No sólo la izquierda revolucionaria, puso bombas
El golpe de estado de 1976, no tuvo como objetivo aniquilar a los guerrilleros, sino aplicar un plan económico liberal que, como tal, sólo podía ser favorable a un conglomerado empresarial transnacional, y no a la ciudadanía; para hacer cosa tal, el gran empresariado, a través de los militares, asaltó al estado y desde el mismo, barrió con todos aquellos que pudieran llegar a presentarle oposición al mencionado plan, lo cual implicó no solamente reprimir a la izquierda armada y desarmada, sino también a parte de la derecha autodenominada “nacionalista” que, en ese entonces, era mayormente peronista (y era gobierno), ya que hasta ellos, que desviándose de la senda peronista tradicional, habían emprendido otra, totalmente antipopular, materializada en el apoyo a las medidas del ministro de economía del gobierno de la presidente Martínez de Perón, Celestino Rodrigo, se habrían opuesto.
La guerrilla, para el momento del golpe de estado, no estaba derrotada, pero sí mayormente diezmada y muy cerca se encontraba de ser totalmente destruida, y esto habría ocurrido aun sin golpe de estado por las atribuciones que la presidente le había dado a los militares y fuerzas de “seguridad”, al declarar el estado de sitio en 1974 y por ella firmar los decretos de “aniquilamiento de la subversión”, en 1975, además de por la acción de los grupos terroristas parapoliciales/militares, que durante el gobierno anterior, estaban funcionando, estando su funcionamiento constituido por represión selectiva de personas por motivos políticos (genocidio) y paralelamente, por represión indiscriminada (delitos de lesa humanidad); lo de la represión estatal indiscriminada, que los derechistas, niegan (también la niegan algunos izquierdistas), existió y se practicó a gran escala, como queda ejemplificado en las acciones de organizaciones compuestas mayormente por policías y militares previo al golpe del 76, tales como la Triple A, el Comando Libertadores de América y el Comando Anticomunista Mendoza, ya que sólo la Triple A, perpetró más de 3 mil atentados con bombas, y siendo un atentado con bombas considerado por los derechistas como un ataque indiscriminado contra la población, y dado que el estado, a través de las agrupaciones mencionadas, en los años 1970 perpetró miles de ellos, se puede con todo fundamento decir que el estado argentino de los años ‘70, atacó indiscriminadamente a la población MILES DE VECES, siendo tales ataques, como ya dije, constitutivos de delitos de lesa humanidad, y siendo sus perpetradores, parte activa de la represión que se potenció a partir del 24 de marzo de 1976, dando cuenta esto de que no hay separación entre la represión estatal perpetrada en los años previos al golpe del 76, y la que se dio a partir del mismo; lo que hubo fue continuidad y aumento.
El decir que el estado argentino perpetró en los años ‘70, además de ataques selectivos, ataques indiscriminados contra la población civil, no debería ser en absoluto algo controvertido, debido a que incluso en el ámbito judicial, la comisión por parte del estado argentino de delitos de lesa humanidad, ya ha sido reconocida, pero es controvertido porque sigue habiendo quienes niegan no sólo que haya habido en la Argentina de dicho periodo, terrorismo de estado, sino incluso que el terrorismo de estado pueda existir, ya que hay derechistas que ridículamente circunscriben la comisión de actos terroristas, a particulares, negando así que el estado pueda incurrir en ellos, cosa que no sería tan grave si no fuera porque muchos de quienes en los últimos tiempos lo hacen, ostentan altos cargos de poder político; esto hace a tal negación, algo GRAVÍSIMO.
No obstante haber habido víctimas totalmente inocentes durante el periodo histórico referido (léase: personas sin ninguna clase de militancia política, sindical, social ni participación en la lucha armada), NINGUNA de las tres protagonistas de la siguiente historia, querría así, ser denominada, ya que ellas se asumían como personas comprometidas con una contrarrepresión que implicaba hacer cosas que ellas mismas definían como terribles; esto, como ya dije, lo tenían totalmente asumido y con el sentir profundamente arraigado en sus personas de que a un sistema injusto basado en la violencia más extrema, había que oponerle violencia extrema, actuaron, y fue así que dispuestas a morir peleando, hasta el final, vivieron.
