jueves, 19 de septiembre de 2024

Hechicera americana (cuento) - Martín Rabezzana

(“Hechicera americana” -cuento publicado en mi libro número 20: "Ni olvido ni perdón. REVANCHA"-, es la continuación de una historia que se inicia en mi cuento: “Casa montonera”, publicado en mi libro número 12: “Material subversivo”, continúa en “Mora”, publicado en mi libro número 17: “Llamamiento a la violencia” y en “María Clara: ex combatiente”, publicado en mi libro número 19: “MATAR MORIR VIVIR”.
   El cuento que sigue, si bien es el cuarto capítulo de una serie, empieza narrando lo ocurrido previo a lo que se cuenta en el tercer capítulo).


-Palabras: 3.306-



Nueva senda

   Mora me había encontrado, y lo había hecho del modo más extraño imaginable, lo cual coincide con la búsqueda previa que de mi persona, ella había hecho, la cual, tampoco tenía nada de ordinario, como no lo tuvo tampoco, lo que vivimos durante el encuentro, ya que el mismo tuvo similitudes con experiencias de tipo metafísico.
   El encuentro no se había dado por casualidad, dado que ella me había buscado, y tampoco la búsqueda había sido común, como prácticamente nada lo era ante la presencia de esa chica que parecía (y lo era) ser capaz de subvertir el orden racional y reconfigurarlo de un modo acorde con el de las necesidades experimentadas por espíritus de los más sufrientes, entre los que estaba, el mío.
   De la senda de lo ordinario, de la mano de Mora, yo me había empezado a desviar, y esa senda era una de aburrimiento, frustración e infelicidad, casi permanentes; la de lo extraordinario, era de total diversión, realización y felicidad, de ahí que en ningún momento haya dudado de que con esa mujer, debía ir literalmente A DÓNDE FUERA que ella quisiera llevarme.

Cierta mañana del año 2004

   Estábamos entonces viviendo en la casa que un familiar de Mora le había prestado, en la calle Matienzo al 30 (altura aproximada), de la ciudad de Quilmes (Buenos Aires, Argentina, AMÉRICA, planeta tierra); una mañana, cerca del mediodía, Mora, que hacía un rato había salido, volvió, abrió un cajón del cual, sacó un sobre que guardó en un bolsillo, me tomó de una mano y al tiempo que casi me arrastraba y me decía: “¡Vení vení vení!”, me llevó casi al trote hasta una calle a la vuelta de donde estábamos; antes de llegar a la esquina con Yrigoyen, le pregunté adónde íbamos, pero no respondió, simplemente me dijo: “Ya vas a ver”; transitamos una cuadra y al llegar a la esquina con Ortiz de Ocampo, doblamos a la derecha; una vez en esta última calle, a la altura 28 (aproximadamente), nos detuvimos y Mora dijo:
   -Llegamos -y señalando un Renault 4 modelo ‘74, estacionado sobre la vereda, en cuyo techo había una lata de aceite, lo cual, por supuesto, indicaba que el vehículo estaba en venta, me dijo: -Este es el auto que me voy a comprar. ¿Te gusta?
   Yo dije:
   -Sí… está bien; tiene sus años ya, pero... es un autito lindo;… -después le dije: -Si querés, con algunos ahorros que tengo, más algunas cosas que podría vender, pongo plata y comprás un auto un poco más actual.
   -¡Nooo! -dijo Mora -Tiene que ser ÉSTE.
   -¿Por qué, éste?
   -Ya lo vas a saber.
   Seguidamente un señor mayor que, tras ver a Mora por la ventana, con quien un rato antes había hablado, abrió la puerta, alegremente nos saludó, y ella dijo:
   -Hooolaaa; venimos por el auto.
   El señor nos hizo pasar, Mora le entregó un sobre con plata, firmaron algunos papeles, y él dijo:
   -Bueh… ¡Menos mal! Creí que a ese auto no lo iba a vender más.
   Entonces Mora dijo:
   -Y menos mal que usted nos lo vendió, porque para nosotros, tiene un valor inconmensurable.
   -¿Por que? -preguntó el señor.
   Mora guardó silencio mientras sonreía, entonces, pensando rápido, yo dije:
   -Es que… los padres de ella tenían un Renault 4, y los míos también; por eso para nosotros es muy especial; es mucho más que un auto.
   El señor dijo:
   -Ah, bueno… ahora entiendo, y me alegro de que el auto vaya a parar a manos de gente que lo aprecia tanto; para mí fue siempre un simple medio de transporte; lo compré usado en 1986, y cuando a principios de los 90, me gané una camioneta en un sorteo, lo quise vender, pero era tan irrisorio lo que me ofrecían, que lo guardé y sólo cada tanto lo usé en los últimos muchos años, por eso no tiene tantos kilómetros encima como tendría, si lo hubiera seguido usando diariamente, y recién el mes pasado se me ocurrió volver a ponerlo en venta, y esta vez, decidí venderlo por lo que el primer comprador me ofreciera, que asumí, sería muy poco, pero esta señorita me ofreció bastante, aunque yo le dijera que por mucho menos, se lo vendía.
   -Es que el que usted lo haya guardado, no fue por casualidad; el destino quiso que lo conservara para nosotros, y eso merece su recompensa -dijo Mora.
   El señor, sonriendo dijo:
   -Parece que así fue;… ...En fin; un gusto haber tratado con ustedes.
   -Igualmente -le dije.
   Seguidamente, Mora y yo, le estrechamos la mano, y nos retiramos en el viejo Renault, que ella condujo.
   Una vez en el mismo, nada raro sentí, pero como a las tres cuadras, empecé a tener reminiscencias de mí mismo, viajando junto a Ulises y María Clara; yo era Elena; inmediatamente me emocioné hasta las lágrimas y Mora, sonriendo me extendió una mano que, yo besé; nada al respecto le dije y nada al respecto, Mora me preguntó; ninguna falta hacía, ya que ella, evidentemente sabía el por qué de mi emoción, y fue un caso más de una comunicación sin palabras entre nosotros, que daba cuenta de que nuestra comunión espiritual, era muuuy fuerte, y todo indicaba que la misma, lejos de disminuir en intensidad, continuaría aumentando.

Hechizo que día a día, se fortalece

   Yo creía que el amor romántico era una especie de espejismo, o sea, algo que vemos a lo lejos y nunca alcanzamos, y que cuando creemos haberlo alcanzado, lo que en realidad alcanzamos, no es una realidad, sino una ficción, y es cuestión de tiempo para que se nos descubra en su condición de tal; también creía que, del amor romántico, verdaderamente existir, el mismo implicaba no tocar a la persona a la que se ama, ya que al tocarla, dicho sentimiento se empezaría a descubrir en su carácter no fáctico; básicamente, creía que al tocar a lo amado, el hechizo se rompería.
    No obstante mi juventud, yo sabía que la atracción sexual, crea una ilusión de amor que, tras no mucho tiempo de estar con la persona por la cual, la misma experimentamos, se diluye y se desvanece por completo, quedando entonces en evidencia que el amor, no era real, sino ilusorio, y por supuesto que existen casos en que el mismo no es ilusorio, sino verdadero, se mantiene y termina durando toda la vida, pero son los menos, no los más, y por más que en dichos casos, el amor se mantenga, lo que no se mantiene por siempre, es la pasión, pero en el caso de Mora y mío, ambas cosas se mantendrían y aumentarían; de eso puedo dar perfecta cuenta porque más de veinte años pasaron desde que la conocí, y el sentir que Mora me produjo en esos tiempos, es el mismo que me produce hoy, y aun ante los hechos cotidianos más ordinarios, no sólo cuando se acuesta sobre mí, me cubre con su largo y americanísimo, pelo negro, me mete la lengua en la boca, lleva una de mis manos a su entrepierna y me dice que necesita ahí, mi lengua; ni sólo cuando me practica sexo oral, ni sólo cuando me pide que la penetre vaginal y analmente…
   Yo creía... y en las cosas mencionadas en que creía, gracias a Mora, no creo más.

Cierta noche

   Una noche, tras un encuentro de amor sexual, ideal, como con ella no podía no ser, Mora se acercó a un aparato cubierto con una sabana, lo descubrió y me dijo:
   -¿Querés ver una película?
   -Dale.
   Entonces me acerqué al aparato, que era un proyector antiguo, tanto, que dudé sobre si podría funcionar, por eso pregunté:
   -¿Anda, esto?
   Mora dijo:
   -Espero que sí -y agarró una lata de película; después dijo:-, porque esta película, la TENEMOS que ver; es muuuuy importante para nosotros.
   -¿Qué película es?
   -Es una parte del documental: “Cazadores de utopías”; es sobre Montoneros.
   -Ah, sí; ya lo vi ese documental, pero igual, lo puedo ver de nuevo.
    -No -dijo Mora -; esto no lo viste porque esta cinta es inédita; es un testimonio que quedó fuera del corte final que el director hizo del documental; me la dio una asistente de su producción, cuando supo del interés que yo tengo por ese tema; yo tampoco la vi todavía.
    -¡Buenísmo! Veámoslá.
   Entonces Mora puso la película en el proyector, apagó la luz, y se sentó a mi lado en un sillón.
   En el filme, había unos 35 minutos de testimonio de una anarquista que, por sobrevivir, en 1974 se había hecho combatiente montonera; al verla, inmediatamente dije:
   -María Clara…
   Y Mora me apretó una mano.
   Yo estaba totalmente sorprendido, porque era la primera vez que veía a esa mujer, no obstante, sentí que la conocía de alguna parte, pero… ¿de dónde? Y como si me hubiera leído el pensamiento, Mora dijo:
   -De nuestra vida anterior.

