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miércoles, 7 de septiembre de 2022

Cita envenenada y veneno en la cita (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 1.456-
   Año 1976; primeros días de marzo; las reuniones de los militantes políticos eran, en la Argentina de entonces, cada vez más espaciadas, secretas, y tenían mínima concurrencia, ya que a todo esto había obligado la persecución de las autoridades cuyo cruento accionar, se había magnificado con la aparición de la Triple A tres años antes, de ahí que ya no se debatiera abiertamente en centros de estudiantes, sindicatos ni en unidades básicas, sino subrepticiamente en la casa de alguien, e intentando siempre aparentar que la reunión era de carácter social; una vez la misma concluida, lo debatido le era comunicado a otro sector de la agrupación mediante un delegado que se ponía en contacto con otro delegado de ese otro sector en algún lugar público, que era casi siempre una plaza; cuando la cita entre ambos era delatada por alguna de las partes y daba esto lugar al secuestro de un militante por parte de sicarios del estado, se hablaba de “cita envenenada”.
   Las caídas de compañeros por “envenenamiento” de las citas, pese a los recaudos que los militantes tomaran, eran cada vez más comunes, de ahí que en dicho año no hubiera casi ningún militante que hubiera sido designado delegado, que concurriera a una cita sin la pastilla de cianuro que la cúpula montonera había dispuesto que debía repartirse entre sus militantes así como entre todos aquellos pertenecientes a los frentes de masas, para que, en caso de verse acorralados por los represores, pudieran suicidarse y evitar así toda posibilidad de incurrir en delaciones al ser sometidos a los tormentos que ellos infligían.
   En medio de este clima extremo de violencia política, en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, dos jóvenes militantes de la Juventud Universitaria Peronista (un varón y una mujer), acordaron encontrarse cierta tarde en la plaza Rivadavia; la chica fue la primera de los dos en llegar al lugar convenido y se sentó en un banco no muy próximo a la calle, que era lo que la otra parte había pedido que hiciera; tenía una rosa en una mano que constituía el distintivo acordado para que el otro delegado (que nunca la había visto) la pudiera reconocer, y así ocurrió, ya que incluso desde una gran distancia, el joven la reconoció y se le acercó; tras saludarla y sentarse a su lado, con gran nerviosismo le comunicó ciertas cosas que en la reunión de su sector de la JUP se habían resuelto, mientras a lo lejos miraba disimuladamente a un compañero que en un banco fingía leer una revista cuando en realidad estaba ahí para vigilar el área y advertirle con una seña si veía algún indicio de peligro.
   La mujer miraba demasiado hacia los autos que pasaban, sobretodo a uno, por lo que su interlocutor le preguntó:
   -¿Qué pasa?
   -Nada -dijo ella.
   Y podía ser que no fuera “nada”, o sea, que su nerviosismo evidente fuera sencillamente el propio de la situación; él también, como ya dije, estaba muy nervioso y miraba mucho a los autos por si de alguno de ellos bajaban personas malintencionadas, y fue de hecho por este motivo que decidió adentrarse más en la plaza ya que suponía que de los sicarios querer secuestrarlo, al decidirse a agarrarlo, esperarían a que estuviera cerca de la calle para poder subirlo rápidamente a un auto, fue por eso que le dijo a la chica:
   -Vamos mejor para allá -y le señaló un monumento en el centro de la plaza, pero ella dijo:
   -¡No no! Mejor quedémonos acá porque... el sol me hace mal -e instantes después, mientras señalaba un banco muy próximo a la calle, agregó: -Ahí hay más sombra que acá; sentémonos allá.
