jueves, 19 de septiembre de 2024

Revolucionarios americanos del futuro (cuento) - Martín Rabezzana

(La siguiente historia es una continuación de mi cuento: “Hermanos alados”, publicado en mi libro número 17: “Llamamiento a la violencia”. 
   "Revolucionarios americanos del futuro", es un cuento publicado en mi libro número 20: "Ni olvido ni perdón. REVANCHA").


-Palabras: 1.284-


El caso y la promesa

   El caso era desgarrador: los padres de Lucila, por el sólo hecho de que su hija no congeniara con ellos, lo cual, como pasa siempre en estos casos, había derivado en discusiones casi a diario, en las que todas las partes se dijeron cosas extremadamente hirientes, la habían mandado a ver a una psicóloga que, tras pocos interrogatorios, le dijo a sus progenitores que por su supuesto “bien”, su hija debía también ver a un psiquiatra, tras ella negarse a esto último, lo que siguió fue su manicomialización forzada y una posterior libertad vigilada, en paralelo con la imposición de tortura, constituida por un picaneamiento farmacológico que, como no puede ser de otro modo, hizo estragos en su salud física y anímica; Lucila se lo manifestó a sus padres, a su psiquiatra, a su psicóloga, a un asistente social, a una terapista ocupacional y a su vigilante personal, oficialmente denominado: “acompañante terapéutico”, y de nada sirvieron sus súplicas tendientes a que dejaran de drogarla, ya que todos ellos le dijeron que, por su supuesto bien, la tortura, a la que estos personajes denominan: “tratamiento médico”, debía continuar, fue así que se vio en la necesidad imperiosa de escapar de sus captores principales que, tristemente, en ese momento eran sus propios padres.
   Tras escapar de su casa, Lucila vivió un tiempo pasando grandes necesidades y terminó cayendo en las garras de una red de trata que la obligó a prostituirse; tras varios meses, fue rescatada por las autoridades y las mismas, como SIEMPRE hacen cuando consideran que alguien ha sido víctima de algo o de alguien, le impusieron un tratamiento psiquiátrico, que es lo que en primer lugar la había llevado a irse de su casa; tras más de un largo año en que volvió a implorarle a sus padres que la dejaran de drogar, ellos finalmente tuvieron la compasión que previamente, hacia su hija, no habían tenido, y fue así que la tortura psiquiátrica, fue suspendida, pero para entonces, el daño físico y anímico, producto del tratamiento antimédico, estaba hecho.
   Del caso en cuestión, allá por el año 2033, se enteraron integrantes del recientemente creado, en algún lugar de Magdalena del Buen Ayre (sur del Gran Buenos Aires), grupo armado: Defensores de América; la agrupación, poco tiempo atrás, había ganado notoriedad tras haber sido, muchos de sus integrantes, detenidos, por haber destruido maquinarias de aviones fumigadores y además, matado a empresarios y diputados, que detrás de los envenenamientos masivos que a través de dichos aviones, se perpetran, estaban; además de por lo ya mencionado, el grupo tenía mucha notoriedad, por haber, sus integrantes detenidos, logrado escapar de sus lugares de detención, de modo inexplicable para las autoridades.
   Varios de los defensores americanos contactaron a Lucila y ella les dio detalles de su caso; la joven, acostumbrada a la incomprensión de los demás, que cuando les manifestaba ser víctima del sistema de “salud”, por el mismo vulnerar sus derechos, entre los que está, el derecho a disponer del propio cuerpo, justificaban el accionar de las autoridades, con desconfianza, les preguntó:
   -¿Ustedes creen que estuvo mal lo que me hicieron?
   Entonces una de las mujeres, le dijo:
   -Por supuesto que sí.
   Los demás guerrilleros, que eran ocho, asintieron; otra de las mujeres, le dijo:
   -Tu cuerpo es tuyo. NADIE tiene derecho a drogarte contra tu voluntad.
   Esto reconfortó enormemente a la joven; seguidamente los guerrilleros le pidieron datos de los “profesionales” que habían participado de su sometimiento, y ella se los dio.
   Antes de irse, los combatientes prometieron vengarla.

