-Palabras: 514-
Una joven,
mientras esperaba en el banco de una plaza a tres amigos que en auto
la pasarían a buscar para ir juntos a la universidad, se puso a leer
un panfleto que por la calle le habían dado; el mismo decía lo
siguiente: Los psicólogos son las versiones laicas de los curas
confesores, y su función principal es la de
entregar víctimas a la santa inquisición
psiquiátrica, de ahí que el consultorio de un psicólogo
constituya una trampa por ser el mismo, un pasaje directo hacia una
sala de prescripción de torturas en la cual, un
picaneador
farmacológico,
por su supuesto bien, induce
y fuerza a las personas a cambiar sus modos de pensar,
de sentir y de ser; de lograrse el sometimiento total y absoluto de
los cuerpos y almas impiadosamente flagelados, a la voluntad del
“santo inquisidor moderno”, se habla de una “remisión de la
enfermedad”, “enfermedad” que, según los “expertos en salud
mental”, reaparece cuando quien con psiquiatría es torturado, se
atreve a desacreditar en su pretendida positividad, a los tormentos
por él sufridos, a negar la existencia de su supuesta
patología, a pedir pruebas clínicas de ella
(pruebas que nunca existen), y/o a negar el derecho del
torturador diplomado, a imponer su tortura a la que él, hipócrita e
invariablemente denomina: “tratamiento médico”.
Nada de esto se hace sin la aprobación de las mayorías, aprobación que, de transmutar en rechazo, resultará en el cese de estas prácticas represivas y aberrantes a las que se disfraza de “ayuda médica” y/o “psicológica”.
Los psicofármacos, con o sin receta, son venenos; la psiquiatría es tortura; es picana farmacológica. Los psiquiatras son torturadores, carceleros y verdugos, y los psicólogos y trabajadores sociales, son quienes a ellos les entregan víctimas.
Evitá ser víctima y evitá ser victimario; rechazá por igual tanto a la psiquiatría como a las psicoterapias.
Justo después de que la chica terminara de leer el texto, llegó el auto de sus amigos y a la parte trasera del mismo, subió; a su lado estaba uno de los dos varones que en el vehículo, viajaban, y en la parte delantera estaban, en calidad de conductora, una chica, y de acompañante, un muchacho; tras el saludo de convención, la recién llegada le comentó a sus tres amigos el contenido del panfleto, leyó en voz alta algunos pasajes del mismo y entre los cuatro se rieron y burlaron del redactor por considerar que lo por él expresado, constituía un delirio.
La chica, así como sus tres amigos, se dirigía a la Universidad Nacional de La Plata; ella estudiaba en la facultad de psicología, la otra chica estudiaba en la facultad de periodismo y comunicación social; uno de los muchachos estudiaba en la facultad de ciencias médicas y el otro, en la facultad de trabajo social; dicho esto, no es de extrañar que los cuatro se hayan burlado de lo expresado en el texto ya presentado, dado que, por las carreras que cursaban, los estudiantes eran cuatro futuros guardianes del establishment, es decir: cuatro mierdas.
Nada de esto se hace sin la aprobación de las mayorías, aprobación que, de transmutar en rechazo, resultará en el cese de estas prácticas represivas y aberrantes a las que se disfraza de “ayuda médica” y/o “psicológica”.
Los psicofármacos, con o sin receta, son venenos; la psiquiatría es tortura; es picana farmacológica. Los psiquiatras son torturadores, carceleros y verdugos, y los psicólogos y trabajadores sociales, son quienes a ellos les entregan víctimas.
Evitá ser víctima y evitá ser victimario; rechazá por igual tanto a la psiquiatría como a las psicoterapias.
Justo después de que la chica terminara de leer el texto, llegó el auto de sus amigos y a la parte trasera del mismo, subió; a su lado estaba uno de los dos varones que en el vehículo, viajaban, y en la parte delantera estaban, en calidad de conductora, una chica, y de acompañante, un muchacho; tras el saludo de convención, la recién llegada le comentó a sus tres amigos el contenido del panfleto, leyó en voz alta algunos pasajes del mismo y entre los cuatro se rieron y burlaron del redactor por considerar que lo por él expresado, constituía un delirio.
La chica, así como sus tres amigos, se dirigía a la Universidad Nacional de La Plata; ella estudiaba en la facultad de psicología, la otra chica estudiaba en la facultad de periodismo y comunicación social; uno de los muchachos estudiaba en la facultad de ciencias médicas y el otro, en la facultad de trabajo social; dicho esto, no es de extrañar que los cuatro se hayan burlado de lo expresado en el texto ya presentado, dado que, por las carreras que cursaban, los estudiantes eran cuatro futuros guardianes del establishment, es decir: cuatro mierdas.