lunes, 19 de marzo de 2018

Baires del 700 (cuento) - Martín Rabezzana


   En el siglo dieciocho el castellano Gregorio San Lucas trabajaba bajo las órdenes del virrey en el centro de Buenos Aires; era un hombre de casi cincuenta años. Tenía esposa castellana e hijos argentinos; junto a él trabajaba un joven soldado argentino llamado Manuel Solís; San Lucas estaba reunido en su oficina con Solís y le dijo:
   -Las tribus indias planean atacarnos. Tenemos que actuar nosotros primero.
   -¿Qué piensa hacer?
   -Si fuera por mí, exterminaría a todos los indios de este país, pero lamentablemente, por alguna razón, no nos está permitido hacerlo, por lo que lo mejor por hacer es limitarles el alimento y contaminarles el agua, así si no se mueren, por lo menos al hacerles la vida difícil tal vez decidan irse de aquí; admito que esta idea no es mía, lo mismo hicieron los gobiernos de otras provincias y por eso ahora muchos de esos indios están en Buenos Aires.
   -Pero ellos estaban primero, ¿por qué se cree usted el único con derecho a habitar estas tierras?
   -Aunque hayan estado primero, los indios son absolutamente salvajes, no tienen dios ni ley.
   -Eso es mentira, tienen sus propios dioses y sus propias leyes, que a mi entender son más justas que las nuestras, ya que hasta donde yo sé, en ninguna colonia americana ni los criollos ni los castellanos han sido atacados injustamente por ellos.
   San Lucas sonrió maliciosamente.
   -Manuel, veo que estás mal informado. ¿Acaso no sabes que los malones atacan a los criollos y castellanos regularmente sin ninguna razón?
   -Es verdad que los malones cometen atrocidades contra nosotros, pero los conquistadores castellanos atacaron, por lo que lo que ellos realizan es un contraataque.
   -Pero Solís, según me dijeron, tú y otros soldados criollos y castellanos le dieron muerte a varios indios que asaltaron una posada en la que tú te encontrabas.
   -No lo niego, pero nos amenazaron y quisieron llevarse por la fuerza a una mujer; yo usé la violencia contra ellos, pero en defensa propia y de otros, y por cierto, la mujer a la que salvé también era india.
   -Eso demuestra lo que digo; ¡no respetan siquiera a los de su propia raza! ¡Son los peores animales que he visto en mi vida y no pueden coexistir con nosotros!
   Solís sabía que la mente obtusa de San Lucas difícilmente aceptaría la posibilidad de que las cosas no fueran como él las quería ver, pero de todas formas intentaba hacer entrar en razón al opresor.
   -Gente buena y mala hay en todas las razas; creer que hay más malicia entre ellos que entre nosotros, es ridículo; cuando los conquistadores castellanos llegaron a América, esclavizaron, saquearon, asesinaron y por más que despreciaran a las mujeres, no tuvieron ningún problema en satisfacerse sexualmente con ellas contra su voluntad. Muchas quedaron embarazadas y estos miserables compatriotas suyos no sólo abandonaron a sus propios hijos, ¡sino que hasta los asesinaron!
   San Lucas no entendía por qué Solís tenía tanto interés en defender a los indios. ¿Acaso tenía una relación sentimental con una de sus mujeres? Rápidamente descartó la idea ya que recordó que los pueblos indígenas argentinos no habían sido aún obligados a olvidar sus idiomas y expresarse en "cristiano".
   -Manuel, aunque tú hayas nacido aquí, tienes sangre castellana; ¿por qué te pones del lado de los indios?
   -Yo me pongo del lado de los inocentes, y si veo que son los castellanos los que inician la agresión (como lo he visto muchas veces), no puedo estar de vuestro lado, y respecto a aquello que corre por mis venas... corregiré sus palabras: mi sangre es argentina.
   Aunque Solís fuera contrario a sus principios, San Lucas lo apreciaba; el hecho de que fuera una persona cuyo vocabulario era impecable tenía mucho que ver con esto; hay belleza en un buen empleo de las palabras y San Lucas, como toda persona superficial, le daba a la misma demasiada importancia, ya que la gente como él aprecia sólo lo que se ve y se escucha: las palabras, la ropa y la condición racial; la gente como él es incapaz de apreciar en alguien la esencia.
