En cierto momento de la noche, decidió hacer una pausa en su trabajo y salir a la vereda a fumar un cigarrillo; tras terminarlo volvió a la oficina con la intención de trabajar un poco más y después irse finalmente a su casa donde lo esperaban su esposa e hijos, pero cuando reingresaba a la oficina, de la nada apareció un joven de unos 24 años que lo empujó por detrás, y cuando el abogado se dio vuelta, el intruso le dijo:
-Ahora te voy a pegar. ¡Defendete!
Totalmente sorprendido, el hombre dijo:
-¿Qué?
Entonces el joven le dio un derechazo en el rostro que lo hizo caer; una vez en el suelo, lo siguió golpeando; tras algunos segundos, lo levantó y lo puso contra una pared. Entonces el agredido, señalando un escritorio, dijo:
-Hay plata en el cajón.
El joven dijo:
-No quiero plata.
-¿Y qué querés?
-Que recuerdes.
El hombre no entendió, por lo que preguntó:
-¿Que recuerde?
Y ni bien terminó de decir esto último, tuvo un flashback en el que se vio a sí mismo en el último periodo de su primera juventud (marcada por los excesos) blandiendo un arma de fuego a la que había cargado con una sola bala, frente a una mujer y un chico de unos 6 años que se mantenía en silencio y paralizado por el miedo; él le pedía a la mujer una “prueba de amor” consistente en “jugar” a la ruleta rusa; él ya había gatillado el revólver tras ponerlo en su propia sien, por lo que le dijo que ahora le tocaba a ella, pero ella se negaba a hacerlo, entonces le dijo que si no “jugaba”, lo haría jugar al nene; ante esto último, la mujer, entre sollozos, aceptó “jugar” y llevó el arma a su cabeza; la remembranza entonces terminó y el hombre, con voz muy débil, dijo:
-Vos eras… ...el pibe… -y tras algunos segundos de silencio, preguntó: -¿Cómo está tu mamá?
Y por algún motivo, el agresor, que había ido a buscar al hombre dispuesto a lo peor, sintió en el tono de la voz del agredido, una fragilidad extrema cargada de pena, temor y dolor, tanto así que, contrariamente a lo que había creído que sentiría por él en esa instancia, sintió lástima, por lo cual, lo soltó y se fue.
El hombre se quedaría un largo rato en el suelo tras la partida del agresor.
Poco antes de que el joven se fuera, el abogado estuvo a punto de decirle lo siguiente: “Perdón”, pero no lo hizo porque, como tantas otras veces le había ocurrido en la vida, no tuvo el coraje.
Gracias M. L. S.