Pampa y plomo
1976; poco después de ocurrido el golpe de estado, María Clara se encontraba en la ciudad de Santa Rosa, provincia de La Pampa, junto a su camarada anarquista uruguaya, cuyo apodo era “Daniela”, perteneciente a la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales, con el objetivo de “guardarse” por un tiempo, tras actos de contrarrepresión, por ambas recientemente realizados; la “orga” a la que, por sobrevivir, se habían sumado (Montoneros), les había provisto una vivienda en dicho lugar y poco después de llegar a la misma, a un bar situado en la calle Hipólito Yrigoyen a la altura aproximada de 140, se dirigieron, con la intención de comprar comida para llevar.
Poco antes de que las dos guerrilleras entraran al negocio, una joven procedente de San Luis, llamada Liliana Victorica, más conocida como “Lili”, que recientemente se había unido a Montoneros y que también se encontraba en el bar con la intención de comprar comida para llevar hasta la casa en que se alojaba junto a sus compañeros, percibió algo en el ambiente que la llenó de miedo; empezó a mirar en todas las direcciones en un intento de descubrir algún indicador de peligro, pero no lo logró; segundos después, las dos guerrilleras ya mencionadas, ingresaron al bar y se acercaron al mostrador; un empleado les dijo:
-Buen día. ¿Qué se van a servir?
María Clara dijo:
-Buen día. Una docena de tostados para llevar y…
Entonces Daniela dijo:
-Y algo dulce para el mate… ¿qué puede ser?
El empleado dijo:
-Tenemos tartas, facturas, pastafrolas…
-¡Eso! Una pastafrola de dulce de membrillo.
-Muy bien; ¿algo más?
-Nada más -dijo María Clara.
Pocos minutos después, los tostados estuvieron listos y tras envolverlos en papel y disponerlos sobre la ya también envuelta en papel, pastafrola, para seguidamente ponerlos en una bolsa de plástico, el empleado del bar se la entregó a Daniela, María Clara pagó lo comprado, ambas saludaron y se retiraron; mientras tanto, desde la distancia, Lili, que había pedido algo que tardaba más tiempo en prepararse, todavía esperaba que su pedido estuviera listo y vio a las dos guerrilleras salir del lugar creyendo que su intuición, que la había llevado a pensar que había un peligro inminente que ante la llegada de las dos mujeres al bar, habría de manifestarse, afortunadamente había fallado, ya que ambas salieron del local y nada había ocurrido, entonces se sintió enormemente aliviada, pero la distensión le duró pocos segundos porque tras los mismos, se escucharon cinco disparos de pistola; entonces, tanto Lili como el empleado del bar ubicado detrás del mostrador, las dos meseras y los cuatro clientes restantes que en el lugar, había, se sobresaltaron; segundos después de los disparos haber cesado, Lili se acercó a una ventana y a través de la misma vio a ambas guerrilleras tiradas en el piso; Daniela estaba herida en un hombro, María Clara estaba inmóvil; había recibido tres impactos de bala y parecía estar muerta.
El militar vestido de civil que les había disparado, se acercó a Daniela, que sacó una pistola con la intención de contraatacar, y la pateó fuertemente en las costillas en varias oportunidades, llevándola a soltar el arma que el represor agarró, y puso sobre su propia cintura; María Clara no había llegado siquiera a intentar sacar su arma ya que el tipo las había sorprendido disparándoles por detrás; a los pocos segundos llegó un patrullero que rondaba el área; sus dos policías descendieron del vehículo, apuntaron al milico con sus pistolas, el militar se identificó ante los policías como tal, dijo que las mujeres eran subversivas y entonces dejaron de apuntarlo; en ese momento llegó corriendo otro policía procedente de la plaza San Martín, que se encuentra a menos de dos cuadras del lugar del hecho; uno de los uniformados, a través de la radio del patrullero, informó a la comisaría sobre el hecho y desde la misma se le dio aviso a un grupo de tareas que a los pocos minutos, llegó en un Ford Falcon verde al cual fueron subidas tanto Daniela como el cuerpo de María Clara, para inmediatamente después, arrancar a gran velocidad en dirección a un centro clandestino de detención.