Década de 1990.

   El director dijo:
    -Acción.
    Entonces María Clara empezó a hablar.
    -Tras el derrocamiento de Perón en 1955, los militantes que se organizaron para resistir a la dictadura, lo hicieron por cuenta propia, de ahí que Perón fuera para ellos, un líder más simbólico que concreto, ya que el liderazgo real, era el de los militantes barriales y sindicales, destacados, pero incluso ese liderazgo, era relativo, porque todo lo hecho por los grupos que conformaban la resistencia peronista, se decidía por medio de la democracia directa, es decir, tendían a la autogestión; así fue que a fines de los 60, cuando, producto de insurrecciones masivas en todo el país contra la dictadura de Onganía y de los actos de contrarrepresión realizados por organizaciones guerrilleras contra empresarios explotadores y de las Fuerzas Armadas y de “seguridad”, el gobierno de facto fue desestabilizado y el empresariado que lo había financiado, vio que sus privilegios no estaban siendo bien protegidos por el mismo, se habilitó la democracia representativa y se levantó la proscripción al peronismo, así fue que el representante de Perón, Héctor Cámpora, llegó a la presidencia, y, como ya expuse, cuando volvió el peronismo al poder, las organizaciones peronistas que se habían conformado con Perón en el extranjero, tenían autonomía, y por esa autonomía, ningún problema tenían en desobedecer a Perón, cuando lo que él disponía, no era considerado por ellos, correcto, lo cual se vio expuesto en el desacato masivo al “Pacto social”, implementado por Perón a través de Cámpora; el mismo tenía como objetivo, conciliar a la clase trabajadora con la empresarial, e implicaba, entre muchas otras cosas, congelar precios y aumentar progresivamente, mes a mes, durante años, los sueldos de los trabajadores, mientras que a la clase empresarial, se la buscaba complacer, suspendiendo la negociación de sueldos durante dos años; este “pacto”, que en un principio fue exitoso, fue rápidamente roto tanto por la clase empresarial, que aumentó los precios, como por los trabajadores, que reclamaron mayores aumentos de sueldos; la izquierda peronista, que tenía por representantes principales a Montoneros y a la Juventud Peronista, abiertamente llamó a romper el pacto, que no era otra cosa que romper con Perón, por más que sus integrantes siguieran llamándose “peronistas” y manifestaran que ser leales a Perón, no tenía por qué implicar, no disentir con él; la cuestión es que, cuando Perón se dio cuenta de que al sector revolucionario izquierdista de su movimiento, no lograba subordinarlo, le dio luz verde al sector derechista para reprimirlo; fue ése el motivo principal por el que Perón habilitó lo que ahora llamamos: “terrorismo de estado”, y no así, su intención de aniquilar guerrilleros, que, en el caso de los de corte peronista, habían suspendido sus acciones tanto durante el gobierno de Cámpora, como durante el de Perón;… El ataque en 1974 del grupo marxista ERP, al cuartel de Azul, le dio a Perón la excusa perfecta para intensificar el exterminio de los “psicópatas” (así llamó a los guerrilleros) que públicamente manifestó, que debía hacerse, pero insisto con que no fue ése el motivo de la represión a gran escala que ya en el 73, a través de la Triple A, contra los militantes de izquierda y del anarquismo, se había iniciado, y así fue que fueron perseguidos, secuestrados, torturados, muertos, y en algunos casos, hechos desaparecer, no sólo guerrilleros, sino también, militantes sociales desarmados que, al concienciar que el hecho de no haber tenido participación en la lucha armada, no les aseguraba en absoluto quedar fuera de las listas de objetivos a reprimir de las organizaciones de sicarios de la derecha, decidieron empuñarlas, y ya no en un intento de construir una “patria socialista”, sino de sobrevivir; este fue mi caso;… yo nunca fui peronista; mi ideología siempre fue anarquista y hasta era pacifista, hasta que en el año ‘74, allá en Rosario, de donde soy oriunda, una patota de la Triple A, me intentó secuestrar, hecho que fue frustrado por dos montoneros que me propusieron unirme a ellos, cosa que hice, e insisto con esto, porque me gustaría que quedara bien claro, ya que no se trata sólo de mi caso, sino también, del de muchos otros: yo nunca agarré armas por convicción política, sino por sobrevivir.
    El testimonio de María Clara Tauber (del que en este texto se presenta sólo un extracto), fue muy extenso, y mientras lo escuchábamos, tanto Mora como yo, estábamos como hipnotizados, ya que quien lo realizaba, era sin dudas, una persona muy querida por ambos.
    Al testimonio de María Clara, el director de “Cazadores de utopías” (documental estrenado en 1996), David Blaustein (su director) decidió no incluirlo; ante esto, la gran pregunta es: ¿por qué? Y se la formulé a Mora, que me respondió:
    -No lo sé, pero yo creo que fue porque el director quiso mostrar un compromiso total por parte de los militantes de la izquierda peronista, con la causa de la justicia social, y lo dicho por María Clara, no iba precisamente en ese sentido.
    Eso fue lo mismo que la propia María Clara había pensado, cuando, una década después de su realización, vio el documental en televisión y notó que su testimonio no había sido incluido, lo cual, no la sorprendió en absoluto y hasta consideró mejor que así fuera, y no porque hubiera cambiado de opinión respecto de lo que en el mismo, manifestó, sino porque su inclusión, tal vez le habría hecho ganar una notoriedad que, por ella ser de perfil bajo, prefería no tener.
    Mora, con mucho énfasis, dijo:
    -Tenemos que ir a verla a María Clara, por nosotros y también por ella.
    -¿Por qué, por ella?
    -Porque a ella le va a hacer bien reencontrarse con viejos amigos a los que creía perdidos para siempre.
    -¿Sabés en dónde vive?
    -Sí, en Rosario.
    Y sin dudarlo un instante, dije:
    -Mañana mismo vamos.
    Mora, sonriendo asintió.

A la mañana siguiente

    En el Renault 4 de Mora, fuimos a Rosario; una vez ahí, nos dirigimos a la Facultad de Humanidades y Artes, de la Universidad Nacional de la ciudad mencionada, en la cual, María Clara era profesora de letras, y con ella nos encontramos; el encuentro fue extremadamente emocionante para los tres, y ante lo que ella contó, mi visión de todo, se amplió, y sentí estar concienciando (aun más de lo que ya lo venía haciendo) que este plano, es tan sólo uno de muchos otros, sin embargo, nada que ver con lo metafísico, tuvo, lo que María Clara, nos contó, ya que si bien, por ser lo por ella contado, vivencias de personas que al límite, habían pasado por este mundo, por consiguiente, lo que escuchamos, muy lejos estaba de ser ordinario, lo más extraordinario para nosotros fue el hecho de que nuestro sentir nos confirmara lo que ya sospechábamos, y esto es que, Mora y yo, éramos reencarnaciones de Ulises y Elena, que fueron los combatientes que a María Clara salvaron de una patota de la Triple A y la invitaron a unirse a Montoneros; esto, nosotros ya lo sabíamos por las reminiscencias que habíamos tenido, sin embargo, María Clara, al contarnos historias vividas con Ulises y Elena (que coincidían con nuestras reminiscencias), nos lo terminó de confirmar, y fue así que la mínima duda que a ese respecto, pudiéramos llegar a tener, se deshizo totalmente; la mayor confirmación de que en nuestras vidas anteriores, habíamos sido compañeros de María Clara, se dio cuando ella, al vernos por primera vez en nuestras presentes formas materiales, se refirió a nosotros como “Ulises” y “Elena”, de ahí que ninguna duda hubiera en mi persona a esa altura, de que lo que denominamos: “vidas pasadas”, son capítulos anteriores de la misma novela interminable en la que se desarrollan nuestras existencias actuales, y el hecho de que por algún motivo se nos hubiera revelado lo ocurrido en el capítulo anterior de nuestra novela, claramente tenía que ver con que alguna fuerza nos estaba indicando que debíamos darle continuidad al capítulo anterior.
    Tras el encuentro que se extendió por varias horas con nuestra queridísima María Clara, volvimos a subir al auto y a emprender la ruta.