Zona semirural de la provincia de Buenos Aires

   El tipo, tras permanecer varios minutos en el silencio más absoluto producto del miedo que tenía, finalmente dijo:
   -Yo no merezco esto. ¡Ustedes no tienen derecho!
   -Aaahhh... ¿Así que no tenemos derecho a hacer esto? Entonces lo hacemos sin derecho, como vos hiciste todas las porquerías que hiciste durante tanto tiempo, ¡hijo de recontra mil puta!
   -¿Qué hice de malo? -preguntó el represor del estado.
   Otro de los individuos perteneciente a la agrupación armada revolucionaria, le dijo:
   -El dolor extremo, físico o psíquico, infligido a una persona, es oficialmente considerado: TORTURA, y dado que los psiquiatras están investidos de facultades parajudiciales que les permiten privar de la libertad a las personas sin necesidad de que hayan cometido delitos ni de que hayan sido siquiera acusadas de haberlos cometido, e imponerles tormentos, consistentes en drogadicción forzada y eventuales descargas eléctricas a la cabeza (y todo esto, sin debidos procesos previos), de ningún modo es faltar a la verdad, decir que los psiquiatras son TORTURADORES… ¡Usted es un TORTURADOR!
   -¡No! ¡Los psiquiatras no torturamos!
   Uno de sus compañeros, con semblante fastidiado, dijo:
  -¡No le expliques tanto! No se lo merece.
   Entonces el guerrillero que venía de dar la explicación recién expuesta, dijo:
  -Tenés razón -después, dirigiéndose nuevamente al represor, preguntó: -¿Sabés por qué no te matamos todavía?
   El torturador, dijo:
   -Sí, porque saben que todo esto es injusto y porque además…
   El joven lo interrumpió diciendo:
   -No no no… todavía no te matamos, porque falta que lleguen tus cómplices -y tras ver a lo lejos llegar a una camioneta, dijo: -Ahí llegan.
   De la camioneta, varios jóvenes que llevaban brazaletes con el logo de su organización (al igual que los otros guerrilleros ya referidos), bajaron e hicieron bajar a una psicóloga, a un asistente social, a un “acompañante terapéutico” y a una terapista ocupacional; tanto ellos como el psiquiatra, habían participado del sometimiento legal y totalmente arbitrario, que Lucila había sufrido; a esas cuatro porquerías las hicieron acomodarse en sillas junto a la otra porquería (o sea, el psiquiatra); todos estos victimarios autopercibidos “personas de bien”, habían sido maniatados; seguidamente los nueve guerrilleros (cuatro varones y cinco mujeres) sacaron armas cortas, las amartillaron y apuntaron a los cinco elementos represivos del poder económico concentrado de esta sociedad distópica, por cuya continuidad, siempre “trabajaron”, mientras ellos imploraban inútilmente la misma piedad que a sus víctimas, SIEMPRE les negaron.
   Rápidamente uno de los guerrilleros, dijo:
   -¡Por Lucila y por todas las demás víctimas de los represores legales!
   Una de las mujeres combatientes, gritó:
   -¡Fuego!
   Seguidamente los nueve guerrilleros dispararon repetidamente sus armas.
   Ninguno de los cinco personajes en cuestión, seguiría disponiendo ni participando del secuestro, de la tortura ni de la destrucción identitaria de NADIE, sin embargo… como esas acciones de lesa humanidad, seguirían siendo perpetradas por colegas de ellos, las acciones de los guerrilleros, debían continuar.
   Sobre los cuerpos de los cinco represores del estado, los combatientes dispusieron una gran bandera en que estaba impreso el logo de su organización y su nombre.
   Del cautiverio e imposición de tormentos a Lucila, además de las personas mencionadas, participaron otras (jueces, varios psicólogos, varios psiquiatras, varios “enfermeros”, y otra gente); en los meses siguientes, todas ellas sufrirían la misma suerte que los represores del estado ajusticiados de esta historia, sufrieron.

Ya era hora

   La burguesía creó a las Fuerzas Armadas y de “seguridad” (que a su vez, dieron lugar al estado), para proteger sus vidas y privilegios, y protegerlos… ¿de quiénes? De las mayorías, lo cual implica que deban atacarlas permanentemente mientras falazmente se presentan como sus defensoras; otros defensores de la vida y privilegios de la minoría burguesa, son los técnicos en “ciencias”, entre los que se destacan: los psicólogos y los psiquiatras; lo primero fue siempre bien entendido por los revolucionarios de todos los tiempos, lo segundo, recién en la década del 2030 lo habían empezado a entender, por eso es que recién en 2033, un grupo revolucionario realizó por vez primera, un ajusticiamiento de los represores mencionados y de algunos de sus cómplices.

