1977.
Junto a un policía, el suboficial del ejército se dispuso a subir hasta el noveno piso del edificio de la calle Estomba al 143, de Bahía Blanca, que es en donde se encontraba el juez Madueño; decidieron no usar los ascensores porque, de haber alguna acción armada a la que enfrentarse, serían blancos fáciles al bajar de los mismos, mucho más probablemente que si utilizaban las escaleras (al menos, eso fue lo que pensaron).
Dos custodios del magistrado estaban frente a su edificio en un Falcon estacionado; tanto el suboficial como el policía, eran también parte de la custodia del juez y minutos atrás, se habían brevemente ausentado de sus puestos para ir a manguear facturas a una panadería cercana; al volver, se encontraron con que en el interior del Falcon, muertos con armas disparadas con silenciadores, estaban sus dos represores; al ver esto, el policía fue corriendo hasta una esquina a informárselo a otro policía que estaba en el área, y de inmediato volvió corriendo hacia el edificio, con la intención de, al mismo, ingresar junto al militar.
El policía al que el hecho le fue informado, fue coercitivamente subido a un Peugeot 404, lo cual le impidió darle aviso del asesinato de los custodios, a la comisaría correspondiente del área.
Frente a la puerta del departamento de Madueño, había un quinto custodio; junto a él y al policía, el suboficial pensaba enfrentarse a los combatientes que, sin duda, habían subido a buscar al juez.
El suboficial del ejército, mientras subía por las escaleras y se encontraba ya casi en el sexto piso, le dijo al policía:
-No saben con quiénes se metieron. ¡Los vamos a reventar, a estos montos hijos de puta!
Tras decir esto, el milico, que empuñaba un fusil, detuvo su marcha al ver caer a un hombre por el hueco de la escalera; la visión de aquel a quien ambos terroristas de estado, correctamente creían el quinto custodio ya referido, les congeló la sangre; segundos después, el policía, producto del pánico, disimuladamente empezó a descender; al advertirlo, el suboficial le dijo:
-¡Volvé, cagón, porque sino!…
Entonces el uniformado volvió, y tras la seña que el suboficial le hizo para que reanudara su ascenso por las escaleras, así lo hizo mientras el milico, subía tras él, y si bien, en el momento no lo racionalizó, el suboficial inconscientemente sintió que había sido mejor que el policía vacilara en subir, ya que eso le daba una excusa para mandarlo al frente y hacerle creer a él (y también a sí mismo), que no lo hacía en un intento de que fuera “carne de cañón”, sino en pos de controlar que no diera marcha atrás, y en realidad, por el miedo que el militar, sintió, de los dos motivos para cosa tal, el verdadero era el primero.
Minutos atrás, el custodio frente a la puerta del juez, había visto humo ascender hasta su piso, fue entonces que hasta las escaleras, se acercó, en un intento de mirar si abajo había fuego; en ese momento, desde el piso inmediatamente superior, sigilosamente bajaron María Clara y un tal “Roberto”, ambos pertenecientes a Montoneros; Roberto agarró al custodio (que no había llegado a divisar a los jóvenes) por detrás, inmovilizándolo con una toma de estrangulación, y María Clara sacó un cuchillo “Yarará” y se lo clavó en el abdomen; con el represor agonizante, Roberto aflojó el agarre y le descubrió al custodio, el cuello, para que la combatiente concluyera su tarea, lo cual, hizo, al cortarle la garganta; en ese momento, el “walkie-talkie” de Roberto, sonó, y a través del mismo le fue comunicado que dos represores habían ingresado al edificio (lo mismo le fue comunicado a la guerrillera que, desde el octavo piso, había iniciado el fuego que había provocado el humo, respondiendo la joven, que ella se encargaría); después, ambos guerrilleros se acercaron hasta el hueco de la escalera y por la misma, arrojaron al cuerpo del custodio que tanto el policía como el militar, vieron caer.
El policía también tenía un “walkie-talkie”, pero de nada le servía porque el mismo sólo lo comunicaba con los represores del Falcon frente al edificio a los que ya sabía, muertos.
Al encontrarse ellos a mitad de camino entre el octavo y el noveno piso, por detrás de los represores, la guerrillera que había encendido el fuego cuyo humo había hecho distraer al custodio de la puerta del departamento de Madueño (Daniela; la uruguaya de la OPR-33 (*); ¿quién más podía ser?), con una ametralladora Uzi, desató una ráfaga que de inmediato mató a ambos terroristas de estado; mientras tanto, Roberto, con una barreta abría la puerta del departamento del juez al cual, agazapada, María Clara ingresó.
En ese momento de la tarde-noche, los combatientes sabían que el juez estaría acompañado solamente por una empleada doméstica; ella, escondida en una habitación, intentaba llamar a la policía (y le daba ocupado) mientras en el living de la vivienda, se encontraba Madueño, intentando hacer funcionar una pistola que se le había trabado; al notarlo, María Clara le dijo:
-Se le quedó trabada una munición; tiene que retraer la corredera para que sea expulsada del arma y poder disparar.
