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domingo, 8 de diciembre de 2024

Maria Clara y compañía: Y sí… también montonero (cuento) (capítulo 18) - Martín Rabezzana

-Palabras: 3.441-

Dedicado al mierda de Christian Von Wernich y a toda la curia, cuya existencia en pleno siglo 21, debería ser INACEPTABLE.


   Octubre de 1976.

   María Clara se encontraba en una casa montonera que compartía con varios compañeros de la organización; la misma estaba ubicada en la calle Leonardo Rosales, al 2030 (aproximadamente), de la localidad bonaerense de José Mármol.
   Tras una cena alegre junto a sus convivientes, se fue a acostar, y tras ingresar al mundo de los sueños, se vio caminando sola por una senda que la condujo hasta una playa, una noche de clima moderadamente frío; una vez ahí, se acercó a la orilla del mar, y por la misma, caminó durante algunos minutos sintiendo la enorme positividad que en ese lugar, había, que llenaba su interior de bienestar.
   En eso, divisó a alguien a lo lejos, sentado sobre una lona en una zona de arena seca; hacia ese individuo, que en ese momento no sabía quién era, caminó, empujada por una enorme atracción cuya causa, entonces desconocía; una vez que le estuvo próxima, él se levantó y entonces María Clara, advirtiendo que el individuo era su creador, sonriendo inconteniblemente, se le fue encima y ambos se abrazaron; tras ella decirle que había temido nunca volverlo a ver (era la segunda vez que se encontraban), y él responderle que siempre volverían a encontrarse, se besaron, se practicaron sexo oral, y genitalmente, se unieron; tras la unión sexual, concluir, hablaron de muchas cosas; en determinado momento, María Clara le dijo a su creador:
   -No estoy segura de poder seguir adelante con la vida que llevo.
   -¿Por qué? Si ya te probaste a vos misma que sos muy capaz.
   -Es que… yo no lo siento así;… no estoy para nada segura de qué soy capaz, y me gustaría saberlo;... vos podés hacérmelo saber, ¿o no?
   Tras varios segundos de silencio, su creador le preguntó:
   -¿De verdad querés saber de qué sos capaz?
   En total silencio, María Clara asintió con la cabeza.
   -Muy bien -dijo él; seguidamente le besó una mano, se levantó y se retiró.
   En ese momento, la arena de la playa en la que estaban, empezó a arremolinarse al punto que la joven, nada podía ver; poco después, la arena fue desapareciendo y lo que empezó a aparecer, fue humo, que, después de cubrirlo todo, rápidamente se disipó y dejó al descubierto un panorama en el cual, no había más que penumbras y desolación; por ese lugar, la combatiente caminó durante varios minutos sintiendo gran temor; de pronto, de la nada, frente a ella empezó a materializase un lago de aguas cristalinas; María se acercó al mismo y desde detrás, alguien le dijo:
   -Dios te va a castigar, Maria Clara.
   Entonces ella se dio vuelta y vio a un tipo que vestía ropa eclesiástica; a él le preguntó:
   -¿A mí?
   -Por supuesto que a vos; estás intentando subvertir nuestro estilo de vida occidental y cristiano, y eso, dios lo castiga.
   Tras contemplar en silencio durante algunos segundos al elemento de esa mega organización criminal, llamada: iglesia católica, María Clara le preguntó:
   -¿Y a usted no lo va a castigar?
   -No. ¿Por qué habría de castigarme a mí?
   -Y… porque ustedes, los curas, mientras fingen proveer ayuda espiritual, recaban información de la población y le señalan a las autoridades, quiénes son los individuos que consideran “problemáticos”, por ellos oponerse a la continuidad de este espantoso sistema social; tras ser señalados por ustedes, son reprimidos;… Quienes eso hacen, merecen castigo.
   El cura, cuyo nombre era Christian Von Wernich, sonrió maliciosamente.
   El clérigo, durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástico-médico-farmacéutico-jurídico-policial, no sólo le marcó gente que en él confiaba, a las autoridades (gente que después, era hecha desaparecer) y le daba ánimos a los secuestradores, torturadores, violadores y asesinos de las patotas del estado (a quienes solía acompañar cuando realizaban operativos ilegales), al alguno de ellos manifestar tener dudas éticas sobre los actos que perpetraban (lo cual, rara vez ocurría), sino que además, así como lo hicieron muchos otros capellanes de aquel entonces, recorría centros clandestinos de detención, en cuyas celdas, ingresaba, tras los secuestrados ser torturados, y con ellos hablaba de modo relativamente amable, con el objetivo de que le aportaran información sobre compañeros, para que también cayeran en las impiadosas garras de los represores.
   Sin saber específicamente en qué había participado Von Wernich, María Clara sabía que el cura era parte de la represión del estado, porque para eso está la curia, y no sólo en aquel tiempo histórico, sino en TODOS, y no sólo acá, sino también en todos los demás países de América y del resto del mundo, en los cuales, la religión católica, es la oficial.
   Von Wernich dijo:
   -El castigo purifica a las almas contaminadas, por eso es que lo que realizo, es una tarea divina, pero en realidad, no soy yo quien castiga, dado que yo soy simplemente un instrumento de dios, y su voluntad es que pagues por tus pecados, por eso es que te mandó a este lugar, que es el inframundo, en el que te vas a encontrar con tu castigador.
   Seguidamente, las aguas del lago que se encontraba detrás de María Clara, empezaron a arremolinarse y a enrojecerse; ella, tras darse vuelta, contempló la escena con mucho miedo; de pronto, del agua emergió una criatura descriptible como “demoníaca”, que no era humana, pero que por momentos, parecía tomar cierta forma humana para instantes después, volver a una forma no humana; la misma, tras levitar sobre el lago frente a la combatiente durante algunos segundos, se le fue encima, derribándola, después, la agarró del cuello; María Clara intentó liberarse del agarre pero no lo logró, por lo que sintió a sus fuerzas decrecer muy velozmente, lo cual, la hizo sentirse al borde de la muerte; como para darle falsas esperanzas y prolongar así, su sufrimiento, la criatura aflojó el agarre y le permitió a la mujer, golpearla en el rostro, y fue tras ella hacer esto, que el ser del inframundo, con sus enormes uñas, la rasguñó en una mejilla, en los brazos y en las piernas, para inmediatamente después, volver a agarrarla del cuello.
   La criatura no era un demonio cualquiera, era el mismísimo Satán; Von Wernich lo sabía y mientras veía el ataque en curso, muy complacido, sonreía.
   Encontrándose muy cerca de la muerte, con las pocas fuerzas que le quedaban, María Clara logró sacar un cuchillo de su cintura y apuñalar varias veces a Satán, que, si bien en un primer momento, pareció ser inmune a las puñaladas, segundos después, las acusó, gritando lastimosamente, lo cual, llevó al cura a dejar de sonreír y a empezar a asustarse; seguidamente la joven pudo salir de debajo de la criatura, se levantó, y empezó a apuñalarla en la espalda; si bien las heridas que a Satán, la guerrillera le infligió, eran profundas y causaban el efecto por ella deseado, las mismas, de pronto empezaron a cerrarse, cosa que llevó a María Clara a presentir que con lo que estaba haciendo, no lograría matarlo, sin embargo, continuó con el contraataque; su creador, desde un costado, le gritó:
   -¡María Clara!
   Entonces ella miró hacia el lugar desde donde procedió el llamado, y su creador le arrojó una pistola de alto calibre que ella agarró, inmediatamente retrajo su corredera y después, disparó cuatro veces contra la nuca de Satán, que cayó fulminado.
   Tras unos segundos durante los cuales, María Clara, visiblemente agotada, recuperó gran parte de su aliento, pisó la cabeza de Satán, y mientras miraba a Von Wernich, le dijo:
   -¿Éste era el que me venía a castigar?… ...Mirá cómo terminó el empleadito de tu dios… -y mientras señalaba al clérigo, dijo: -Y ahora... voy a seguir con vos.
   Entonces el cura, totalmente espantado, empezó a correr mientras la mujer, sin ningún apuro, empezó a seguirlo.
   Von Wernich corrió por un lugar anochecido, que era una especie de laberinto, cuyas paredes candentes, humeaban, pero rápidamente se agotó, por lo que empezó a caminar progresivamente más lento; tras unos diez minutos, ya bastante lejos del lugar en el que María Clara le había dado muerte a Satán, el cura empezó a considerar que su perseguidora, le había perdido el rastro, sin embargo, esto poco lo tranquilizó, ya que ahora tenía otro problema que no sabía si lograría resolver, y era su extravío en el laberinto, ya que intentaba salir del mismo, pero no lo lograba; al doblar una de sus esquinas, chocó con el creador de María Clara que, con total tranquilidad, tras acomodarse un poco la vincha negra que en su cabeza, llevaba, y tras señalar en cierta dirección, le dijo:
   -Allá viene María Clara, así que: ¡corré hijo de puta!, total… para lo que te va a servir.
   Y fue así que el eclesiástico, con renovado terror, reemprendió el alejamiento de su perseguidora, pero el mismo no tuvo para él, el fin deseado, ya que cuando, minutos después, logró encontrar la salida del laberinto, se encontró abruptamente de frente con María Clara que lo derribó con un culatazo de pistola que en la cabeza, le asestó. Seguidamente el cura sintió un ardor tremendo en sus dos piernas y después, un ahogamiento terrible; en ese momento, con enorme sobresaltó, se despertó.
   Varias horas le tomó a Von Wernich, salir del pánico que el sueño le había provocado, ya que la intensidad del mismo, lo llevaba a creer, que más que un sueño, había sido una especie de mensaje que la divina providencia le había enviado para que se cuidara de algo.
   Si bien el sueño que Von Wernich había compartido con María Clara, para el cura, ya había concluido, para María Clara, no; ella todavía seguía en el mismo; en su parte final, su creador se reencontró con su creada, y le dijo:
   -Ya sabés de lo que sos capaz.
   Y ella, tras sonreírle, le dio un profundo beso de lengua; segundos después, despertó.