   La tan necesaria contraofensiva psicológico-psiquiátrica, ya estaba en marcha.

El peligro de la lucidez total (cuento) - Martín Rabezzana

(Cuento publicado en mi libro número 20: "Ni olvido ni perdón. REVANCHA" https://drive.google.com/file/d/1yNcUvPLK6bBS7vgpLw8VxcHdXOtiuml8/view?usp=drive_link).

-Palabras: 803-


   En el año 1995, en el Paseo Peatonal Sarmiento (provincia de Mendoza), dirigiéndose a los transeúntes, un hombre se había puesto a hablar en voz alta; ante la falta general de atención, llegó hasta a tomar del brazo a algunos caminantes en pos de lograr que lo escucharan, lo cual, los molestó sobremanera, resultando en que alguno de ellos diera aviso a dos policías presentes a algunos cientos de metros del lugar, no obstante, poco después fue innecesario que el individuo siguiera haciendo eso, ya que un público atento a sus palabras, se había empezado a formar a su alrededor; el individuo dijo:
   -Vivimos inculpando a otros para poder sentirnos inocentes. Vivimos señalando defectos ajenos para poder sentirnos virtuosos. Vivimos ensuciando a otros, en la creencia de que con eso, nos limpiamos, pero nada de esto ocurre, porque con esta conducta, lo que ocurre es que nos volvemos cada vez más culpables, ¡más defectuosos y más sucios!… ...El que se conduce moralmente bien, no va por la vida criticando ni dando lecciones de moral, de ahí que sea clarísimo para mí, que el que anda reprobando a todos, es un INMORAL;... el moralista SIEMPRE es un inmoral; el individuo moral, es aquel que se exige a sí mismo una conducta justa y respetuosa, y NUNCA aquel que se la exige a los demás, ya que exigirle mucho a otros, a uno necesariamente lo lleva a exigirse poco (o nada) a sí mismo… Aquel que, como nosotros, vive señalando con el dedo a los demás, es una porquería y un PARÁSITO con cuya destrucción, el mundo mejoraría, y entre la gente que hace eso, están ustedes y estoy yo, por eso es que estoy convencido de que lo mejor por hacer por el mundo con la gente como nosotros, es exterminarla.
   Y tras mirar a su público con expresión esperanzada, dijo:
   -¿Tengo razón?
   Pero no obtuvo respuesta, por eso insistió:
   -¿Tengo razón o no?… Vamos. ¡Díganmeló! No tengan miedo.
   Entonces, alguien que lo escuchaba, de modo condescendiente, le respondió:
   -Sí, flaco; ¡tenés razón!
   Otro le dijo:
   -Tenés razón.
   Todas las personas a su alrededor, terminaron dándole la razón.
   Entonces el individuo, mientras giraba y señalaba a la gente, dijo:
   -Tengo razón, y ustedes acaban de confirmármelo. TODOS estuvieron de acuerdo con lo que dije, de ahí que lo siguiente, yo lo vaya a hacer con la aprobación total de todos los aquí presentes.
   Y se puso a sacar cosas de la mochila que llevaba.
   La gente a su alrededor empezó a hablar entre ella en voz baja; alguien dijo:
   -Es un loco.
   Otro dijo:
   -No; está más lúcido que todos nosotros juntos.
   Otro dijo:
   -Es un boludo que quiere llamar la atención.
   Una joven dijo:
   -Sí; algunos hacen lo que sea para que alguien los tenga en cuenta.
   Otro dijo:
   -No… para mí que sí es un loco; fíjense cómo manipula esos tubos de plástico; seguro que cree que son cartuchos de dinamita.
   Otro dijo:
   -Es verdad; está chapita ese tipo.
   Una mujer dijo:
   -Es un imbécil que no tiene nada qué hacer; igual, me da un poco de lástima.
   -¿Por qué? -una persona le preguntó.
   -Porque aunque sólo quiera llamar la atención, esta boludez le va a costar cara; miren -y señaló a dos uniformados que se aproximaban -; ahí viene la policía, y seguro que después de meterlo preso, lo van a derivar a un manicomio.
   En ese momento, la policía llegó y se dispuso a detener al hombre que había dado el discurso (cuya veracidad, para mí, fue TOTAL), pero ocurrió que los efectivos policiales no llegaron siquiera a terminar su (nefasta) frase de rigor previo a realizar una detención (o sea: “Nos va a tener que acompañar”), porque tras acercarse a él, ya había encendido la mecha de la dinamita ante cuya visión, tanto los transeúntes como los policías, mantuviéronse tranquilos por considerar al explosivo ya mencionado, de utilería, pero como no lo era, tanto él como las más o menos 40 personas que a su alrededor, estaban, volaron por el aire.
   Algunos siglos después, por intermedio de una tecnología muy avanzada, se logró ver y oír al individuo lúcido, exponiendo sus conceptos frente a los transeúntes como si hubiera sido filmado, y se pudo reconstruir totalmente el hecho que, hasta ese momento, había quedado sin esclarecer debido a la falta de testigos; tras esto ocurrir, el municipio de esa ciudad futura en que todo lo recién contado, tuvo lugar (mil veces más lúcida, comprensiva y justa que las de la actualidad), mandó hacerle una estatua al individuo lúcido y justiciero, y fue dispuesta en el lugar del hecho, en cuya placa, lo siguiente puede leerse: “Queridísimo antepasado: no sabemos tu nombre pero sí sabemos de vos, lo siguiente: fuiste la lucidez personificada. ¡Gracias!”