El asesino de las guerrilleras era un suboficial del ejército que ese día tenía franco y que se encontraba de visita en la casa su hermana, que quedaba al lado de la vivienda a la que ambas mujeres habían ese día, llegado; al verlas en el patio desde la terraza de la casa en la que estaba, le pareció sospechoso que dos mujeres jóvenes estuvieran viviendo solas; le preguntó a su hermana sobre ellas, ella le dijo que no las conocía, que acababan de mudarse a esa casa e inmediatamente pensó que dicha independencia femenina era propia de lo subversivo y que podría tratarse de guerrilleras; por ese motivo las siguió en su Fiat 128 cuando ellas salieron en un Renault 6 rumbo al bar, y tras verlas ingresar, desde fuera del mismo, sigilosamente las espió; cuando María Clara se levantó la remera para meter una mano en un bolsillo trasero de su pantalón en pos de sacar la billetera y pagar, a la altura de su cintura logró ver la empuñadura de una pistola, entonces tuvo plena certeza de que las mujeres eran guerrilleras, por lo cual, esperó a que salieran del negocio y les disparó.
En ningún momento pensó en avisarle al policía que sabía que rondaba la plaza San Martín, ya que quería que el “mérito” de la acción represiva ya referida, fuera todo suyo.
Lili se sintió terriblemente angustiada por todo lo recién ocurrido y además, terriblemente culpable por no haber hecho nada para evitarlo, si bien, nada habría podido hacer ya que desconocía qué era lo que ocurriría, e inmediatamente empezó a lamentar el no haber tenido, como otras veces, una visión clara de hechos futuros, ya que eso le habría permitido desarrollar una acción tendiente a evitar lo que acontecería, y fue que instantes después de haber empezado en voz baja a maldecir a su suerte, como despertando de una ensoñación, se vio parada a unos metros del mostrador del bar, esperando su pedido; segundos después, al negocio ingresaron María Clara y Daniela, entonces supo de inmediato qué hacer.
Lili se dirigió a la salida del bar y el empleado ubicado tras el mostrador, al verla irse, le dijo:
-Ya va a estar listo tu pedido.
-Sí sí, es que me olvidé la billetera en el auto. Enseguida vuelvo.
-Ah, bueno.
Y salió del bar en dirección a la esquina 25 de Mayo; a los pocos metros se cruzó con el suboficial que poco reparó en ella por no ser una de las mujeres a las que estaba ahí para espiar; en los últimos minutos, el militar había estado caminando por el frente del bar y al pasar por el mismo, miraba hacia su interior en un intento de divisar a las guerrilleras; tras pasar a su lado, Lili pegó la vuelta y gritó:
-¡MONTONEROS PATRIA O MUERTE! ¡MONTONEROS PATRIA O MUERTE!
Entonces el militar, totalmente sorprendido y espantado, se volvió hacia ella y sacó una pistola, pero no llegó a dispararla porque Lili sacó antes su revólver de alto calibre y le disparó dos veces en el rostro, llevando al militar a caer herido de muerte; una vez éste en el suelo, la joven le disparó las cuatro balas que le quedaban en su cargador; inmediatamente después, al igual que la vez anterior, no por convicción, sino con la intención de que las otras guerrilleras supieran que ella era una compañera, volvió a gritar:
-¡MONTONEROS PATRIA O MUERTE! ¡MONTONEROS PATRIA O MUERTE!
Seguidamente dejó caer su arma al piso y se quedó inmóvil frente al represor por ella, abatido; a todo esto, tanto María Clara como Daniela, al escuchar los disparos, se agazaparon y poco después, se acercaron a una ventana desde la que vieron a su derecha, a menos de 200 metros, a Lili en evidente estado de shock, entonces, tras doblar en contramano, procedente de la calle Coronel Gil, llegó el patrullero que rondaba el área; del mismo bajaron sus dos policías y uno de ellos, arma en mano, le gritó:
-¡Tírese al piso!
