Cuando se habla de las personas
excluidas del sistema, se suele hacer teniéndose en cuenta factores casi
únicamente económicos, cuando en realidad, hay muchos motivos por los cuales
una persona puede estar al margen de una sociedad que no pasan por lo
económico; por ejemplo: aquellos que tienen poca o nula comunicación con los
convivientes, con los compañeros de estudio o de trabajo… aquellos que no
tienen metas… aquellos que sí las tienen y no las alcanzan… aquellos que, no
obstante alcanzarlas, se sienten vacíos… aquellos que no saben querer, tanto
como aquellos que sí saben y quieren demasiado… aquellos que no se sienten
comprendidos por nadie por más intentos que hagan por serlo… aquellos que
tienen dificultades graves para relacionarse con los demás, tanto como aquellos
que tienen para eso, demasiada facilidad, lo cual los lleva a ir de fuego en
fuego para finalmente, morir de frío (1)… aquellos que habitualmente asisten a reuniones sociales y
mientras los demás discuten acaloradamente o se ríen, permanecen en silencio…:
TODOS ELLOS SON PARIAS DE ESTE SISTEMA. EXCLUIDOS… MARGINALES, y nada cambia el
hecho de que tengan trabajos bien remunerados, vistan elegantemente, coman tres
veces por día ni que tengan relaciones no conflictivas con las personas que
componen sus entornos, ya que aun así, a este sistema NO PERTENECEN… y estas
personas marginales no constituyen casos excepcionales, por lo que no hace
falta trasponer los márgenes de una ciudad para encontrarlas, dado que abundan
en todas partes, sobretodo en las grandes urbes, lo cual es lógico, ya que en
las mismas rige un estilo de vida mayormente artificializado/automatizado/robotizado,
que no puede más que ser insalubre para todo ser vivo, ya que las sociedades
humanas modernas no son aptas para nadie, ni siquiera para las mismas personas
que las crearon, de ahí que el sentir de no pertenencia a ellas, sea más la
regla que la excepción.
El saberse marginal hace que algunas personas se quieran ir, pero… ¿adónde ir?... El bosque es un lugar apropiado para perderse (y encontrarse), y hacia el mismo una noche se dirigió sin intención alguna de que su incursión constituyera ningún “viaje de héroe”, ya que su idea no era la de ir para volver, contar lo vivido y salvar a otros, sino la de entrar y no regresar; morir y no renacer; deshacerse para nunca más rehacerse;… ahí, en el bosque, se internó y extravió.
Algunas veces con tristeza y otras, con
alegría; algunas veces con debilidad y otras, con fuerza; algunas veces con
esperanza y otras, sin ella: habló, gritó, bendijo, maldijo, suplicó, exigió, caminó,
corrió, saltó y cayó… sin fuerzas… rendido… exhausto, y después: durmió
tranquila y profundamente; cuando se despertó y del bosque salió, el entorno ya
no era el mismo que había conocido, sino una ciudad totalmente opuesta a las de
este tiempo y espacio, ya que estaba más vitalizada que desvitalizada; más viva
que muerta; más infundida de positividad que de negatividad, y todo ese fluir
de fuerza vital empezó a envolverlo, a atraparlo y absorberlo, y a medida que
esto ocurría, trataba de racionalizarlo, pero no lo lograba porque las palabras
se le mezclaban, se le confundían, se le escapaban, hasta que finalmente se
fueron del todo de su ser, dado que ninguna falta ya le hacían; había escapado del
yugo de las palabras expulsantes del pensamiento y del sentimiento, de todo
aquello que no puede ser nombrado, que es mucho más que aquello que sí puede
nombrarse, y esa pérdida de todo vocablo constituyó un encuentro con un
entendimiento no racional, casi completamente exento de negatividad, y eso no
fue todo: mientras caminaba maravillado por esa ciudad que parecía más antigua
que moderna, más espiritual que material, más ficticia que verdadera, las
personas que a su lado pasaban, tanto como las edificaciones que lo rodeaban,
fueron perdiendo claridad, definición… forma; todo a su alrededor se volvió
informe; todo se diluyó en una gran nada que parecía estar revelándose en su
carácter de TODO; la totalidad… el absoluto… el universo que contenía a todos
los multiversos, tanto como el no tiempo que contenía a todos los tiempos,
fueron desapareciendo del exterior para ir poco a poco, reapareciendo en su
propio interior; en ese lugar el antihéroe murió y renació miles de veces, y en
cada nuevo nacimiento sentía estarse elevando hasta alturas por él previamente
insospechadas en su existencia.
Lo generalmente considerado absurdo, lo por
todos tenido por irreal, lo supuestamente inexistente, era entonces para él: sensato, verdadero, fáctico.
Nada había en ese lugar que no infundiera en
sus visitantes un sentir de plenitud libertador de las cadenas de la razón, y
conforme se rompían las cadenas, los espíritus desplegaban sus alas cuyas
extensiones permitían abrazar hasta los confines más recónditos de lo por ellos
imaginado, tanto como los de lo por ellos inimaginado.
Las puertas cerradas que en ese lugar
encontró, ante su presencia se abrieron, y tras él cruzarlas, se pulverizaron;
las barreras que le impidieron el paso, ante su presencia se levantaron, y tras
él dejarlas atrás, se esfumaron; los caminos cerrados que le impidieron avanzar, ante
su presencia se volvieron sendas rodeadas de flores, y tras su paso, se
desmaterializaron.
El viaje no era el destino, ni el destino,
el viaje, ya que ambos extremos de esa misma unidad, habían sido por él,
asimilados y de ese modo, trascendidos… habían para él quedado atrás el día y
la noche. La luz y la oscuridad. El sueño y la vigilia. El placer y el dolor.
La victoria y la derrota. El orgullo y la vergüenza. La riqueza y la pobreza. El
amor y el odio. La fuerza y la debilidad. Lo ordinario y lo extraordinario. El
conocimiento y la ignorancia. Lo perdido y lo encontrado. Lo construido y lo
destruido. Lo incluido y lo excluido. El éxito y el fracaso. La inquietud y la
calma. La felicidad y la desdicha. El sonido y el silencio. El cielo y la
tierra. El cuerpo y el alma. Lo bueno y lo malo. Lo real y lo irreal. El
principio y el fin. La vida y la muerte.
Lo había todo asimilado, y así, a todo lo había trascendido.
(1) Aforismo de Antonio Porchia: “Quien va de fuego en fuego, muere de frío”.