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sábado, 15 de diciembre de 2018

Tras el último acto, el perdón (cuento) - Martín Rabezzana


   La flor de noche (dicho con absoluto respeto) ya hacía rato que se había marchitado en su exterior, lo cual no necesariamente es signo de decadencia interior, de hecho hay quienes para compensar esa positividad visual en disminución que el envejecimiento conlleva, buscan (y lo logran) aumentar la siempre existente positividad de su interior y evitan así perder el afecto de los demás, y es que… uno quiere (y odia) a los demás por aquello que le hacen sentir, y la apariencia hace sentir más de lo que quienes se autoproclaman "igualitaristas" se atreven a admitir, y, ¿qué hacía a quien la viera automáticamente sentir la de esa mujer?... Algo que la del común de las personas (incluida la que escribe esto) no logra ni con 100 palabras ni actos de amor, de ahí que al ver a su positividad visual apagarse, no pudiera evitar sentir (equivocadamente) que con ella la misma esencia constitutiva de su ser también se apagaba.
   A medida que su atractivo físico disminuía, no sólo disminuían las ofertas laborales sino que también disminuía la cantidad de gente deseosa de su cercanía, por lo que se iba quedando cada vez más sola y por eso trataba de convencerse a sí misma de que no era tan importante el ser querida, pero no lo lograba.
   Un día dijo: "¡No aguanto más!", pero aguantó más de una década hasta que una noche del año 1993, en serio no aguantó más y llamó por teléfono a una ambulancia aduciendo un gran malestar físico que no tenía; la misma llegó y un enfermero la llamó por el portero eléctrico; la mujer dijo:
   -Enseguida bajo.
   Tras lo cual franqueó la baranda del balcón del departamento del quinto piso en que vivía y saltó al vacío para sorpresa de los enfermeros que, al escuchar a su cuerpo golpear la vereda, se dieron vuelta y acudieron en su auxilio, pero nada se podía hacer más que escuchar lo último que dijo que para los enfermeros resultó entonces incomprensible.

   Al día siguiente, mientras le mostraba una revista de los años cincuenta en que aparecía una morocha muy hermosa, uno de los enfermeros le dijo al otro:
   -¡Mirá!
   Y mirando a la foto con desgano, su interlocutor dijo:
   -Sí, ¿qué pasa?
   -Es la señora que se suicidó ayer.
   El enfermero le sacó la revista a su compañero de las manos para verla mejor y éste último dijo:
   -Era actriz;… le fue muy bien en el teatro y llegó a actuar en el cine;… Dicen que fue novia de Juan Duarte (o sea, el hermano de Evita);… Hacía años que no le daban trabajo.
   El otro enfermero, mientras seguía mirando atentamente la foto de la mujer, se dispuso a expresar lo que había concluido tras toda una noche de pensar al respecto; con notable emoción, dijo:
   -Me parece que sé qué fue lo que dijo cuando nos habló.
   -¿Qué?
   -"Perdonenmé".
   Y si bien ninguno lo expresó con palabras, ambos la perdonaron.
   Tras varios segundos de silencio, el último de los dos enfermeros que había hablado, dijo:
   -Era linda.
   Su interlocutor, mientras sonreía leve y tristemente, en silencio asintió.


(Cuento inspirado por el caso de la actriz Maruja Montes -1930/1993- y dedicado respetuosamente a ella).