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jueves, 2 de septiembre de 2021

El acólito de Tacchi (cuento) - Martín Rabezzana


Cuento dedicado a Carlos Tacchi (recaudador incorruptible de la DGI) y a todos los forros de mierda que atienden en negocios, no dan recibos de compra y ni se molestan en saludar a los clientes.


   El tipo, un día de algún año de la década del noventa del siglo 20, le dijo al empleado de la librería:
   -Existe la idea en mucha gente de que la agresividad presente en personas de clase baja, se debe a la falta en ella de educación, por eso sería que entre la gente más formada culturalmente, la agresividad, es menor (entendiendo a la agresividad como la tendencia a insultar, agarrarse a golpes o usar armas); esta idea es de lo más pelotuda ya que existen evidencias de sobra de que en paralelo con el aumento del desarrollo intelectual que se produce con la formación cultural, aumenta la agresividad, de ahí que las catástrofes no naturales tengan SIEMPRE por diseñadoras, a personas altamente intelectualizadas, es decir, a personas pertenecientes a esa casta superior denominada “científica”; esa gente es la que ha llevado la violencia a la mayor escala (bombas atómicas, holocaustos, destrucción del medio ambiente y un largo etcétera) y la que nos llevará al fin de nuestra vida como especie;… como más o menos explicó Sábato en algún ensayo: para poder mandar un misil teledirigido con absoluta precisión a miles de kilómetros de distancia y destruir a poblaciones enteras, las matemáticas son imprescindibles; sin grandes matemáticos que calculen distancias, velocidad, y otras cosas, algo así no podría hacerse, de ahí lo pelotudo de sacralizar a las ciencias como si fueran poseedoras de una positividad absoluta, cuando son en realidad, agentes antibióticos que sólo pueden traernos flagelos de toda clase… en fin;… la cuestión es que yo admito que en paralelo con el aumento del intelecto, disminuye la agresión, pero sólo la menor, o sea, la salvaje: peleas, insultos, etc., pero aumenta la mayor, o sea, la civilizada: guerras, destrucción del medio ambiente, etc., y a ésta última la mayoría no la reconoce como agresión en absoluto, sin embargo, lo es;… la violencia menor se da en la gente de clase baja en mayor medida pero no por falta de formación cultural, sino por el hecho de que las necesidades básicas insatisfechas, generan un resentimiento que se manifiesta en agresión física; de tales necesidades estar satisfechas, dicha agresividad disminuiría en dichas personas aunque no aumentara su formación cultural. De ahí lo lógico del concepto de alguien (no recuerdo de quién), según el cual, el problema mayor no lo generan las clases sociales, sino la pobreza, y la pobreza es en gran medida causada en este país, por la evasión de impuestos.
   Vayamos unos minutos hacia atrás: el tipo había entrado a la librería, el empleado no lo había saludado (ni lo habían saludado tampoco los demás empleados las anteriores veces que había ido ahí a comprar), había comprado varios libros, no le habían dado recibo de compra y entonces había dicho:
   -Cada vez que vengo a comprar, no me decís ni “hola” ni “chau”;… Quiero saber si es por algo personal en mi contra o si sos maleducado con todo el mundo, y antes de que me respondas, te informo lo siguiente: si no me saludás por tener algo en contra de mi persona, te lo dejo pasar, pero si sos maleducado con todo el mundo, no te la dejo pasar NI A PALOS; en tal caso, tengo que castigarte en defensa de la sociedad TODA.
   Vayamos unos minutos más atrás todavía: el tipo le había presentado al empleado de la librería, una credencial falsa de inspector de lo que entonces era la DGI (Dirección General Impositiva), y eso había bastado para aterrorizarlo dado que, como ya dije, tras él pagar su compra, no le había dado recibo; a esos maleducados de mierda que atienden negocios y que a uno no lo saludan y que además, no dan recibos de compra salvo que uno se los exija (sabiéndolos obligatorios cuando la compra supera cierto monto), basta con pedírselos para que empiecen a sudar como si estuvieran en medio del desierto del Sahara a las tres de la tarde, aunque hagan cero grados, ya que saben que su no emisión, habilita la clausura legal de un establecimiento. ¡Pero claro! ¿Quién va a ser el jodido que haga la denuncia de tal hecho? Y de esto sí ocurrir, al inspector que llegue de la entidad recaudadora de impuestos, lo coimean y… ¡problema resuelto!, por lo cual, el tipo sabía que había que vengarse de otro modo por la mala educación de los empleados del negocio y del dueño del mismo que, además de haber contratado a personas maleducadas, les había ordenado no dar recibos.
   El falso inspector, dijo:
   -Si me hubieras saludado, yo habría dejado pasar las irregularidades de este negocio y habría procedido a clausurar al de al lado.
   El empleado decidió no responder a la pregunta sobre si no lo había saludado por tener algo en su contra o por ser él, maleducado con todo el mundo, ya que asumió que contestara lo que contestara, algo malo ocurriría, por lo cual, tras agarrar un sobre con billetes destinado a pagar coimas que tenía ya preparado y dejarlo en el mostrador frente al falso inspector de la DGI, dijo:
   -Lamento todos estos inconvenientes, caballero; le pido disculpas y le pido además que acepte este sobre que lo compensará por todo.
   El falso inspector agarró el sobre y muy tranquilamente procedió a hacerlo pedazos delante de la mirada terriblemente horrorizada del empleado de la librería; después le dijo:
   -Por gente como usted el país está como está.
   Después caminó unos pasos hacia la salida y se detuvo, dio media vuelta y dijo:
   -Mi jefe tiene razón; a los evasores… ¡hay que hacerlos mierda!
   Y como si manipulara una ametralladora invisible, hizo como que tiroteaba el negocio; tras lo cual, agregó:
   -Ya tendrá noticias mías. –Y se fue.
  
   Tras la partida del falso inspector de la librería, el empleado de la misma, muy asustado, comentó todo el episodio con sus compañeros que, sin que les quedara claro quién era realmente la persona que se había presentado como inspector de la DGI, dijeron cosas de tipo: “Debe ser un loco”. “Puede ser que fuera de verdad un inspector, uno de esos incorruptibles”. “Por ahí es las dos cosas”, pero nadie acertó; habría acertado únicamente aquel que hubiera dicho: “Era un justiciero del pueblo”.
 
   En los días siguientes, los empleados del negocio empezaron a saludar a los clientes y a emitir recibos de compra, después, viendo que no pasaba nada, ya no.