   Entonces el joven sintió en su boca un gusto como a cianuro, si bien la pastilla de ese veneno la tenía en un bolsillo y no en la boca, lo cual lo llevó a concienciar que el veneno estaba impregnado en la cita en curso, máxime cuando al buscar con la mirada a su compañero, vio que estaba siendo interrogado por un policía, de ahí que caminara junto a la chica en dirección al banco que ella había señalado pero sólo durante escasos segundos, tras los cuales, dio media vuelta y empezó a correr con todas sus fuerzas, y no se había equivocado al presentir peligro, ya que ni bien empezó a correr, dos hombres trataron de interceptarlo, pero logró evadirlos, mientras tanto, una patota de la Triple A que estaba en un Torino, durante algunos metros lo persiguió y casi logra atropellarlo al él cruzar la calle, pero el auto quedó detenido un buen rato tras cruzársele un patrullero con el cual, los sicarios casi chocan; tras bajarse los policías y agredir verbalmente a los represores del grupo parapolicial, estos últimos se identificaron como pertenecientes a la Triple A y fue entonces que los uniformados bajaron la cabeza evidenciando pánico, y fueron puteados de arriba a abajo por el grupo de la derecha peronista que tenía justamente liberada la zona por la comisaría de ese distrito, lo cual implicaba que ningún policía podía intervenir ante su accionar. A todo esto, el militante de la JUP había llegado corriendo hasta una estación de trenes; en ese momento justo estaba por salir un tren en el cual, se coló, en uno de los asientos se acomodó y sacó la pastilla de cianuro que en uno de sus bolsillos tenía; mientras con una mano se cubría para disimular lo que hacía, con enorme nerviosismo dispuso la pastilla entre sus dientes con la firme intención de tragarla inmediatamente de ver llegar a los sicarios o de sentirse agarrado por ellos, pero fue que el tren arrancó, los minutos pasaron y cierta calma volvía a hacerse sentir en el ambiente, por lo cual, tras respirar hondo, sacó la pastilla de entre sus dientes y mientras se disponía a volverla a guardar en un bolsillo, se sintió tomado por detrás por una persona que le dijo:
   -Perdiste, pendejo.
   Entonces, mientras lo sostenía, otro represor que junto a él estaba, le dio un culatazo de pistola en el rostro; al ver la situación, un hombre que se encontraba en el otro extremo del vagón, sacó un arma y mientras apuntaba a los sicarios de la Triple A, gritó:
   -¡Alto! ¡Gendarmería Nacional!
   Uno de los sicarios le dijo:
   -Bajá el arma porque te vas a arrepentir; somos de la…
   Pero no pudo terminar la oración porque en ese momento, su compañero de represión que estaba con el arma de fuego en la mano, la apuntó hacia el gendarme, ante lo cual, el gendarme (que estaba de civil y nada sabía del operativo, ya que era de la provincia de San Juan y se encontraba en Bahía Blanca visitando familiares) le disparó, llevándolo a caer mortalmente herido, mientras tanto, el otro sicario sacó su arma y disparó contra el gendarme que también cayó mortalmente herido, y mientras tanto… el militante de la JUP, que se había agachado ante el primer disparo, agarró el arma del primer represor caído y desde el piso le disparó al represor que quedaba en pie, llevándolo también a caer mortalmente herido, lo cual resultó en que tanto el gendarme como los dos miembros de la Triple A, quedaran abatidos en un vagón que permanecería vacío hasta llegar a la siguiente estación, dado que las personas que en el mismo viajaban, en medio de gritos, habían empezado a irse apresuradamente a otros, ante la vista de la primera arma.
   Tras todos estos hechos, el militante de la JUP (que nunca antes había empuñado un arma, ya que no era combatiente, ni miliciano ni nada, pero que no encontró ninguna dificultad para manipularla por haberla agarrado estando sin seguro y ya amartillada) saltó del vagón con el tren en movimiento (cosa que tampoco había hecho antes y que también realizó a la perfección), fue rápidamente al encuentro de otros militantes que le dieron documentos falsos para que pudiera salir del país, y así lo hizo; volvería sólo tras terminado el gobierno de facto que, pocas semanas después de estos hechos, sobrevino.
   ¡Y pensar que en el momento en que fue tomado por detrás por uno de los sicarios, el joven lamentó no haberse tomado la pastilla de cianuro!… ¡Menos mal que no lo hizo!, y menos mal que los miembros de las fuerzas represivas no dejan las armas cuando están de franco, ni cuando están en la playa de vacaciones, ni cuando los expulsan, ni cuando los jubilan, ni cuando van al baño ni...: ABSOLUTAMENTE NUNCA, y por supuesto; “menos mal”, pero sólo para el joven universitario, no así para el gendarme ni para los integrantes de la patota de la Triple A.