domingo, 8 de septiembre de 2024

María Clara y compañía: REVANCHISTAS (¿Y qué?) (cuento) - Martín Rabezzana


-Palabras: 1.651-
Capítulo 13 (si bien, al disponerlo en mi próximo libro, tal vez no aparezca en ese lugar) de mi serie: "María Clara", cuyos primeros seis capítulos, se encuentran en mi libro: "MATAR MORIR VIVIR".

1977.

   Junto a un policía, el suboficial del ejército se dispuso a subir hasta el noveno piso del edificio de la calle Estomba al 143, de Bahía Blanca, que es en donde se encontraba el juez Madueño; decidieron no usar los ascensores porque, de haber alguna acción armada a la que enfrentarse, serían blancos fáciles al bajar de los mismos, mucho más probablemente que si utilizaban las escaleras (al menos, eso fue lo que pensaron).
   Dos custodios del magistrado estaban frente a su edificio en un Falcon estacionado; tanto el suboficial como el policía, eran también parte de la custodia del juez y minutos atrás, se habían brevemente ausentado de sus puestos para ir a manguear facturas a una panadería cercana; al volver, se encontraron con que en el interior del Falcon, muertos con armas disparadas con silenciadores, estaban sus dos represores; al ver esto, el policía fue corriendo hasta una esquina a informárselo a otro policía que estaba en el área, y de inmediato volvió corriendo hacia el edificio, con la intención de, al mismo, ingresar junto al militar.
   El policía al que el hecho le fue informado, fue coercitivamente subido a un Peugeot 404, lo cual le impidió darle aviso del asesinato de los custodios, a la comisaría correspondiente del área.
   Frente a la puerta del departamento de Madueño, había un quinto custodio; junto a él y al policía, el suboficial pensaba enfrentarse a los combatientes que, sin duda, habían subido a buscar al juez.
   El suboficial del ejército, mientras subía por las escaleras y se encontraba ya casi en el sexto piso, le dijo al policía:
   -No saben con quiénes se metieron. ¡Los vamos a reventar, a estos montos hijos de puta!
   Tras decir esto, el milico, que empuñaba un fusil, detuvo su marcha al ver caer a un hombre por el hueco de la escalera; la visión de aquel a quien ambos terroristas de estado, correctamente creían el quinto custodio ya referido, les congeló la sangre; segundos después, el policía, producto del pánico, disimuladamente empezó a descender; al advertirlo, el suboficial le dijo:
   -¡Volvé, cagón, porque sino!…
   Entonces el uniformado volvió, y tras la seña que el suboficial le hizo para que reanudara su ascenso por las escaleras, así lo hizo mientras el milico, subía tras él, y si bien, en el momento no lo racionalizó, el suboficial inconscientemente sintió que había sido mejor que el policía vacilara en subir, ya que eso le daba una excusa para mandarlo al frente y hacerle creer a él (y también a sí mismo), que no lo hacía en un intento de que fuera “carne de cañón”, sino en pos de controlar que no diera marcha atrás, y en realidad, por el miedo que el militar, sintió, de los dos motivos para cosa tal, el verdadero era el primero. 
