miércoles, 25 de octubre de 2017

La intensidad en primavera (cuento) - Martín Rabezzana


   Era un 21 de septiembre de principios de los años noventa; uno de los pocos días de inicio de primavera en que no llovió (en realidad, la mayoría de dichos días no llueve, pero parece que sí lloviera porque cuando pasa se lo remarca mucho más); un grupo de adolescentes compañeros de escuela salía a festejar dicho día al igual que miles de otros jóvenes de este país ya que a su vez el mismo es también el día del estudiante; en el grupo había cinco chicos y seis chicas; una de las chicas se hacía llamar Brenda y no todos sabían que en realidad se llamaba Pamela y que había decidido cambiarse el nombre debido a una publicidad de pan dulce homónimo que inspiraba parafraseos graciosos (aun para ella misma) al principio, pero insoportables por excesivos muy poco tiempo después.
   Uno de los chicos del grupo se llamaba Iván y gustaba de ella; ella a su vez gustaba de él.
   El grupo de jóvenes pasó un mediodía feliz en una plaza del sur del Gran Buenos Aires en medio de comida sencilla, insalubre y rica transportada por ellos mismos.
   Ese día Brenda e Iván se miraron como la mayoría vio a dos personas mirarse sólo en las publicidades románticas de cigarrillos de los años ochenta, las cuales (como toda otra representación artística del romance) muchos creen que dan una imagen totalmente idealizada y falaz del mismo por considerar a tal nivel de pasión, inexistente en la realidad por el hecho de ellos nunca haberlo vivido, pero yo sé que esas escenas idílicas existen en la realidad por más que tampoco las haya vivido porque las he visto en vidas ajenas.
   La tarde empezaba y la muy concurrida plaza ya había empezado a ver disminuido el número de personas; el grupo de adolescentes salió de la misma y se dirigió a la estación en donde cada uno tomaría el colectivo de vuelta a su casa.
   Mientras transitaban una zona de casas importantes, un empleado de seguridad del área, no pudiendo soportar las expresiones de alegría procedentes de los jóvenes, los paró y los interrogó; les preguntó estupideces como: "¿qué están haciendo? ¿De dónde vienen? ¿Por qué hacen escándalo?"; les revisó las pertenencias entre las que no encontró más que algún resto de sánguche, algunas papas fritas y gaseosas y después les pidió los documentos, ante lo cual, sin ninguna agresividad en su voz, Iván le dijo:
   -Usted es de seguridad privada, no es policía. No puede pedirnos documentos ni…
   Entonces el matón lo agarró de la remera y exclamando: "¡pendejo de mierda!", le dio varios cachetazos; sus compañeros permanecieron inmóviles, en silencio y con mucho miedo, y no era para menos ya que poco hacía que había concluido la dictadura y quienes formaban parte de las fuerzas de seguridad de la "democracia" (incluso de las privadas) eran mayormente los mismos que habían estado reprimiendo a gran escala poco tiempo atrás, lo cual significa que se trataba de gente muy peligrosa cuyo accionar arbitrario era legal ya que los edictos policiales todavía en vigencia le permitían al personal policial detener sin motivo a cualquiera.
   Después de golpear a Iván, el tipo dijo:
   -¡Bueno; vayansé pendejos! ¡Tomenselás!
   El grupo de adolescentes siguió su camino llevando consigo un recuerdo horrible e imborrable infligido por una persona que por no haber podido alcanzar la felicidad, dedicó gran parte de su vida a destruir la de los demás.
   Iván rememoraba la escena vivida y pensaba que debería haber enfrentado a su agresor; los demás lo habrían secundado de haber hecho falta, pero también pensó que a la larga sería peor ya que podrían volver a encontrarse con él;… Imaginó que volvía a su casa, tomaba la escopeta que su padre tenía sobre el armario y salía a buscarlo; el tipo se asustaría, le pediría perdón y… pero inmediatamente se dio cuenta de que ese plan (como cualquier otro de venganza) era una fantasía que nunca haría realidad, entonces, al dolor, al odio, a la vergüenza y a la humillación que sentía, se sumó la frustración;… tendría que resignarse a cerrar ese capítulo de su vida y seguir adelante lo mejor posible.