 Certeza

   Al igual que Von Wernich, tras despertar, María Clara también tuvo la certeza de que el sueño no había sido solamente un sueño, sino una vivencia tan o más real, que las que tienen lugar en el plano material, sólo que en el caso en cuestión, el escenario de la misma, había sido espiritual.
   Tras la combatiente levantarse, sin saber por qué, sintió la necesidad de agarrar papel y lápiz; una vez que lo hizo, como siguiendo el dictado de un hablante inaudible, escribió: “Capellán Christian Von Wernich; Pringles 671, Quilmes. 22:30 horas; la casa lateral izquierda, está deshabitada; ingresar desde ahí.”
   Tras ducharse y vestirse, la joven le dijo a los compañeros con los que estaba compartiendo casa, quién debía ser el próximo objetivo a eliminar; todos estuvieron de acuerdo con la realización de la operación, aun cuando María no hubiera revelado cuál era la fuente de su información, que le permitió saber sobre el cura Von Wernich, su lugar de residencia transitoria y por dónde debían a la misma, ingresar, ya que asumió que no le creerían, y, tras ella y otros compañeros, ir esa misma mañana en dos autos a la zona en la que realizarían la operación, con el objetivo de conocer el terreno, se dispuso que la misma fuera ejecutada esa misma noche.

El por qué de su lugar de alojamiento 

   El cura Von Wernich se alojaba esa noche en una casa ubicada en Pringles 671, Quilmes, perteneciente a un militar que, tras el eclesiástico comentarle la semana anterior, que durante la semana siguiente debería “trabajar” en la zona sur, y el milico decirle que él vivía en Quilmes y que justo esa semana debía irse de viaje junto a su mujer, le ofreció alojarse en su vivienda, mientras cumplía con su “sacra tarea espiritual”; también le dijo que sus hijos adolescentes, se quedarían en la casa, y que sería excelente para ellos, que trabaran relación con una persona de “bien”, como él; Von Wernich, de inmediato aceptó la oferta y la agradeció.
   El inmueble en cuestión, estaba situado muy cerca del centro clandestino de detención, llamado: “El pozo de Quilmes”, que era uno de los lugares en los que el clérigo, al día siguiente, debía “trabajar”.

Operación: antilacra eclesiástica

   María Clara, junto al compañero montonero, Roberto, transitaba por la calle Pringles de la ciudad de Quilmes, en un Chevrolet 400; poco antes de pasar por la casa numerada: 671 (o sea, la casa en la que el cura se alojaba), la guerrillera (que era quien manejaba), apagó el motor y el auto se detuvo unos metros delante de la vivienda ya referida; después volvió a encenderlo y tras acelerar, de nuevo lo apagó, fingiendo así, que el vehículo tenía algún problema mecánico; acto seguido, destrabó el capot que Roberto, tras bajar del coche, levantó, e hizo como que trataba de arreglar el desperfecto, fue entonces que uno de los dos custodios del militar, que se encontraba en un Ford Falcon en diagonal con su casa, cerca de la esquina con Alem (cuya existencia, los guerrilleros, conocían, por haberlos visto al pasar por el lugar, durante la mañana), del mismo bajó y se acercó a los combatientes, pero no con la intención de prestarles ayuda, dado que esa gente, no ayuda a nadie, sino con la intención de exigirles que se identificaran, y si los jóvenes no le resultaban sospechosos, pedirles que se apuraran con la reparación y se fueran cuanto antes, y fue que cuando el represor se acercó al Chevrolet, con una mano en su cintura, muy cerca de la pistola que ahí llevaba, preguntó:
   -¿Qué es lo que pasa?
   Desde delante del capot abierto, Roberto salió empuñando una pistola que tenía incorporada un silenciador, y disparó contra el pecho del custodio, dos veces; milésimas de segundos después, María Clara, a través de su ventanilla abierta, hizo lo mismo con otra pistola que, al igual que la de su compañero, también tenía incorporada un silenciador; mientras tanto, el custodio que se había quedado en el Falcon, al ver la escena, entró en pánico y no supo si debía primero disparar contra los combatientes, el arma larga que a su lado, tenía, avisar a la policía a través de su “walkie-talkie” o, sencillamente, arrancar el vehículo en el que estaba en calidad de conductor, dar marcha atrás, e irse; en esos escasos segundos durante los cuales, dichas dudas lo embargaban, la montonera Leila, tras haber bajado de una camioneta Estanciera, que en la calle Alem casi esquina Pringles, había parado, por detrás se le acercó; apenas llegó el represor, a través del espejo retrovisor lateral izquierdo, a advertir la presencia de la chica, que, tras muy velozmente sacar de debajo de sus ropas, una pistola (también con silenciador), cuatro veces le dispararía, causándole la muerte; ya con los dos custodios de la casa del milico, muertos, Leila se acercó a María Clara y trepó la pared de la casa ubicada a la izquierda de la vivienda a la que pretendían ingresar, sabiendo que desde la primera, podrían acceder al patio de la segunda; de la Estanciera estacionada en Alem casi esquina Pringles (en la cual, el montonero Lalo se había quedado), después de Leila, llevando un bolso, se había bajado el combatiente chileno apodado “Salazar”, que después de María Clara y Leila, también trepó la pared; una vez sobre la misma, considerando que nadie parecía haberlos visto, bajaron, y caminaron unos metros hacia delante; ya frente a la pared ubicada a su derecha, que daba al patio de la casa en la que Von Wernich se alojaba, la treparon, bajaron en el patio de la vivienda del milico y se dirigieron a la puerta de ingreso a la cocina; Salazar sacó de un bolso una barreta para forzarla, y tras haberlo hecho, los tres combatientes ingresaron a la cocina de la casa a la cual, acababa de ingresar la empleada doméstica tras haber escuchado ruidos; exhibiéndole una pistola, María Clara le dijo que se mantuviera en silencio, y tras ingresar con ella al living, los partisanos se encontraron a los dos hijos adolescentes del militar (un varón de 15 años y una chica de 17), mirando televisión; ambos se sobresaltaron al ver a los montoneros, pero ninguno entró en pánico ni gritó; el joven de 15 años, creyendo saber a quién los guerrilleros habían ido a buscar, dijo:
   -Mi papá no está.
   María Clara dijo:
   -Buscamos al cura.
   -Está arriba -dijo la chica.
   -¿Hay alguien más, arriba? -preguntó Salazar.