   -Te voy a encomendar la tarea de reunir a maestros de castellano para que se lo enseñen a los salvajes; ¡no puede ser que cada vez que necesitamos ordenarles algo haya que conseguir un intérprete! Hay que imponer nuestro idioma en todo el territorio argentino.
   -¿Por qué el castellano? ¿Por qué no promover entre nosotros un idioma de ellos?
   -Manuel, ¡no me hagas reír! ¿Castellanos y criollos hablando un idioma indio? ¡Sería un sacrilegio! Además dices interesarte tanto en ellos pero aparentemente no te importan sus almas; para obtener salvación tienen que leer la biblia, y la misma está en castellano.
   -¿Para qué leerían la biblia? ¿Para enterarse de que son malos y perversos?
   -¿Por qué dices eso?
   -Usted bien sabe que la biblia dice que la marca de Caín es la piel negra, y los indios tienen la piel aun más oscura que la raza a la que llamamos negra.
   San Lucas se quedó pensando en eso con semblante serio un momento, luego sonrió y dijo:
   -Pero Manuel… lejos de debilitar mi opinión respecto a lo negativo de los indios, ¡la estás reforzando! Y aun conociendo lo que dios piensa de ellos, ¿tú los defiendes?
   -Si dios existe y piensa así, yo no estoy de acuerdo con él.
   La expresión de San Lucas ante su declaración agnóstica fue de sorpresa.
   -"Si existe", has dicho. ¿Quiere esto decir que lo dudas?
   -A veces lo dudo y a veces no; a veces estoy seguro de que no existe.
   -¡Pero Manuel! ¡Todo castellano tiene fe cristiana!
   Solís sonrió ampliamente antes de declarar una vez más su pertenencia nacional.
   -Tal vez (cosa que también dudo), pero se lo digo una vez más: yo soy argentino.
   San Lucas miró a Solís detenidamente un momento y después se sentó tras su escritorio; se sirvió un poco de agua, la tomó y dijo:
   -¿Sabes Manuel? Tal vez la idea de enseñarles castellano no sea tan buena. El idioma nos separa, y es mejor que así sea; si hablan como nosotros tal vez también quieran vivir entre nosotros, y algunos indiófilos como tú podrían hasta querer desposar indias, ¡y el mestizaje es una abominación!
   -¿Y qué me dice de nosotros?
   -¿Nosotros? Nosotros somos de raza blanca pura.
   Solís sonrió ante tal alarde de ignorancia.
   -¿Acaso no sabe usted que aquello a lo que llama raza blanca es una mezcla de razas?
   -¿Mezcla de razas? Pero, ¿de qué estás hablando?
   -Para no dar más que un ejemplo: los pueblos de lenguas germánicas y los ibéricos eran de razas diferentes; los primeros eran de piel y pelo claros y los últimos, de piel y pelo oscuros; el color de pelo castaño que tenemos la mayoría en esta raza es el resultado del mestizaje entre ellos, por lo que toda la gente de su continente a la que usted considera racialmente "pura", es en realidad mestiza; ¿qué tendría de malo que en América pasara lo mismo que pasó en las Europas siglos atrás?
   -Está bien, tienes razón, pero la diferencia es que en mi continente la gente de las diferentes razas era buena, noble e inteligente, mientras que aquí es todo lo contrario; los indios no tienen intelecto y son en extremo violentos.
   -¿Por qué dice que no tienen intelecto?
   -¿No sabes que no han desarrollado siquiera un sistema de escritura?
   -¿Y no sabe usted que tampoco lo hemos hecho nosotros? El sistema de escritura actual proviene de una etnia de las Asias llamada fenicia y aparentemente los fenicios lo aprendieron de los egipcios, y respecto a su condición violenta, le informo que las etnias que invadieron diferentes países de su continente eran muy violentas; las tribus bárbaras cometían todo tipo de atrocidades, razón por la cual se llama bárbaro a quien se conduce violentamente; los vikingos se hacían a la mar y al desembarcar en un lugar, asesinaban, saqueaban y secuestraban a las mujeres; en Francia, por ejemplo, fue tal el destrozo que hicieron los normandos que el rey les entregó la provincia que hoy se llama Normandía para calmarlos, por lo tanto, las actitudes violentas que usted ve sólo en los indios, existen también en los demás.
   San Lucas no tenía más argumentos; se levantó de la silla y dijo:
   -Muy bien Solís… al parecer no podremos ponernos nunca de acuerdo. Pero… en fin. Ya debo irme a casa, mis hijos me esperan; nos veremos mañana.
   San Lucas se fue.
   Días después, un malón de las afueras atacó a una población del centro de Buenos Aires; varios comercios fueron asaltados e incendiados; horas después una tropa de soldados criollos y castellanos fue hasta un asentamiento indígena y en venganza cobrose la vida de decenas de sus miembros; algunos se defendieron, pero al ver que los soldados estaban mejor armados, la mayoría se rindió; el líder castellano de la tropa le dijo a uno de sus soldados:
   -No basta con esto, tenemos que meterlos en prisión varios días.
   Los soldados condujeron hasta la prisión a los indígenas, hombres y mujeres; en varias celdas estuvieron hacinados durante tres días sin comida ni agua; llegada la hora de la liberación, un soldado abrió la puerta de una celda y dijo:
   -Podéis iros.
   Ninguno de los prisioneros salió, entonces el soldado tomó a uno del brazo y violentamente lo arrastró fuera de la celda.
   -¿Me entendéis ahora? ¡Indios de porquería!
   -Uno a uno fueron saliendo, pero el soldado tomó a una mujer del cabello y le dijo:
   -No, tú no te vas, tú te quedas.
   Cuando ya no hubo nadie más que ellos dos en la celda, el soldado empezó a manosearla. La mujer gritó, entonces él le dio un golpe de puño en el rostro que la derribó y la dejó sangrando, luego se puso sobre ella y Manuel Solís, que se encontraba vigilando que dentro de lo posible los soldados no abusaran de los indígenas, se apersonó tras escuchar los gritos y al ver la situación, tomó al soldado de sus ropas y se lo sacó a la mujer de encima. El soldado se levantó rápidamente y Solís lo empujó contra la pared, sacó un cuchillo y se lo puso en la garganta. El soldado dijo:
   -¿Qué haces Solís? ¡Es sólo una salvaje!
   -¿Quién es el salvaje aquí?
   -Vamos Manuel. No iba a matarla, solo a divertirme un poco con ella; deja el cuchillo, déjame hacer lo que iba a hacer y me olvido de este incidente.
   -¡Si abusás de ella no sólo perderás lo poco de decencia que te queda, sino que además perderás tu vida!
   -¿Acaso no sabes que si me matas los demás soldados te matarán a ti?
   -Sí, lo sé, pero vos vas a morir primero.
   El soldado se sintió más asustado que nunca en su vida. Sabía que Solís hablaba en serio, entonces dijo:
   -Está bien. No la tocaré.
   Manuel Solís sostuvo varios segundos más el cuchillo sobre su cuello y finalmente lo bajó; el agresor se fue y Solís se acercó a la mujer que se encontraba en el suelo; extendió su mano hacia su rostro ensangrentado y ella se echó atrás.
   -No tengas miedo; no voy a lastimarte.
   Solís miró la sangre de la mujer en su propia mano y dijo:
   -¡Por dios! ¿Qué te han hecho?
   De rodillas frente a ella, derramó una lágrima; la expresión de la mujer ya no era de miedo, sino de compasión hacia el soldado; ella lo tomó de la mano y así permanecieron varios segundos; Solís se levantó y le dijo:
   -Vamos. Acompañame.
   Salieron a la calle y entraron en una posada; las personas ahí presentes los miraron sorprendidas; Manuel se dirigió al encargado y dijo:
   -¡Posadero! Esta mujer necesita un médico.
   El hombre tardó en hablar.
   -No puedo ayudarlo.
   -¿Por qué?
   -Porque esa mujer es india. Si la ayudo voy a tener problemas con la ley.
   Solís se acercó al posadero y le dijo:
   -¡Escúcheme bien! ¡Si no trae a un médico ahora mismo, el mayor problema lo va a tener conmigo!
   El hombre tras varios segundos de silencio, dijo dirigiéndose a uno de sus empleados:
   -David, llamá al médico.