   Minutos atrás, el custodio frente a la puerta del juez, había visto humo ascender hasta su piso, fue entonces que hasta las escaleras, se acercó, en un intento de mirar si abajo había fuego; en ese momento, desde el piso inmediatamente superior, sigilosamente bajaron María Clara y un tal “Roberto”, ambos pertenecientes a Montoneros; Roberto agarró al custodio (que no había llegado a divisar a los jóvenes) por detrás, inmovilizándolo con una toma de estrangulación, y María Clara sacó un cuchillo “Yarará” y se lo clavó en el abdomen; con el represor agonizante, Roberto aflojó el agarre y le descubrió al custodio, el cuello, para que la combatiente concluyera su tarea, lo cual, hizo, al cortarle la garganta; en ese momento, el “walkie-talkie” de Roberto, sonó, y a través del mismo le fue comunicado que dos represores habían ingresado al edificio (lo mismo le fue comunicado a la guerrillera que, desde el octavo piso, había iniciado el fuego que había provocado el humo, respondiendo la joven, que ella se encargaría); después, ambos guerrilleros se acercaron hasta el hueco de la escalera y por la misma, arrojaron al cuerpo del custodio que tanto el policía como el militar, vieron caer.
   El policía también tenía un “walkie-talkie”, pero de nada le servía porque el mismo sólo lo comunicaba con los represores del Falcon frente al edificio a los que ya sabía, muertos.
   Al encontrarse ellos a mitad de camino entre el octavo y el noveno piso, por detrás de los represores, la guerrillera que había encendido el fuego cuyo humo había hecho distraer al custodio de la puerta del departamento de Madueño (Daniela; la uruguaya de la OPR-33 (*); ¿quién más podía ser?), con una ametralladora Uzi, desató una ráfaga que de inmediato mató a ambos terroristas de estado; mientras tanto, Roberto, con una barreta abría la puerta del departamento del juez al cual, agazapada, María Clara ingresó.
   En ese momento de la tarde-noche, los combatientes sabían que el juez estaría acompañado solamente por una empleada doméstica; ella, escondida en una habitación, intentaba llamar a la policía (y le daba ocupado) mientras en el living de la vivienda, se encontraba Madueño, intentando hacer funcionar una pistola que se le había trabado; al notarlo, María Clara le dijo:
   -Se le quedó trabada una munición; tiene que retraer la corredera para que sea expulsada del arma y poder disparar.
   Entonces el juez, así lo hizo y cuando se dispuso a apuntar a María Clara, que en ese momento blandía el cuchillo ensangrentado con el que había matado al custodio, la joven le arrojó el arma blanca al abdomen antes de que éste llegara a disparar, seguidamente se tiró al piso (su compañero sabía qué debía hacer ante eso, ya que ambos lo tenían acordado) y Roberto, que se encontraba detrás de María Clara, con una pistola de alto calibre, efectuó tres disparos contra el juez, que aceleraron una muerte que, producto del cuchillo que tenía clavado en el abdomen, era cuestión de un rato para que se sucediera. 
   Una vez concluido el ajusticiamiento, María Clara sacó de un bolsillo, una tela que desdobló y dispuso sobre el cuerpo del juez; era una bandera de Montoneros; seguidamente, ambos jóvenes procedieron a retirarse mientras en el camino, el guerrillero le avisó a sus compañeros por su “walkie-talkie”, que la operación había concluido, y le fue respondido que de inmediato pasarían a buscarlos; así fue que María Clara y Roberto, subieron a la caja de un Rastrojero y Daniela, a un Peugeot 404, vehículos con los cuales, emprendieron un exitoso escape.
   
Semanas antes del ajusticiamiento/Una muestra de quién era el juez federal, Guillermo Federico Madueño

