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domingo, 23 de febrero de 2025

Leila Combatiente (cuento) - Martín Rabezzana

-Palabras: 2.130-

Violencia que el estado, creó

   Una fría madrugada de agosto del año 1975, Leila corría por la calle Bolívar de la bonaerense ciudad de Beccar; al llegar a la altura 160, aminoró la marcha por estar ya muy cansada, y segundos después, se detuvo completamente; seguidamente miró en todas las direcciones y a nadie vio; tras algunos instantes, volvió a trotar, pero no fue mucho lo que las fuerzas la acompañaron, por eso fue que al llegar a la siguiente esquina, volvió a detenerse y se acuclilló, en un intento de recuperar el aliento diezmado por tanto correr; en su mano derecha, la joven sostenía una pistola Ballester-Molina.
   Como si hubiera salido de la nada, en la esquina en que Leila, estaba (o sea, en la de Bolívar y Suipacha), un hombre la sorprendió por detrás, le sacó el arma y la sujetó, mientras guardaba su propia arma corta sobre su cintura trasera.
   El represor, con su mano izquierda mantenía la boca de la chica, tapada, para que no gritara, y con su antebrazo derecho (con cuya extremidad, sostenía la pistola que le había sacado), le apretaba el cuello; tras decirle que no gritara porque de nada le serviría y que si lo hacía, la golpearía, lentamente retiró la mano con la que cubría su boca, y agarró el “Walkie-Talkie” que en su cinturón, tenía enganchado; a través del mismo le dijo a uno de sus correpresores, que había encontrado un “lindo paquete”, y que pasara a buscarlo por Bolivar y Suipacha; así fue que, pocos segundos después, por la calle Bolívar se aproximó un Torino blanco que en Suipacha, dobló a la izquierda y una vez ahí, se detuvo; entonces el represor (que, al igual que el conductor, además de “trabajar” como custodio, era un policía perteneciente a la Triple A), le pidió a su compañero de represión que manejaba el auto, que abriera el baúl, entonces éste último accionó la palanca para que el mismo se abriera y una vez abierto, el terrorista de estado que tenía sujeta a Leila, la llevó hasta el frente de la parte posterior del rodado y se dispuso a darla vuelta para golpearla en el abdomen antes de forzarla a entrar en el lugar ya mencionado, en el que había un lazo y una capucha con los que, respectivamente, pensaba atar sus muñecas y cubrir su cabeza para bloquearle la visión, pero fue que una vez frente al baúl, Leila sacó de debajo de su cinturón, un cuchillo, y lo clavó en la pierna derecha del represor, lo cual, lo llevó a gritar de dolor, a ceder el agarre que contra ella, hacía, y a dejar caer la pistola que empuñaba, fue entonces que la joven se dio vuelta y le infligió muy velozmente, tres cortes transversales en la garganta (el primero fue de izquierda a derecha, el segundo, de derecha a izquierda, y el tercero, de nuevo de izquierda a derecha, como meses atrás, muy bien le había enseñado a realizar, para que aplicara, de encontrarse en una situación así, la combatiente María Clara Tauber).
   El represor, herido de muerte e incapacitado para hablar, previo a caer, dando pasos lentos y débiles, intentó acercarse hasta la puerta del vehículo correspondiente al conductor; éste, al verlo a través de un espejo retrovisor y advertir que su cuello estaba abierto de lado a lado y que del mismo, brotaba cualquier cantidad de sangre (no había visto lo que había ocurrido, porque el baúl abierto se lo había impedido), se horrorizó y de inmediato empuñó la escopeta Bataan 71 recortada, que en el asiento del acompañante, se encontraba, pero en cuanto levantó la vista, la vio a Leila que, tras acercarse agazapada, parada frente a la ventanilla, lo apuntaba con la pistola Ballester-Molina que, tras el primer represor de las Tres A, dejar caer, había de inmediato, vuelto a empuñar, y antes de que su apuntado llegara siquiera a levantar su arma, la joven montonera disparó contra él, tres veces; seguidamente abrió la puerta del vehículo, guardó la pistola sobre su cintura y agarró la escopeta del represor muerto a quien, aun sabiéndolo sin vida, por la furia extrema que sentía (que se exacerbó terriblemente cuando reconoció en él, a uno de los represores que meses atrás, la habían tenido secuestrada y la habían torturado y violado), volvió a dispararle, pero esta vez, con la Bataan 71; inmediatamente después, con la culata de la escopeta, golpeó repetidamente el vidrio de la ventanilla a través de la cual, había disparado su pistola, para que estallara y no fuera sospechosa, como sí lo sería para cualquiera, de ver que tenía agujeros que evidentemente, habían sido causados por disparos (esto último le había sido enseñado por la montonera Elena); una vez hecho esto, la joven cerró la puerta del acompañante y se fue hacia el lado de la puerta del conductor a la cual, abrió, tiró del cuerpo del represor muerto, para que cayera al piso, y una vez logrado este cometido, subió al Torino y en el mismo, emprendió una exitosa retirada del lugar.

