domingo, 5 de mayo de 2024

VIVIR MORIR VIVIR (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.101-


   Junio de 1996; en una de las esquinas de España y Loria de Lomas de Zamora, había el año ya mencionado, un “restó-bar” al que con mi novia Celeste, una noche me dirigí; poco antes de llegar al local, diversas imágenes por mí, incomprendidas, empezaron a agolparse en mi mente, por ese motivo detuve mi marcha y Celeste me preguntó:
   -¿Qué pasa, Fabián?
   Y tras algunos segundos, disimulando, dije:
   -Nada nada;… pensé que nos habíamos equivocado de calle, pero no.
   Instantes después, ingresamos al negocio.
   Ya sentados a la mesa, llegó el mozo y le pedimos ñoquis y gaseosas; mientras esperábamos que nos llevara el pedido, nuevamente me ocurrió el ver pasar frente a mis ojos, todo tipo de escenas que no comprendí; las mismas, por momentos se me presentaban en cámara lenta y por otros, en cámara rápida; esto me incomodó sobremanera, por lo que me levanté de la silla y le dije a Celeste:
   -Voy al baño.
   Y al baño fui, con la intención de recomponerme de la sorpresa de lo que acababa de experimentar.
   Me mojé un poco el rostro, en un intento de despertarme del todo, ya que si bien no estaba cansado, sentía como si lo que entonces me estaba ocurriendo, fuera el resultado del no haberme despertado del todo, esa mañana, y ocurrió que, al mirarme al espejo, vi un rostro distinto al mío, tan distinto, que correspondía al de otra persona, pero esa otra persona, intuí que era yo mismo; entonces vi a esa otra persona, que era un adolescente de apenas unos años menos que yo, en una unidad básica situada en algún lugar de la misma ciudad perteneciente a Magdalena del Buen Ayre en que entonces, estaba (es decir, Lomas de Zamora), recibir ciertas instrucciones y recomendaciones por parte de un militante de la Juventud Peronista.
   -Mirá Manuel: el revólver, si bien tiene capacidad para menos balas que la pistola, para la defensa personal, es mucho más conveniente porque para accionar la pistola, necesitás usar ambas manos, y si por ejemplo, llegan tipos con armas en mano a un lugar con la intención de secuestrarte, y vos tenés una pistola y con una mano la sacás de un bolsillo o de debajo de tu cinturón, no podés dispararla inmediatamente porque no está lista para ser disparada, dado que para que dispare, con la otra mano le tenés que retraer la corredera; en ese interin, te pueden llegar a disparar antes de que vos le dispares a ellos, en cambio, como al revólver le podés sacar el seguro y amartillarlo con una sola mano, podés dispararlo más rápidamente e incluso, si lo tenés oculto en un bolsillo, desde el mismo podés abrir fuego; eso no lo podés hacer con una pistola, por eso, lo mejor es tener dos armas: un revólver y una pistola, pero si vas a llevar una sola, yo te recomiendo el revólver.
   Tras escuchar esto, Manuel (que era yo en mi existencia material inmediatamente anterior) agarró el revólver y el muchacho le explicó cómo se cargaba, cómo debía sostenerse y algunas otras cosas más; ese joven, perteneciente a la izquierda peronista y militante de superficie en una unidad básica (que en lo últimos tiempos había debido volverse “de combate”), hasta hacía pocos meses atrás, tenía por tarea ir a los barrios más carenciados para evaluar qué necesidades en los mismos, había, y organizar a los militantes para ir a prestarle ayuda a sus residentes; es decir, una tarea netamente solidaria que a años luz estaba de la lucha armada; el joven militante de la JOTAPÉ, había tenido que armarse por la represión feroz desplegada por la Triple A que, día a día, aumentaba, y todo esto, ante la inacción total de la conducción nacional de Montoneros, que ante la represión mencionada, había pasado a la clandestinidad y se había negado a enviarle combatientes a los militantes de los frentes de masas para protegerlos, convirtiéndolos así, en carne de cañón; ése fue el motivo por el que muchos de los militantes no armados, empezaron a tomar armas aun contra su voluntad, en un intento de sobrevivir.
   Manuel, que en ese año de 1975 estaba en quinto año de la secundaria y pertenecía a la UES (*), dudó mucho sobre si debía empuñar armas, ya que sentía que hacerlo no le serviría de nada, porque pensaba que si una patota de sicarios te va a buscar, aun si estás armado y lográs herir o matar a alguno, por su superioridad numérica, van a lograr su cometido, de ahí la inutilidad de armarse, pero a la vez, de uno sentir que la caída es inevitable, lo que pretende es caer peleando; aun así, mucho dudó sobre si debía portar el arma que acababa por primera vez, de agarrar, y fue tal el malestar que el portarla, le generó, que tras algunas semanas, decidió deshacerse de ella y en un intento de protegerse, decidió también dejar la UES.
   Las semanas, los meses y los años, pasaron, y muchos de los compañeros de Manuel, fueron secuestrados, torturados y en muchos casos, hechos desaparecer de modo permanente por el estado; él resignadamente aceptó que en cualquier momento le tocaría sufrir lo mismo, ya que sabía que incluso a quienes habían dejado de militar, los iban a buscar, pero nunca era en un cien por ciento de los casos, y así es que, ya para el año 1977, se sentía tranquilo porque asumía que quien a esa altura no había caído, no iba a caer más, pero no tan tranquilo como para pensar siquiera en estudiar en la universidad, por lo militarizada que estaba (el golpe militar había sido el año anterior), de ahí que tras terminar la secundaria, se haya dedicado a trabajar en cualquier cosa; en ese año de 1977, estaba trabajando como empleado en una ferretería.
   Manuel había conocido a una chica llamada Catalina, que tenía su misma edad y un año atrás había llegado a Lomas de Zamora desde Santa Fe, para vivir con unos tíos, a cuya casa sus padres la habían mandado por haber ya sido secuestrados, compañeros de ella pertenecientes a la Juventud Guevarista (centro de estudiantes en el cual, ella, durante algunos meses, militó).
   Catalina también creía a esa altura que se había salvado de caer, fue por eso que, no mucho tiempo atrás, había decidido salir a bares y otros lugares, como no lo había hecho en años, y fue así que se conocieron y fue en ese mismo bar en el que me encontraba en el año 1996, que una noche de junio de 1977, me vi con ella (siendo yo entonces, Manuel), que acababa de decirme que estaba embarazada, lo cual, a pesar de nuestra juventud y precariedad de recursos económicos, a ambos nos puso muy felices.
   Ya habían terminado de comer; Manuel acababa de pagarle al mozo y tanto él como su novia, se disponían a irse, entonces, al negocio entró la policía y empezó a pedirle documentos a los clientes; notando a su novio muy nervioso, Catalina le dijo:
   -Tranquilo; no va a pasar nada.
   Un policía se acercó hasta la mesa de los jóvenes, y al varón le dijo:
   -Documento. 
   Él se lo dio, y tras el represor mirarlo detenidamente, se lo devolvió y el joven se sintió tremendamente aliviado, pero después se lo pidió a Catalina y tras el uniformado, verlo, le dijo:
   -Me va a tener que acompañar.
   Manuel, levantando la voz (cosa muy peligrosa por hacer, frente a uno de esos personajes pertenecientes mayoritariamente a la clase baja, que encuentran en el ingreso a las fuerzas represivas, una salida a su condición de oprimidos para pasar a ser opresores), dijo:
   -¡No!
   Y Catalina, tras tomarlo de una mano, le dijo:
   -Tranquilo tranquilo; no pasa nada; decile a mis tíos que me vayan a buscar a la comisaría.
   Seguidamente la vio salir junto al policía y ser metida a un patrullero.
   Lo más rápido que pudo, se dirigió a la casa de los tíos de Catalina y les contó lo que había pasado, entonces, tras ellos decirle que mejor sería que él no fuera con ellos, porque a la hora de detener gente, las autoridades tienen preferencia por los jóvenes, fueron a buscarla a la comisaría correspondiente al área en el que se encontraba el bar al que habían ido, pero les dijeron que ahí no estaba; después fueron a otra comisaría, después, a otra y a otra; en todas, lo mismo les decían.