   El colectivo en el que Iván se iría a su casa fue el primero en llegar; había una larga cola para subir al mismo, lo cual le dio al grupo la oportunidad de despedirse de él sin apuro; la última en despedirse fue Brenda que, debido a la circunstancia dolorosa recientemente atravesada por todos (sobretodo por Iván), sintió que era apropiado acercársele y reconfortarlo con un contacto que por la escasa confianza que había todavía entre ellos, en otro momento no habría sido del todo correcto por apresurado; lo acarició en el rostro, lo besó en la mejilla y lo abrazó; entonces Iván derramó las lágrimas que hasta ese momento había estado reprimiendo producto de un dolor que en gran medida estaba siendo neutralizado por el gesto en curso de Brenda, del cual, minutos después se preguntaría si había sido por lástima o por amor; el tiempo le demostraría que había sido por lástima, por amor, por atracción sexual y por sueños de una vida juntos… …Esa caricia en el rostro, ese beso en la mejilla y ese abrazo, crearon en los dos un bienestar mucho más profundo, fuerte y duradero que el mejor beso de lengua, sexo oral o de penetración que pudieran haber tenido.
   Poco antes de separarse, él le dijo:
   -Pamela…
    Ella sonriendo dijo:
   -¡Sabés mi nombre!
   -Sí; ¿te molesta que te llame así?
   -¡No no! Para nada.
   Él se despidió.
   -Chau.
   -Chau -contestó ella y sus demás compañeros.
  
   Una vez en el colectivo, Iván racionalizó que el recuerdo de ese día no sería totalmente negativo ya que lo positivo del mismo había sido también muy fuerte.
   Estaba revolucionado en su sentir y no supo sino hasta mucho tiempo después que aun lo malo que había experimentado ese día, formaba parte de una intensidad en el vivir absolutamente envidiable que probablemente nunca volvería a sentir en el curso de su existencia, y durante la misma serían muchas las veces en que anhelaría volver a sentirla, ya que tal intensidad es lo que hace a una vida, digna de ser considerada bien vivida.

jueves, 12 de octubre de 2017

Informe sobre los pasajeros de las naves (cuento) - Martín Rabezzana


    Del Vaticano se filtró el siguiente texto (del cual acá se presenta sólo un extracto) cuya autenticidad ha sido por diversos expertos acreditada.

   Acercándose la hora de mi muerte me veo en la necesidad de dar testimonio para la posteridad de un hecho cuyas causas verdaderas aun no recoge ningún libro.

   Primero se procedió a hacer subir al barco a los pobladores de las prisiones, es decir, a los delincuentes comunes; estos compusieron menos del 10 por ciento de los pasajeros de la nave; después se detuvo a aquellos cuyas ideas políticas eran molestas para las autoridades. Después se pasó a detener a aquellos cuyas ideas (religiosas o no) no eran políticas pero también molestaban a las autoridades. Después se detuvo a los ebrios. Después se detuvo a aquellos que pedían una rebaja de los impuestos. Después se detuvo a aquellos que protestaban por alguna injusticia. Después se detuvo a aquellos cuya inclinación sexual no era la aceptada socialmente. Después se detuvo a aquellos que vestían de forma extraña según los usos de la ciudad. Después se detuvo a quienes tenían problemas congénitos o adquiridos de movilidad. Después se detuvo a aquellos que con su (mala) presencia afeaban a la ciudad, es decir: gordos, mendigos, viejos y hasta jóvenes de pasar económico medio poco agraciados en su estética. Después se detuvo a quienes se dedicaban a las artes cuya temática no implicaba mayormente alabar al estado y a sus representantes, y finalmente los galenos aprovecharon el poder que el estado les confirió para hacer detener a aquellos por quienes sentían antipatía por motivos netamente personales; todas estas personas fueron subidas a una embarcación a fuerza de palos y una vez en la misma, fueron conducidas a alta mar, lugar en el cual el capitán junto al personal armado que lo acompañaba, procedió a destruir todo elemento que permitiera dirigir a la nave (timón, velas, etcétera); tras hacer esto, subieron a un bote que los acercó hasta otro barco que el estado había asignado para seguir a la embarcación en cuestión y en el mismo regresaron a tierra firme dejando a la deriva a la nave con la intención de que sus pasajeros murieran de hambre.
   Cabe destacar que si bien el motivo oficial del procedimiento de separación de la sociedad de personas para su posterior eliminación era su insanía psíquica, jamás se nos pidió que tuviéramos en cuenta el estado de su psiquis antes de ordenar sus detenciones, por lo que no hay constancia alguna de que siquiera una de las personas dejadas a la deriva en la popularmente llamada "nave de los locos", estuviera loca; así lo puedo asegurar yo, que fui uno de los galenos designados para la tarea mencionada que fue la primera pero no la última, ya que el procedimiento recién expuesto fue parte de toda una serie de otros procedimientos aún en marcha no sólo en este país, sino también en todo otro del que yo tenga conocimiento ya que el modelo se ha reproducido a escala internacional.