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domingo, 5 de diciembre de 2021

La verdadera forma humana (cuento) - Martín Rabezzana

 
   
La mujer se encontró en un largo pasillo lleno de puertas; intentó abrir una, y no lo consiguió; intentó abrir otra, y tampoco lo consiguió; intentó con otra, y tampoco pudo; después intentó abrir otra, y esta vez la puerta se abrió, pero enseguida advirtió que todas las demás puertas se empezaban a abrir solas, fue entonces que se dio cuenta de que siempre había creído ser capaz de abrir puertas, pero lo suyo no había sido ni más ni menos que eso: una creencia, ya que, en realidad, las mismas se abren solas, y cuando su aparentemente espontánea apertura coincidía con su puesta de mano sobre sus picaportes, le quedaba la ilusión de que se abrían por obra suya; el saber esto la desanimó sobremanera, sin embargo, creyó que su incapacidad de abrir puertas no implicaría necesariamente una incapacidad de cerrarlas, por lo que intentó cerrar una de ellas, y no lo consiguió; intentó cerrar otra, y tampoco lo consiguió; intentó con otra, y tampoco pudo; después intentó cerrar otra, y esta vez la puerta se cerró, pero enseguida advirtió que todas las demás puertas se empezaban a cerrar solas, fue entonces que se dio cuenta de que siempre había creído ser capaz de cerrar puertas, pero lo suyo no había sido ni más ni menos que eso: una creencia, ya que, en realidad, las mismas se cierran solas, y cuando su aparentemente espontáneo cierre coincidía con su intento de cerrarlas, le quedaba la ilusión de que se cerraban por obra suya; el saber esto también la desanimó sobremanera.
   Tras experimentar lo recién contado en un sueño, la mujer se despertó, se levantó de la cama, fue hasta el baño, se miró al espejo y por primera vez pudo vislumbrar su verdadera forma existente más allá de la piel y los huesos: la misma era igual a la de un títere.
   Habiendo aceptado cuál era su verdadera forma, empezó casi obsesivamente a repetirse mentalmente lo siguiente: “Soy un títere, pero... ¿manejado por quién?”