   Los meses pasaron y Catalina no aparecía; ya en 1978, Manuel aceptó que a su novia la habían matado y fue por eso que lamentó no haber tenido un arma consigo aquella trágica noche, ya que si bien, no habría podido salvarla, podría al menos haber matado al policía que le habría de robar a su novia y al hijo de ambos que en su interior, llevaba; lo que habría pasado con su persona tras hacer eso, no le importaba, y fue el dolor extremo por su desaparición, por saber lo terrible que sin dudas, a Catalina le habían hecho, y además, por la culpa de no haber hecho nada para evitar que se la llevaran, que en determinado momento no aguantó más, y se tiró desde el séptimo piso en el que vivía.
   Tras ver a ese joven, que, como ya expresé, era yo en mi existencia material anterior, muerto en el piso, las imágenes que por mi cabeza, pasaban, cesaron, y pude ver de nuevo en el espejo, a mi yo conocido.
   Salí del baño y, tratando de mostrarme tranquilo (lo cual, me fue muuuy difícil), volví a la mesa y cené con Celeste, cuyo rostro, en algún momento tomó la forma del de Catalina, haciéndome eso sentir que ella era la nueva materialización de la que, en mi existencia material anterior, había sido mi novia.
   Al pensar en todo esto, no entiendo cómo logré mantener la calma, ya que lo por mí, visto y sentido, en lo que fueron, apenas instantes que, para mí, equivalieron a varias horas, fue extremadamente conmocionante, pero lo hice.
   Tras terminar de comer, pagué, y nos dispusimos a irnos, pero antes de que nos levantáramos, llegó la policía, que, hasta finales de la década del ‘90, realizaba razzias a gran escala en locales nocturnos (y en la calle) en las que, por absolutamente NINGÚN MOTIVO VÁLIDO, detenía gente; la excusa era la “averiguación de antecedentes” y la no portación de documento nacional de identidad.
   Un policía llegó hasta nuestra mesa y me dijo:
   -Documento.
   Yo se lo di, y al mirar al uniformado, reconocí en él, al mismo policía que en 1977 se había llevado a Catalina; en el año mencionado, el represor del estado era un joven de poco más de veinte años; ese año de 1996, tenía poco más de cuarenta, pero a pesar del cambio en su apariencia producto del paso del tiempo, ninguna dude tuve de quién era.
   Tras mirarlo, el policía me devolvió el documento y le pidió el suyo a Celeste, entonces yo guardé mi DNI en un bolsillo y al hacerlo, en el mismo sentí un revólver que, por motivos por mí, desconocidos, en ese lugar se había materializado; inmediatamente supe qué era lo que debía hacer con ese hijo de re mil puta: MATARLO.
   Con una mano dentro del bolsillo, le saqué el seguro al revólver, lo amartillé y me dispuse a abrir fuego contra el policía, pero no hizo falta, porque justo en ese momento, un reflector muy pesado que se encontraba colgado del techo, cuya función era la de iluminar al pequeño escenario situado cerca de nosotros, en el que dos veces por semana, algún músico hacía una presentación, cayó sobre él, causándole la muerte; en ese mismo momento, el revólver que desde dentro de un bolsillo, yo empuñaba, se desmaterializó.
   A los pocos segundos del hecho, agarré el DNI de Celeste, que había quedado en el piso, se lo di, y salimos del negocio; una vez en la calle, en medio del frío de la noche, para mi enorme alegría, Celeste me dijo que estaba embarazada.
   Dudé en si debía contarle lo que había vivido esa noche en el bar, ya que asumí que lo más probable era que no me creyera, de todas formas, ninguna falta hizo, porque días después, ella experimentó algo similar a lo que yo experimenté, y comprendimos entonces que la vida nos había dado la oportunidad de continuar lo que en nuestra existencia material anterior, por motivos ajenos a nuestra voluntad, había quedado inconcluso.


(*) Unión de Estudiantes Secundarios.