajo, de ahí que el “Barrio Cervecero” esté ubicado muy cerca de la cervecería.
El anciano, cuyo nombre era Arturo Alcorta, al serle informado el asesinato del cura, dice:
-¿Lo mataron a Biella?… ¡Qué terrible!… ¡Pobre muchacho!
Uno de los dos policías frente a él, le pregunta si ha visto a gente ajena al barrio esa tarde o los días pasados, entonces el anciano recuerda a María Clara, y lejos de dudar de que ella pueda haber sido la perpetradora del asesinato, por ser mujer, por haberla visto elegantemente vestida y por haberse dirigido a él con total tranquilidad y amabilidad, inmediatamente siente que fue ella la ajusticiadora, por lo que ante los policías que frente a él, en la puerta de su vivienda, están, dice:
-Esta tarde salí a caminar por el barrio, pero no vi a nadie ajeno al mismo, y en los días pasados… que yo recuerde, tampoco.
Tras escuchar esto último, los policías se van, el anciano cierra la puerta de su vivienda y una vez hecho esto, deja de contener la sonrisa que frente a los represores estatales, con dificultad pero con éxito, contuvo, y en voz baja, dice:
-Biella, batidor de los milicos: pudrite en el infierno, ¡hijo de una gran puta!
(*) Secretaría de Inteligencia del Estado