Deber insurreccional

    La ley no es otra cosa que la voluntad de quien la hace, impuesta sobre los demás, y la misma… ¿cómo se hace cumplir? Con amenazas de penas y ejecución efectiva de las mismas, que gente armada, impone; DETRÁS DE LA LEGISLACIÓN DE TODOS LOS PAÍSES DEL MUNDO, ESTÁN LAS ARMAS, de ahí lo absurdo de que haya personas a favor de la existencia misma del estado y que, por considerarse “pacifistas”, condenen a quienes usan o reivindican el uso de la violencia, asumiendo que ellas mismas, no lo hacen, cuando en realidad, con su aceptación de la validez de cualquier estado (sea cual sea la forma de gobierno que lo comande), están apoyando a un sistema que se basa totalmente en la violencia.
    A las leyes no las hace quien quiere, sino quien puede; el que se puede imponer a otro, se da la legitimidad a sí mismo, de ahí que TODA LEY SEA DEL MÁS FUERTE; el que no tiene la fuerza para imponerse a grandes sectores de la sociedad, no hace las leyes, de ahí que la ley sería válida, únicamente si el derecho fuera la fuerza, de no serlo, las leyes carecen de toda validez, pero supongamos que el derecho es la fuerza… ¿cuál es la diferencia entre quien, desde una estructura estatal, usa la fuerza para que su voluntad, se haga, y alguien que la usa con el mismo objetivo, fuera de dicha estructura? NINGUNA; la diferencia está en la percepción que se suele tener, de uno y otro, dado que en realidad, ambos son iguales.
    Como supuestamente las leyes se basan en la ética de quienes las hacen, respetar leyes hechas por otros, implica resignar a la propia ética, y las leyes muchas veces son contrarias a la consideración de qué es ético, de los propios legisladores que las hacen, ya que los mismos comúnmente presentan proyectos de leyes, o votan por los de otros, por motivos de conveniencia política del momento, económica, u otros, y no por considerarlos éticos, de ahí que, según mi criterio, lo lógico por hacer, JAMÁS sea actuar de acuerdo con lo que dicten las leyes, sino de acuerdo con lo que uno sienta correcto, SEA LO QUE SEA, y si lo que uno considera correcto, coincide con lo que dictan las leyes, bien, y si no… lo que corresponde, es transgredirlas.
    Si bien todo esto lo racionalicé posteriormente, lo sentí en el momento en que Mora, apuntó con un revólver a ese integrante (en ese momento, desuniformado) de una fuerza de “seguridad”, que había sacado su arma con la intención de dispararme, tras yo haber derribado de un golpe a su cómplice, también perteneciente a una fuerza represiva del estado, en circunstancias en que ambos se conducían de un modo no precisamente, legal… lo que siguió fue...

Hermanos alados (cuento) - Martín Rabezzana

(Cuento publicado en mi libro número 17: "Llamamiento a la violencia").

-Palabras: 2.408-

  En la ciudad de La Plata, en algún momento del año 2033, en la casa del joven partisano Eliseo Reyna, en la cual, varios compañeros suyos de sacros hechos ilícitos, se encontraban (hombres y mujeres), irrumpieron muchos uniformados que, a los gritos y mientras los apuntaban con armas, les ordenaron que se tiraran al piso; tras ellos acatar la orden, fueron detenidos; detenciones similares se dieron al poco tiempo en distintos lugares del país de personas pertenecientes a la misma agrupación armada cuyo nombre era: “Defensores de América”.
   Tras estar detenidos toda una noche, los jóvenes fueron llevados a un juzgado en el que se les tomó declaración indagatoria; todos ellos habían acordado previamente que, de a esa instancia llegar, dirían la verdad, ya que consideraban que lo por ellos realizado, había sido correcto y además, que la difusión de sus acciones sería benéfica para su causa ya que engendraría continuadores.
   Una vez frente al juez, a Eliseo se le informó de qué se lo acusaba y además, que si lo deseaba, podía declarar o abstenerse de hacerlo sin que esto último pudiera ser usado en su contra; el partisano, tras manifestar que quería declarar y que en caso de haber preguntas, las contestaría, refiriéndose a por qué había realizado los actos por los cuales, estaba imputado, dijo:
   -Como puede observarse en videos de internet: cuando pasan los aviones fumigadores esparciendo sus venenos, es cuestión de pocos segundos para que desde el cielo empiecen a caer pájaros y en la tierra, se empiecen a tambalear, perros, gatos, gallinas, y otros animales no humanos, que, poco después, también caen al piso para seguidamente, morir; la gente aguanta más, pero también termina corriendo la misma suerte y con la trágica particularidad de que es justamente esa resistencia mayor que tiene respecto a muchos animales no humanos, lo que la hace tener una agonía mucho más larga y dolorosa;… Por todo esto es que yo formulo la siguiente pregunta retórica: ¿por qué el agredir a quienes están a cargo de esparcir pesticidas, así como a quienes les han pagado para hacerlo, y a quienes han aprobado legalmente que lo hicieran, no constituye un acto de defensa legítima?… Yo asumo que ustedes nos ven como extremistas que no creen más que en la violencia como medio para resolver conflictos, y en este caso, yo no niego que sea así, ya que por la vía legal, este tema es IRRESOLUBLE; no hay manera de que las autoridades prohíban estos envenenamientos, y aun si yo me equivocara y el uso de agrotóxicos fuera a ser prohibido en algún momento… ¿cuándo ocurriría?… ¿Alguien tiene la respuesta?.. ¿En veinte años? ¿En diez años? ¿En un año?…  Aun si por la vía legal la resolución a esta problemática fuera posible mañana mismo, la solución la necesitamos hoy. YA, no en veinte años, ni en diez años, ni en un año ni mañana, sino AHORA MISMO; de todas formas, como todos saben, si la solución a este tema fuera a llegar por el camino legal, no sería pronto, entonces, ¿qué hacemos ahora? ¿Nos quejamos?, ¿nos resignamos?, ¿o miramos para otro lado y hacemos como que no pasa nada? (y esto es lo que hace la mayoría de la gente), ¿o nos organizamos para contraatacar a quienes sistemáticamente realizan envenenamientos masivos?… -y señalando con el dedo al juez y al fiscal, dijo: -Ustedes, que a nosotros nos van a castigar, ante la masacre sistematizada en curso, decidieron quejarse, o resignarse, o hacerse los distraídos. Nosotros decidimos oponernos, y por esa oposición, deberemos pagar, pero debido a que nosotros agredimos a quienes literalmente envenenan el aire que respiramos, estamos tranquilos con nuestras conciencias, ya que sabemos que nuestra agresión, fue defensiva… ...El sistema sigue intacto, pero a pesar de nosotros… y gracias a ustedes.
   Poco después, el fiscal le preguntó respecto a los primeros hechos realizados por la agrupación a la que pertenecía, a lo que el joven respondió:
   -En primer lugar, decidimos no atacar personas, sino destruir maquinarias, de ahí que en un principio hayamos ingresado en los garages en que se encontraban aviones fumigadores tras haber reducido al personal de seguridad, y los hayamos destruido.
   -¿Cómo los destruyeron?
   -Con fuego.
   -¿Lastimaron a alguien en el proceso?
   -La idea era no lastimar a nadie, por eso en estos hechos íbamos en grupos de unas 20 personas, casi todas portando armas de fogueo, dado que, como ya dije, no queríamos lastimar a nadie.
   -“Casi todas”, dijo.
   -Sí, ya que había dos de ellas, que eran expertas en disparos a larga distancia, que sí portaban armas de fuego y se mantenían escondidas, lejos de la escena, y teníamos acordado que de darse la llegada de la policía o si pasaba que algún custodio sacara un arma, procederían a disparar intentando siempre herir en una zona no vital, pero los disparos eran siempre el último recurso.
   -¿Y alguna vez llegaron a eso?
   -Lamentablemente sí, y así fue que una vez matamos a un policía y herimos a otro, tras ellos haber llegado a la escena y haber efectuado disparos contra nosotros, entonces, nuestros francotiradores actuaron e hirieron a ambos en las piernas; uno de ellos quedó fuera de combate, pero el otro, desde el suelo seguía efectuando disparos, por eso nuestros francotiradores debieron matarlo, lo cual no deseábamos, aun sabiendo que los policías llegaban para defender a una propiedad privada que era usada por envenenadores de las masas;… Fueron hechos lamentables pero necesarios porque la opción era dejar que los envenenamientos, continuaran. Ah, y también matamos a varios empresarios financiadores de las fumigaciones, porque previamente les habíamos advertido en repetidas oportunidades que si no dejaban de envenenarnos, no nos dejarían más opción que la de ir en contra de sus vidas; evidentemente no se atemorizaron mucho que digamos, y procedimos a matarlos. También hicimos eso con algunos diputados que aprobaron dichas fumigaciones y se negaron a rever su posición, al nosotros pedirles que lo hicieran.
   Tras un breve silencio, el fiscal le preguntó:
   -¿A cuántos empresarios mataron?
   -Solamente a tres.
   -¿Y a cuántos diputados?
   -A dos. Y a este respecto quiero decir algo: yo no soy de esos que minimizan ningún asesinato; sé perfectamente que al matar a alguien (y no sólo a personas), se genera una onda expansiva de negatividad, que no se sabe en dónde termina; soy consciente de que hay casos probados en que personas manifiestan secuelas físicas y emocionales correspondientes a hechos negativos sufridos por sus ancestros, aun en casos en que no los han siquiera conocido; para explicar esto hay que entrar en el plano metafísico, lo cual, no voy a hacer, pero con la exposición de mi consideración a este respecto, quiero que quede claro que el mal que hicimos, fue el que consideramos absolutamente necesario en pos de detener a los mayores males en curso, y el cambio en lo legal que pretendemos, que resultaría en la prohibición total del uso de agrotóxicos, sólo podrá darse, cuando se meta mucha presión al estado, por vía ilegal;... es paradójico y parece contradictorio, pero es así: en casos como éste, para lograr un cambio en lo legal, hay que presionar por vía ILEGAL; nosotros hicimos justamente eso, y yo NO ME ARREPIENTO.
   Tras esto último, la declaración indagatoria siguió durante un rato más, sin que hubiera nada destacable por mencionar. Después, el detenido fue llevado hasta una celda.

   La noche posterior a la declaración indagatoria, el partisano durmió durante varias horas hasta que una luz muy brillante, lo despertó; la misma impregnaba el techo y las paredes a su alrededor; pensó en llamar a los guardias, pero al notar que la luz mencionada, no parecía proceder de una fuente material, dudó de sus propios sentidos y consideró la posibilidad de estar alucinando; tras esta consideración, con bastante temor, se decidió a tocar las paredes que ya no eran sólidas, dado que al tacto se sentían líquidas, sin embargo, tras tocarlas y mirar sus manos, advirtió que no estaban mojadas; durante un rato el joven dudó en si intentar trasponer las paredes luminosas o no; finalmente se decidió a hacerlo; sin ninguna dificultad, las atravesó y se vio de pronto en un bosque iluminado por millones de luciérnagas; los árboles eran altísimos y el viento, que era en ese lugar, visible, agitaba sus hojas creando un sonido mil veces más agradable que el de la más hermosa melodía ejecutada con instrumentos humanos; la temperatura era moderada y una brisa fresca, cada tanto le acariciaba el rostro; la belleza y paz absolutas que en ese lugar, había, lo llevaron a considerar que tal vez su vida material hubiera terminado y que se encontraba en el paraíso.
   Tras varios minutos de caminar, escuchó a un arroyo correr a un costado de donde estaba, y al mismo se acercó; se agachó, y tras juntar agua en sus manos, la tomó; en ese momento escuchó el aleteo de una bandada de pájaros, y si bien a dichas aves, Eliseo pudo reconocerlas como gorriones, sus dimensiones no eran como las de aquellas que hasta ese momento había visto; estos pájaros eran enormes y parecían ir directamente hacia él, entonces sintió miedo; pensó en correr pero no lo hizo, por presentir que de nada serviría, ya que las alas de los gorriones eran sin duda, mucho más veloces que sus piernas, de ahí que concluyera que si querían atraparlo, nada podría hacer para evitarlo, pero ocurrió que tras los pájaros aterrizar a pocos metros del joven y rodearlo, uno de ellos (que era una hembra), a modo de saludo, le extendió un ala y le dijo:
   -Hola querido amigo. Me llamo Valentina.
   Entonces el joven sonrió, y sin poder creer lo que veía y acababa de oír, le extendió una mano y le respondió:
   -¡Hola! Yo me llamo Eliseo.
   -¡Hooolaaaa! -todos los demás gorriones dijeron ante la sorpresa total del recién llegado.
   El ave que tenía delante, que, como todas las demás ahí presentes, mediría unos dos metros, le dijo:
   -Bienvenido a nuestro mundo; te hemos invitado a venir, y por suerte has aceptado la invitación. 
   El joven sonrió; Valentina, con tono de preocupación, dijo: 
   -Debo confesarte, Eliseo, que no te hemos convocado desinteresadamente, sino porque tenemos un problema muy grave que no podemos solucionar y necesitamos tu ayuda.
   Eliseo preguntó:
   -¿De qué se trata?
   -Los fumigadores están haciendo desastres con nuestros familiares en tu mundo, y no sólo los afecta a ellos, ya que la fumigación atenta contra la vida de tu planeta en todas sus formas.
   El partisano dijo:
   -¡Es verdad! Yo hice lo que pude en contra de eso, pero las autoridades me detuvieron y también detuvieron a casi todos mis compañeros, por eso es que no podemos seguir combatiendo a los envenenadores.
   Entonces el ave dijo:
   -Si te ayudáramos a escapar de prisión, ¿continuarías con tu tarea?
   Sin dudarlo, el joven respondió:
   -¡Por supuesto que sí!
    El ave dijo:
   -Ninguno de nosotros puede ingresar a tu mundo sin que uno de sus habitantes le conceda primero el permiso, por eso es que debo preguntarte: ¿le das permiso a uno de los nuestros para entrar a tu mundo y ayudarte a escapar de la cárcel?
   Eliseo dijo:
   -¡Claro que sí!
   Tras lo cual, otro gorrión se le acercó y le dijo:
   -Me llamo Humberto. ¿Puedo ser yo el que te ayude?
   -¡Por supuesto! Será un honor recibir tu ayuda, amigo.
   Entonces, como despertando de un sueño, Eliseo abrió los ojos, se vio de nuevo en su celda, tomó conciencia de cuál era su situación, y se sintió totalmente desanimado.
   Esa misma mañana, tras el desayuno, junto a otros detenidos, el joven fue llevado a pasar un rato en el patio del recinto de reclusión; una vez en el mismo, caminó desganado pensando en el extraño y hermoso “sueño” que había tenido y deseando con todas sus fuerzas volver a soñar algo parecido, ya que asumía que para él, la vigilia sería durante largos años de su vida, la prisión, y solamente durante el sueño podría reencontrase con su tan preciada libertad.
   Mientras con tristeza el joven mantenía su vista dirigida al piso, escuchó un aleteo como el que en su sueño había precedido al aterrizaje de gorriones gigantes, entonces miró esperanzado al cielo pero nada extraño vio, y resolvió que el sonido había sido producto de su imaginación, sin embargo, segundos después, otros detenidos, mientras señalaban al firmamento, gritando dijeron:
   -¡Miren eso!
   -¡Viene para acá!
   Y todos corrieron hacia los costados del patio en un intento de escapar a lo que (erróneamente) suponían un ataque inminente a ellos del pájaro gigante. En realidad, todos menos uno (Eliseo, obviamente), que, al ver a su amigo alado surcando el viento americano en dirección a dónde él estaba, fue hasta el centro del patio y con una enorme sonrisa y una felicidad, total, levantó sus brazos y gritó:
   -¡Acá estoy amiiigooo!
   Y fue tomado por los hombros por el gorrión que con sus patas, lo sujetó firmemente y se lo llevó con él en el aire a toda velocidad, ante el asombro absoluto de prisioneros y guardias.
   En pleno vuelo y ya a cierta distancia del lugar de detención, Eliseo le dijo al gorrión:
   -¡Qué bueno que viniste, Humberto! Pensé que todo había sido un sueño.
   El pájaro le dijo:
   -No, no fue un sueño. Estuviste en nuestro mundo, y esta libertad que volvés a tener, tampoco la estás soñando.
   Tras un rato de viaje, al aproximarse al Parque Pereyra Iraola, Humberto le dijo:
   -Bajamos acá.
   Y tras aterrizar, totalmente emocionado, Eliseo le dijo al plumífero:
   -¡Gracias por el viaje, hermano alado! ¡Me encantó! Ah, y gracias también por la libertad que me devolviste -y le dio un abrazo.
   El pájaro le dijo:
   -De nada, y gracias a vos por la tarea que realizaste y que seguirás realizando.
   El joven le preguntó:
   -Y yo ahora, ¿qué tengo que hacer?
   -Esperar a que lleguen los otros -y le extendió un ala que Eliseo estrechó, tras lo cual, le dijo: -¡Hasta pronto amigo Eliseo!
   Y se fue volando mientras el joven lo saludaba con la mano y le decía:
   -¡Chaaauu Humbertooo!
   Menos de un minuto después, con gran alegría el partisano vio llegar volando a una bandada de pájaros gigantes llevando en sus patas a los doce compañeros que junto a él, habían sido detenidos; casi simultáneamente, en otras provincias del país, lo mismo ocurría con otros partisanos de la agrupación Defensores de América.

Mora (cuento) - Martín Rabezzana

(“Mora” -cuento publicado en mi libro número 17: "Llamamiento a la violencia"-, es la continuación de mi cuento: “Casa montonera”, publicado en mi libro número 12: “Material subversivo”).

