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domingo, 10 de octubre de 2021

El antiviaje del antihéroe (cuento) - Martín Rabezzana

 

   Cuando se habla de las personas excluidas del sistema, se suele hacer teniéndose en cuenta factores casi únicamente económicos, cuando en realidad, hay muchos motivos por los cuales una persona puede estar al margen de una sociedad que no pasan por lo económico; por ejemplo: aquellos que tienen poca o nula comunicación con los convivientes, con los compañeros de estudio o de trabajo… aquellos que no tienen metas… aquellos que sí las tienen y no las alcanzan… aquellos que, no obstante alcanzarlas, se sienten vacíos… aquellos que no saben querer, tanto como aquellos que sí saben y quieren demasiado… aquellos que no se sienten comprendidos por nadie por más intentos que hagan por serlo… aquellos que tienen dificultades graves para relacionarse con los demás, tanto como aquellos que tienen para eso, demasiada facilidad, lo cual los lleva a ir de fuego en fuego para finalmente, morir de frío (1)… aquellos que habitualmente asisten a reuniones sociales y mientras los demás discuten acaloradamente o se ríen, permanecen en silencio…: TODOS ELLOS SON PARIAS DE ESTE SISTEMA. EXCLUIDOS… MARGINALES, y nada cambia el hecho de que tengan trabajos bien remunerados, vistan elegantemente, coman tres veces por día ni que tengan relaciones no conflictivas con las personas que componen sus entornos, ya que aun así, a este sistema NO PERTENECEN… y estas personas marginales no constituyen casos excepcionales, por lo que no hace falta trasponer los márgenes de una ciudad para encontrarlas, dado que abundan en todas partes, sobretodo en las grandes urbes, lo cual es lógico, ya que en las mismas rige un estilo de vida mayormente artificializado/automatizado/robotizado, que no puede más que ser insalubre para todo ser vivo, ya que las sociedades humanas modernas no son aptas para nadie, ni siquiera para las mismas personas que las crearon, de ahí que el sentir de no pertenencia a ellas, sea más la regla que la excepción.

   El saberse marginal hace que algunas personas se quieran ir, pero… ¿adónde ir?... El bosque es un lugar apropiado para perderse (y encontrarse), y hacia el mismo una noche se dirigió sin intención alguna de que su incursión constituyera ningún “viaje de héroe”, ya que su idea no era la de ir para volver, contar lo vivido y salvar a otros, sino la de entrar y no regresar; morir y no renacer; deshacerse para nunca más rehacerse;… ahí, en el bosque, se internó y extravió.

   Algunas veces con tristeza y otras, con alegría; algunas veces con debilidad y otras, con fuerza; algunas veces con esperanza y otras, sin ella: habló, gritó, bendijo, maldijo, suplicó, exigió, caminó, corrió, saltó y cayó… sin fuerzas… rendido… exhausto, y después: durmió tranquila y profundamente; cuando se despertó y del bosque salió, el entorno ya no era el mismo que había conocido, sino una ciudad totalmente opuesta a las de este tiempo y espacio, ya que estaba más vitalizada que desvitalizada; más viva que muerta; más infundida de positividad que de negatividad, y todo ese fluir de fuerza vital empezó a envolverlo, a atraparlo y absorberlo, y a medida que esto ocurría, trataba de racionalizarlo, pero no lo lograba porque las palabras se le mezclaban, se le confundían, se le escapaban, hasta que finalmente se fueron del todo de su ser, dado que ninguna falta ya le hacían; había escapado del yugo de las palabras expulsantes del pensamiento y del sentimiento, de todo aquello que no puede ser nombrado, que es mucho más que aquello que sí puede nombrarse, y esa pérdida de todo vocablo constituyó un encuentro con un entendimiento no racional, casi completamente exento de negatividad, y eso no fue todo: mientras caminaba maravillado por esa ciudad que parecía más antigua que moderna, más espiritual que material, más ficticia que verdadera, las personas que a su lado pasaban, tanto como las edificaciones que lo rodeaban, fueron perdiendo claridad, definición… forma; todo a su alrededor se volvió informe; todo se diluyó en una gran nada que parecía estar revelándose en su carácter de TODO; la totalidad… el absoluto… el universo que contenía a todos los multiversos, tanto como el no tiempo que contenía a todos los tiempos, fueron desapareciendo del exterior para ir poco a poco, reapareciendo en su propio interior; en ese lugar el antihéroe murió y renació miles de veces, y en cada nuevo nacimiento sentía estarse elevando hasta alturas por él previamente insospechadas en su existencia.
   Lo generalmente considerado absurdo, lo por todos tenido por irreal, lo supuestamente inexistente, era entonces para él: sensato, verdadero, fáctico.
   Nada había en ese lugar que no infundiera en sus visitantes un sentir de plenitud libertador de las cadenas de la razón, y conforme se rompían las cadenas, los espíritus desplegaban sus alas cuyas extensiones permitían abrazar hasta los confines más recónditos de lo por ellos imaginado, tanto como los de lo por ellos inimaginado.
   Las puertas cerradas que en ese lugar encontró, ante su presencia se abrieron, y tras él cruzarlas, se pulverizaron; las barreras que le impidieron el paso, ante su presencia se levantaron, y tras él dejarlas atrás, se esfumaron; los caminos cerrados que le impidieron avanzar, ante su presencia se volvieron sendas rodeadas de flores, y tras su paso, se desmaterializaron.
   El viaje no era el destino, ni el destino, el viaje, ya que ambos extremos de esa misma unidad, habían sido por él, asimilados y de ese modo, trascendidos… habían para él quedado atrás el día y la noche. La luz y la oscuridad. El sueño y la vigilia. El placer y el dolor. La victoria y la derrota. El orgullo y la vergüenza. La riqueza y la pobreza. El amor y el odio. La fuerza y la debilidad. Lo ordinario y lo extraordinario. El conocimiento y la ignorancia. Lo perdido y lo encontrado. Lo construido y lo destruido. Lo incluido y lo excluido. El éxito y el fracaso. La inquietud y la calma. La felicidad y la desdicha. El sonido y el silencio. El cielo y la tierra. El cuerpo y el alma. Lo bueno y lo malo. Lo real y lo irreal. El principio y el fin. La vida y la muerte.

   Lo había todo asimilado, y así, a todo lo había trascendido.

 

(1) Aforismo de Antonio Porchia: “Quien va de fuego en fuego, muere de frío”.