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martes, 12 de agosto de 2025

Leila. Daniela. AJUSTICIADORAS (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 1.809-

   Las combatientes Daniela y Leila, por orden de la superioridad de la organización a la que pertenecían (Montoneros), se habían sumado a un pelotón en el que también estaban Lalo, Salazar, Aldo y Meche; estos seis guerrilleros ocupaban entonces (mediados de 1976) una casa en la zona de Banfield.
   Cierta mañana, Daniela y Leila, tras la primera haber hecho algunas compras en una librería-papelería, entraron a un bar, situado en la Avenida Colombres 179, de la bonaerense ciudad de Lomas de Zamora, con el objetivo de desayunar; una vez sentadas a una mesa, ambas pidieron té con leche y tostados; ya iniciado el desayuno, Daniela le dijo a Leila:
   -Se te ve cansada.
   -Y sí… anoche no pude dormir mucho.
   (Leila dormía sola en un cuarto contiguo al de su compañera uruguaya que, con Aldo lo compartía, ya que con él, estaba en pareja).
   Entonces Daniela, evidenciando culpa en su sonrisa, a su interlocutora, dijo:
   -Aaaayyy… ¡discuuulpame por el ruido! Lo que pasa es que… ¡no sabés las veces que me hizo acabar, Aldo anoche!… -y se río, mientras Leila, con claro pudor, sonreía.
   Seguidamente hablaron de otras cosas muy divertidas, lo cual, era inevitable en una conversación en la que Daniela fuera parte, ya que era una mina extremadamente extrovertida que muy habitualmente hacía chistes y decía cosas graciosas que a sus interlocutores, mucho hacían reír.
   Una vez concluido el desayuno, Daniela dijo:
   -Bueno. ¿Vamos yendo?
   -Sí -respondió Leila; después dijo: -Pedí la cuenta, yo voy al baño.
   -Bueno.
   Mientras Daniela pagaba la cuenta, dos policías ingresaron al bar y le pidieron documentos a varias personas; al verlos, la guerrillera agarró la cartera que sobre la mesa, había dejado, y de ella extrajo la pistola que ahí llevaba; a dicha arma, dispuso debajo de la bolsa de la librería-papelería, situada sobre una silla a su derecha; en la bolsa había algunos cuadernos y biromes que acababa de comprar; una vez el arma escondida, la joven empujó a la silla bajo la mesa, para que ni la bolsa ni el arma, fueran visibles para los uniformados.
   Uno de los policías se acercó a la mesa de la atractiva joven montevideana y a ella le dijo:
   -Buen día; documento.
   Entonces Daniela, tras sacar de su cartera el D.N.I. falso que poseía, dijo:
   -Buen día; sirvasé.
   El policía preguntó:
   -¿Cómo se llama?
   -Teresa Massala.
   -¿De qué trabaja?
   -Soy empleada administrativa en Arcor.
   -¿Qué edad tiene?
   -Treinta.
   Entonces el uniformado miró atentamente la foto del documento, que correspondía claramente a la imagen de la mujer frente a él, pero dudó sobre su edad, ya que parecía (y así era) tener menos de treinta años.
   Mirando con desconfianza a Daniela, el agente policial, dijo:
   -Como no estoy seguro respecto de su edad, me va a tener que acompañar a la seccional, para que corroboremos sus datos.
   Ella dijo:
   -¿Es realmente necesario, eso?
   -Sí, es necesario; póngase de pie y levante los brazos.
   La mujer acató la orden y el represor estatal, la palpó de armas, no encontrando en la ex integrante de la OPR-33, ninguna; después dijo:
   -¿Esa cartera es suya?
   -Sí.
   -Muéstreme qué tiene dentro.
   Y Daniela, así lo hizo, y como nada “raro” en la misma, había, el agente le dijo que la llevara, entonces ella la colgó sobre su hombro derecho y el uniformado procedió a esposarle las muñecas del lado delantero de su cuerpo y no así, detrás de su espalda, lo cual, se hace cuando alguien no está oficialmente detenido, sino “demorado”, y así fue llevada al asiento trasero del patrullero que frente al bar, estaba estacionado, en donde permanecería sola, dado que ninguna otra persona del bar, había sido detenida ni “demorada”; mientras tanto, Leila, que tras abrir la puerta del baño para, del mismo, salir, había advertido la presencia de policías en el lugar, había dado marcha atrás y sacado su pistola STAR, que bajo su ropa y sobre su espalda baja, llevaba, y se había quedado mirando con la puerta entornada, la escena en la que a su compañera, llevábanse "demorada".
   Una vez que los policías hubieron ya salido con la “demorada” del negocio, Leila rápidamente guardó su arma, se acercó a la mesa que con su compañera, había ocupado, y agarró la bolsa de la librería-papelería y la pistola (también de marca STAR) que, debajo de la primera, había visto a su amiga, dejar oculta; inmediatamente después, salió del bar escondiendo el arma bajo la bolsa ya referida; justo antes de trasponer la puerta de salida, a la pistola le retrajo la corredera y velozmente caminó hacia el frente del patrullero al que acababan de subirse los dos uniformados y hacer subir, a Daniela.
   Al ver a Leila parada de costado frente a su vehículo, como queriendo cruzar la calle pero sin animarse a hacerlo, el policía que ocupaba el asiento del acompañante, dijo:
   -¿Qué hace la boluda ésa ahí parada? -y tras sacar la cabeza por la ventanilla, mientras hacía gestos con las manos, le gritó: -¡Salí del medio, nena! -seguidamente, al otro policía, le dijo: -Tocale bocina.
   Y cuando su compañero, que acababa de encender el auto, se disponía a hacer sonar la bocina, la combatiente se posicionó de frente al patrullero, soltó la bolsa detrás de la cual, estaba la pistola de Daniela, la apuntó hacia ambos uniformados, y
certeramente disparó contra el pecho de cada uno de ellos; la joven oriental, al ver a su copartisana y suponer lo que haría, se había apurado en situarse en el medio del asiento para no quedar en la línea de fuego, no obstante, por existir una posibilidad concreta de herir no sólo a los policías, sino también, a Daniela, Leila tuvo la precaución de no disparar más de una vez contra cada uno de los represores del estado.
   Tras los impactos, ambos policías quedaron malheridos, pero no muertos; el policía que ocupaba el asiento del conductor, alcanzó débilmente a llevar su mano derecha hacia su pistola, en un intento de repeler los disparos, fue entonces que Daniela, cuyas muñecas, como ya fue dicho, habían sido esposadas por la parte frontal de su persona, se la arrebató, y le disparó en el abdomen; seguidamente hizo lo propio contra su compañero situado a su derecha; estos últimos dos disparos, resultaron en la muerte casi inmediata de ambos terroristas de estado.
   Tras los ajusticiamientos haberse consumado, Daniela dejó el arma sobre el asiento que ocupaba e inmediatamente después buscó en el bolsillo frontal derecho de la camisa del policía, situado en el asiento del conductor, las llaves de las esposas, por saber que en ese lugar, los de azul, solían guardarlas; las agarró, y así fue que, cuando Leila le abrió la puerta para que del patrullero, descendiera, a ella se las extendió, y dijo:
   -Las llaves de las esposas.
   Leila liberó de las esposas a su compañera y tras ésta última volver a empuñar la pistola que al policía le había sustraído, salió del vehículo y ambas jóvenes corrieron hacia el Ford Taunus en el que habían llegado, al cual, a la vuelta del bar (sobre la calle España) habían dejado estacionado.
   La cuadra del bar, diariamente muy transitada a esa hora de la mañana, producto de los disparos, se había quedado sin ningún transeúnte, ya que todos ellos, en medio de gritos, habían salido corriendo en busca de resguardo.
   Una vez en el auto, ya lejos del lugar del hecho recién descrito, mientras manejaba en dirección a la casa montonera en que ambas se alojaban, Daniela, tras apoyar su mano derecha sobre el antebrazo izquierdo de su compañera, a ella le dijo:
   -Gracias Leila… gracias amiga.
   Leila se limitó a sonreír.
   De Daniela haber sido llevada a la seccional policial, se habría descubierto su verdadera identidad y habría sido llevada a uno de los centros clandestinos de detención, que, según datos recientes (año 2025) (que no son definitivos, debido a que los procesos por delitos de lesa humanidad perpetrados por el estado argentino en aquel tiempo, siguen desarrollándose, de ahí que en base a testimonios nuevos, se sigan identificando centros clandestinos), en aquellos años ‘70, llegaron a ser más de 800 en todo el país; en ese lugar habría sufrido lo peor antes de ser asesinada, y, de no haber sido guerrillera ni militante política ni social, tras ser detenida por la policía, seguramente no habría sido por la misma, muerta, pero tal vez sí, torturada y hasta tal vez, abusada sexualmente, ya que las autoridades realizaban a gran escala detenciones arbitrarias por “averiguación de antecedentes” y tenían, como parte de una reglamentación paralela y no escrita, programado reprimir brutalmente a una minoría del total de detenidos arbitrariamente por ellas; esa minoría estaba mayormente compuesta por jóvenes, y el  objetivo de esas detenciones era el de infundirles “respeto” hacia las autoridades, en pos de que se portaran “bien”, y jamás se les pasara siquiera por la cabeza, hacer algo que las pudiera conducir a la cárcel, pero… ese “algo” que en esos tiempos podría resultar en que alguien fuera detenido por la policía, producto no sólo de la dictadura en curso, sino también, de los edictos policiales que venían del siglo diecinueve y que se ampliaron en los años 1930, durante el gobierno de facto de Uriburu, afianzándose durante el también gobierno de facto de Aramburu, que permitían que cualquier persona fuera detenida por la policía sin ningún motivo válido, podía ser el sólo hecho de caminar por la vereda; este accionar arbitrario, habilitado por los ya mencionados, edictos, recién empezó a disminuir con la derogación de los mismos, a finales del siglo 20.
   Las detenciones arbitrarias perpetradas masivamente por las autoridades durante casi todo el siglo 20 contra jóvenes que por las mismas, no sólo no eran siquiera sospechados de integrar agrupaciones armadas, sino tampoco, políticas, son
generalmente pasadas por alto al analizarse el por qué de la voluntad de tantos de ellos, de tomar armas para combatirlas, y las mismas fueron, según mi criterio, el motivo principal para eso, de ahí que las acciones violentas que contra las autoridades, los guerrilleros, perpetraron, hayan sido por ellas mismas, generadas, y no parcial, sino totalmente.
   Daniela, levantando la voz, en alusión al hecho de que Leila, no hacía muchos meses que se había incorporado a la lucha armada, dijo:
   -¡Vos sí que aprendés rápido, nena, ¿eh?! -y ambas rieron.

   Esa misma noche de invierno, Daniela se dirigiría a Capital Federal para cenar con ex compañeros suyos de la ROE (Resistencia Obrero Estudiantil), que para ese entonces, eran parte del P.V.P. (Partido por la Victoria del Pueblo) (ambas organizaciones derivaban de la Federación Anarquista Uruguaya), en una casa operativa que el P.V.P., había alquilado; ella se esperaba que después de lo acontecido durante la mañana, el resto del día fuera tranquilo, y lo sería, pero la trasnoche de esa noche… bueh...