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martes, 11 de marzo de 2025

(Serie: M & L; cap. 5) Fuego neosubversivo (cuento) - Martín Rabezzana

La siguiente historia, además de estar relacionada con las anteriores en que los protagonistas, aparecen (sobretodo con la inmediatamente anterior que escribí, llamada: "Americana anochecida"), está relacionada con mi cuento: “Impunidad sagrada”, publicado en mi libro: “Fanatismo que todo destruye y todo construye”, y con: "María Clara: ex combatiente", publicado en mi libro: "MATAR MORIR VIVIR".

-Palabras: 1.963-


Americanísima y maravillosa mujer

   Tras llegar a la vivienda en que entonces residíamos, sin siquiera besarme, Mora se agachó y me bajó el pantalón para seguidamente agarrarme la pija y meterla en su boca; después se desvistió muy velozmente (dejando la ropa por el piso) mientras me pedía que hiciera lo mismo, lo cual, hice, y la seguí hasta nuestro dormitorio en cuya cama continuamos con el sexo oral, que tras ella seguir practicándome durante un rato más, yo le practiqué a ella para seguidamente, penetrarla; tras varios minutos de complacernos mutuamente en diversas posiciones, ella me dijo que quería estar sobre mí, cuando eyaculara; yo le avisé cuando estuve listo para hacerlo, entonces ella se posicionó sobre mí, y en esa posición, el coito continuó durante un rato más hasta que finalmente, en su interior, eyaculé.
   Tras la unión sexual, concluir, Mora se acostó sobre mí, cubriendo gran parte del tren superior de mi cuerpo, con su americanísimo y resplandeciente, pelo negro; durante varios minutos permanecí acostado bajo esa deslumbrante mujer, por cuya nocturnidad cutánea, deseaba ser atrapado y en ella, disuelto, hasta que, como si el agotamiento que minutos atrás, producto de la actividad sexual, había evidenciado, nunca hubiera existido, con extremo furor, como si me reclamara algo a lo que tenía pleno derecho y yo le hubiera durante mucho tiempo, negado (aunque así no fuera), empezó a besarme y rápidamente, como arrastrada por un deseo irrefrenable de sus labios por mi piel (que era equivalente al deseo que yo sentía por la suya), con sus labios, por mi cuerpo descendió, haciéndolo de mi boca a mi pecho, de mi pecho a mi abdomen y de mi abdomen a mi pija, a la cual, volvió a succionar, para después dirigir con su mano derecha a su concha abierta y a ambas, conjuntar; tras unos minutos de coito vaginal, Mora se dio vuelta y estando ya, boca arriba, puso sus manos a los lados de mis brazos y abrió las piernas, resultando esto en un arqueamiento de su espalda, una vez hecho esto, dijo:
   -Ahora viene lo mejor.
   Y con su mano derecha agarró a mi miembro erecto y lo llevó hacia dentro su cuerpo, pero esta vez, la parte de su cuerpo a la que me hizo ingresar, fue la trasera; en la misma, yo habría de eyacular, varios minutos después.

¿Qué había pasado inmediatamente antes? || Hecho "Madariaga"