   El juez Guillermo Madueño, se encontraba en la cárcel de Villa Floresta, Bahía Blanca, ante un detenido-desaparecido que acababa de ser llevado desde un centro clandestino de detención, hasta la ya mencionada cárcel, cuyo “blanqueo” se había dispuesto, lo cual, significaba que dejaría de estar detenido clandestinamente y empezaría a estarlo, “legalmente” (si es que se puede hablar de legalidad al aludir a las acciones de las instituciones estatales que tuvieron lugar, durante el periodo de un gobierno ilegal).
   El detenido, que estaba visiblemente malogrado por los tratos impiadosos que le habían sido infligidos en las semanas previas, manifestó haber sido golpeado y torturado; mientras estas cosas aberrantes por él, sufridas, le contaba al magistrado, el mismo sonreía y claramente hacía un esfuerzo por no reírse; tras escuchar el relato del joven, le dijo:
   -Usted no fue torturado.
   Entonces, tras algunos segundos, el detenido, levantando levemente la voz, dijo:
   -Sí que lo fui, y no sólo una vez, sino en repetidas oportunidades, y no sólo yo, sino también todos los otros detenidos que conmigo, estaban; hubo también violaciones, y no sólo contra mujeres… Usted, como juez, no puede cruzarse de brazos ante todo esto.
   Al escuchar esas palabras cargadas de dolor e indignación, habiendo ya suprimido toda la alegría y despreocupación de su semblante, con total crueldad, el juez dijo:
   -Señor, escúcheme bien: usted no fue torturado ni tampoco nadie con quien usted, estuvo; quienes lo han detenido, le han dado un trato correcto, y mejor va a ser que así lo entienda, porque sino, la condición legal de su detención actual, dejará de ser tal; ¿me entendió?
   El joven frente a él, nada respondió; segundos después, el magistrado agregó:
   -Bastante tolerantes estamos siendo con gente como usted, permitiéndole vivir, así que, en vez de quejarse tanto, trate de ser un poquito agradecido -y por lo bajo, mientras se retiraba, agregó: -Subversivo de mierda.

   Uno de los tantos jueces alineados con el terrorismo de estado perpetrado por los militares; ése fue Guillermo Federico Madueño.

Posdata

   Cuando Daniela subió al asiento trasero del Peugeot 404 que la había pasado a buscar, se encontró con la sorpresa de que además de los tres compañeros que sabía que en el mismo, estaban (dos, adelante, y uno, en el asiento trasero), había un policía maniatado y con los labios cubiertos con cinta de embalar; al verlo, preguntó:
   -¿Y éste?
    Entonces el compañero que tenía en el otro extremo del asiento, dijo:
   -A éste lo levantamos porque iba a avisar a la comisaría sobre la operación, y no sabemos qué hacer con él.
   Entonces Daniela le retiró la cinta de los labios y le dijo:
   -Hagamos lo siguiente: nosotros te dejamos ir, y vos renunciás a la policía para convertirte en una persona de bien; ¿qué te parece?
    Entonces el policía, con la cabeza, nerviosamente asintió; Daniela le dijo:
    -Che… ¡ya te saqué la cinta! Podés hablar.
    El uniformado dijo:
   -Voy a renunciar a la policía si me liberan; ¡lo prometo, lo recontra juro por dios y por….!
   -¡Suficiente! -dijo Daniela -y dirigiéndose al montonero que manejaba, dijo: -Frená acá.
   El auto frenó y el policía (cuyas manos atadas tras su espalda baja, no fueron por los guerrilleros, desatadas), del mismo, bajó.

   Habiendo el Peugeot 404, vuelto a arrancar, Daniela, con el índice en alto, dijo:
   -Para que después no digan que somos mala gente.

   

(*) Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales


lunes, 2 de septiembre de 2024

María Clara. Daniela: ULTRAVIOLENCIA (cuento) - Martín Rabezzana

Nuevo capítulo (el número 12, pero por ahí, al ubicarlo en mi siguiente libro, lo haga en otra posición, así como con tal vez haga también, con el cuento anterior) de la serie de "María Clara", cuyos primeros seis, se encuentran en mi libro: "MATAR MORIR VIVIR".

-Palabras: 1.518-

Principios de 1976.