   La mujer abrazaba a Solís por la cintura y el posadero dijo:
   -Vengan conmigo.
   Fueron hasta un cuarto apartado en el que la mujer recibió atención médica, tras lo cual Manuel ordenó que le llevaran comida; cuando la comida hubo llegado, la joven la devoró con la avidez propia de quien ayunó por varios días; una empleada de la posada estaba a su lado. Manuel le dijo:
   -¡Pobre! ¡Estos soldados son unos hijos de puta! Son genocidas, torturadores, ¡y llaman criminales a los indios!
   Él empezó a llorar. La mujer le dijo:
   -Si usted no está de acuerdo con lo que hacen, ¿por qué está con ellos?
   Solís se tomó un par de segundos para responder.
   -Si todos los soldados que tienen compasión se van del ejército, quedan solo los criminales; yo tengo que permanecer en mi puesto para tratar de evitar los abusos que ellos quieren cometer.
   La mujer lo tomó de la mano y le dijo:
   -Hace falta más gente como usted.
   La joven terminó de comer y Solís la acompañó hasta el lugar en donde ella vivía; llegaron tras varias horas de caminar hasta la frontera que separaba a la población blanca de la indígena y la cruzaron. Al ver al soldado, varios indígenas corrieron hacia él con cuchillos en mano. La mujer lo abrazó y en su idioma le dijo a los de su tribu que no lo lastimaran; tras varios segundos, Manuel le dijo a la mujer:
   -Tengo que irme; no me olvides.
   La besó en la mejilla, la acarició y se fue.

   Varios días después, Solís estaba en la oficina de San Lucas que dijo:
   -Manuel, te confesaré algo; a veces me arrepiento de haber venido a Argentina; yo creía que las cosas serían más fáciles, creí que encontraría a indios dóciles, pero siempre se rebelan. ¡Prefieren morir a vivir esclavos!
   A lo que Solís dijo:
   -Lejos de ser criticable, esa es una actitud muy digna.
   -Tal vez tengas razón, pero a mí eso me trae sólo problemas; como no podemos esclavizar a los indios, tenemos que mandar traer negros de las Áfricas.
   Solís tardó varios segundos en articular el concepto de su siguiente pregunta.
   -Siempre he querido saber algo; la razón oficial por la que no podemos esclavizar a los indios es que la iglesia reconoció en ellos una humanidad tan válida como la nuestra, sin embargo, ¡la misma permite que esclavicemos a los negros!... ¿Por qué?
   San Lucas se rió suavemente antes de hablar.
   -Te lo explicaré; cuando la iglesia supo que los indios en Argentina eran indomables, decidió "proteger" sus derechos nacionales; según la misma son argentinos como tú, y como tales, no pueden ser esclavizados, pero nada nos ha dicho sobre no esclavizar a gente nacida en otros países.
   Permanecieron en silencio varios segundos, después San Lucas dijo:
   -Tenemos que comerciar con los neerlandeses ya que los portugueses tratan muy mal a los negros.
   Solís creyó entrever un atisbo de compasión en esa declaración.
   -Es la primera vez que lo escucho decir algo negativo del abuso de los inocentes.
   San Lucas sonrió.
   -Manuel, el problema para mí en que los maltraten es que no llegan en condiciones óptimas; hace unos años le compramos a los portugueses cientos de esclavos y estaban tan mal alimentados, que muchos de ellos murieron poco después de llegar al país; los neerlandeses son más piadosos; cada dos días más o menos, les dan de comer.
   Solís escuchaba horrorizado lo que San Lucas decía; a pesar de que supiera ya de dichos abusos, no dejaban los mismos de indignarlo.
   Dos semanas después llegaron a Buenos Aires barcos neerlandeses con cientos de esclavos; muchos de ellos fueron puestos a trabajar en la construcción de iglesias y edificios públicos.
   Una vez mientras decenas de ellos trabajaban en una construcción, ocho soldados borrachos salieron de un bar; se dirigieron a varias esclavas y empezaron a gritarles.
   -¡Negras! ¿Quieren saber lo que es bueno? ¡Abran sus piernas ante nosotros!
   Todos rieron perversamente; después se acercaron a varias de ellas y todas corrieron, pero agarraron a una.
   -¡Espera negra! Nos das el gusto a todos nosotros y te vas de aquí.
   El soldado la tiró al piso, entonces los esclavos varones al ver la escena, golpearon a sus guardias y se lanzaron sobre los soldados; unos veinte negros los golpearon, desarmaron y asesinaron; los guardias inmediatamente llamaron al ejército y cuando el mismo llegó, reprimió a los negros y los encarceló; Manuel Solís al saber de este caso se dirigió a hablar con San Lucas.
   -He escuchado del suceso que tuvo lugar y teniendo en cuenta que los esclavos mataron justificadamente, le pido que interceda en su favor ante el virrey.
   San Lucas se levantó de su silla y dijo:
   -Los negros merecen ser castigados, y aun sí no lo creyera así, el virrey ya tomó su decisión; serán ejecutados este fin de semana.
   Solís tardó varios segundos en asimilar la información, después dijo:
   -¿Ejecutados? Pero... si una mujer estuviera siendo atacada por alguien, ¿no le daría usted muerte a su agresor? Eso haría yo. Eso es lo que ellos hicieron; no merecen morir por eso.
   -No es mi decisión.
   Pasaron varios segundos antes de que Manuel dijera:
   -No lo permitiré.
   -No hay nada que puedas hacer.
   Solís no dijo nada más; tras varios segundos, salió de la habitación.
   Esa misma noche Solís juntó todos los cuchillos que tenía en su casa y los puso en una bolsa, luego se dirigió a la comisaría en que los veintitrés esclavos estaban encarcelados y le dijo al guardia de la misma:
   -Solís, del ejército porteño. Quiero ver a los prisioneros.
   -Ya es tarde, hoy no es posible, vuelva mañana.
   Solís mostró la mayor de las iras en su expresión y dijo:
   -¡¿Acaso no me ha escuchado, imbécil?! ¡Quiero verlos ahora!
   El hombre, que estaba sentado, tras varios segundos se levantó y dijo:
   -Está bien; acompáñeme.
   Llegaron hasta los calabozos y Solís dijo:
   -Abra las celdas.
   -No puedo hacer eso.
   -¿Acaso no tiene llaves?
   -Sí, pero no...
   Entonces Solís sacó un cuchillo de su bolsa, se lo puso al guardia en el cuello y dijo:
   -¡Abra las celdas!
   El hombre abrió las dos celdas en que los esclavos estaban y los mismos salieron; Manuel les dio cuchillos y caminaron hacia la salida; cuando estaban por salir, cuatro soldados entraron al lugar y al ver la situación sacaron sus armas, entonces los esclavos los apuñalaron y escaparon; caminaron toda la noche y se detuvieron en una zona rural de las afueras; uno de los esclavos liberados se dirigió a Solís.
   -Mi esposa e hija están en una casa criolla. No puedo dejarlas.
   Solís pensó un par de segundos y luego dijo:
   -Por la mañana iremos a buscarlas.
   Llegó la mañana y Solís y el ex esclavo se separaron de los demás y llegaron hasta donde estaba su familia; el soldado golpeó a la puerta y un hombre fumando una pipa la abrió.
   -¿Sí?
   -Venimos a buscar a los esclavos que están a su cargo.
   El hombre no entendía la situación.
   -¿A buscarlos? Pero, ¡son míos! ¡Yo pagué por ellos!
   En ese momento aparecieron la hija y la mujer del negro. La nena de unos seis años corrió a abrazarlo; Solís dijo:
   -Vamos.
   Entonces el dueño de la casa trató de agarrar una escopeta que tenía y Manuel le dio un derechazo que lo derribó; tomó la escopeta y se fueron.
   El lugar en donde se encontraban los demás esclavos liberados estaba a varias horas de distancia, y mientras caminaban, la mujer tosía.
   -Está enferma. Necesita descansar -dijo el ex esclavo.
   -Está bien -dijo Solís.
   Se dirigieron hacia una casa opulenta aislada de las demás y golpearon a la puerta. Una pareja anciana abrió.
   -Señor y señora, esta mujer está enferma, necesita descanso. Permítannos por favor quedarnos en su casa esta noche -dijo Solís.
   Tras varios segundos la mujer dijo:
   -¿Es este un pedido oficial o una orden?
   -No. Apelo a toda su piedad y les ruego que nos ayuden.
   La pareja de ancianos se miró y la mujer dijo:
   -Son bienvenidos.
   Una vez dentro de la casa la mujer enferma fue acostada y la anciana le llevó paños de agua fría para bajarle la fiebre; un rato después Manuel le contó a la pareja lo sucedido y el hombre dijo:
   -Es usted muy valiente. Si hubiera más soldados como usted, las cosas serían mejores.
   Llegó la noche; Solís se sentó en un rincón apartado de la casa a tomar mate; el esclavo liberado estaba sentado a la mesa con su hija a su lado en la misma habitación; la nena se acercó tímidamente a Manuel y éste, al verla le extendió una mano y sonriendo dijo:
   -Vení. Sentate.
   La nena se sentó frente a él; Manuel cebó otro mate y se lo ofreció.
   -Tomá.
   La nena lo tomó y luego lo puso sobre la mesita que tenían enfrente; Solís dijo:
   -Dentro de siglos, tal vez, los americanos irán a las Europas como los sud, centro y nordeuropeos vinieron a América y… ¿qué ocurrirá?... no lo sé, pero si la memoria tiene algo de genético y la justicia existe, tendrá lugar la venganza de los tehuelches, charrúas, guaraníes y demás pueblos americanos, y los negros harán lo propio, y recordá que si bien muchos blancos te odian por ser negra, no debés generalizar. Yo soy blanco y estoy de tu lado... Escuchá: sos alguien que aún no se corrompió con la crueldad de la vida. Seguí así;... te daré algunos consejos, escuchá bien: no aceptes la opresión. Si respetás a los demás merecés ser respetada... no dejes que nadie te obligue a nada... no dejes que nadie abuse nunca de vos.
   Manuel acarició el rostro de la nena y al él derramar una lágrima, ella lo abrazó; su padre desde la distancia los miraba conmovido.
   Al día siguiente Solís le dijo al ex esclavo:
   -Tengo que irme. Ustedes tienen que seguir solos.
   El hombre lo miró en silencio varios segundos y después dijo:
   -No sé cómo agradecerte.
   -Nadie me tiene que agradecer por haber hecho lo correcto; despedime de tu esposa e hija.
   Le dio la mano, después se dirigió al matrimonio dueño de casa y con una reverencia dijo:
   -Señor, señora.
   La pareja devolvió la reverencia y Solís se fue.
   Mientras tanto un soldado entró en la oficina de San Lucas y le dijo:
   -Señor, Manuel Solís ayudó a los esclavos a escapar. ¿Cómo debemos actuar? Espero órdenes suyas.
   Tras varios segundos de silencio, San Lucas dijo:
   -Atrapadlo y traedlo; lo fusilaremos.

   Varias horas después se encontraba Manuel Solís caminando en las afueras de Buenos Aires con la intención de dejar la provincia para siempre cuando una decena de soldados apareció a caballo y lo detuvo; fue conducido a una celda; Gregorio San Lucas lo fue a visitar; se le acercó y le dijo:
   -Manuel, no sabes cuánto lamento que esto tenga que terminar así; aunque no lo creas, yo aún te aprecio, pero no se puede permitir que actitudes como la tuya tengan lugar.
   Manuel dijo:
   -Habrán cada vez más como yo en el futuro y menos como usted.
   San Lucas con mirada triste, tras un momento dijo:
   -Adiós Manuel -y se fue.
   Al día siguiente Solís fue llevado hasta el patio de la comisaría en donde estaba el pelotón de fusilamiento; estaba tranquilo; un soldado trató de vendarle los ojos.
   -No -dijo.
    El soldado desistió de vendarlo y le dijo:
   -¿Últimas palabras?
   Solís lo pensó un poco y dijo gritando:
   -¡Que mi causa no muera conmigo!... ¡Actúen contra el culpable, dejen al inocente en paz! ¡Si escuchan a su propio instinto sabrán que lo que hacen es incorrecto! ¡Evolucionen hacia una actitud de piedad y justicia!
   Pasaron varios segundos y el soldado con mirada compasiva le dijo:
   -¿Es todo?
   Manuel asintió. El soldado dijo:
   -¡Preparen! ¡Apunten! ¡Fuego!

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