Pero Lili no se movió, entonces, viendo que la joven no aparentaba tener un arma (el revólver por ella recientemente descargado, se encontraba en el piso), se animaron a cruzar hacia la vereda en la que ella estaba, y fue entonces que María Clara le dijo a Daniela:
-Vamos.
Daniela asintió y tanto ella como su compañera, sacaron sus pistolas a las que les retrayeron de inmediato las correderas y salieron del negocio; los policías estaban a su derecha, casi de espaldas a ellas; uno de ellos advirtió la aparición de las dos jóvenes e intentó apuntar su arma hacia ellas, pero no llegó a disparar porque tanto María Clara como Daniela, abrieron fuego contra ambos; las seis balas que dispararon, llevaron a ambos policías, a caer; seguidamente ambas guerrilleras se acercaron a los dos uniformados y les dieron un par de tiros de gracia; tras la tarea concluir, María Clara agarró el arma de Lili, que había quedado en el piso, y tomó a la joven puntana de un antebrazo mientras le decía:
-¡Vamos vamos!
Y casi al trote, ambas mujeres se dirigieron hacia la esquina que tenían delante, que era la de la calle 25 de Mayo; sobre la mano izquierda estaba estacionado el Renault 6 en el que María Clara y Daniela, habían llegado; mientras tanto, Daniela trotó detrás de ellas unos segundos pero después, imprevistamente dio media vuelta, puso su arma sobre su cintura y volvió al bar, cuyos empleados la miraron horrorizados; ella le dijo al que estaba detrás del mostrador:
-Vengo por los tostados y la pastafrola.
Entonces el empleado le acercó la bolsa en la que dichas cosas estaban, y ella preguntó:
-¿Cuánto es?
-Ya pagó tu amiga antes de salir.
-¡Ah, menos mal! Entonces chau.
-Chau -le respondió el empleado.
Cuando iba en dirección a la salida, Daniela vio cruzar por el frente del bar, al policía que habitualmente rondaba la plaza San Martín; se había agazapado en posición de tiro y contra María Clara y Lili, abrió fuego; por la distancia que lo separaba de las mencionadas guerrilleras, que, cuando el policía disparó, estaban casi en la esquina y él, a mitad de cuadra, no logró impactarlas, pero sí fue él impactado por dos disparos efectuados por la partisana uruguaya desde la ubicación posterior a la suya; el policía cayó y al Daniela pasar a su lado, le efectuó dos disparos más de gracia y corrió hacia la calle 25 de Mayo en donde se encontraba el auto a cuyo lado estaban María Clara y Lili; ingresó al mismo en calidad de conductora, destrabó una de las puertas traseras a sus compañeras, y en el asiento trasero, éstas últimas se acomodaron; Daniela arrancó y a una buena velocidad, las tres guerrilleras se fueron.
Ya a varias cuadras del lugar del hecho, María Clara le dijo a Daniela:
-Cuando veníamos para el auto, en algún momento miré atrás y te vi corriendo para el otro lado. ¿Por qué lo hiciste?
-Tuve que volver al bar.
-¿Por qué?
Y tras levantar la bolsa en la que estaban los tostados y la pastafrola, dijo:
-Porque no nos habíamos llevado los tostados ni la pastafrola, ¡y tengo un hambre!
Un rato después, con Lili ya bastante repuesta, María Clara y Daniela pudieron hablar con ella y así se enteraron de que, al igual que ellas, Lili era otra guerrillera más que a Montoneros se había unido, no por convicción, sino en un intento de sobrevivir; Lili les dijo que sus compañeros estaban refugiados en determinado lugar, y al mismo les dijo que con ella, fueran, dado que a la casa en la cual, tenían pensado quedarse, que no muy lejos del lugar del hecho, se encontraba, no podían volver, y así lo hicieron.
Una vez en la casa de sus compañeros, compartieron lo comprado en el bar.
Tanto la pastafrola como los tostados, estaban muy ricos.