La chica estaba
sola en la calle una madrugada de verano con su hecho de sangre planeado ya
consumado y sentía una tranquilidad extraña nunca antes por ella experimentada
que no supo definir ni racionalizar; no se trataba de la frialdad propia de la
crueldad, lo cual habría sido imposible en ella ya que era un ser absolutamente
sanguíneo, visceral y profundo en su sentir de la vida; la tranquilidad del
momento constituía la calma que precede a la tormenta que ella sabía que le
sobrevendría ya que no tuvo siquiera la intención de hacer algo para evitar que
su crimen fuera descubierto; eso no le importa a alguien visceral, lo que le
importa es sentir y hacer sentir a los demás del modo más profundo posible, y
lo por ella sentido había sido amor, pasión, deseo sexual y después: ira,
celos, frustración, ganas de llorar, de castigar y disminuir la intensidad de
su malestar que ya le resultaba insoportable, intensidad que en alguien que
siente al máximo lo bueno y lo malo, no puede ser reducida más que destruyendo
a quien le provoca el sentir en cuestión, al menos es lo que (tal vez
equivocadamente) sintió, de ahí su acto imposible para ella misma de impedir
aun sabiendo que más tarde se arrepentiría, pero en ese momento no le
importaba, lo que le importaba era disminuir ese sufrimiento que le consumía el
alma.
La mujer que la
entrevistaba le preguntó:
-¿Sentís que lo
querías más de lo que él te quería a vos?
La chica tenía
una expresión de tristeza que tras unos segundos cambió totalmente por una casi
alegre, entonces sonriendo dijo:
-Me acuerdo de
que cuando lo conocí le hablé sobre algo que había leído; eran estudios sobre
la relación entre los abrazos y la felicidad; le dije: "Según varios estudios,
se necesitan más de 10 abrazos por día para ser feliz, pero vos y yo no
podríamos cumplir con el mínimo necesario para alcanzar la felicidad", y me
dijo: "¿Por qué?" -"Porque si nos abrazamos una vez no vamos a poder separarnos
nunca; nos moriríamos abrazados."
-¿Y él qué te
dijo?
-Nada. Me abrazó
por primera vez y sentí que mi amor era correspondido, pero me soltó varias
veces en el curso de 5 años y yo siento que nunca lo solté a él;… …Eso que le
dije ese día fue en serio y nunca me pude separar espiritualmente de su
persona, por eso cada vez que se alejaba de mí sentía como si me quisiera
arrancar una parte del cuerpo y terminé pensando que si accedía a que nos
separáramos era necesario matar a uno de los dos porque en vida lo sentía
indivisible de mí…
La chica era
capaz de sentir ese amor profundo, intenso y desgarrador que las personas
malintencionadas y limitadas en su capacidad sentimental (incluyendo a las
llamadas profesionales de la salud)
suelen por ENVIDIA llamar enfermo, cuando en realidad el mismo es la
manifestación del punto culminante en la salud emocional de cualquier
individuo, y ese sentir positivo extremo implica necesariamente un opuesto
negativo que provoca un desequilibrio emocional que puede (o no) ser malo
pero que lejos de ser exclusivo de algunas personas, es propio de TODAS ya que
ese ser humano considerado por los policías
de la salud emocional como equilibrado
por nunca enfurecerse, por nunca levantar la voz, por nunca alegrarse ni
entristecerse demasiado y por nunca odiar ni amar demasiado, NO EXISTE.
Si la división
de las partes sólo podía darse con la muerte de una de las mismas, la pregunta
obvia debía formularse; la mujer sentada frente a ella le preguntó:
-¿Pensaste en
suicidarte en vez de matarlo a él?
Ella no
respondió y volvió a su mundo interior del cual en esta vida, tal vez algún día
podría salir.