   Todo estaba perfectamente planeado: cierta noche los guerrilleros ejecutarían una represalia en un lugar determinado a una hora determinada y, tras perpetrarla, tenían programadas, al menos, dos rutas de escape; en caso de que durante el mismo, fueran perseguidos por elementos represivos del estado, se desviarían hacia cierto lugar en el cual, habría un vehículo con dos combatientes que se encargarían de liberarlos de sus perseguidores (en otro punto del mismo municipio, habría otro auto que cumpliría la misma función); en uno de esos vehículos estaban, la anarquista rosarina devenida combatiente montonera, María Clara Tauber y la uruguaya y también anarquista, perteneciente a la OPR-33 (*), Daniela, que, mientras esperaban el posible paso del Torino de sus compañeros, conversaban.
   María Clara dijo:
   -Durante la segunda guerra mundial, la izquierda local y los pro aliados de otros países, ante la neutralidad argentina (que se interrumpió recién al final), acusaban a los gobiernos locales de ser favorables a los nazis, sin embargo, como Argentina era el principal exportador de carne y trigo a Gran Bretaña, del gobierno local haberle declarado la guerra a Alemania, los buques argentinos que transportaban alimentos hacia allá, habrían sido objetivos a hundir por los alemanes, ya que, por supuesto, a los nazis les habría convenido dejar sin alimentos a un país con el que estaban en guerra, pero como Argentina se mantuvo neutral, esto no ocurrió, y así fue que, a los británicos los alimentos les siguieron llegando; es decir, la neutralidad argentina, fue favorable a los aliados.
   -Aaahh... -dijo Daniela; después agregó: -Igual… si bien a los nazis había que combatirlos, los países líderes de la alianza contra ellos, más lejos no pueden estar de ser aliados de la mayor parte del mundo de la que somos parte.
   -Es verdad; también ellos son nuestros enemigos -dijo María Clara.
   Mientras tanto, el Torino en el que viajaban sus compañeros, escapaba a alta velocidad por la calle Cramer de la ciudad de Bernal, mientras era perseguido por un patrullero; al llegar a Ascasubi, dobló a la izquierda; en esta última calle, a la altura 40, se encontraba el vehículo en el que, María Clara y Daniela, estaban, que era una furgoneta Citroen 2CV; ambas estaban atentas a la eventualidad de que el auto de sus compañeros, pasara por esa calle a los pocos minutos de la hora en que estaba programada la realización de la represalia; si así no sucedía, tras diez minutos, debían irse, pero fue que el Torino, sí pasó, y cuando lo hizo, ambas combatientes (que esperaban en la parte posterior del vehículo, que no poseía ventanas, lo cual les permitía no ser vistas) llevando cada una de ellas, una caja llena de clavos miguelitos, salieron velozmente en dirección a la esquina con Cramer, y los desparramaron por el suelo; una vez hecho esto, se dirigieron a la parte posterior de la Citroneta, abrieron sus puertas, agarraron sus Fusiles Automáticos Livianos y los amartillaron; segundos después, el patrullero que perseguía a los montoneros, dobló en Ascasubi y al pisar los miguelitos, pinchó sus neumáticos, lo cual llevó al auto a detenerse y a sus dos policías, a bajar del mismo; tras ellos hacer esto último, las dos guerrilleras, que se habían escondido tras su vehículo, salieron de su escondite y dispararon contra los dos policías, al menos, nueve veces cada una, lo cual resultó en que ambos uniformados, cayeran de inmediato heridos de muerte; seguidamente, las combatientes subieron a la furgoneta (Daniela en calidad de conductora) y arrancaron.
   Las mujeres se retiraron del lugar por la calle Ascasubi; una vez en Uriburu, doblaron a la derecha y al llegar a la altura aproximada de 440, vieron que delante de ellas, frenaban dos Ford Falcon; tras mirar por el espejo retrovisor, Daniela dijo:
   -Atrás hay dos más.
   Ante esto, debieron frenar.
   Y es que los guerrilleros a los que ambas combatientes, secundaron, venían de reventar a un empresario importante de la cervecería Quilmes y a tres de sus custodios, en su mansión situada en Libertad 711 de la ciudad homónima de la cerveza; ellos entonces no lo sabían, pero la casa en la que perpetraron el hecho de sangre, se encontraba a la vuelta del centro clandestino de detención, tortura y exterminio, conocido como: “El pozo de Quilmes”, que desde 1974, venia funcionando, fue por eso que, cuando un cuarto custodio advirtió el hecho, corrió por la calle Garibaldi hasta Allison Bell, que es en donde se encontraba el centro clandestino ya mencionado, para comunicárselo a sus represores, y así fue que un patrullero que frente al mismo, estaba, inició la