   Era una ligeramente fría, noche de abril del año 2004; Mora me había dicho que debíamos ir a cierto lugar, así fue que subimos a su Renault 4 (yo, en calidad de conductor); ella me dijo que agarrara por la calle San Martín (de Ciudad de Quilmes), y así lo hice; cuando estuvimos por llegar a la esquina con Castelli, me dijo:
   -Frená acá.
   Yo frené; ella agarró del asiento trasero un bolso del cual, sacó una bomba molotov; yo le dije:
   -¿Y eso?
   -Es para incendiar un auto.
   Yo, muy alarmado, dije:
   -¡¿Qué?! ¿Por qué?
   Entonces Mora me tomó de una mano y de inmediato mi vista viajó hacia dentro de la casa del propietario del vehículo que ella había planeado incendiar, que se encontraba doblando la esquina de donde habíamos estacionado, y lo vi leyendo el diario; seguidamente, como si se tratara de un video en retroceso, lo vi en distintos lugares y tiempos, hasta que el retroceso se detuvo enfrente de la calle 25 de Mayo al 112, Ciudad de Quilmes, en el año 1976, no mucho después del golpe de estado; el tipo, cuyo apellido era Madariaga, era un suboficial del ejército que ese día, vistiendo de civil, llegaba en un Ford Falcon, bajaba del mismo e irrumpía junto a una patota compuesta por más de 12 militares y 20 policías, en la vivienda en la que (además de otras personas) las versiones previas a las de esta encarnación, de Mora y mía (que entonces se llamaban: Elena y Ulises), estaban; a todos los habitantes de la casa, los represores del estado, golpearon y, tras encapucharlos, los subieron a dos fálcones para posteriormente llevarlos al centro clandestino de detención, conocido como: “El pozo de Quilmes”, en donde serían torturados, asesinados y hechos desaparecer; al notar que mi malestar, producto de todo lo que estaba viendo, era importante, Mora depuso el contacto que conmigo, hacía, y tras esto último, volví al tiempo, entonces presente; tras unos segundos de silencio, sin dudarlo, le dije:
   -Vamos.
   Antes de que bajara del auto, Mora me dijo que agarrara una maza que bajo el asiento del acompañante, había, y tras yo agarrarla, salimos del vehículo; al llegar a la esquina con Castelli, doblamos a la derecha y caminamos hasta la altura 120; en esa dirección vivía el ex miembro del ejército, Madariaga; frente a su vivienda había un Renault 12 estacionado que le pertenecía; Mora, tras mirar en todas las direcciones y constatar que nadie en los alrededores, había, me dijo que rompiera el vidrio de la ventanilla correspondiente al lado del conductor (que era el que daba a la calle), al mismo le di un mazazo que lo dejó hecho pedazos y entonces ella, que mientras tanto, con un encendedor había prendido la mecha de la molotov, a dicha bomba, arrojó dentro del rodado, provocando un incendio que rápidamente se extendería hasta dejar al Renault 12, completamente envuelto en llamas.
   De inmediato caminamos velozmente hacia nuestro auto al cual, subimos, y emprendimos la retirada del lugar.
   Mientras el fuego iluminaba de modo extremo la cuadra hasta entonces, no muy bien iluminada (así sería hasta la llegada de los bomberos), Mora y yo viajábamos rumbo a la casa en que entonces, residíamos, situada en la calle Matienzo al 30 (altura aproximada) de la ya mencionada ciudad de Quilmes.

¿Qué había pasado en los meses previos?

