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miércoles, 3 de enero de 2018

La división de lo indivisible (cuento) - Martín Rabezzana


   La chica estaba sola en la calle una madrugada de verano con su hecho de sangre planeado ya consumado y sentía una tranquilidad extraña nunca antes por ella experimentada que no supo definir ni racionalizar; no se trataba de la frialdad propia de la crueldad, lo cual habría sido imposible en ella ya que era un ser absolutamente sanguíneo, visceral y profundo en su sentir de la vida; la tranquilidad del momento constituía la calma que precede a la tormenta que ella sabía que le sobrevendría ya que no tuvo siquiera la intención de hacer algo para evitar que su crimen fuera descubierto; eso no le importa a alguien visceral, lo que le importa es sentir y hacer sentir a los demás del modo más profundo posible, y lo por ella sentido había sido amor, pasión, deseo sexual y después: ira, celos, frustración, ganas de llorar, de castigar y disminuir la intensidad de su malestar que ya le resultaba insoportable, intensidad que en alguien que siente al máximo lo bueno y lo malo, no puede ser reducida más que destruyendo a quien le provoca el sentir en cuestión, al menos es lo que (tal vez equivocadamente) sintió, de ahí su acto imposible para ella misma de impedir aun sabiendo que más tarde se arrepentiría, pero en ese momento no le importaba, lo que le importaba era disminuir ese sufrimiento que le consumía el alma.

   La mujer que la entrevistaba le preguntó:
   -¿Sentís que lo querías más de lo que él te quería a vos?
   La chica tenía una expresión de tristeza que tras unos segundos cambió totalmente por una casi alegre, entonces sonriendo dijo:
   -Me acuerdo de que cuando lo conocí le hablé sobre algo que había leído; eran estudios sobre la relación entre los abrazos y la felicidad; le dije: "Según varios estudios, se necesitan más de 10 abrazos por día para ser feliz, pero vos y yo no podríamos cumplir con el mínimo necesario para alcanzar la felicidad", y me dijo: "¿Por qué?" -"Porque si nos abrazamos una vez no vamos a poder separarnos nunca; nos moriríamos abrazados."
   -¿Y él qué te dijo?
   -Nada. Me abrazó por primera vez y sentí que mi amor era correspondido, pero me soltó varias veces en el curso de 5 años y yo siento que nunca lo solté a él;… …Eso que le dije ese día fue en serio y nunca me pude separar espiritualmente de su persona, por eso cada vez que se alejaba de mí sentía como si me quisiera arrancar una parte del cuerpo y terminé pensando que si accedía a que nos separáramos era necesario matar a uno de los dos porque en vida lo sentía indivisible de mí…
   La chica era capaz de sentir ese amor profundo, intenso y desgarrador que las personas malintencionadas y limitadas en su capacidad sentimental (incluyendo a las llamadas profesionales de la salud) suelen por ENVIDIA llamar enfermo, cuando en realidad el mismo es la manifestación del punto culminante en la salud emocional de cualquier individuo, y ese sentir positivo extremo implica necesariamente un opuesto negativo que provoca un desequilibrio emocional que puede (o no) ser malo pero que lejos de ser exclusivo de algunas personas, es propio de TODAS ya que ese ser humano considerado por los policías de la salud emocional como equilibrado por nunca enfurecerse, por nunca levantar la voz, por nunca alegrarse ni entristecerse demasiado y por nunca odiar ni amar demasiado, NO EXISTE.

   Si la división de las partes sólo podía darse con la muerte de una de las mismas, la pregunta obvia debía formularse; la mujer sentada frente a ella le preguntó:
   -¿Pensaste en suicidarte en vez de matarlo a él?
   Ella no respondió y volvió a su mundo interior del cual en esta vida, tal vez algún día podría salir.