¿Qué había pasado antes?

   Dado que el terrorismo de estado venía aumentando vertiginosamente, lo cual, además de implicar violaciones masivas a los derechos humanos perpetradas por integrantes de las Fuerzas Armadas y de “seguridad”, implicaba una inacción por parte de fiscales y jueces, ante crímenes de los que claramente, miembros de las fuerzas represivas estatales, eran responsables, es que la conducción nacional de Montoneros decidió pedirle a los jueces que no dejaran de investigar los apremios ilegales cometidos por las autoridades, contra los militantes políticos; el pedido se haría a través de cartas que a los domicilios de los jueces, serían enviadas.
   Si bien en las misivas, en ningún momento se ordenaba ni amenazaba, el que un grupo armado le pidiera a los magistrados que siguieran investigando, porque eso era lo que correspondía, fue entendido por ellos como un “apriete” (y, honestamente... ¿quién puede pensar que no lo fue?, y yo pregunto: ¿no correspondía apretarlos, si dejándolos sueltos, actuaban como lo hacían?)
   El pedido, como era de esperarse, no dio ningún resultado, ya que eran cada vez más los jueces que seguían “cajoneando” las causas que se abrían en contra de integrantes de las fuerzas represivas del estado, en pos de que quedaran en la nada y sus autores pudieran así, seguir impunemente haciendo lo que hacían, de ahí la necesidad de reventar a uno de esos cómplices judiciales del terrorismo de estado, en pos de que los demás, cumplieran con sus deberes, voluntariamente asumidos, no obstante, antes de hacer cosa tal, correspondía darle a los magistrados, una advertencia más elocuente que aquella que había sido ya realizada a través de las ya referidas, misivas, que consistiría en balearles el frente de sus casas; esto es lo que cuatro montoneros se dispusieron a hacer con determinado juez, y fue por eso que esa madrugada, se habían dirigido a su vivienda, que en la calle Rivadavia de la ya mencionada ciudad, se encontraba ubicada; para tal fin, cuatro jóvenes guerrilleros se allegaron hasta el lugar, en dos autos.
   Uno de los rodados en que los montoneros se movilizaban, era un FIAT 1600, el otro, un Opel K-180; en el primero viajaban dos guerrilleros; en el segundo, otros dos, que, detrás del primer auto debían quedarse para intervenir en caso de que alguien perteneciente a la represión estatal, apareciera.
   Como los montoneros habían ya dado algunas vueltas por el lugar, sin ver a nadie caminando por las inmediaciones que aparentara estar realizando una tarea de custodia, ni ver tampoco a ningún auto estacionado ni rondando el área, que pareciera cumplir con la misma, asumieron que los custodios del juez, estaban dentro de su casa, por lo cual, una vez frente a ella, creyendo que no habría peligro de actuar en ese momento y lugar, uno de los montoneros del FIAT 1600, del mismo descendió y con una ametralladora Halcón ML- 63, disparó contra el frente del inmueble, pero ocurrió que cuatro custodios que se encontraban escondidos detrás del alambrado que separaba a la vereda de las vías del tren, les dispararon con armas largas, resultando de sus disparos, la muerte del montonero que había accionado la ametralladora, así como también, la de aquel que se encontraba en el auto en calidad de conductor; fue entonces que los dos montoneros (Lisandro y Leila) que se encontraban más atrás, en el Opel K-180, del mismo bajaron y dispararon contra ellos, hiriendo de muerte a dos de los cuatro (un represor fue impactado por disparos realizados por Lisandro y el otro, por los de Leila), fue entonces que los custodios restantes, retrocedieron, pero sin dejar de disparar contra los combatientes.
   Leila, al igual que Lisandro, se había resguardado de los disparos de los custodios, detrás del auto en el que había llegado, y tras haber vaciado su cargador, mientras otro ponía en su arma, le dijo a su compañero que la cubriera porque ella cruzaría la calle para seguidamente, trasponer el alambrado que daba a las vías, y dispararle a los custodios por detrás (debía estar relativamente cerca para alcanzarlos con sus disparos, ya que estaba armada con una pistola Ballester-Molina, cuyo alcance efectivo no supera los 50 metros, y como los custodios, tras retroceder, se encontraban a una media cuadra de distancia de ellos, tal acercamiento, era para ella, necesario); Lisandro le dijo que la cubriría y ella cruzó la calle corriendo; mientras la cruzaba, escuchó una ráfaga del fusil AK-47 de Lisandro, pero la misma no fue muy larga porque tras abrir fuego, fue alcanzado por disparos de las escopetas de los dos custodios que quedaban vivos, resultando esto en que de inmediato, cayera al piso, muerto; una vez oculta tras un árbol, Leila vio a su compañero y tremendamente lamentó su muerte; pensó en volver a cruzar la calle para agarrar su fusil, ya que armada con tan sólo una pistola, se encontraba en inferioridad de condiciones frente a dos terroristas de estado en posesión de escopetas, pero no pudo hacerlo porque uno de ellos, al ella amagar con volver a cruzar, disparó en su dirección (sin impactarla) y mientras tanto, el otro corrió hacia el montonero que había matado, que era el que había abierto fuego con la ametralladora Halcón; al advertir esto, Leila comprendió que no podría hacerse de la AK-47 y que además de con escopetas, uno de los represores empezaría a dispararle con la ametralladora de su compañero muerto, lo cual resultó en que decidiera emprender la retirada; así fue que, tras disparar su arma algunas veces más, empezó a correr por la calle Rivadavia, dobló en Bolivar hasta llegar a la esquina con Suipacha y una vez ahí, ocurrió lo que ya conté al comienzo de este texto, más otras cosas, constitutivas de detalles, que no conté, y que pasaré a contarles, después de brevemente contarles, quién era Leila.