   En los meses previos, una noche, Mora había pasado por la casa del ex milico y había pintado con aerosol en su frente, lo siguiente: “Acá vive Madariaga, un milico genocida”; esto llevó a que al día siguiente, tras ver la pintada, el represor se irritara y se asustara muchísimo, de ahí que saliera de inmediato a comprar pintura para cubrirla, lo cual, hizo ese mismo día (pero no antes de que varios de sus vecinos, la vieran); además de esto, meses atrás, Mora había llamado a su casa desde un teléfono público y le había dicho que sabía quién era él y qué había hecho, y que la subversión a la que creía haber contribuido a aniquilar, no había sido realmente aniquilada, sino que simplemente había cambiado de forma, y que bajo esa nueva forma, iría a buscarlo; lejos de demostrar la altanería y sentir de impunidad, que en sus años como represor asalariado por el estado, el ex militar, demostrara, a la joven que lo había llamado, le había negado todo y le había dicho que se había equivocado de persona, pero por supuesto, de nada le había servido, ya que Mora volvería a llamarlo dos veces más, y de nuevo le recriminaría su injustificable crueldad y de nuevo volvería a decirle que la punición que él se merecía, ya estaba en camino.
   Todo esto, al ex militar, lo había sobresaltado sobremanera, ya que de inmediato recordó el caso de un compañero suyo de terrorismo de estado que no muy lejos de su domicilio, vivía, que a fines de los 90 había sido asesinado a golpes sin que se hubiera encontrado un móvil para el hecho; Madariaga, sabiendo que el asesinado era un terrorista de estado (igual que él), automáticamente atribuyó su muerte a una represalia de algún sobreviviente directo de la represión ilegal de los 70 o de algún familiar o amigo, de víctimas de la misma, pero en realidad, el hecho nada había tenido que ver con eso, ya que se había dado a modo de represalia, sí, pero no por la represión ilegal que en los setenta, el militar, había perpetrado, sino por otro hecho perpetrado por él, a principios de los años 90, pero Madariaga no lo sabía, de ahí que creyera que ese militar asesinado, sería sucedido por otro (un ex militar, en realidad), que sería él; no obstante, tras haber pasado más de un mes sin que los llamados de Mora, se repitieran, descartó la posibilidad de que eso ocurriera, y la tranquilidad volvió a instalarse en él, pero era una tranquilidad muuuuy relativa, ya que más allá de la posible represalia que había temido sufrir, temía ser acusado y llevado a juicio, dado que los procesos por delitos de lesa humanidad, que por la impunidad concedida a los represores del estado por el presidente Alfonsín, materializada en la Ley de Punto Final y la Ley de Obediencia Debida, habían sido impedidos durante tantos años, estaban por reabrirse; esto lo posibilitaría la, en 2003, promulgada durante el gobierno de Kirchner, ley 25.779, que declaró la nulidad de dichas leyes, lo cual, fue convalidado menos de dos años después, por la Corte Suprema, habilitando así, la reapertura de los juicios a los represores del último gobierno de facto; la derogación de dichas leyes, serían sucedidas en 2007, por la declaración de inconstitucionalidad, también por parte de la Corte Suprema, de los indultos concedidos a la cúpula militar, por el presidente Menem; todo este clima que aparentaba ser de final total de impunidad para los represores de la última dictadura, hacían de Madariaga, una persona cuyo sentir era equivalente al de un caminante obligado a andar por el borde de un precipicio, y cuando esa noche escuchó a sus vecinos pedir por los bomberos, y al mirar por la ventana, vio a su auto envuelto en llamas, una angustia total, lo embargó, fue así que, la tranquilidad relativa que en los últimos días, venía sintiendo, de inmediato lo abandonó y ni un segundo dudó respecto de qué era lo que debía hacer.
   Madariaga rápidamente se dirigió a su habitación, agarró la pistola Bersa que tenía, le sacó el seguro y le retrajo la corredera; seguidamente se sentó en su cama y con el arma en la mano, durante más de media hora, permaneció; durante ese espacio de tiempo, desatendió a los golpes en su puerta que algunos vecinos, realizaron (eran solamente dos, ya que los demás que habían salido a la calle al advertir que un auto se incendiaba, por haber constatado que, como informaba la pintada que Mora había hecho, el tipo era efectivamente, un genocida, habían cambiado su buen o neutro concepto, que de él, tenían, y habían empezado a mantener con él, una prudente distancia por motivos de repudio y además, por temor).

   El ex militar, que solo vivía, con ojos vidriosos recordaba a su mujer, que lo había abandonado y a sus dos hijos, que también lo habían dejado y además, habrían de unirse a una agrupación cuyos integrantes se considerarían: “ex hijos de genocidas”, ya que al enterarse de las atrocidades que sus padres, perpetraron, lejos de justificarlas, las habían reprobado al punto de, en algún momento, tomar la decisión de romper todo lazo con ellos y cambiarse legalmente los apellidos.
   El terrorista de estado, que pese a lamentar lo ocurrido en su vida personal, producto de sus propias acciones crueles, de nada de lo que había hecho en materia de terrorismo, se arrepentía,
mucho sollozó, y tras tomar profundamente aire, llevó el arma a su boca y disparó.
   Mora y yo, supimos todo esto sin necesidad de informarnos por terceros, porque mientras hacíamos el amor, tuvimos visiones del represor, en los instantes previos a que se suicidara, e incluso, durante el suicidio mismo, por eso sé que el disparo que contra sí mismo, Madariaga efectuó, se dio al mismo tiempo que la eyaculación que dentro de la parte posterior de Mora, esa noche, realicé.