
-¿Quién es?
-Vengo por el
arreglo del televisor, señora.
"¿El arreglo del
televisor?", pensó, y tras unos segundos recordó que ella misma había ido esa
mañana a un negocio de reparación de electrodomésticos para pedir que algún
empleado se acercara hasta su casa para arreglar su televisor que estaba
funcionando mal, ya que ella no tenía a nadie que la ayudara a llevarlo hasta
allá (la historia transcurre en los años sesenta del siglo veinte, por lo que
se trataba de un televisor de grandes dimensiones y peso, para cuyo transporte
se requería de al menos dos fisicoculturistas; aparato que, dicho sea de paso,
tenía una de esas antenas conformadas por láminas de acero que había que
eventualmente doblar y enganchar en el centro, lo cual era peligrosísimo porque
si uno enganchaba mal alguna, saltaba y azotaba como látigo pudiéndole sacar a
uno un ojo).
La mujer, a
través de la puerta, dijo:
-Pero habían
quedado en llamar por teléfono para avisarme cuando el reparador estuviera por
venir.
-Sí, pero hay un
desperfecto en el servicio telefónico y por eso no pudimos comunicarnos.
Ella dudó unos
segundos y después se decidió a abrir; el técnico de electrodomésticos la
saludó sonriente y rápidamente fue conducido por la mujer hasta el living donde
se encontraba el televisor; el hombre preguntó qué problema tenía el aparato y
ella le dijo que la imagen saltaba; él lo prendió y tras constatar el problema,
dijo:
-Sí sí.
Después lo
apagó, lo desenchufó y tras sacar algunas herramientas de la caja que llevaba,
lo desarmó y dijo que la reparación le tomaría más o menos una hora.
Mientras
realizaba la reparación, el tipo, que era muy conversador, le hablaba a la
mujer que, por tener un pésimo estado de ánimo, le respondía con monosílabos,
sin embargo él seguía hablándole; en un momento le dijo:
-Un amigo mío,
por el sueldo no alcanzarle para más, se compró un auto muuuy chiquito, y era
tan angosto, que ni bien ingresaba un pie, pisaba la calle.
A lo que la
mujer, transgrediendo a sus ya mencionadas monosilábicas réplicas, dijo:
-Entonces no era
un auto, era una moto.
-Nooo; era más
angosto que una moto, pero a él le alcanzaba porque era muy flaco; tan flaquito
que cuando se ponía de perfil, era invisible.
Entonces la
mujer, sorprendiéndose a sí misma, se rió; tras varios segundos de reírse, se
sintió más amable, por lo que muy cortésmente le preguntó si quería un café, a
lo que el reparador dijo:
-No gracias,
señora. Yo soy más de matear.
-Bueno, entonces
le preparo mate. ¿Lo toma amargo?
-Lo tomo amargo.
-Lo tomo amargo.
Y fue a la cocina
a prepararlo; al tenerlo listo, le extendió el mate y él le agradeció; tras
tomar el primero, le dijo:
-Un primo mío
que una vez se fue de viaje a Finlandia, me dijo que allá hace tanto frío, que
cuando se servía un mate con agua hirviendo, a los dos segundos ya estaba
congelado; por eso los finlandeses no toman mate.
-Aahhh. ¿Es por
eso? –dijo la mujer, y se rió.
El hombre siguió
con la reparación que interrumpía brevemente para tomar el mate que la mujer le
cebaba, y como habían pasado varios minutos de conversación más o menos seria,
el hombre sintió que ya era momento de decir otra cosa ocurrente; dijo:
-El otro día
estaba leyendo en el diario sobre músicos clásicos y me enteré de algo; ¿sabe
qué se dice de Paganini?
-No; ¿qué se dice?
-Que hizo un
pacto con satán para ser el mejor violinista de la historia, y como prueba de
su filiación con el diablo la gente aducía que podía verse a su imagen translúcida
a su lado cuando daba un concierto, pero eso, claro…. ¡sólo la gente muy ignorante
lo puede creer! La verdad es que a satán podía vérselo en los recitales de
Paganini pero porque era admirador suyo, y no porque hubiera hecho un pacto con
él.
La mujer se rió.
En los minutos
siguientes el reparador siguió diciendo cosas graciosas que a la mujer la
alegraron, y tras casi una hora de haber iniciado la reparación, dijo:
-Bueno; vamos a
ver si el televisor ya funciona bien -entonces lo rearmó, lo enchufó y lo encendió;
señalando a la pantalla, dijo: -Se ve perfecto; ¡problema solucionado!
Tras lo cual le
informó a la mujer cuál era el precio de la reparación y ella fue a buscar la
plata para pagarle, entonces le pagó y le dijo:
-¡Muchas
gracias!
-No; gracias a
usted por contratar nuestros servicios y gracias también por los mates.
Se dirigió a la
puerta y tras salir, dijo:
-¡Chau!
-¡Chau! –respondió
ella.
Tras el hombre
irse, la mujer mantuvo durante varios minutos seguidos una sonrisa que llegaba
hasta a volverse risa cada tanto al recordar los chistes que el reparador había
hecho, y por el estado de alegría en que estaba, sólo cuando volvió a la cocina
y vio el vaso con veneno para ratas sobre la mesa, se acordó de que hasta hacía
apenas una hora, tenía la intención de matarse por el dolor que un desengaño
amoroso le había provocado.
Sin dudarlo en
absoluto, agarró el vaso y lo vació en la pileta de lavar los platos, tras lo
cual abrió la canilla.
Ante tal estado
de bienestar, suicidarse habría sido no sólo ridículo, sino además, imposible.
Al rato sonó el
teléfono y ella atendió.
-¿Hola?
-Hola señora. La
llamo del negocio de reparación de electrodomésticos; era para avisarle que
lamentablemente hoy estuvimos sobrecargados de trabajo y por eso nos fue
imposible mandarle a un empleado para realizar el arreglo que solicitó; los
tres empleados que tengo no tuvieron siquiera un minuto libre hoy, pero le
prometo que mañana sí vamos a estar en condiciones de mandarle a alguien; le
pido mil disculpas.
La mujer se mantuvo en silencio unos segundos por la sorpresa, por lo que
su interlocutor dijo:
-¿Hola, hola? ¿Me
escucha?
Ella se
recompuso y le dijo que no se preocupara ya que su televisor había empezado a
funcionar bien, por lo que ya no hacía falta que le mandara a nadie.
Tras colgar el
teléfono se preguntó una y mil veces quién había sido el hombre que además de
arreglarle el televisor, le había salvado la vida, pero jamás llegaría a
saberlo.
Epílogo (génesis del cuento)
La mujer mayor,
me dijo: "Lo que te voy a contar me pasó cuando era joven allá por los años
sesenta, y aunque no lo puedas creer, te juro que es cierto;… Como sos escritor,
lo que te voy a contar tal vez te sirva para escribir." Y me contó una
historia; tras escucharla, le dije: "Le creo. ¡Y claro que me va a servir para
escribir!" Entonces escribí: "Risa-mata-suicidio".