   -No. No hay nadie más -respondió la empleada.
   Entonces, tras maniatar a los dos adolescentes y a la empleada doméstica con elementos que Salazar había sacado de su bolso, tanto él como María Clara, se dispusieron a subir hacia el piso superior. Mientras tanto, Leila se quedó vigilando a las tres personas por los guerrilleros, temporalmente reducidas, y tras ella sentarse a su lado en un sillón, y decirles que no tuvieran miedo, que no estaban ahí para lastimarlos, y pedirles perdón por el momento que les estaban haciendo pasar, la hija del militar, le preguntó:
   -¿Ustedes son montoneros?
   -Sí -respondió Leila.
   Y tras escasos segundos, la joven, sonriendo le dijo:
   -A mí me encantan los montoneros.
   Y con evidente sorpresa, Leila dijo:
   -Pero… tu viejo es milico.
   Sin dudarlo, la joven dijo:
   -Él sí, pero yo no.
   Al escuchar esto último, Leila sonrió.
   Mientras tanto, María Clara y Salazar, estaban llegando a los últimos escalones superiores de la escalera por la cual, muy sigilosamente estaban subiendo; en ese momento, por el pasillo apareció el cura Von Wernich que, tras ver a los combatientes, se quedó durante unos segundos, paralizado por el terror, y el mismo le fue causado mucho menos por las armas que vio que portaban, que por el hecho de haber reconocido en María Clara, a la mujer que en su último sueño, había visto.
   Cuando logró reaccionar, el clérigo corrió hacia su cuarto y tras él, corrieron los guerrilleros; Von Wernich logró cerrar la puerta de la pieza en la que pensaba encerrarse con llave para después, sacar de la mesa de luz, el revólver que había guardado, pero cuando puso su mano sobre la llave de la cerradura con la intención de girarla, antes de que llegara a hacerlo, Salazar empujó violentamente la puerta y María Clara, con su pistola, al eclesiástico le dio un culatazo en la frente, que lo hizo caer; de inmediato la joven sacó un cuchillo con el cual, con movimientos descendentes, lo apuñaló dos veces en cada una de sus piernas, lo cual, llevó al terrorista de estado, a gritar, después, Salazar sacó del bolso que llevaba, una cuerda que tenía en uno de sus extremos, un nudo corredizo, y se la dio a su compañera; ella se la puso a Von Wernich alrededor del cuello mientras el guerrillero chileno, ataba el otro extremo a la pata de la cama; después, entre ambos levantaron al cura que, con las pocas fuerzas que tenía, suplicaba piedad; la mujer abrió la ventana que daba a la calle, y a Christian Von Wernich, María Clara y Salazar, defenestraron.
   Una vez concluido el ajusticiamento, Salazar, tras sacar de un bolso una bandera negra, dijo:
   -Ah. Falta esto.
   Su compañera asintió, y, tras agarrarla, la colgó en el borde de la ventana. Tras hacer esto último, ambos combatientes bajaron las escaleras y junto a Leila (que a los tres residentes de la vivienda, muy cortésmente, saludó, tras decirles que la policía, que muy pronto llegaría, los desataría), salieron por la puerta del frente.
   Leila y Salazar, se fueron hacia la calle Alem, en donde en la Estanciera en que habían llegado, los esperaba en calidad de conductor, su compañero Lalo, mientras que María Clara, abordó el Chevrolet 400 en el que había llegado, estacionado muy cerca de la casa, en donde Roberto, en calidad de conductor, la esperaba.
   Tras el Chevrolet haber arrancado, María Clara miró hacia atrás y vio al cuerpo del custodio que junto a Roberto, había matado; a su compañero le dijo:
   -Ah… lo subiste a éste.
   -Y sí; si lo dejaba en la calle, alguien podría haberlo visto y…
   -Es verdad -dijo María Clara.
   Una cuadra más adelante, Roberto frenó, del auto bajó, su puerta trasera izquierda, abrió, y del cuerpo del represor ultimado, tiró hasta que éste cayó sobre el asfalto; acto seguido volvió a ingresar al auto y ya, con mayor tranquilidad, ambos contrarrepresores reemprendieron el viaje hacia la casa montonera situada en José Mármol.

Posdata:

    La bandera desplegada desde el borde de la ventana, justo sobre el cuerpo colgado de Von Wernich (que ropas eclesiásticas, vestía), decía lo siguiente: “Jesucristo era negro, judío y MONTONERO”.