-Palabras: 2.414-


   Recuerdo que cuando era chico, a veces dudaba de si lo que veía estando despierto, era realmente parte de la vigilia, y no porque viera cosas extrañas, ya que no era así, sino por saber que durante el sueño, generalmente consideramos que estamos despiertos, de ahí que sea lógico formularse la pregunta de si cuando creemos estar despiertos, lo estamos realmente, y dado que lo que acabo de decir, asumo que nos ha pasado a todos, asumo también que a (casi) todos nos pasa el dejar de hacernos esa pregunta al llegar a la adolescencia o a la adultez, y en mi caso, así había sido hasta que conocí a Mora, a quien, previo a encontrar en la vigilia una noche de cierto año de la década del 2000, había visto en un sueño.
   Inmediatamente después de ver a dicha chica en la vigilia por vez primera (Mora me había contactado en un bar), fui por ella conducido hasta cierta casa, situada en la ciudad de Magdalena del Buen Ayre, llamada: Quilmes, en donde, tras una breve conversación, me tomó de las manos y experimenté algo denominable: “desdoblamiento astral”; tal extraña y en extremo positiva, experiencia, me hizo dudar de si lo por mí, esa noche vivido, había sido un sueño o no; me costó definirlo, al punto que, tras varios días, consideré que sí lo había sido, pero después pensé que, del encuentro haber realmente ocurrido, en el bar en el que ella me había contactado, alguien debería haberla visto, por lo cual, al mismo me dirigí y una vez ahí, uno de los empleados, tras yo preguntarle si recordaba haberme visto el pasado viernes con una chica que me sacó del lugar casi arrastrándome, me respondió afirmativamente. Eso me llenó de alegría porque era la prueba de que Mora tenía existencia verdadera, si bien lo que siguió, fue decepción, ya que al preguntarle si tenía idea de en dónde podría encontrarla, me respondió que no, que ésa había sido la única vez que la había visto.
   El desdoblamiento astral al cual, Mora me había inducido, resultó en que, de un momento a otro, yo dejara de estar en la casa en la cual, con ella estaba, y apareciera solo en medio de la calle en un barrio que parecía ser el mío, pero en una frecuencia distinta, dado que parecía deshabitado y muchas casas estaban ausentes, además, a un costado tenía un bosque inexistente en la “realidad”, al cual atravesé, y tras salir del mismo me encontré con la casa a la que Mora me había llevado, envuelta en neblina; tras yo entrar a la misma, vi a un grupo de montoneros (hombres y mujeres) pasar un rato agradable previo a que irrumpieran represores de Grupos de Tareas y mataran a algunos y se llevaran por la fuerza a los demás; entre esos combatientes que terminarían desaparecidos, vi a un hombre y una mujer; al volver al estado de conciencia ordinario, Mora me dijo que ellos éramos nosotros.
   Tras decirme esto último, Mora (que recién al despedirse de mí, me había dicho su nombre) se fue; antes de irse, me prometió que volvería a buscarme, y durante mucho tiempo pensé que había mentido, ya que durante casi dos años, no la volví a ver en la vigilia ni tampoco, en sueños, hasta que finalmente, Mora volvió a buscarme una levemente fría, tarde-noche de sábado, en que en soledad me encontraba caminando por la ciudad de Quilmes en dirección a un bar; yo iba por la vereda de la Plaza del Bicentenario de la calle Colón y cuando me disponía a doblar a la derecha y agarrar por Moreno, Mora, desde atrás me chistó, yo detuve mi marcha, miré hacia atrás y la vi; se veía bastante distinta a la noche en que la conocí, ya que entonces, vestía ropa informal; esta vez estaba arreglada como para una salida nocturna; llevaba un vestido ajustado que hacía resaltar su atractiva figura, sin embargo, la reconocí inmediatamente por su pelo negro brillante, lacio y abundante, que enmarcaba su hermoso y americanísimo rostro de tonalidad oscura; al verla sentí un desconcierto y una emoción, enormes, propios de quien consigue algo que por mucho tiempo, anheló; “Mora...”, dije larga y pausadamente, entonces ella, dirigiéndome una amplia y hermosa sonrisa, dijo mi nombre con la misma entonación que yo había usado para nombrarla a ella; me dio un beso y, mientras lo señalaba, le dije que me dirigía a un bar (*), que está situado en la calle Moreno, casi esquina Conesa. “¿Querés venir?”, le pregunté: “¡Claro que quiero!”, me respondió.
   Tras haber entrado al bar, nos dirigimos a la planta superior en donde hay una vista muy linda a la Plaza del Bicentenario; nos sentamos a una mesa y cuando nos atendieron, le pregunté a Mora qué quería comer y tomar. “Tarta de manzana y café”, respondió. Yo dije que quería lo mismo.
   Tras hablar de cualquier cosa durante unos minutos, le pregunté algo que necesitaba saber:
   -¿Me encontraste por casualidad?
   Ella negó con la cabeza y sonriendo dijo:
   -No; te busqué… -y tras agarrarme una mano, agregó: -¡y te encontreeeé!
   Durante ese contacto físico que Mora hizo conmigo, además de sentirme aún más infundido de bienestar de lo que ya estaba, me sentí invadido por imágenes retrospectivas setentistas que claramente correspondían a nuestras vidas inmediatamente anteriores a las entonces en curso; nos vi conocernos en la escuela; nos vi besarnos, abrazarnos, entremezclarnos; nos vi participar en manifestaciones. Nos vi militar socialmente. Nos vi empuñar armas. Nos vi disparándolas... nos vi (y nos sentí) interdependientes; inseparables... indivisibles;... tras algunos segundos me soltó y volví al presente; nada le dije a este respecto ya que asumí que no hacía falta, por intuir que ella ya sabía lo que en mí, había causado.
   Si bien sabía que la siguiente pregunta podría parecer una recriminación (y no lo era), no pude evitar formulársela:
   -¿Por qué no viniste antes a buscarme?
   Entonces Mora, con un tono muy calmo, me dijo:
   -Vine por vos cuando tenía que venir; ni antes ni después.
   Tal misteriosa respuesta, aumentó sobremanera la atracción que por ella, yo ya sentía.

   … … …

   Mora y yo estuvimos hablando en ese bar, casi dos horas; el encuentro era para mí, un sueño hecho realidad, o tal vez, una realidad hecha sueño, y en ese sueño/realidad, realidad/sueño, lo hablado, lejos estaba de ser lo que comúnmente la gente habla en la vida real, pero esto era la vida real (¿o no?); ella era real, yo también, pero me sentía como invadido por una positividad que me parecía más propia de la irrealidad que de la realidad, de ahí que yo me preguntara a mí mismo (otra vez) si me encontraba despierto o soñando, y como tras analizar mi anterior encuentro con ella, había resuelto que de uno cuestionarse cosa tal, es porque se encuentra en un nivel de conciencia superior tanto al del sueño como al de la vigilia, cuyo nombre para mí no puede ser otro que alguno que derive del nombre: “Mora”, la respuesta era la siguiente: no estaba despierto ni dormido.

… … …

   Tras Mora preguntarme sobre qué importaba más para mí, si el espíritu o la materia, le dije:
   -Yo soy bastante maniqueísta; me cuesta no sentir que la materia es negativa, y como todo tiene una contraparte, me cuesta no sentir que lo positivo, es el espíritu.
   Ella dijo:
   -Pero… ¿no considerás que lo material y lo espiritual, son opuestos complementarios e interdependientes y que, por lo tanto, para que exista uno, tiene que existir el otro?
   -Sí -le respondí.
   -Entonces, de ser así, los opuestos conforman una unidad cuyas partes hay que tratar de conciliar por ser igualmente importantes y necesarias. Es decir, conviene apreciar tanto a la materia como al espíritu.
   Yo le dije:
   -Puede ser, pero el desprecio por lo material, tiene su positividad.
   Visiblemente desconcertada, Mora me preguntó:
   -Y… ¿en qué consistiría?
   -En que el desprecio por la materia tiene como contraparte necesaria, el aprecio por el alma, de ahí que, por ejemplo, cosas problemáticas como el racismo, serían superadas si cultiváramos el desprecio por la materia, ya que eso llevaría a apreciar al alma de los seres, o sea, a su esencia, independientemente de la forma material que la contenga.
   Ella lo pensó unos segundos, y me dijo:
   -Puede ser que tengas razón, pero puede ser también que, aunque ése sea un camino conducente al desarrollo de la capacidad de apreciar al contenido de las cosas y los seres, independientemente de sus formas, no sea el único. Yo creo que hay otros.
   -¿Por ejemplo? -le pregunté, y ella respondió:
   -Yo creo que lo físico puede ser la puerta de entrada a lo álmico;… A mí me parece que en muchos casos, el aprecio por la forma es conducente a la búsqueda y aprecio de su contenido, de ahí que el aprecio por la materia sea muchas veces necesario para entrar en contacto con el espíritu, y de ahí a su vez, que la atracción física hacia los demás, lejos de merecer ser menospreciada por “superficial”, merezca ser valorada por ser potencialmente conducente a lo profundo de los seres.
   Yo le dije:
   -Puede ser, pero... ¿qué pasa cuándo no apreciamos a la forma del otro?... Cuando la forma de algo o alguien, nos disgusta, solemos ni querer conocer su contenido.
   Ella dijo:
   -En tal caso, sí conviene despreciar a la materia en pos de poder apreciar a la esencia, pero… ¿qué pasa cuando sí apreciamos del otro, a su forma material?… ahí no nos es necesario despreciar a la materia y hasta nos conviene apreciarla porque, como ya expresé: es justamente ese aprecio por la forma lo que nos va a llevar a buscar su contenido, de ahí que el aprecio por la forma, que entre las personas tiene por expresión máxima, la atracción físico-sexual, nos lleve a desear fundirnos con ellas, y esa unión material, es un medio para trascender la materia y alcanzar la plenitud espiritual.
   Tras algunos segundos, yo dije:
   -O sea: como según tu criterio, conviene no darle importancia a la materia pero solamente cuando la misma no nos gusta, vos proponés practicar un rechazo por la materia, pero no absoluto, sino selectivo.
   Ella asintió en silencio con la cabeza. Yo dije:
   -Por ahí tenés razón -e inmediatamente me dijo:
   -Claro que tengo razón, y te voy a probar que lo físico, lejos de alejarnos de lo álmico, puede llevar a dos seres, a unirse espiritualmente.
   Entonces Mora, que estaba sentada delante de mí, se levantó de su asiento, se sentó a mi lado y me besó en los labios; durante los primeros segundos, el beso fue “apto para todo público”, pero después me metió la lengua y ya no lo fue más, y menos aún lo fue, lo que hizo después, que fue agarrarme de las manos y ponerlas sobre sus pechos. Seguidamente se levantó el vestido y me hizo tocar su entrepierna mientras en voz baja y en extremo seductora, me decía que la tenía recontra peluda, “como a vos te gusta, ¿o no?”, yo le dije que sí; a los pocos segundos, muy amablemente un empleado del bar nos pidió que nos retiráramos (no nos importó porque igual, no teníamos pensado quedarnos mucho más tiempo en ese lugar), así que pagué, y salimos a la calle; una vez en la misma, Mora me abrazó fuertemente desde un costado y me dijo que fuéramos hasta cierto negocio de ropa femenina en el que estaba trabajando, del cual, ella tenía llave y a esa hora ya estaba cerrado. Llegamos al negocio, situado en la calle Alsina, tras caminar por Moreno las poco más de cuatro cuadras que del bar nos separaban, y una vez dentro del mismo, volvimos a besarnos apasionadamente; yo le dije:
   -Te pensé y te soñé durante años, Mora.
   Ella me dijo:
   -Yo también a vos.
   Seguidamente volvió agarrarme de una mano, a llevarla hacia su entrepierna y me pidió que por ahí le pasara la lengua, entonces la alcé en brazos y la conduje a un sillón de tres cuerpos que cerca de nosotros se encontraba, en el cual, suavemente la deposité, después le saqué los zapatos y la bombacha, le levanté el vestido, ella abrió las piernas y le pasé la lengua por la concha durante un buen rato. Después ella se levantó, me bajó el cierre del pantalón, yo me lo desabroché, y me practicó sexo oral. Posteriormente me pidió que la penetrara, lo cual, hice; tras amarnos en distintas posiciones, se dio vuelta y volvió a pedirme que la penetrara, pero esta vez, analmente, lo cual, también hice, y en esa unión material con Mora, sentí alcanzar la plenitud espiritual de la cual, minutos atrás, ella me había hablado, y ese hablarme a ese respecto, constituyó prácticamente una promesa suya de plenitud para mi persona, que cumplió en su totalidad, ya que la misma, no terminó para mí, nunca, dado que en mi interior, está, y emerge cada vez que recuerdo esos momentos (y otros por venir) en que dentro de ella, estuve, tanto en lo físico como en lo álmico.
   Tras hacer el amor, mientras estábamos abrazados en el sillón, Mora me dijo que en esta vida estábamos destinados a volver a encontrarnos para concluir lo que en la anterior, dejamos inconcluso; yo sonreí y pensé que se refería a nuestra relación, pero ella, además de a eso, se refería a algo que no me manifestó en ese momento con palabras, sino con una acción bastante elocuente que consistió en acercarse a un mueble, sacar del mismo un revólver y apuntarlo hacia un maniquí, mientras con su voz, recreaba el sonido de disparos.
   Yo, al verla haciendo eso, me levanté, caminé hacia ella, la abracé por detrás, y le dije:
   -Mora: yo te sigo en la vida y en la muerte.


(*) El resto-bar se llama: “La Chocolatta Green”; según algunos, dicho negocio, que es una sucursal de otra “Chocolatta”, situada en la calle Lavalle, no existía en los primeros años de la década del 2000 en que la historia transcurre, ya que habría sido inaugurado varios años después, lo cual, no me consta, pero admito que podría ser cierto, pero también es cierto que las leyes del tiempo y el espacio eran transgredidas a voluntad por Mora, haciendo esto posible que tanto ella como su acompañante, hayan estado en tal lugar en esos años.
                                            

Revolucionarios americanos del futuro (cuento) - Martín Rabezzana

(La siguiente historia es una continuación de mi cuento: “Hermanos alados”, publicado en mi libro número 17: “Llamamiento a la violencia”. 
   "Revolucionarios americanos del futuro", es un cuento publicado en mi libro número 20: "Ni olvido ni perdón. REVANCHA").


-Palabras: 1.284-


El caso y la promesa

   El caso era desgarrador: los padres de Lucila, por el sólo hecho de que su hija no congeniara con ellos, lo cual, como pasa siempre en estos casos, había derivado en discusiones casi a diario, en las que todas las partes se dijeron cosas extremadamente hirientes, la habían mandado a ver a una psicóloga que, tras pocos interrogatorios, le dijo a sus progenitores que por su supuesto “bien”, su hija debía también ver a un psiquiatra, tras ella negarse a esto último, lo que siguió fue su manicomialización forzada y una posterior libertad vigilada, en paralelo con la imposición de tortura, constituida por un picaneamiento farmacológico que, como no puede ser de otro modo, hizo estragos en su salud física y anímica; Lucila se lo manifestó a sus padres, a su psiquiatra, a su psicóloga, a un asistente social, a una terapista ocupacional y a su vigilante personal, oficialmente denominado: “acompañante terapéutico”, y de nada sirvieron sus súplicas tendientes a que dejaran de drogarla, ya que todos ellos le dijeron que, por su supuesto bien, la tortura, a la que estos personajes denominan: “tratamiento médico”, debía continuar, fue así que se vio en la necesidad imperiosa de escapar de sus captores principales que, tristemente, en ese momento eran sus propios padres.
   Tras escapar de su casa, Lucila vivió un tiempo pasando grandes necesidades y terminó cayendo en las garras de una red de trata que la obligó a prostituirse; tras varios meses, fue rescatada por las autoridades y las mismas, como SIEMPRE hacen cuando consideran que alguien ha sido víctima de algo o de alguien, le impusieron un tratamiento psiquiátrico, que es lo que en primer lugar la había llevado a irse de su casa; tras más de un largo año en que volvió a implorarle a sus padres que la dejaran de drogar, ellos finalmente tuvieron la compasión que previamente, hacia su hija, no habían tenido, y fue así que la tortura psiquiátrica, fue suspendida, pero para entonces, el daño físico y anímico, producto del tratamiento antimédico, estaba hecho.
   Del caso en cuestión, allá por el año 2033, se enteraron integrantes del recientemente creado, en algún lugar de Magdalena del Buen Ayre (sur del Gran Buenos Aires), grupo armado: Defensores de América; la agrupación, poco tiempo atrás, había ganado notoriedad tras haber sido, muchos de sus integrantes, detenidos, por haber destruido maquinarias de aviones fumigadores y además, matado a empresarios y diputados, que detrás de los envenenamientos masivos que a través de dichos aviones, se perpetran, estaban; además de por lo ya mencionado, el grupo tenía mucha notoriedad, por haber, sus integrantes detenidos, logrado escapar de sus lugares de detención, de modo inexplicable para las autoridades.
   Varios de los defensores americanos contactaron a Lucila y ella les dio detalles de su caso; la joven, acostumbrada a la incomprensión de los demás, que cuando les manifestaba ser víctima del sistema de “salud”, por el mismo vulnerar sus derechos, entre los que está, el derecho a disponer del propio cuerpo, justificaban el accionar de las autoridades, con desconfianza, les preguntó:
   -¿Ustedes creen que estuvo mal lo que me hicieron?
   Entonces una de las mujeres, le dijo:
   -Por supuesto que sí.
   Los demás guerrilleros, que eran ocho, asintieron; otra de las mujeres, le dijo:
   -Tu cuerpo es tuyo. NADIE tiene derecho a drogarte contra tu voluntad.
   Esto reconfortó enormemente a la joven; seguidamente los guerrilleros le pidieron datos de los “profesionales” que habían participado de su sometimiento, y ella se los dio.
   Antes de irse, los combatientes prometieron vengarla.

Zona semirural de la provincia de Buenos Aires

   El tipo, tras permanecer varios minutos en el silencio más absoluto producto del miedo que tenía, finalmente dijo:
   -Yo no merezco esto. ¡Ustedes no tienen derecho!
   -Aaahhh... ¿Así que no tenemos derecho a hacer esto? Entonces lo hacemos sin derecho, como vos hiciste todas las porquerías que hiciste durante tanto tiempo, ¡hijo de recontra mil puta!
   -¿Qué hice de malo? -preguntó el represor del estado.
   Otro de los individuos perteneciente a la agrupación armada revolucionaria, le dijo:
   -El dolor extremo, físico o psíquico, infligido a una persona, es oficialmente considerado: TORTURA, y dado que los psiquiatras están investidos de facultades parajudiciales que les permiten privar de la libertad a las personas sin necesidad de que hayan cometido delitos ni de que hayan sido siquiera acusadas de haberlos cometido, e imponerles tormentos, consistentes en drogadicción forzada y eventuales descargas eléctricas a la cabeza (y todo esto, sin debidos procesos previos), de ningún modo es faltar a la verdad, decir que los psiquiatras son TORTURADORES… ¡Usted es un TORTURADOR!
   -¡No! ¡Los psiquiatras no torturamos!
   Uno de sus compañeros, con semblante fastidiado, dijo:
  -¡No le expliques tanto! No se lo merece.
   Entonces el guerrillero que venía de dar la explicación recién expuesta, dijo:
  -Tenés razón -después, dirigiéndose nuevamente al represor, preguntó: -¿Sabés por qué no te matamos todavía?
   El torturador, dijo:
   -Sí, porque saben que todo esto es injusto y porque además…
   El joven lo interrumpió diciendo:
   -No no no… todavía no te matamos, porque falta que lleguen tus cómplices -y tras ver a lo lejos llegar a una camioneta, dijo: -Ahí llegan.
   De la camioneta, varios jóvenes que llevaban brazaletes con el logo de su organización (al igual que los otros guerrilleros ya referidos), bajaron e hicieron bajar a una psicóloga, a un asistente social, a un “acompañante terapéutico” y a una terapista ocupacional; tanto ellos como el psiquiatra, habían participado del sometimiento legal y totalmente arbitrario, que Lucila había sufrido; a esas cuatro porquerías las hicieron acomodarse en sillas junto a la otra porquería (o sea, el psiquiatra); todos estos victimarios autopercibidos “personas de bien”, habían sido maniatados; seguidamente los nueve guerrilleros (cuatro varones y cinco mujeres) sacaron armas cortas, las amartillaron y apuntaron a los cinco elementos represivos del poder económico concentrado de esta sociedad distópica, por cuya continuidad, siempre “trabajaron”, mientras ellos imploraban inútilmente la misma piedad que a sus víctimas, SIEMPRE les negaron.
   Rápidamente uno de los guerrilleros, dijo:
   -¡Por Lucila y por todas las demás víctimas de los represores legales!
   Una de las mujeres combatientes, gritó:
   -¡Fuego!
   Seguidamente los nueve guerrilleros dispararon repetidamente sus armas.
   Ninguno de los cinco personajes en cuestión, seguiría disponiendo ni participando del secuestro, de la tortura ni de la destrucción identitaria de NADIE, sin embargo… como esas acciones de lesa humanidad, seguirían siendo perpetradas por colegas de ellos, las acciones de los guerrilleros, debían continuar.
   Sobre los cuerpos de los cinco represores del estado, los combatientes dispusieron una gran bandera en que estaba impreso el logo de su organización y su nombre.
   Del cautiverio e imposición de tormentos a Lucila, además de las personas mencionadas, participaron otras (jueces, varios psicólogos, varios psiquiatras, varios “enfermeros”, y otra gente); en los meses siguientes, todas ellas sufrirían la misma suerte que los represores del estado ajusticiados de esta historia, sufrieron.

Ya era hora

   La burguesía creó a las Fuerzas Armadas y de “seguridad” (que a su vez, dieron lugar al estado), para proteger sus vidas y privilegios, y protegerlos… ¿de quiénes? De las mayorías, lo cual implica que deban atacarlas permanentemente mientras falazmente se presentan como sus defensoras; otros defensores de la vida y privilegios de la minoría burguesa, son los técnicos en “ciencias”, entre los que se destacan: los psicólogos y los psiquiatras; lo primero fue siempre bien entendido por los revolucionarios de todos los tiempos, lo segundo, recién en la década del 2030 lo habían empezado a entender, por eso es que recién en 2033, un grupo revolucionario realizó por vez primera, un ajusticiamiento de los represores mencionados y de algunos de sus cómplices.

   La tan necesaria contraofensiva psicológico-psiquiátrica, ya estaba en marcha.

El peligro de la lucidez total (cuento) - Martín Rabezzana

(Cuento publicado en mi libro número 20: "Ni olvido ni perdón. REVANCHA" https://drive.google.com/file/d/1yNcUvPLK6bBS7vgpLw8VxcHdXOtiuml8/view?usp=drive_link).

-Palabras: 803-


   En el año 1995, en el Paseo Peatonal Sarmiento (provincia de Mendoza), dirigiéndose a los transeúntes, un hombre se había puesto a hablar en voz alta; ante la falta general de atención, llegó hasta a tomar del brazo a algunos caminantes en pos de lograr que lo escucharan, lo cual, los molestó sobremanera, resultando en que alguno de ellos diera aviso a dos policías presentes a algunos cientos de metros del lugar, no obstante, poco después fue innecesario que el individuo siguiera haciendo eso, ya que un público atento a sus palabras, se había empezado a formar a su alrededor; el individuo dijo:
   -Vivimos inculpando a otros para poder sentirnos inocentes. Vivimos señalando defectos ajenos para poder sentirnos virtuosos. Vivimos ensuciando a otros, en la creencia de que con eso, nos limpiamos, pero nada de esto ocurre, porque con esta conducta, lo que ocurre es que nos volvemos cada vez más culpables, ¡más defectuosos y más sucios!… ...El que se conduce moralmente bien, no va por la vida criticando ni dando lecciones de moral, de ahí que sea clarísimo para mí, que el que anda reprobando a todos, es un INMORAL;... el moralista SIEMPRE es un inmoral; el individuo moral, es aquel que se exige a sí mismo una conducta justa y respetuosa, y NUNCA aquel que se la exige a los demás, ya que exigirle mucho a otros, a uno necesariamente lo lleva a exigirse poco (o nada) a sí mismo… Aquel que, como nosotros, vive señalando con el dedo a los demás, es una porquería y un PARÁSITO con cuya destrucción, el mundo mejoraría, y entre la gente que hace eso, están ustedes y estoy yo, por eso es que estoy convencido de que lo mejor por hacer por el mundo con la gente como nosotros, es exterminarla.
   Y tras mirar a su público con expresión esperanzada, dijo:
   -¿Tengo razón?
   Pero no obtuvo respuesta, por eso insistió:
   -¿Tengo razón o no?… Vamos. ¡Díganmeló! No tengan miedo.
   Entonces, alguien que lo escuchaba, de modo condescendiente, le respondió:
   -Sí, flaco; ¡tenés razón!
   Otro le dijo:
   -Tenés razón.
   Todas las personas a su alrededor, terminaron dándole la razón.
   Entonces el individuo, mientras giraba y señalaba a la gente, dijo:
   -Tengo razón, y ustedes acaban de confirmármelo. TODOS estuvieron de acuerdo con lo que dije, de ahí que lo siguiente, yo lo vaya a hacer con la aprobación total de todos los aquí presentes.
   Y se puso a sacar cosas de la mochila que llevaba.
   La gente a su alrededor empezó a hablar entre ella en voz baja; alguien dijo:
   -Es un loco.
   Otro dijo:
   -No; está más lúcido que todos nosotros juntos.
   Otro dijo:
   -Es un boludo que quiere llamar la atención.
   Una joven dijo:
   -Sí; algunos hacen lo que sea para que alguien los tenga en cuenta.
   Otro dijo:
   -No… para mí que sí es un loco; fíjense cómo manipula esos tubos de plástico; seguro que cree que son cartuchos de dinamita.
   Otro dijo:
   -Es verdad; está chapita ese tipo.
   Una mujer dijo:
   -Es un imbécil que no tiene nada qué hacer; igual, me da un poco de lástima.
   -¿Por qué? -una persona le preguntó.
   -Porque aunque sólo quiera llamar la atención, esta boludez le va a costar cara; miren -y señaló a dos uniformados que se aproximaban -; ahí viene la policía, y seguro que después de meterlo preso, lo van a derivar a un manicomio.
   En ese momento, la policía llegó y se dispuso a detener al hombre que había dado el discurso (cuya veracidad, para mí, fue TOTAL), pero ocurrió que los efectivos policiales no llegaron siquiera a terminar su (nefasta) frase de rigor previo a realizar una detención (o sea: “Nos va a tener que acompañar”), porque tras acercarse a él, ya había encendido la mecha de la dinamita ante cuya visión, tanto los transeúntes como los policías, mantuviéronse tranquilos por considerar al explosivo ya mencionado, de utilería, pero como no lo era, tanto él como las más o menos 40 personas que a su alrededor, estaban, volaron por el aire.
   Algunos siglos después, por intermedio de una tecnología muy avanzada, se logró ver y oír al individuo lúcido, exponiendo sus conceptos frente a los transeúntes como si hubiera sido filmado, y se pudo reconstruir totalmente el hecho que, hasta ese momento, había quedado sin esclarecer debido a la falta de testigos; tras esto ocurrir, el municipio de esa ciudad futura en que todo lo recién contado, tuvo lugar (mil veces más lúcida, comprensiva y justa que las de la actualidad), mandó hacerle una estatua al individuo lúcido y justiciero, y fue dispuesta en el lugar del hecho, en cuya placa, lo siguiente puede leerse: “Queridísimo antepasado: no sabemos tu nombre pero sí sabemos de vos, lo siguiente: fuiste la lucidez personificada. ¡Gracias!”

domingo, 8 de septiembre de 2024

María Clara y compañía: REVANCHISTAS (¿Y qué?) (cuento) - Martín Rabezzana


-Palabras: 1.651-
Capítulo 13 (si bien, al disponerlo en mi próximo libro, tal vez no aparezca en ese lugar) de mi serie: "María Clara", cuyos primeros seis capítulos, se encuentran en mi libro: "MATAR MORIR VIVIR".

1977.

   Junto a un policía, el suboficial del ejército se dispuso a subir hasta el noveno piso del edificio de la calle Estomba al 143, de Bahía Blanca, que es en donde se encontraba el juez Madueño; decidieron no usar los ascensores porque, de haber alguna acción armada a la que enfrentarse, serían blancos fáciles al bajar de los mismos, mucho más probablemente que si utilizaban las escaleras (al menos, eso fue lo que pensaron).
   Dos custodios del magistrado estaban frente a su edificio en un Falcon estacionado; tanto el suboficial como el policía, eran también parte de la custodia del juez y minutos atrás, se habían brevemente ausentado de sus puestos para ir a manguear facturas a una panadería cercana; al volver, se encontraron con que en el interior del Falcon, muertos con armas disparadas con silenciadores, estaban sus dos represores; al ver esto, el policía fue corriendo hasta una esquina a informárselo a otro policía que estaba en el área, y de inmediato volvió corriendo hacia el edificio, con la intención de, al mismo, ingresar junto al militar.
   El policía al que el hecho le fue informado, fue coercitivamente subido a un Peugeot 404, lo cual le impidió darle aviso del asesinato de los custodios, a la comisaría correspondiente del área.
   Frente a la puerta del departamento de Madueño, había un quinto custodio; junto a él y al policía, el suboficial pensaba enfrentarse a los combatientes que, sin duda, habían subido a buscar al juez.
   El suboficial del ejército, mientras subía por las escaleras y se encontraba ya casi en el sexto piso, le dijo al policía:
   -No saben con quiénes se metieron. ¡Los vamos a reventar, a estos montos hijos de puta!
   Tras decir esto, el milico, que empuñaba un fusil, detuvo su marcha al ver caer a un hombre por el hueco de la escalera; la visión de aquel a quien ambos terroristas de estado, correctamente creían el quinto custodio ya referido, les congeló la sangre; segundos después, el policía, producto del pánico, disimuladamente empezó a descender; al advertirlo, el suboficial le dijo:
   -¡Volvé, cagón, porque sino!…
   Entonces el uniformado volvió, y tras la seña que el suboficial le hizo para que reanudara su ascenso por las escaleras, así lo hizo mientras el milico, subía tras él, y si bien, en el momento no lo racionalizó, el suboficial inconscientemente sintió que había sido mejor que el policía vacilara en subir, ya que eso le daba una excusa para mandarlo al frente y hacerle creer a él (y también a sí mismo), que no lo hacía en un intento de que fuera “carne de cañón”, sino en pos de controlar que no diera marcha atrás, y en realidad, por el miedo que el militar, sintió, de los dos motivos para cosa tal, el verdadero era el primero. 
   Minutos atrás, el custodio frente a la puerta del juez, había visto humo ascender hasta su piso, fue entonces que hasta las escaleras, se acercó, en un intento de mirar si abajo había fuego; en ese momento, desde el piso inmediatamente superior, sigilosamente bajaron María Clara y un tal “Roberto”, ambos pertenecientes a Montoneros; Roberto agarró al custodio (que no había llegado a divisar a los jóvenes) por detrás, inmovilizándolo con una toma de estrangulación, y María Clara sacó un cuchillo “Yarará” y se lo clavó en el abdomen; con el represor agonizante, Roberto aflojó el agarre y le descubrió al custodio, el cuello, para que la combatiente concluyera su tarea, lo cual, hizo, al cortarle la garganta; en ese momento, el “walkie-talkie” de Roberto, sonó, y a través del mismo le fue comunicado que dos represores habían ingresado al edificio (lo mismo le fue comunicado a la guerrillera que, desde el octavo piso, había iniciado el fuego que había provocado el humo, respondiendo la joven, que ella se encargaría); después, ambos guerrilleros se acercaron hasta el hueco de la escalera y por la misma, arrojaron al cuerpo del custodio que tanto el policía como el militar, vieron caer.
   El policía también tenía un “walkie-talkie”, pero de nada le servía porque el mismo sólo lo comunicaba con los represores del Falcon frente al edificio a los que ya sabía, muertos.
   Al encontrarse ellos a mitad de camino entre el octavo y el noveno piso, por detrás de los represores, la guerrillera que había encendido el fuego cuyo humo había hecho distraer al custodio de la puerta del departamento de Madueño (Daniela; la uruguaya de la OPR-33 (*); ¿quién más podía ser?), con una ametralladora Uzi, desató una ráfaga que de inmediato mató a ambos terroristas de estado; mientras tanto, Roberto, con una barreta abría la puerta del departamento del juez al cual, agazapada, María Clara ingresó.
   En ese momento de la tarde-noche, los combatientes sabían que el juez estaría acompañado solamente por una empleada doméstica; ella, escondida en una habitación, intentaba llamar a la policía (y le daba ocupado) mientras en el living de la vivienda, se encontraba Madueño, intentando hacer funcionar una pistola que se le había trabado; al notarlo, María Clara le dijo:
   -Se le quedó trabada una munición; tiene que retraer la corredera para que sea expulsada del arma y poder disparar.
   Entonces el juez, así lo hizo y cuando se dispuso a apuntar a María Clara, que en ese momento blandía el cuchillo ensangrentado con el que había matado al custodio, la joven le arrojó el arma blanca al abdomen antes de que éste llegara a disparar, seguidamente se tiró al piso (su compañero sabía qué debía hacer ante eso, ya que ambos lo tenían acordado) y Roberto, que se encontraba detrás de María Clara, con una pistola de alto calibre, efectuó tres disparos contra el juez, que aceleraron una muerte que, producto del cuchillo que tenía clavado en el abdomen, era cuestión de un rato para que se sucediera. 
   Una vez concluido el ajusticiamiento, María Clara sacó de un bolsillo, una tela que desdobló y dispuso sobre el cuerpo del juez; era una bandera de Montoneros; seguidamente, ambos jóvenes procedieron a retirarse mientras en el camino, el guerrillero le avisó a sus compañeros por su “walkie-talkie”, que la operación había concluido, y le fue respondido que de inmediato pasarían a buscarlos; así fue que María Clara y Roberto, subieron a la caja de un Rastrojero y Daniela, a un Peugeot 404, vehículos con los cuales, emprendieron un exitoso escape.
   
Semanas antes del ajusticiamiento/Una muestra de quién era el juez federal, Guillermo Federico Madueño

   El juez Guillermo Madueño, se encontraba en la cárcel de Villa Floresta, Bahía Blanca, ante un detenido-desaparecido que acababa de ser llevado desde un centro clandestino de detención, hasta la ya mencionada cárcel, cuyo “blanqueo” se había dispuesto, lo cual, significaba que dejaría de estar detenido clandestinamente y empezaría a estarlo, “legalmente” (si es que se puede hablar de legalidad al aludir a las acciones de las instituciones estatales que tuvieron lugar, durante el periodo de un gobierno ilegal).
   El detenido, que estaba visiblemente malogrado por los tratos impiadosos que le habían sido infligidos en las semanas previas, manifestó haber sido golpeado y torturado; mientras estas cosas aberrantes por él, sufridas, le contaba al magistrado, el mismo sonreía y claramente hacía un esfuerzo por no reírse; tras escuchar el relato del joven, le dijo:
   -Usted no fue torturado.
   Entonces, tras algunos segundos, el detenido, levantando levemente la voz, dijo:
   -Sí que lo fui, y no sólo una vez, sino en repetidas oportunidades, y no sólo yo, sino también todos los otros detenidos que conmigo, estaban; hubo también violaciones, y no sólo contra mujeres… Usted, como juez, no puede cruzarse de brazos ante todo esto.
   Al escuchar esas palabras cargadas de dolor e indignación, habiendo ya suprimido toda la alegría y despreocupación de su semblante, con total crueldad, el juez dijo:
   -Señor, escúcheme bien: usted no fue torturado ni tampoco nadie con quien usted, estuvo; quienes lo han detenido, le han dado un trato correcto, y mejor va a ser que así lo entienda, porque sino, la condición legal de su detención actual, dejará de ser tal; ¿me entendió?
   El joven frente a él, nada respondió; segundos después, el magistrado agregó:
   -Bastante tolerantes estamos siendo con gente como usted, permitiéndole vivir, así que, en vez de quejarse tanto, trate de ser un poquito agradecido -y por lo bajo, mientras se retiraba, agregó: -Subversivo de mierda.

   Uno de los tantos jueces alineados con el terrorismo de estado perpetrado por los militares; ése fue Guillermo Federico Madueño.

Posdata

   Cuando Daniela subió al asiento trasero del Peugeot 404 que la había pasado a buscar, se encontró con la sorpresa de que además de los tres compañeros que sabía que en el mismo, estaban (dos, adelante, y uno, en el asiento trasero), había un policía maniatado y con los labios cubiertos con cinta de embalar; al verlo, preguntó:
   -¿Y éste?
    Entonces el compañero que tenía en el otro extremo del asiento, dijo:
   -A éste lo levantamos porque iba a avisar a la comisaría sobre la operación, y no sabemos qué hacer con él.
   Entonces Daniela le retiró la cinta de los labios y le dijo:
   -Hagamos lo siguiente: nosotros te dejamos ir, y vos renunciás a la policía para convertirte en una persona de bien; ¿qué te parece?
    Entonces el policía, con la cabeza, nerviosamente asintió; Daniela le dijo:
    -Che… ¡ya te saqué la cinta! Podés hablar.
    El uniformado dijo:
   -Voy a renunciar a la policía si me liberan; ¡lo prometo, lo recontra juro por dios y por….!
   -¡Suficiente! -dijo Daniela -y dirigiéndose al montonero que manejaba, dijo: -Frená acá.
   El auto frenó y el policía (cuyas manos atadas tras su espalda baja, no fueron por los guerrilleros, desatadas), del mismo, bajó.

   Habiendo el Peugeot 404, vuelto a arrancar, Daniela, con el índice en alto, dijo:
   -Para que después no digan que somos mala gente.

   

(*) Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales