jueves, 31 de agosto de 2017

El legítimo golpeador (cuento) - Martín Rabezzana


   La mina (alta fisura, alta choborra, joven y linda) se encontró en un local nocturno con un conocido (no tan joven ya; en la segunda juventud, pero bien mantenido por su afición a la comida saludable y al entrenamiento) que al compadecerse de su estado lamentable se ofreció (sin segundas intenciones) a llevarla a su casa. Ella aceptó y salieron; el panorama afuera presentaba a muchos jóvenes en el piso arruinados por los excesos; apestaban a alcohol, vómito, orina propia (y hasta ajena) y… bueno;… algunos/as estaban a medio vestir y por todo esto todos/as se encontraban en un estado autoinducido de gran vulnerabilidad, es por eso que ella tuvo suerte de encontrarlo ya que de no haberlo hecho podría haber terminado siendo una persona más en ese espectáculo innegablemente triste.
   Fueron en remís hasta el edificio donde ella vivía y subieron al cuarto piso; al bajar del ascensor vieron a un grandote que golpeaba una puerta e insultaba; los vecinos se quejaban de que la policía a la que habían llamado no llegaba; el tipo vio a la mujer en compañía de su conocido (amigo sería decir demasiado) y se le acercó entre puteadas dirigidas a ambos; el conocido de la mujer al ver al tipo acercársele no esperó que tuviera lugar la aparentemente inminente agresión y le dio un derechazo en la frente que lo hizo tambalear, irse hacia atrás y golpearse la cabeza contra la pared; el legítimo golpeador le dijo:
   -¡No la sigás, dejalo así y tomátelás!
   El tipo dudó unos segundos pero resolvió hacerle caso y se fue.
   Fue un nocaut de esos del noble boxeo amateur en que no se espera a que un pugilista esté totalmente conmocionado o destruido para detener la pelea; mejor así.
   Entraron al departamento y la mina se dirigió apuradamente al baño con la intención infructuosa de vomitar; al rato salió y tras entrar en su pieza, se desplomó en la cama; su conocido fue hasta la cocina y encontró una botella que le pareció reconocer; le sacó la tapa para poder percibir el aroma de su contenido y confirmó lo que sospechaba: era agua de mar que él mismo le había regalado meses antes; ella todavía no la había tomado; vertió un poco de la misma en un vaso y lo terminó llenando con agua común para que el gusto no fuera tan fuerte; después fue al lavadero y agarró un balde que llevó junto al vaso hasta la pieza de la mujer; extendiéndole la bebida, le dijo:
   -Tomá.
   Ella, que estaba acostada, se incorporó con dificultad y tomó un trago, después con expresión de asco dijo:
   -¿Qué es esto?
   -¡Agua de mar, boluda! ¿Qué va a ser?
   -¡Es horrible!
   -Sí, pero te va a limpiar por dentro, así que, preparate para vomitar.
   Le acercó el balde y la instó a tomar el resto del vaso, lo cual hizo. Al rato vomitó varios Fernets con Coca y comida no precisamente naturista, tras lo cual, conteniendo la respiración, su conocido llevó el balde al baño y apartando la vista lo vació en el inodoro, después volvió a la pieza; la mujer le dijo que no podía creer cuánto mejor estaba; a todo esto ya había pasado como una hora y media desde que habían llegado; él le preguntó:
   -¿Quién era el tipo al que golpeé?
   -Mi ex novio.
   -Ah… …Bueno;… yo ya me voy; ¿estás en condiciones de bajar a abrirme?
   -Sí, ya estoy re bien; gracias por todo.
   Él asintió; bajaron y se despidieron.

   Ya estaba amaneciendo cuando él salió y hacía frío; se puso la capucha de su campera y al ver su sombra en el piso, se detuvo y mientras la contemplaba, al mejor estilo de los boxeadores de antaño, lanzó una combinación de golpes al aire, después reanudó su marcha y recordando el suceso violento vivido pocas horas atrás, como chamuyándole a la luna, sonriendo dijo:
   -¡Como en mis mejores tiempos!