Entonces el juez, así lo hizo y cuando se dispuso a apuntar a María Clara, que en ese momento blandía el cuchillo ensangrentado con el que había matado al custodio, la joven le arrojó el arma blanca al abdomen antes de que éste llegara a disparar, seguidamente se tiró al piso (su compañero sabía qué debía hacer ante eso, ya que ambos lo tenían acordado) y Roberto, que se encontraba detrás de María Clara, con una pistola de alto calibre, efectuó tres disparos contra el juez, que aceleraron una muerte que, producto del cuchillo que tenía clavado en el abdomen, era cuestión de un rato para que se sucediera.
Una vez concluido el ajusticiamiento, María Clara sacó de un bolsillo, una tela que desdobló y dispuso sobre el cuerpo del juez; era una bandera de Montoneros; seguidamente, ambos jóvenes procedieron a retirarse mientras en el camino, el guerrillero le avisó a sus compañeros por su “walkie-talkie”, que la operación había concluido, y le fue respondido que de inmediato pasarían a buscarlos; así fue que María Clara y Roberto, subieron a la caja de un Rastrojero y Daniela, a un Peugeot 404, vehículos con los cuales, emprendieron un exitoso escape.
Semanas antes del ajusticiamiento/Una muestra de quién era el juez federal, Guillermo Federico Madueño
El juez Guillermo Madueño, se encontraba en la cárcel de Villa Floresta, Bahía Blanca, ante un detenido-desaparecido que acababa de ser llevado desde un centro clandestino de detención, hasta la ya mencionada cárcel, cuyo “blanqueo” se había dispuesto, lo cual, significaba que dejaría de estar detenido clandestinamente y empezaría a estarlo, “legalmente” (si es que se puede hablar de legalidad al aludir a las acciones de las instituciones estatales que tuvieron lugar, durante el periodo de un gobierno ilegal).
El detenido, que estaba visiblemente malogrado por los tratos impiadosos que le habían sido infligidos en las semanas previas, manifestó haber sido golpeado y torturado; mientras estas cosas aberrantes por él, sufridas, le contaba al magistrado, el mismo sonreía y claramente hacía un esfuerzo por no reírse; tras escuchar el relato del joven, le dijo:
-Usted no fue torturado.
Entonces, tras algunos segundos, el detenido, levantando levemente la voz, dijo:
-Sí que lo fui, y no sólo una vez, sino en repetidas oportunidades, y no sólo yo, sino también todos los otros detenidos que conmigo, estaban; hubo también violaciones, y no sólo contra mujeres… Usted, como juez, no puede cruzarse de brazos ante todo esto.
Al escuchar esas palabras cargadas de dolor e indignación, habiendo ya suprimido toda la alegría y despreocupación de su semblante, con total crueldad, el juez dijo:
-Señor, escúcheme bien: usted no fue torturado ni tampoco nadie con quien usted, estuvo; quienes lo han detenido, le han dado un trato correcto, y mejor va a ser que así lo entienda, porque sino, la condición legal de su detención actual, dejará de ser tal; ¿me entendió?
El joven frente a él, nada respondió; segundos después, el magistrado agregó:
-Bastante tolerantes estamos siendo con gente como usted, permitiéndole vivir, así que, en vez de quejarse tanto, trate de ser un poquito agradecido -y por lo bajo, mientras se retiraba, agregó: -Subversivo de mierda.
Uno de los tantos jueces alineados con el terrorismo de estado perpetrado por los militares; ése fue Guillermo Federico Madueño.
Posdata
Cuando Daniela subió al asiento trasero del Peugeot 404 que la había pasado a buscar, se encontró con la sorpresa de que además de los tres compañeros que sabía que en el mismo, estaban (dos, adelante, y uno, en el asiento trasero), había un policía maniatado y con los labios cubiertos con cinta de embalar; al verlo, preguntó:
-¿Y éste?
Entonces el compañero que tenía en el otro extremo del asiento, dijo:
-A éste lo levantamos porque iba a avisar a la comisaría sobre la operación, y no sabemos qué hacer con él.
Entonces Daniela le retiró la cinta de los labios y le dijo:
-Hagamos lo siguiente: nosotros te dejamos ir, y vos renunciás a la policía para convertirte en una persona de bien; ¿qué te parece?
Entonces el policía, con la cabeza, nerviosamente asintió; Daniela le dijo:
-Che… ¡ya te saqué la cinta! Podés hablar.
El uniformado dijo:
-Voy a renunciar a la policía si me liberan; ¡lo prometo, lo recontra juro por dios y por….!
-¡Suficiente! -dijo Daniela -y dirigiéndose al montonero que manejaba, dijo: -Frená acá.
El auto frenó y el policía (cuyas manos atadas tras su espalda baja, no fueron por los guerrilleros, desatadas), del mismo, bajó.
Habiendo el Peugeot 404, vuelto a arrancar, Daniela, con el índice en alto, dijo:
-Para que después no digan que somos mala gente.
(*) Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales