lunes, 19 de agosto de 2024

Dictados álmicos (cuento) - Martín Rabezzana


-Palabras: 1.464-



   Mediados de los 90.
   Desde una distancia no muy importante que de los padres de la chica, lo separaba, el joven los contemplaba con un gran nerviosismo provocado por lo que estaba ahí para comunicarles.
   Tres semanas atrás, Ludmila, de 16 años, había ingresado una noche a su pieza y tras sonreírle, le había dicho:
   -Hoolaaa.
   Después lo había abrazado mientras el adolescente, embargado por la (enormemente grata) sorpresa de su presencia, la besaba y le preguntaba (en voz muy baja, ya que vivía con sus padres y hermanos, que entonces estaban en otras habitaciones):
   -¿Cómo entraste?
   Pero ella no respondió. Simplemente lo abrazó de un modo progresivamente más fuerte que en él, anuló todo deseo de repetir su pregunta.
   Tras el abrazo que al joven, profundamente conmovió, concluir, la chica lo miró a los ojos mientras él notaba en ella algo distinto que no pudo definir qué era; Ludmila se sentó en su cama (la misma en la que, por vez primera, ambos habían hecho el amor el día anterior) y él se sentó a su lado; ella dijo:
   -¿Te acordás de que ayer te conté de la hermana de mi mamá?
   -Sí; me dijiste que se suicidó unos años antes de que vos nacieras.
   -Sí, y también te dije que eso a mi mamá, la afectó mucho, y no sólo ese hecho, sino también, el desconocer por qué su hermana hizo lo que hizo… esa incomprensión le causó un malestar con el que carga hasta ahora, y yo he logrado entender por qué lo hizo.
   Tras unos segundos, el joven preguntó:
   -¿Por qué fue?
   -Eso ahora no importa, lo que importa es que, cuando ella lo empiece a entender, su malestar rápidamente va a disminuir; lo mismo va a pasarle a mi papá por el malestar que ahora vive.
   El joven, tras algunos instantes de silencio, le dijo:
   -No entiendo.
   Ella dijo:
   -Todos estamos destinados a vivir una determinada cantidad de tiempo, y cuando antes de lo previsto, alguien muere, como en el caso de quien se suicida, debe volver al mundo con un cuerpo nuevo que está destinado a vivir el tiempo que le quedó por vivir en su materialización anterior… Mi tía estaba destinada a vivir hasta los 38 años y se suicidó a los 22, por eso debió volver al mundo con un cuerpo nuevo y vivir los 16 años que le quedaban por vivir, en su paso anterior por este plano; esos años ya pasaron, por eso su alma debió volver al plano espiritual… La mayor parte de esto, estaba ya escrito por ella misma, en acuerdo con mis padres y abuelos, que por esto, se verían afectados negativamente, y por más que sea difícil o incluso, imposible de entender, como ya dije: ellos mismos acordaron que todo esto, así fuera, ya que la negatividad que causa la pérdida, es equivalente a la tensión a la que es necesario someter a los músculos para que se fortalezcan… y por supuesto que todo esto también se aplica a vos -y lo tomó de las manos mientras le dijo: -Todo esto lo planeamos; todo lo elegimos y lo acordamos juntos -y tras algunos instantes de silencio, Ludmila agregó: -No importa si ahora no entendés nada de lo que te digo; es cuestión de tiempo para que empieces a entender. 
   Seguidamente lo besó en los labios y él sintió a la lengua de su novia, tocar la suya, y por más cercano que ese contacto sea de lo sexual, lo que el joven sintió durante el mismo, fue muchísimo más profundo y gratificante que lo que puede sexualmente sentirse; él así, de inmediato lo concienció, mientras recordaba que el encuentro sexual altamente satisfactorio en lo físico y anímico, que con su novia, el día anterior, había tenido, no le había conferido tanto bienestar como ese beso, le estaba entonces confiriendo.
   Tras algunos instantes, la chica se acercó a un escritorio del cual, agarró una birome y hojas de carpeta y, dirigiéndose a su novio, se las dio y dijo:
   -Escribí lo que te voy a dictar.
   El joven, como hechizado por la presencia de su novia, sin cuestionar, se sentó al escritorio y empezó a escribir lo que ella le dictaba; tras no mucho de haber iniciado la escritura, su madre, desde el pasillo, lo llamó, por lo que él, totalmente alarmado, susurrando, le dijo a la chica:
   -¡Escondete en el placard!
   Y le abrió una puerta de dicho mueble al cual, ella, de inmediato ingresó; una vez la chica escondida, el joven abrió la puerta de su cuarto y le dijo a su madre, que lo estaba llamando para cenar, que ya había comido mucho en la merienda, así que no tenía hambre; le pidió que le guardara su parte en la heladera ya que tal vez, más tarde comería un poco; dicho esto, la madre le deseó buenas noches y se retiró; al él verla bajar por la escalera, cerró la puerta de su cuarto e inmediatamente fue hacia el placard en el cual, Ludmila se había escondido; abrió una de sus puertas pero la chica no estaba; la buscó por todo el cuarto pero no la encontró; la ventana que daba a la calle no tenía reja pero estaba cerrada desde dentro, además, estando el cuarto en la planta alta, quien por la ventana bajara, necesitaba de algo de lo qué asirse para descender, y nada había en el lugar, adecuado para tal fin, ni tampoco, nada así vio, al mirar hacia abajo, por lo que la salida de la chica, se había dado de un modo para el joven, totalmente incomprensible.
   Pensó en esperar un rato y después llamar a su casa por teléfono, pero ya era muy tarde, además, si atendía alguno de sus padres, al él preguntar por su hija y ellos, llamarla, de ella no haber vuelto, se iban a enterar de que había salido, y seguramente lo había hecho sin su permiso. Por todo esto decidió no llamarla y esperar a verla el día siguiente en la escuela a la que ambos asistían; entonces podría preguntarle cómo había entrado a su casa y cómo había hecho para salir.
    Unas horas después, el joven se acostó y al dormir, soñó que estaba con Ludmila en su cuarto; ella le dictaba algo y él, lo escribía; a la mañana siguiente, se levantó y vio que las hojas escritas, eran muchas (más de sesenta), lo cual, lo sorprendió, porque lo dictado por la chica la noche anterior que él recordaba haber escrito, ocupaba menos de una hoja; además, la letra no era de él, sino de Ludmila.
   Todo era muy raro.
   Al rato se duchó, se vistió y se dirigió al colegio Normal de Quilmes, al que, al igual que su novia, asistía.
   Ya desde antes de ingresar al recinto escolar, los estudiantes lo miraban apenados sin que él supiera por qué, hasta que finalmente, unos compañeros (varios chicos y chicas) se le acercaron y tras él preguntarles qué les pasaba, lo cual exponía que no estaba al tanto de lo que había ocurrido, una de las chicas, le dijo: 
   -A Ludmila la atropelló un auto ayer a la tarde… la llevaron a un hospital pero... no la pudieron salvar.