persecución de uno de los dos autos (que era el Torino ya referido) en que los siete guerrilleros que habían participado del hecho, escaparon (el otro no fue perseguido porque rápidamente se perdió de vista); a la persecución, divididos en cuatro autos, rápidamente se sumaron doce miembros de la Triple A, que en el lugar, se encontraban; el primero de estos cuatro autos, que iban detrás del patrullero, al ver que el mismo había caído en la trampa tendida por las partisanas de los clavos miguelitos y que los policías habían caído bajo el fuego guerrillero, no avanzaron directamente por la calle Ascasubi, sino que dos de ellos subieron a la vereda y evitaron así, pinchar sus neumáticos; una vez esquivados los clavos, volvieron a la calle y empezaron a perseguir a las mujeres, mientras tanto, los otros dos autos siguieron por la calle Cramer con la intención de, más adelante, doblar a la izquierda y quedar delante del vehículo de las guerrilleras; con dos Fálcones delante y dos, detrás, quedarían encerradas; cuando las guerrilleras transitaban por la calle Uriburu, los represores lograron su cometido, pero rápidamente lo lamentarían, porque lejos de ser sus perseguidas, estudiantes secundarias desarmadas, o trabajadores durmiendo en sus casas en medio de la noche en total estado de indefensión (y gente así, constituía el grueso de las víctimas a las que los represores de las Tres A, secuestraban), tanto María Clara como Daniela, eran combatientes de altísimo nivel y excelentemente armadas, a las que ninguno de los cobardes represores de los Fálcones, podría jamás doblegar, de encontrarse con ellas en un verdadero enfrentamiento, así fue que las guerrilleras, rápidamente fueron hacia la parte trasera de la Citroneta y una vez ahí, cada una de ellas agarró un lanzacohetes antitanque RPG-7, a los que prontamente les retiraron los seguros; mientras tanto, escudados por las puertas abiertas de los Fálcones que estaban delante de la furgoneta, los represores del estado, dispararon con armas largas, proyectiles que no impactaron en las combatientes por estar su vehículo, blindado.
   María Clara destrabó ambas puertas traseras de la Citroneta, las abrió ligeramente y a través de la abertura, extendió una tela blanca en aparente señal de rendición, mientras gritaba que se rendían, cosa que de inmediato, también hizo Daniela, fue entonces que los disparos realizados por los represores ubicados detrás de la furgoneta, cesaron; acto seguido, María miró a su compañera y le dijo:
   -¡Ahora!
   Entonces, tanto ella como Daniela, patearon las puertas y una vez abiertas totalmente, ambas apuntaron sus poderosísimas armas contra los dos Ford Falcon que tenían delante, y dispararon casi al unísono, cohetes que de inmediato, los destruyeron y dejaron envueltos en llamas; al ver esto, los represores de los dos Fálcones que se encontraban en la dirección opuesta, dejaron de disparar y volvieron a ingresar a sus vehículos con la intención de escapar cuanto antes, pero, por el nerviosismo extremo que a todos ellos, embargaba, se dio un choque entre ambos autos que resultó en que quedaran de costado en medio de la calle, y antes de que pudieran reubicarse para estar en condiciones de retirarse, tanto María Clara como Daniela, tras recargar sus lanza cohetes, dispararon contra ellos, resultando en que sufrieran la misma suerte que sus compañeros de represión de los otros vehículos; seguidamente, ambas combatientes dejaron los lanza cohetes en la furgoneta y volvieron a agarrar sus fusiles, entonces María Clara, señalando en dirección a los Ford Falcon situados detrás de la Citroneta, le dijo a Daniela:
   -Ocupate de los de allá.
   Y fue así que Daniela se acercó a los Fálcones y disparó una gran cantidad de balas contra los represores que se encontraban tirados en la calle; de todos ellos, tan sólo uno estaba consciente, dado que los que no estaban ya muertos, se encontraban malheridos e inconscientes; Daniela remató al que estaba consciente de varios balazos (y también a los demás) mientras, extremadamente emocionada, gritaba:
   -¡Morí morí morí, facho de mierda! ¡Mueran todos! ¡Muerte eterna para todos ustedes, HIJOS DE RE MIL PUTA!
   Por su parte, María Clara pronunció palabras parecidas a las de su compañera, al rematar a los represores de los otros dos, Fálcones.
   Tras el hecho de sangre, concluir, ambas mujeres volvieron a subir a su vehículo y se retiraron.

   A todos nos gusta la violencia cuando es perpetrada por motivos acordes con nuestros valores. ¿O no? (Te guiñé un ojo al decirte lo último) (Ah, sí… y noté que no me desmentiste).


(*) Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales