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viernes, 10 de noviembre de 2023

¡Libertad a Libertad! (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 672-

   A fines de los años 1980, en Argentina se puso de moda el patinaje sobre hielo; fue tal el furor que en esos años existió por dicha actividad, que casi no había parque de diversiones ni centro comercial que no tuviera al menos una pista de patinaje sobre agua congelada; la moda duró hasta mediados de la década siguiente (o sea, hasta mediados de la década denominada: “Pisa con shampain”), y fue un hecho específico (y lamentable) el que a dicha moda, en el país, le puso un punto que parecía ser final; increíblemente, este suceso (que pasaré a relatar, cuya veracidad me consta absolutamente, dado que fui del mismo, testigo presencial) fue sospechosamente ignorado por los medios de comunicación y hasta hoy, nada a este respecto podía encontrarse en internet; con esta publicación, el silencio sobre el hecho en cuestión, será roto, y así permanecerá eternamente.

   Resulta que una adolescente se encontraba junto a amigos, patinando alegremente una tarde de invierno en una pista de hielo situada en cierto centro comercial que, por discreción y por evitarme problemas legales, no voy a mencionar; por ella carecer de experiencia en la práctica del patinaje, se movilizaba torpemente y debido a esa torpeza, se encontraba continuamente próxima a caer, lo cual suscitaba en ella y en sus amigos, risas resonantes; tras varios trastabilleos, finalmente cayó de espalda al hielo, lo cual no le causó ningún tipo de lesión; esto no habría pasado de ser una anécdota graciosa menor en el ámbito familiar y amistoso de la joven, si no fuera por lo siguiente: como todos saben: los patines para hielo no tienen ruedas, sino cuchillas, y ocurrió que al ella caer, sus miembros inferiores se fueron para arriba en el mismo momento en el que un muchacho transitaba patinando en la dirección diametralmente opuesta a la suya, resultando esto en que la cuchilla de su patín izquierdo, cortara al muchacho desde lo que es… la chota, hasta la parte superior de la cabeza. Es decir: lo abrió en dos partes; de más está decir que el pobre pibe... no la pudo contar.
   Mientras el joven se encontraba muerto sobre el hielo, la chica se reía y se reía; no podía parar; obviamente, hasta el momento ignoraba lo que había hecho, pero fue que instantes después, sus amigos la ayudaron a levantarse y al ella ver al desafortunado joven, siguió riéndose, y si bien la risa no se daba en ella a causa del hecho trágico que su caída había producido, la misma (o sea, su risa), tras ser referida por varios testigos a las autoridades, fue usada por el Ministerio Público Fiscal, como base de un alegato acusatorio a la adolescente en el que se la imputó por la comisión de un “homicidio por placer”; la chica, cuyo nombre era (y es): Libertad Amestoy, fue condenada a cadena perpetua; fue por este hecho que el presidente Caalo Méndel (conviene no invocar su nombre verdadero) decretó la prohibición de las pistas de patinaje sobre hielo en todo el territorio nacional (fue una de las poquíiiiiisimas cosas buenas que hizo el hombre lobo devenido presidente); inentendiblemente, años después, dichas pistas volvieron a habilitarse (los legisladores que votaron a favor de la rehabilitación de dicha actividad, que no es un deporte, sino un juego perverso y cruel del que sólo pueden disfrutar los asesinos y suicidas en potencia o manifiestos, no tienen perdón de dios, de satán ni de NADIE).
   Como ya referí: Libertad fue en cana, y personas compasivas (yo incluido), entendiendo que el hecho dramático recién contado, fue el resultado de un accidente, en gesto de solidaridad con ella, poco después de su detención, nos hicimos hacer remeras que dicen: “¡Libertad a Libertad!” (a pesar de esto, lo crean o no, nunca la soltaron), y para las fiestas, le mandamos a la cárcel, pisa y shampain; actualmente (año 2023) nos seguimos solidarizando con ella, pero, en sintonía con los tiempos que corren, ahora le mandamos fainá y agua de la canilla.