… … …

   Los posteriores días al de la muerte de Ludmila, fueron para el joven, terribles. 
   Durante las semanas siguientes, no se atrevió a leer lo escrito en las hojas que su novia le había dictado, como presintiendo que, de hacerlo, su malestar decrecería enormemente o que incluso, tal vez se desvanecería por completo, y a eso le temía sobremanera ya que en ese momento, sentía que de irse el dolor producido por su pérdida, ella misma se iría de su ser, para siempre, dado que creía intuir que era justamente ese dolor, lo que a ella lo unía, pero a la tercera semana de Ludmila haber partido, tomó coraje y leyó integralmente las páginas en las cuales, ella detalladamente explicaba en qué consistían los contratos álmicos confeccionados por ella misma junto a su novio, sus padres y otros familiares y allegados de todos ellos (antes de venir al mundo), y se dio lo que tanto temía: su dolor extremo empezó a deshacerse velozmente al punto de llegar, horas después de iniciada la lectura, hasta la casi extinción; lo que no ocurrió, fue que cosa tal, lo alejara de Ludmila, ya que de ella se sentía cada vez más cerca, fue por eso que, ese mismo día, al bar del que los padres de la chica, eran propietarios, se dirigió, y una vez ahí, viéndolos desde la distancia, mientras sostenía una bolsa en la que llevaba los papeles escritos por Ludmila a través de él, tomó profundamente aire y se acercó a ellos.



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