Fuego que los represores, encendieron

   Leila Conte Cassara era una joven de 19 años, militante desarmada de la Juventud Universitaria Peronista que, tras ser secuestrada por la Triple A y hecha pasar por lo peor, en un centro clandestino de detención (los cuales, existían ya desde antes de la última dictadura), había sido rescatada por las combatientes montoneras: María Clara y Elena; fue tras dicho rescate que decidió unirse a Montoneros.

Ahora, los detalles

   El represor que a Leila agarró desde detrás, no se encontró con la joven por casualidad, ya que era uno de los custodios del juez que rondaba el área, y al serle comunicado a través de un “Walkie-Talkie” por uno de los dos custodios con que los montoneros se enfrentaron en la calle Rivadavia, que una subversiva se escapaba por la calle Bolivar, a la misma se dirigió, y al verla desde lejos correr en su dirección, y habiendo advertido que ella, a él no lo había visto, había saltado el cerco que daba al jardín frontal de una de las viviendas ubicadas en Bolivar y Suipacha (en caso de que alguien haya olvidado el nombre de la ciudad en que la historia transcurrió, lo repito: Beccar), en donde se había escondido, hasta que Leila llegó a la esquina; en ese lugar, pensaba sorprenderla y la sorprendió, así como ella lo sorprendió también a él, con lo que hizo.
   Otro detalle que al final de la primera parte de este texto, no conté y que ahora, cuento, es el siguiente: en contraste con la situación extremadamente dramática recién contada (y además, en contraste con las sirenas policiales que ya empezaban a oírse), en el estéreo del Torino en el que Leila se fue del lugar, sonaba el tema: “Cebando mate”, de la cantante Tormenta (muy lindo tema).

   ¡GLORIA ETERNA A LA GRAN COMBATIENTE LEILA!